domingo, 2 de junio de 2019

Organismos, organoides, androides, ginoides e inteligencia artificial







Tras una mesa redonda en la Universidad Autónoma, me quedé intrigado por la conversación que mantuve con José María Carrascosa, un bioquímico de la casa, con el que hablé sobre lo extraños que se están volviendo los conceptos tradicionales de vida después de los descubrimientos y métodos de la biología contemporánea.

Comenzamos hablando de la dificultad de definir ahora qué es un organismo entre otras cosas por la revolución que está suponiendo el estudio sistémico del microbiota (el colosal número de microorganismos comensales, simbiontes o patógenos que están presentes en todos los organismos pluricelulares). Esta línea de investigación, una de las más productivas actuales está suponiendo algo así como una revolución en medicina. El microbioma humano contiene tres veces más células que las que forman los tejidos (se estimó incluso que eran diez veces más), así como una riqueza de ADN mucho mayor que el genoma humano. Es responsable no solo de las enfermedades infecciosas sino del equilibrio en múltiples procesos que aún están siendo investigados. Todos conocemos la importancia de la flora intestinal, pero esto es solo el comienzo. Así que mi informante me confirmó que la idea de holobionte o de superorganismo es algo que mayoritariamente se acepta ya en la comunidad científica.

Mientras escuchaba, una parte de mi cerebro traducía esta complejidad orgánica a esa extraña función que llamamos mente y que no es otra cosa que una red de redes de funciones sostenida por una red de redes neuronales moduladas por una cocina química de neurotransmisores y hormonas. La idea de que somos muchos bajo el mismo cráneo no es infundada. El laberinto de la mente se parece mucho más a las geometrías obscenas y extrañas de Lovercraft que a los edificios perfectos que soñó la Ilustración.

Seguimos conversado (más bien el respondía a mi acoso a preguntas) sobre lo extraño de la biología contemporánea, la nueva reina de las ciencias. En particular sobre las nuevas técnicas de producción multicelular en tres dimensiones, es decir, de la creación de organoides a partir de células madre. En vez de hacer cultivos en placas bidimensionales, se pueden generar cúmulos de células que adoptan la forma de tejidos y de ahí a extraños objetos como cuasi-órganos. Me contaba incluso que se pueden vascularizar de modo que pueden criarse en probetas creciendo como extraños nuevos seres. Las líneas de aplicación son múltiples, desde generar órganos para trasplantes a eso que se llaman ahora las hamburguesas artificiales, que permitirían comer un filete sin tener que matar ningún animal (otra cosa es que sea sostenible por la necesidad y precio de nutrientes). Plantearía algunos problemas al veganismo moral, puesto que no implicaría la muerte ni la estabulación industrial de animales.

Los organoides nos introducen en una nueva categoría de seres intermedios. Por ejemplo: cuasi-cerebros que desarrollen ciertas funciones de computación, que aún no logran las redes neuronales digitales (que no son sino programas que se instalan en ordenadores secuenciales tradicionales, aunque simulen el comportamiento en red). La cuestión intrigante es cuál será nuestra actitud moral hacia estos objetos. No hemos tenido problemas (por ahora) con el desarrollo de inteligencias artificiales basadas en algoritmos clásicos o en redes neuronales, porque, al fin y al cabo, están basadas en un mundo de silicio, pero ¿qué ocurrirá si empezamos a crear funciones mentales en cuasi-cerebros húmedos, vascularizados, modelados por neurotransmisores (por tanto por cuasi-emociones)? Buena pregunta.

La conversación nos llevó entonces a territorios más pantanosos como son los de la investigación con embriones humanos. Como es sabido, la regla moral que se ha impuesto es la llamada de los catorce días. Se permite experimentar con embriones siempre que no hayan cumplido 14 días, en los que aún no se ha desarrollado el esquema orgánico mínimo ni mucho menos el tejido neuronal. La Iglesia Católica se opone incluso a esta regla a pesar de que, de hecho, está admitida internacionalmente en la investigación médica. Ahora bien, ¿qué ocurre si se emplea este embrión para continuar su desarrollo artificialmente? No me refiero a la creación de bebés probeta sino de otros nuevos organismos extraños diseñados para quién sabe qué propósitos.

Por supuesto que todas estas investigaciones son aún territorio controvertible y más que peligroso. Mientras seguía la conversación mi cerebro continuaba trabajando en modo doble y pensaba, de nuevo, que no parece que haya restricciones a la construcción de robots androides (o ginoides, especialmente para usos del mercado sexual) puesto que están hechos de materiales no biológicos. No nos importa la inteligencia artificial ni los cuerpos artificiales siempre que sean metálicos o plásticos, pero sí cuando la investigación se desarrolla en el espacio de la vida artificial. La pesadilla de Un mundo feliz, con una población diseñada para funciones jerárquicas, no parece tan lejos (de hecho, parece que la estamos produciendo ya por métodos económicos: la desigualdad creciente también produce desigualdad creciente en capacidades epistémicas. Camareros con un inglés básico enchufados al fútbol, como pretende la estrategia neoliberal).

Y por último, las quimeras que, como bien se sabe, eran animales míticos formados por la mezcla de dos o más especies. Es ya un territorio abierto: la inserción de genoma de una especie en otra. Quizás, nos tememos, genoma humano en grandes simios u otras especies.Todo el rollo este del transhumanismo me recuerda cada vez más a las carretas del Oeste que transportaban frascos de nitroglicerina para las minas de oro. Es cierto lo que decía Hegel que la lechuza de Minerva alza su vuelo en el atardecer de la historia, cuando esta ha hecho su trabajo y la filosofía lo traduce en conceptos. Pero, por una vez deberíamos pensar que es muy importante dar nombres a las cosas antes de que estas existan. 

En un espacio de posibilidades cercanas, dar nombre puede significar despejar un poco la niebla del futuro. A mí personalmente siempre me ha interesado la naturaleza ciborg pero tal vez es el momento de distinguir ciborgs de monstruos nada prometedores. Hay muchas razones de orden moral para hacerlo, aunque a mí me interesan más las políticas: ¿Cuánto van a costar estos inventos en términos de sostenibilidad ecológica y social?, ¿quiénes van a pagar estos costos? Porque mucho me temo que sean los de siempre y que los beneficios se los lleven los de siempre. 

La bioética y la biopolítica (no la de Foucault) tienen trabajo que hacer. Lo tenemos todos los ciudadanos y los gobiernos. Pero también la metafísica. La cadena del ser parece tener ahora extraños eslabones. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario