En su celebrado libro Melancolía de izquierda, Enzo Traverso
adopta un punto de vista benjaminiano en el que las víctimas de la historia de
la emancipación humana ocupan el lugar privilegiado que merecen en el
pensamiento socialista. Su libro propone una lectura marxista de las imágenes
de las derrotas como parte de un proyecto cultural. No puedo estar más de
acuerdo. No había leído el libro cuando escribí Cultura es nombre de
derrota, en donde propongo algo similar para sustentar los estudios
culturales. En ambos casos, la vía negativa en el pensamiento, que propone
Carlos Thiebaut, se convierte en un método de exploración y de interpretación
de los hechos históricos o culturales. Se trata de un ejercicio de la memoria a
contrapelo (el término, de nuevo, es de Walter Benjamin) en el que la experiencia
de la derrota se convierte en la atmósfera donde se produce la fusión de
horizontes entre la cultura de quien mira y la de quienes ejercieron en el
pasado una vita activa.
Esta perspectiva se extiende más allá del tiempo contemporáneo a una forma
de leer la historia de entera de la cultura y, ahora propongo, también la
historia de la filosofía. Así los conceptos de modernidad e Ilustración han
sido considerados tradicionalmente como signos de optimismo y éxito, de promesa
social y epistemológica en donde se une la emancipación humana en el estado con
el triunfo final de la razón. Nos podríamos haber ahorrado muchas controversias
en la época de la posmodernidad si hubiésemos afinado el oído para escuchar las
voces de las víctimas que se ocultan entre las líneas de los textos canónicos
de la modernidad filosófica.
El filósofo inglés Stephen Toulmin en su libro Cosmópolis.
La agenda oculta de la modernidad, nos da algunas claves que nos ayudan a
situarnos en el contexto histórico en el que nació esta cultura que llamamos
Ilustración y con ella sus promesas. Toulmin (1922-2009) fue un autor que
siempre escribió contracorriente. Sus textos sobre argumentación y sobre
Wittgenstein en su tiempo fueron despreciados por no ser suficientemente
complacientes con el imperio Oxbridge (la línea analítica impuesta por
Oxford-Cambridge), pero hoy son textos clásicos que se han incorporado a la
enseñanza de la lógica informal y a la renovación de la forma de leer a
Wittgenstein. La tesis que sostiene es que la modernidad como cultura (otro término
para la Ilustración) nació de una terrible derrota de las ansias de libertad
que recorrieron Europa en el Renacimiento y el primer Barroco. Erasmo, Luis
Vives, Montaigne, Cervantes, Shakespeare, Fray Luis de León, Juan de la Cruz y Teresa de Jesús representan
en las letras este impulso hacia la tolerancia basado en un escepticismo
distante que considera que la vía negativa es el mejor modo de acceso al
conocimiento (Toulmin, 1990).
De tiempo en tiempo Europa parece estar al borde del
suicidio o, como afirmó Hannah Arendt refiriéndose a la I Guerra Mundial,
cayendo directamente en él. El primero de esos momentos lo data Toulmin en 1610
cuando ocurrió el asesinato de Enrique IV, primero rey de Navarra y
posteriormente de Francia. Había intentado que Francia fuese un estado
tolerante con las religiones. Su muerte fue un signo de lo que estaba por venir:
la intolerancia y la creación de una alianza entre el poder ideológico de la
religión y el poder militar del estado. El siglo XVII fue uno de los siglos de
hierro en la historia europea y mundial: las guerras de religión que asolaron
Europa, el nacimiento del esclavismo a gran escala, la sistemática destrucción
de toda posibilidad de tolerancia, la Inquisición española se convirtió
definitivamente en un instrumento político de control de una nueva, poderosa y
permanente élite político-religiosa. Fue un siglo en el que
nació el pensamiento ilustrado tal como luego se convertiría en parte canónica
de la historia del pensamiento: Descartes, Hobbes, … El semiescepticismo
tolerante del primer Barroco se convirtió en políticas de acero en el siglo
siguiente.
Lo que llamamos Ilustración es la reacción a la derrota del posibilismo.
El racionalismo ilustrado es la reacción melancólica y de resistencia de una
generación que veía cada vez más lejano un horizonte de libertades básicas de
investigación y creencia. El historiador de las ideas francés Paul Hazard notó
en un ensayo ya clásico, La crisis de la conciencia europea, que la mayoría de las ideas que triunfaron en
la Revolución Francesa habían sido enunciadas cien años antes en el marco cruel
del siglo XVII. Fue un siglo de lento trabajo intelectual, de lo que hoy
llamaríamos hegemonía, para sobreponerse a un desierto de autoritarismo e
intolerancia. En unas pocas décadas se produjo lo que Hazard llamó una crisis
de conciencia generalizada. Su libro, muy centrado en Francia, pero oteando el
horizonte europeo, resalta el largo trabajo intelectual de una muchedumbre de autores
y eruditos empeñados en reconstruir la interpretación de la historia.
De entre la inmensa literatura creada por los historiadores
de la cultura moderna, es memorable el trabajo de Christopher Hill, un
historiador marxista de la cultura de esta época en del Reino Unido, cuyos
libros escritos en la segunda mitad del siglo pasado refuerzan la tesis de
Toulmin de que la modernidad es hija intelectual de la melancolía y la derrota.
Sus textos van creciendo en intensidad desde su clásico Los orígenes intelectuales de la Revolución Inglesa hasta el
significativo por su título: La
experiencia de la derrota. Milton y sus contemporáneos. Hill entrelaza
magistralmente la sangrienta historia del Reino Unido en el siglo XVII con la
historia cultural de las resistencias y los movimientos milenaristas, utópicos
y la emergencia de la nueva ciencia y pensamiento. Las guerras civiles inglesas
(las tres) que asolaron los tres reinos de Inglaterra, Irlanda y Escocia entre
1642 y 1651, y la controvertida república de la Commonwealth (1649-1653) se
cierran con una derrota de todos los intentos de crear una sociedad
tolerante. Los movimientos sociales,
entre lo religioso y lo político, que lo intentaron, fueron disueltos y
marginados: los levellers
(niveladores) y su fracción más radical los diggers
(cavadores), los cuáqueros, los ranters,
los muggletonians, los seekers, los numerosos independientes
republicanos,…, una pléyade de movimientos que muchas veces se entremezclan,
aún en sus discrepancias, pero que coinciden en una esperanza. Gerrard
Winstanley, el autor más conocido de los levellers,
en su The Law of Freedom in a Plataform
(1652), uno de los varios textos que anticipan un horizonte y programa
comunista, habla abiertamente de una segunda venida, donde el Cristo ya no es
el nombre del esperado sino que el mesías se llamará Razón e instaurará un
reino de cooperación en la Tierra.
Durante un tiempo, la creación de un ejército propio (el New Model Army) que dirigiría Cromwell,
fue un espacio (social, armado) donde encontraron protección estos movimientos,
en una Inglaterra cada vez más dividida por fracturas religiosas de
intolerancia. Pero, como suele suceder en muchos movimientos sociales, este
breve interregno fue una ilusión, pronto triunfaron las tendencias autoritarias
de diversos signos republicanos o monárquicos, protestantes o católicos. En un
clima de violencia interminable, que llevaría a la llamada “Gloriosa”
revolución de 1688, se subieron los escalones que harían posible la modernidad.
Newton publicó uno de los referentes de la Revolución Científica: Philosophiae Naturalis Principia Mathematica
en 1687, Hobbes la versión latina de su Leviathan
or the Matter, Form, and Power of the a Common-Wealth Ecclesiasticall and Civil
en 1688 y John Milton, en 1667 la
segunda versión de su Paradise Lost,
la gran alegoría de la Ilustración y su non
serviam. Las tres líneas que articularían la modernidad del siglo XIX: el
poder del conocimiento, el poder político del estado y el poder simbólico de la
cultura, tal como lo descubriría el romanticismo, estaban ya escritos como
lamento de un fracaso en los albores de la Revolución Inglesa.
Si en algún momento de la historia tiene sentido el término
de Raymond Williams “estructura de sentimiento” como categoría que capta el
aire de familia de un momento histórico, es sin muchas dudas en el crepúsculo
del Renacimiento y el ascenso de la cultura Barroca. El espacio interior como
refugio, la melancolía como estado de ánimo caracterizan el tono de la época. En
1621 Richard Burton (1577-1640) publica su monumental The Anatomy of Melancholy (Burton, 1621), un texto que revisará una
y otra vez en sus varias ediciones. Es una obra indicativa del momento de
desolación en que surge la modernidad. Un ensayo de reacción a la experiencia
de la melancolía. Fue este afecto un tema muy transitado en el Renacimiento,
tiempo en que dicho ánimo fue concebido como la condición de la persona
reflexiva, creativa o pía. El Elogio de
la locura de Erasmo, el Liber de anima de Melanchthon, que tanto
influye sobre el de Burton, el conocido grabado Melencolia I de Durero manifiestan
el espíritu saturnal tal como lo estudiaron como signos del tiempo Raymond
Klibansky, Erwin Panofsky y Fritz Saxl en su Saturno y la melancolía. Robert Burton, sin embargo no es ya un
renacentista aunque se reconoce paciente de melancolía como Montaigne y
Melanchthon, dos referentes claros de su libro. Se presenta a sí mismo como un Demócrito junior que quiere ayudar a la
gente a salir del estado de melancolía. Recientes interpretaciones de la obra
de Burton señalan con insistencia esta ruptura. Ya no es la reflexión sino la
experiencia del estado de las cosas lo que causa la melancolía: la intolerancia
religiosa y la corrupción del estado. Así, Gowland interpreta de esta forma la Anatomía de la melancolía:
La utopía de Burton, puesta en riesgo por el medio ambiente corrupto en el que fue imaginada, representa no una esperanzada encarnación de la eu-topía de More ̶ que fue etiquetada sin ambigüedad como optimus status reipublicae ̶ sino más bien la melancólica desesperanza que resulta de reconocer la vanidad de la ou-topía. Desafía al optimismo reformista que caracterizó el movimiento humanista del que tan profundamente era deudo, un programa que constantemente luchó contra, pero nunca desarraigó, transformó o superó la viciosa pecaminosidad de sus habitantes. Aquí encontramos un cansancio del mundo que tiende al sentimiento de Séneca en De otio (también presente en la obra de More) que la futilidad de la reforma dejó la retirada como la única opción disponible: “si el estado con el que soñamos no se encuentra por ninguna parte, la tranquilidad comienza a ser necesaria para todos nosotros, porque la única cosa que podría haber sido preferida al ocio ya no existe”. El segundo tema pesimista que Burton esculpió en su utopía fue también presentado como una causa del lamentable estado de las cosas en el mundo real, a saber, la incapacidad del estado para conceder roles de influencia política a sus ciudadanos educados filosóficamente. De nuevo un tema que encontramos en De otio
La melancolía como estado afectivo se entrelaza con la
invención del espacio interior como cimiento de la epistemología moderna. Una
vez que adoptamos esta manera de ver, los grandes textos de la filosofía,
comenzando por Descartes y siguiendo por Spinoza, adquieren de pronto otra
coloratura. Son las reacciones intelectuales a un siglo herido. Reacciones a
una experiencia histórica que conocían de primera mano.
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