domingo, 23 de junio de 2019

Ciborgs turbadores



Lo afirmó sin rubor Elon Musk, el creador de Tesla y uno de los gurús de las nuevas tecnologías, en una reunión en Dubai de las élites mundiales en 2017: la economía del futuro exigirá ciborgs: gente que aumente su inteligencia y percepción conetada a máquinas inteligentes. Esta tecnología se llama, por sus siglas en inglés, BCI (Interfaz Cerebro Computador). Junto a algunos desarrollos de la más reciente bioingeniería, como son los derivados de las técnicas de edición genética (CRISP), la conexión cerebro-computador activa ciertos escalofríos y muchas preguntas inquietantes.  Esta línea de trabajo entra en un terreno cada vez menos de ciencia ficción y más de investigaciones dirigidas por intereses comerciales y estratégicos. Nos referimos a lo que conocemos bajo diversas apelaciones como “proyectos ciborg”, “mejora humana” y, en general, “transhumanismo”. Este amplísimo campo de la investigación se extiende desde la neuro-robótica a la bio-ingeniería.

El término ciborg nació en los años de la carrera espacial en el contexto de la Guerra Fría para referirse a seres que mezclaban partes orgánicas y partes mecánicas. En los años ochenta y noventa tuvo mucho éxito como motor imaginario en películas que se movían entre la ciencia ficción y la prospectiva tecnológica, como por ejemplo RoboCop. Esta popularidad correspondía a una creciente línea de investigación que integraba la biónica, o aplicación de soluciones biológicas a problemas mecánicos con la prostética, que investigaba la solución mecánica a problemas orgánicos humanos. La tecnología BIC es ahora una de las manifestaciones que concentra más intereses de múltiples tipos por cuanto conecta los desarrollos en Inteligencia Artificial y Robótica con la neurología y neuroanatomía.

La Interfaz Cerebro Computador es una línea de investigación que se remonta a los años setenta del siglo pasado cuando DARPA, una institución de investigación militar estadounidense comenzó a explorar la posibilidad de un control mental de máquinas complejas. La investigación se ramificaba en el desarrollo de técnicas para captar las señales que se puedan obtener del cerebro, y especialmente del córtex, desarrollos avanzados de procesamiento de estas señales para encontrar patrones convertibles en significados activos, y, por último, la conversión de estos datos en acciones, por ejemplo, órdenes para mover objetos o imágenes mentales. En los años ochenta, tras mucha investigación con animales ­--algo que suscita muchos problemas éticos--, se aplicó al control del movimiento de robots por parte de personas con problemas graves de movilidad. Desde entonces la investigación no ha dejado de crecer y es una de las grandes líneas estratégicas de la tecnología contemporánea.

Es una tecnología que tiene grados de invasión: en el extremo menos invasivo es simplemente una detección de señales mediante sensores externos al cerebro; en el más invasivo entraña implantes intracraneales en varios grados de profundidad. Una vez que se obtienen datos de las ondas cerebrales, y las inteligencias artificiales del computador extraen de ellas patrones significativos, correlacionados con actividades mentales, las perspectivas del uso de los impulsos y potenciales eléctricos del cerebro para controlar dispositivos a través de la mediación  computacional abren un número ilimitado de múltiples aplicaciones, desde lo militar a las terapias.

Esta trayectoria ya es en sí misma muy tan sugestiva como sorprendente, pero es sólo una parte, pues se limita a la una sola dirección: la que va del cerebro a la máquina. Son mucho más inquietantes las líneas de investigación bidireccionales, donde la inteligencia artificial del computador aprende a entender los patrones neuronales y puede intervenir en el cerebro modificando la percepción, las pautas sensoriomotoras e incluso las decisiones. DARPA investiga, por ejemplo, la posibilidad de aumentar la percepción de los soldados en el frente, generando imágenes limpias a partir de las nebulosas y lejanas que llegan a los ojos de los soldados. Incluso el intervenir sobre sus sistemas límbicos produciendo reacciones emocionales guiadas durante los enfrentamientos. Se puede trabajar sobre el córtex, pero también sobre el sistema límbico que genera las emociones y todo el funcionamiento afectivo del cerebro.

Estas líneas de investigación plantean escenarios muy abiertos pues, por una parte, nos hacen preguntas por la identidad humana cuando lo orgánico y lo artificial se fusionan en las fases superiores de la inteligencia, más allá de las meras prótesis mecánicas de toda la vida. Más allá incluso de algunos tipos de prótesis avanzadas, como son por ejemplo los implantes de memoria en personas afectadas por Alzheimer. La creación de espacios de interacción neuronas-computadores abre la posibilidad de que la mente, ya de por sí organizada de forma muy compleja, y llena de agujeros y procesamientos no conscientes, sea influida e incluso determinada por sistemas artificiales. Las técnicas BCI operan en varios niveles de interfaz: el del flujo continuo de interacciones entre sistemas perceptivos y datos que llegan del mundo, pero también en el del flujo continuo de señales que se generan intracranealmente. Como sabemos por los experimentos de hace años de Daniel Vegner, el control consciente de las acciones está precedido de la activación no consciente de dispositivos motores que se anticipan a la decisión. En esos circuitos es posible la intervención de señales producidas por computador.

La cuestión de la responsabilidad en estas nuevas estructuras mentes-computadores es una de las primeras que nos presentan las posibles aplicaciones de BCI. Por una parte, son sistemas muy vulnerables y con grandes posibilidades de fallos. El control cerebral de armas, por ejemplo, plantea preguntas muy inquietantes. Por otra parte, el hecho de que pueda intervenirse directamente sobre el cerebro mediante dispositivos artificiales no orgánicos ni ligados a la historia de la persona, nos hacer cuestionar cuál es la autonomía que podrán tener las personas dotadas con estos dispositivos.
Muchas de estas preguntas no pueden ser resueltas de forma sencilla por los sistemas éticos tradicionales que tienen en la base una concepción del ser humano prototípica basada en una distinción radical entre naturaleza y artificio. Cuando nos encontramos ante intervenciones que se sitúan en lo que anteriormente eran los modos orgánicos de interacción con el mundo, es decir, los sistemas sensorio-motores del organismo, los problemas éticos deben ser planteados en un contexto de una nueva consideración de la naturaleza humana como un producto híbrido de evolución biológica y cultural.

Hay además preguntas que debemos hacernos acerca de los grandes intereses que están detrás de estas investigaciones. Por ejemplo, Zuckerberg, el creador del imperio FaceBook, plantea la posibilidad de compartir experiencias y emociones en la red.  Se cree que está diseñando "una máquina que  trata de leer el pensamiento", según se cuenta un tanto escandalosamente. De hecho está invirtiendo mucho dinero en la Interfaz Cerebro Computador. Ya hemos citado las palabras de Musk, que acompañan a sus inversiones en estas líneas de trabajo (ha creado la empresa Neralink para trabajar en esta línea). Si no hubiera tanto capital invertido estaríamos hablando solamente de gurús proféticos. No. Ya es uno de los campos geoestratégicos de investigación militar y médica. Quizás es el momento de pensar en qué mundo estamos entrando.


NB para las filósofas y filósofos de la mente (una cuestión técnica): quienes se ocupan de la mente extendida se dividen en a) intracraneales, que rechazan la hipótesis de una mente ampliada al entorno, b) extracraneales: la mente podría incorporar aquellos dispositivos cognitivos que logre hacer tan familiares que se conviertan en transparentes, como lo son las gafas para quien está acostumbrado a ellas, c) integracionistas: los que aceptan la mente extendida pero exigen algo más que transparencia. Se necesitaría integrar en el sistema el dispositivo que amplia las capacidades. Cuadernos de notas en los que se deposita la memoria, ordenadores o smartphones suelen ser ejemplos usados en esta controversia que lleva unos años. Sorprendentemente, los dispositivos BCI bidireccionales son intracraneales, pues interactúan con los subsistemas cognitivos más profundos sensorio-motores, perceptivos, cognitivos o emocionales; son transparentes una vez que el usuario se acostumbra y la inteligencia artificial decodifica los patrones de ondas; y no son menos integrables que cualquier otro subsistema (por ejemplo, la difícil conexión entre atención y deliberación). Cumplen todos los requisitos, podrían llamarse mentes extendidas, mentes ampliadas o como se quiera. Sin embargo, a mí no acaba de convencerme que no sean una especie de transformación peligrosa de la mente. El problema está en que la presencia de inteligencias artificiales produce ilusión de autonomía, pero hay una real manipulación de un sistema externo. Por si alguien quiere seguir la discusión o escribir unas líneas (o un paper) sobre ello.  

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