domingo, 26 de agosto de 2018

La erosión de las zonas grises y la economía de los afectos



Toda sociedad se construye sobre una economía de emociones que ligan a sus miembros. Desde la familia a las instituciones políticas y económicas pasando por las asociaciones de la vida cotidiana, los lazos que unen y separan están hechos de emociones que mueven los ánimos y convierten lo que no sería más que una manada animal en un complejo de posiciones y relaciones de poder y afecto. Una sociedad contiene igualmente una economía de conocimientos tanto teóricos como prácticos que permiten que esa sociedad se reproduzca como tal, que elabore planes de vida, se haga con los recursos de supervivencia y modifique el mundo para habitar en él.

Emociones y conocimientos se implican mutuamente en cada momento de la vida, cuando los grupos, las familias, las asociaciones e instituciones deliberan, discrepan, se enfrentan a los conflictos  diarios que promueve la existencia. Si los lazos de confianza nos anudan unos a otros y evitan que volvamos al estado de naturaleza, el desacuerdo y el conflicto son los motores que hacen de la sociedad un caleidoscopio en cambio continuo. Tomamos posiciones, adoptamos medidas, nos irritamos e indignamos, sentimos miedo o pánico al compás que nuestra mirada observa la realidad social caleidoscópica.

En esta continua dramaturgia diaria hay un mecanismo mental que nos hace fuertes en un cierto sentido y nos debilita en otro. Es el fenómeno de la polarización de grupo. Es un mecanismo que nos afecta a todos. Cuando hay un desacuerdo y ese desacuerdo es percibido en un grupo, en un breve intervalo de tiempo de deliberación el grupo se polariza alrededor de las dos opiniones en disputa. Una cena de navidad, una tertulia de sobremesa, un debate de comunidad de vecinos, una cuestión en la asociación o partido, los principios teóricos de un movimiento, una controversia en internet, un rato ante una tertulia televisiva,..., el fenómeno de la polarización de grupos está por todas partes y nos afecta a todos.

Los psicólogos sociales han estudiado este fenómeno desde los años sesenta del siglo pasado. Por sí mismo, como ocurre con todos nuestros mecanismos mentales y sociales, no es necesariamente ni bueno ni malo sino todo lo contrario. Se han propuesto al menos tres explicaciones para el mecanismo. La propia psicología social se polariza en la explicación, pero en realidad las tres son compatibles: la primera sostiene que una discusión de grupo es un filtro informativo, que hace que nos fijemos en aquellas informaciones que tienden a confirmar nuestras creencias, expectativas o visión del mundo, y que este filtro cognitivo explica la polarización. La segunda aplica lo que León Festinger llamó la teoría de la comparación social: estamos siempre evaluando y comparando nuestras acciones, decisiones y creencias, y esa adición a la evaluación comparada nos lleva a agruparnos rápidamente con quienes coinciden con nuestras decisiones. La tercera deriva de la teoría de la identidad social y defiende que necesitamos siempre sentirnos miembros de algo, que no tendría sentido nuestra vida sin lazos de identificación, da igual que sean ideológicos que deportivos o religiosos. La necesidad de sentirnos arropados con algún adjetivo promueve la polarización.

Desde que el mundo es mundo las sociedades han aprovechado este mecanismo para construir sociedades. El sargento instructor enseñará a los reclutas que su compañía es la mejor del batallón, que los otros son unos cagaos y que ellos son la sal de la tierra; el entrenador hará lo propio con los jugadores; ... el resultado es un grupo cohesionado que mira al otro con superioridad moral y afectiva. Esos lazos son centrales para que la sociedad se articule en unidades de acción y decisión. Esta es la fuerza de la polarización de grupos.

Aunque la primera vez que se estudió la polarización de grupo fue observando los consejos de administración de las empresas, la política y los movimientos sociales son el mayor espectáculo del mundo como ejercicios de polarización. Se han estudiado estos procesos en múltiples observaciones etnográficas: un grupo feminista en poco tiempo se polariza en posiciones controvertidas que generan una escalada de descalificaciones y tensiones que degradan la anterior sororidad. Un grupo de militancia por la igualdad genera particiones a una velocidad proporcional a las expectativas que tienen de triunfo o de fracaso (en ocasiones la percepción del posible triunfo acelera la división y en otras ocasiones lo hace el temor a la inevitable debacle).

El precio que paga la polarización de grupos es la pérdida en la economía del conocimiento que significa la erosión de las zonas grises. El concepto de zona gris lo empleó Primo Levi para paliar la posible superioridad moral que podrían sentir las víctimas supervivientes del lager, del campo de concentración, recordando las zonas grises donde las víctimas se convertían ocasionalmente en verdugos o simplemente en máquinas de supervivencia ajenas al dolor de los otros. La conciencia de la zona gris en la que habitamos socialmente es una conquista superior de la esfera pública. Una sociedad democrática es una sociedad que se sabe en conflicto, pero que también se sabe llena de zonas grises.

Así es como estamos hechos. Cada momento histórico y cada formación social nos presentan diversos paisajes de polarización. Es parte de nuestro castigo como humanos. Sin embargo, algo nuevo ha ocurrido con la aparición de la sociedad de la mediación digital y las redes sociales. En sociedades anteriores, digamos Grecia, era la palabra y la asamblea el espacio de polarización. Actores y sofistas enseñaban cómo jugar con las discrepancias y cómo manejarlas. En la sociedad de la palabra escrita nació el periodismo como profesión gestora de la economía de los afectos y la polarización de grupos. Nacieron los periódicos y las empresas ordenadas a la polarización y la formación de identidades sociales. La emergencia de la sociedad-red está modificando radicalmente esta historia en la que nos hemos educado.

MacLuhan lo había predicho: los medios nos transforman, crean un entorno al que nos adaptamos. Lo que ha ocurrido ahora es que la escala y la cantidad está produciendo una transformación cualitativa. Los usuarios de buscadores como Google, de plataformas como Amazon, Booking, TripAdvisor; de redes como FaceBook; Twitter, Instagram, y otras han crecido hasta producir cifras que asombran (en 2018, FaceBook tiene 2.167 millones de usuarios, WhatsApp 1.300 millones (por cierto, también pertenece a FaceBook). Estas cifras están produciendo una transformación cualitativa en las dinámicas de polarización. Lo interesante es saber cómo lo hacen. A diferencia de los medios tradicionales de la palabra hablada o escrita, la sociedad red funciona mediante complejos de procesos informacionales que llamamos incorrectamente "algoritmos". En realidad son una mezcla de dos grandes clases de procesos: unas inteligencias artificiales que generan datos organizados, y otras inteligencias artificiales de minería de datos, o "analytics" que generan micro-categorizaciones cada vez más adecuadas al usuario (lo que observamos en los anuncios que nos llegan o en los amigos de Facebook que podemos ver). Ciertamente, estos procesos están orientados al beneficio. Son sistemas de producción masiva de publicidad. Pero no son inteligencias artificiales neutras. Producen una polarización sistémica artificial, que no obedece ya a las reglas ni de la asamblea ni de la prensa, sino que se ha convertido en una variable independiente que explica mucho de lo que ocurre en la política y la sociedad en el mundo contemporáneo.

No sólo la polarización, también otros fenómenos de los que hablo de vez en cuando en este blog, pero la polarización sistémica inducida por los algoritmos es probablemente en fenómeno más peligroso. Como la teoría no es suficiente, desde hace algún tiempo dedico horas a la etnografía de los procesos en red. Hay ya algunos libros que han hecho esto profesionalmente, quizás el más cercano y mejor es el del periodista Juan Soto Ivars, Arden las redes. Estudia casos muy ilustrativos e la sociedad en la que nos hemos convertido. Desde hace tiempo soy adicto a los tuits de Donald Trump (recomiendo mucho hacerlo), y ocasionalmente a los tags más polémicos del momento. He revisitado estos días, mientras investigo el asunto el tag #ErrejonAsiNo, que articuló el proceso de constitución de la forma actual de Podemos antes de VistaAlegre II. He recorrido la polémica feminista sobre la empatía en las relaciones heterosexuales. He vuelto sobre el proceso de división del PSOE de los últimos tiempos. En fin, he descendido a los infiernos en los que habitamos diariamente. Lo que me interesa relatar de todo esto es que la erosión de las zonas grises está siendo muy radical. Entramos en sociedades de claroscuro, donde los matices son percibidos como traición o debilidad. Lo sorprendente, lo terrible, es que las alternativas que subyacen a estas gigantomaquias son inexistentes: apenas unas cuantas medidas fácilmente debatibles separan a los grupos, sin embargo, cada vez más polarizados. Lo peor está aún por venir. Lo que hacen los algoritmos es colonizar nuestros mecanismos básicos de la economía de la emoción y el conocimiento para producir beneficio y control de la atención. Cuando reparemos en ello va a ser difícil de revertir el proceso.


La ilustración es un óleo de José Hernández













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