domingo, 5 de agosto de 2018

Informe sobre la miopía



Es difícil saber lo que nos pasa. De hecho, casi siempre nos pasa que no sabemos lo que nos pasa. Nos ocurre en el plano personal y, aún más, en el colectivo. Como intuyó Spinoza, tratamos de tirar hacia adelante del carro de la vida pero los caminos que hacemos (aquello de "se hace camino al andar") están limitados y obligados por topografías que ignoramos más allá del horizonte inmediato. Nos enredamos en terribles discusiones cuando lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa.

La esfera de la política no es tan diferente a las discusiones de sobremesa sobre dietas y salud. Cada quien ha mirado lo suyo en internet y cree saber lo que hay que hacer para preservar la vida o procurar la justicia. Se arman controversias enconadas sobre lo que es real y lo que es imaginario, sobre la táctica, la estrategia, la buena o mala espina que dan las élites o los gurús de la buena alimentación. No es para alarmarse. Estamos hechos así. Los humanos montamos la sociedad que nos construyó y reprodujo como humanos con una extraña mezcla de artesanía y psicología popular e ignorancia y mitología.

Aunque hablaba en general, de lo que quería hablar es de lo que nos pasa en economía, política, sociedad y cultura en nuestros entornos más inmediatos. Vivimos ciclos de depresión y exaltación, de audacia y desesperanza, de claridad y tontuna, como si la sociedad, y nosotros con ella padeciésemos de un trastorno bipolar mal cuidado. Ahora, en la Pell de Brau, en Sefarad, en ese invento que delimitan mares, montañas y emociones encontradas, entramos en el ensimismamiento que sigue a las derrotas y victorias que no son ni derrotas ni victorias, que solo dejan sabores agridulces y dificultadas de digestión. Me refiero a la controversia estratégica generada a propósito del libro de Daniel Bernabé La trampa de la diversidad, que aduce que el neoliberalismo habría triunfado en su propósito de dividir a la izquierda usando las reclamaciones de desigualdad de diverso signo como fuentes de identidades que fracturarían la conciencia de clase. Mi última entrada fue un comentario sobre ese libro. No voy a volver sobre él, aunque recomiendo con entusiasmo la réplica que ha hecho Alerto Garzón recientemente en Eldiario.es  Mi propósito es comentar las dificultades que explican ésta y controversias similares ampliando algunos supuestos implícitos en su crítica de la crítica del libro.

Vayamos al problema de la opacidad de lo social que está en la base de las controversias. Una sociedad no es una colección de individuos. Es un espacio de posiciones que definen los lugares que ocupan las personas y que está definido por relaciones multidimensionales de poder. Técnicamente, es un espacio pluridimensional, tanto como lo son las fuerzas que estructuran las formas de poder. Quienes tienen una visión muy simple de la sociedad piensan que las relaciones sociales determinantes son básicamente económicas, y en particular las posiciones que ocupan los individuos en las relaciones de producción. Estas posiciones, de acuerdo a esta visión simplista, ordenarían la sociedad en clases sociales que o bien se refieren a la relación de propiedad o bien toman como referencia los ingresos relativos de las personas o familias. Sea cual sea el criterio usado, esta dimensión suele nominarse como "capital económico".  Es la noción que suele usarse cuando se habla de clase alta, media y trabajadora, de forma simplificada. Pero hay otras relaciones de poder que definen las posiciones. Está el poder social o capital social, que depende de las relaciones sociales que mantenga la persona, y que tiene componentes muy heterogéneos, como por ejemplo, el género, la raza o etnia y, sobre todo, las relaciones personales que establecen las posibilidades de cada individuo por su pertenencia a un cierto círculo. Está, en tercer lugar, el capital cultural, que deviene del poder que las personas tienen por su formación y acceso a los bienes culturales. Hay tantas formas de "capital" como formas sociales de poder, algunas muy generales, como las que he enunciado y otras que resultan de especificidades de las anteriores: el capital político, un modo de capital social; el capìtal erótico, también otra modalidad entre lo social y lo cultural, que establece las posibilidades de las personas en función de sus capacidades de seducción de otras personas; el capital simbólico, que permite a las personas determinar o influir sobre los sentidos y significados de las acciones de otros (el poder religioso, por ejemplo es una forma de capital simbólico, como lo es el deportivo, mediático y otros similares).

En un sentido puramente descriptivo, podemos hablar de "clases" refiriéndonos a la topografía de estas posiciones. Así, las posiciones superiores definen las clases altas y las inferiores las clases bajas. Pero todo este discurso no tiene mucho recorrido político ni social si no nos referimos a dos nuevos componentes que siempre han traído de cabeza a quienes han pensado sobre la desigualdad social. Me refiero, en primer lugar, a la experiencia subjetiva de la posición social y, en segundo lugar, a la agencia o capacidad de determinación consciente de la propia posición. Estas dos dimensiones son prácticas, en el sentido que implican formas de conocimiento y acción práctica de las personas que no están dadas automáticamente por la posición sino que dependen de la experiencia y conciencia de ella. Lo importante es que ambas son interdependientes. La conciencia subjetiva y la agencia social se refuerzan mutuamente. En su tratado sobre La distinción, Pierre Bourdieu daba cuenta de cómo los círculos privilegiados establecen estrategias de exclusión para no dejar entrar en el círculo a personas de círculos inferiores. La conciencia y la agencia se inter-determinan: las prácticas de elección de ropa, de vivienda, automóviles, la gestualidad y tantos otros componentes de la agencia se organizan para crear barreras de clase y evitar a los parvenues. Las clases altas, así, se convierten en agentes de su propio estatus mediante formas de agencia colectiva que tienden a establecer diferencias económicas, sociales, culturales y simbólicas. Cuando estas estrategias se mantienen en el tiempo se generan identidades de clase.

Estos caminos se recorren en parte consciente y en parte inconscientemente. La agencia y la conciencia no son nunca lúcidas, sino miopes, con una forma de miopía producida por la opacidad de la sociedad a su propia estructura. Las "clases medias" se construyen mediante conciencias y agencias en parte lúcidas y en parte miopes: se imitan las formas visibles de las clases superiores, como si así se pudiese alcanzar el estatus (el empleado de banca que compra con esfuerzo un automóvil de marca, los padres que envían a sus hijos a colegios costosos, la búsqueda en rebajas de ropas de marca que serían de imposible acceso en temporada,... etc.). La conciencia y agencia aquí se mueven entre el deseo de ser como los de arriba y el miedo a que los de más abajo terminen arrebatando el propio estatus de alguna forma.

Cuando observamos estos caminos en largos relatos históricos podemos hablar de identidades de clase. De hecho, en general, de identidades: son productos históricos híbridos formador tanto por las posiciones objetivas como por las prácticas de distinción en las que se crean a la vez lazos de solidaridad y estrategias de exclusión. La clase obrera industrial decimonónica, así, se definió mediante estrategias de "nosotros/ellos", donde el nosotros/ellos agrupaba por arriba a la aristocracia  y la burguesía y por abajo al campesinado, al que reconocían básicamente como lumpen de recién llegados a las ciudades. Sólo en ciertos momentos históricos de grandes crisis se produjeron ocasionales atisbos de la común posición "de abajo", pero siempre fue complicada la formación de sendas históricas de identidad común.

Los círculos superiores, las élites y las clases dominantes no son más lúcidas que las subordinadas. Tienen tantas contradicciones y tensiones como las de abajo. Se mueven por impulsos miopes de miedo y deseo y estas fuerzas básicas generan tantas formas de solidaridad como tensiones autodestructivas. No es cierto que la izquierda (digamos, la conciencia plebeya) esté siempre dividida frente a la unión de los de arriba. Al contrario. Las estrategias de distinción son salvajes y la historia muestra que las élites reales tienden a hundir a los competidores, generando círculos de poder cada vez más poderosos y más restringidos en número. Pero también frágiles por su propia naturaleza de depredadores en competencia. Las ideologías, el neoliberalismo, por ejemplo, tienden a suavizar todos estos movimientos tectónicos, tratando de dar sentidos a las agencias de los grupos y las personas. Las ideologías son, así, estructuras complejas prácticas que en parte refuerzan y en parte justifican los movimientos tectónicos en las dinámicas de las posiciones sociales. Las ideologías no son meros engaños, son estrategias colectivas de sentido creadas por estas estrategias de preservación de la posición social, de reproducción de la posición, más precisamente.

Todo este largo prólogo viene a cuento de las controversias en la izquierda. Uno de los grandes proyectos de lo que identificamos como izquierda ha sido siempre la unión de los de abajo, de quienes no tienen que perder sino sus cadenas, para logran una sociedad más justa. Pero esta búsqueda de la unidad, sin tener en cuenta la multidimensionalidad de la sociedad y su topografía de posiciones ha resultado una y otra vez errónea por el mito de la objetividad de la clase. Es incierto que la conciencia de los de abajo sea que no tienen que perder sino sus cadenas. Al contrario, lo que define una y otra vez a los de abajo son los miedos a perder las cuotas de capital sea éste económico, social o cultural. Las trampas no vienen de las identidades, sino de la propia complejidad de las posiciones sociales. El pequeño autónomo ve al funcionario como un parásito que vive a su costa, por más que los salarios y las penalidades sean similares. El obrero blanco de las zonas desindustrializadas odia al hispano que recoge fruta en California; el jubilado andaluz teme al marroquí que acude a los trabajos estacionales,... Todos temen e incluso odian a quienes se acercan con un cierto capital simbólico, como es el que representa el lenguaje político, ...

He estado revisando, por curiosidad, la página de Wikipedia dedicada a Izquierda Unida. Quienes vivimos la Transición recordamos bien el momento de ilusión de posible convergencia de movimientos sociales tras los siete millones de votos contra la OTAN, el sueño de una izquierda diferente que no fuese una suma de partidos sino una "confluencia" de movimientos. Recomiendo muchísimo a quienes no lo conozcan o recuerden que empleen unos minutos en releer esta historia. El resultado es agridulce. Una y otra vez nos encontramos con sueños rotos a causa de malentender el problema de la miopía constitutiva de la acción personal y colectiva. Una y otra vez se malentienden los movimientos de la gente que quiere sobrevivir y tener planes de vida. Una y otra vez se malentiende al poder dominante, al que se considera erróneamente como homogéneo, inteligente y todopoderoso.

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