domingo, 15 de octubre de 2017

Dialéctica y mediación




Uno de los conceptos más oscuros de las tradiciones dialécticas, que agrupan a las hegelianas, marxistas y las variedades de la Teoría Critica es el concepto de mediación (Vermittlung). Es sin embargo una aportación muy seductora que merece salir de las oscuras cloacas de las jergas de estas líneas de pensamiento para incorporarse a otras maneras de escribir y pensar. Más allá del término alemán, los orígenes latinos de “mediación” nos llevan a una exquisita ambigüedad que no es propiamente polisemia sino una profunda indeterminación que nace en el mismo concepto que categoriza esta extraña relación.

Mediación, en principio, es una relación que se da entre términos o entre polos que están en contradicción. Éste es el modo en el que entendemos cotidianamente la idea de mediación: dos antagonistas que necesitan una instancia que ayuda a resolver las diferencias. La mediación, entonces, existe sólo en cuanto los dos polos contienden y en esta instancia se resuelve la contradicción. Entendida así, la mediación es una relación externa a las partes, que de una u otra forma establece constricciones sobre las mutuas aspiraciones facilitando una nueva relación que es el acuerdo, el contrato o algo similar. En este sentido, la mediación ocurre como una suerte de imposición que se superpone a las partes. Es la forma más primitiva de mediación y tal vez la menos interesante, pues supone la existencia de un poder superior a las partes que ambas reconocen. Así, en la idea liberal, el Estado media entre actores en conflicto, o los poderes internacionales entre grupos o estados. En esta modalidad, la dialéctica aporta poco pues en realidad no necesitamos ya la dialéctica, o sólo en el modo también primitivo de dialéctica que es el dia-logos, la confrontación verbal.

La dialéctica comienza a producir frutos sustanciosos cuando la relación no existe bajo una forma externa de un tercer término, sino que se produce directamente entre los dos polos, que median mutuamente, e incluso en un solo elemento, cuando se desenvuelve en contradicciones y media sobre sí mismo. La conocida dialéctica del señor y el siervo es un ejemplo, bien si la entendemos como dos polos o, como ocurre en Hegel, como el desenvolvimiento de la conciencia. Ambos median entre sí en tanto que solo existen como señor y siervo en tanto que así son mirados por el otro, y esa mirada del otro es necesaria para reconocerse a sí mismos bajo estas categorías. Esta es la modalidad que ha tenido más recorrido en la filosofía: capital y trabajo, en el marxismo; sujeto y objeto, en la dialéctica negativa de Adorno, en fin…; la historia de la filosofía contemporánea no puede entenderse sin esta forma de mediación entre polos que cada uno ejerce de mediación sobre el otro.

Para quienes se sienten muy alejados de la galaxia dialéctica no les será difícil entender la idea de mediación si atienden a las recientes derivas de la psicología cognitiva y la filosofía de la mente. Lo que llamamos "mente situada, incrustada y encarnada" (situated, embedded, embodied) no es sino una forma de formular la idea de mediación como superación de la vieja dicotomía mente-cuerpo: la mente sólo existe en una continua negociación de información entre esquemas motores, affordances y situaciones particulares donde todo el proceso adquiere sentido (lo que llamamos contenido mental). No hay dualismo pero tampoco reducción, ni siquiera emergencia. Pura y simple mediación. Para los teóricos de la comunicación, el viejo dicho de Mcluhan de que el medio es el mensaje inicia la aplicación de la mediación a la teoría de los medios. Ahora extendida al medio digital. Los contenidos no sobreviven impunes al medio. 

La idea de mediación puede ayudar a entender una vieja discusión que lleva décadas enfangada en la teoría crítica en lo que se refiere a la relación entre la base socioeconómica y la llamada superestructura cultural. El marxismo más rancio y mecanicista sostenía que la relación entre estos dos niveles es la de determinación o, en la forma más capciosa e ininteligible, de “determinación en última instancia”. La base material de las fuerzas de producción, en esta vieja idea, determinaría el estrato de la cultura que adoptaría la forma de “ideología” o representación falsa, destinada a preservar las relaciones de producción.

La noción de mediación permite entender de una manera mucho más compleja la relación entre estos dos polos de la sociedad. La base material es una base en la que se realiza todo lo social, incluida la cultura. No hay cultura que no sea cultura material: libros, editoriales, luces, cámaras, escenarios, …., Las fuerzas de producción son eso, fuerzas de producción. Pero no existirían sin la reproducción, que es precisamente lo que posibilita la cultura: desde la comida y el sexo al conocimiento y la técnica, la ordenación de los espacios, los rituales o las formas de familia, la cultura reproduce las fuerzas de producción que la producen. No podemos entender las partes sino como mediación mutua.

En el viejo marxismo, que aún persiste en numerosas expresiones políticas, se postulaba una forma anterior a la mediación que era la yuxtaposición que nacía bajo el eslogan de “alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura”. Esta concepción, aunque aparentemente proletaria es profundamente burguesa, pues la alianza que postula se da entre dos partes y fuerzas separadas y ajenas. Cuando se postula que los obreros deben dedicarse a la lucha económica, lo que se quiere decir es que dejen la cultura para los intelectuales. Y viceversa. Está en la genética leninista el creer que la clase obrera dejada a sus propias fuerzas solamente puede producir lucha sindical, y que la conciencia teórica debe ser insuflada desde fuera, como el espíritu que baja de los cielos.

Esta concepción es autoritaria y dogmática. Profundamente equivocada en lo que respecta a su visión de las clases populares, subalternas, pero también y sobre todo en lo que respecta a la cultura. Hereda una visión burguesa de la cultura como aquello externo que se posee como un capital (Bourdieu acierta en lo que se refiere al funcionamiento de la cultura como capital, pero yerra en su concepción de la cultura en general. También el confunde a veces el valor de cambio y el valor de uso). La cultura, comenzaron a pensar quienes abandonaron la idea de la sociedad como un mecano, y la pensaron en forma de mediaciones, es lo común, lo que permite la reproducción de la sociedad y crea también las tensiones y resistencias.

Una vez que adoptamos esta mirada, no tiene mucho sentido hablar de “frente cultural”, “frente económico” y “frente político”. Todo es cultura como todo es economía. A cada parte hay que repetirle la advertencia de Clinton: “es la economía, estúpido”, “es la cultura, estúpido”. Pensar que la economía actual pudiera funcionar como una máquina de producir desigualdad sin antes haber configurado los sujetos para que se relacionen entre sí como mercancías es estar ciego, como lo es lo contrario: pensar que por hacer un arte o filosofía críticos se está cambiando la realidad sin estar cambiando las relaciones sociales también lo es.


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