domingo, 25 de agosto de 2019

La vida mental de las organizaciones





Edwin Hutchins escribió en 1995 un libro que marcó un hito en nuestro concepto de cómo se distribuye el conocimiento en el mundo. El libro se titulaba Cognition in the wild, algo así como el conocimiento estudiado en su vida silvestre, no en el sillón de un despacho o los laboratorios de psicología. Hutchins era un psicólogo que había trabajado para la Armada de Estados Unidos.  Se le permitió acceder durante un tiempo a una de sus naves Palau (en pseudónimo) donde realizó un trabajo de observación del funcionamiento cotidiano, comenzando por las complejas y sutiles jerarquías del personal a bordo y siguiendo por la red de microdependencias entre las diversas tareas asignadas y las acciones de las personas a cargo.  Su historia comienza con los avatares de una incidencia en la entrada al canal del puerto de San Diego. La nave se queda sin potencia motriz, tiene que detenerse y lanzar las anclas en un espacio muy comprometido en el que un accidente sería muy probable. Conseguirlo, observa Hutchins, fue el resultado de la coordinación de personas y artefactos bajo las condiciones de estrés del momento. El resto del libro está dedicado al estudio pormenorizado de los artefactos y las personas y de su compleja organización para dirigir y controlar la vida a bordo. Hay artefactos cuyas funciones son operacionales o de control y otros que son directamente cognitivas: cartas de navegación, ecosondas, radares,… La nave es considerada en su conjunto como un complicado sistema híbrido cognitivo en el que la información y las órdenes de acción se distribuyen en personas y artefactos, resultando al final en una única acción que son las operaciones del barco en movimiento. El resultado es un macrosistema híbrido de mentes y máquinas cooperando en redes de información y conocimiento. Hutchins popularizó con este libro lo que ahora denominamos conocimiento distribuido creando de paso un espacio para una nueva forma de epistemología que no es simplemente epistemología social sino una epistemología híbrida de redes personales y artefactuales.

He leído últimamente también los libros de Anthony King, un sociólogo que ha estudiado la vida militar en el ejército del Reino Unido (The Combat Soldier, Command). Al igual que Hutchins, considera que es un ejemplo de organización humana híbrida de personas y artefactos, unos operativos y otros cognitivos. Es una pena que estos estudios etnográficos no se extiendan a otras formas más cotidianas de organización humana. Me fascina, por ejemplo, el espectáculo que es el primer día del curso en una universidad: los movimientos de los alumnos, los encuentros de los profesores, todo este cambio que supone el ver llenarse de pronto los edificios vacíos. Una universidad es un artefacto híbrido socio-técnico que entraña no solo una compleja división técnica del trabajo sino también una diversidad de experiencias cognitivas y emocionales que deberían ser relatadas por alguien con la mirada externa de la antropología, algo que quienes estamos dentro somos incapaces de hacer por más distancia que pongamos. Lo mismo me gustaría saber del transcurso de la vida diaria en un hospital, en una ONG como Médicos sin Fronteras, en un despliegue sobre el terreno en una crisis, en un partido político en los momentos de comienzos de una campaña electoral, etc.

La antropología ha ido decayendo en prestigio y de ahí que haya un déficit muy importante de estudios etnográficos, comparado con la invasión de economistas y sociólogos. Es una de las desgracias mayores que les ha ocurrido a las humanidades, para las que la antropología y sus alrededores era una fuente básica de reflexión sobre la experiencia de la humanidad. Politólogos, sociólogos y economistas aportan muchos datos pero se les escapan los significados, la cultura y las microdinámicas de la vida diaria de las organizaciones. Se ha pensado hasta la saciedad en la modernidad, en la posmodernidad y en todos los procesos de modernización, pero salvo alguna tradición como la de Simmel, apenas sabemos qué es la vida en esa forma extraña de socialidad que es la organización. Necesitamos una mirada con distancia para elaborar la experiencia histórica.

Tuve la suerte de conocer hace unos años en Honduras a Elio Masferrer, antropólogo de las religiones, argentino asentado en México donde ha dedicado su investigación a la vida cotidiana de evangelistas, católicos, y especialmente del Opus Dei. Sus estudios son fascinantes y necesarios para entender la complejidad de la cultura y experiencia humanas. Recientemente, Guillermo Fernández está dedicando su investigación a la vida cotidiana de los movimientos de extrema derecha europeos, también los españoles. Gracias a sus trabajos podemos tener una visión mucho más clara y alejada de los dogmas y estereotipos. Ojalá esta etnografía de lo ajeno se extendiese a lo cercano. Verse reflejado en la mirada etnográfica es posiblemente una de las exigencias más perentorias para la superación de los estereotipos, especialmente los que se autoaplica uno a su propia vida.

Yo reconozco que soy incapaz de ver lo extraña que es la vida académica, aunque en algunos momentos me digo: “estamos locos”. Los análisis sociológicos, por ejemplo los que se han hecho usando las metodologías de Bourdieu están bien y son ilustrativos, pero no iluminan demasiado sobre la vida diaria ni sobre la vida cognitiva y emocional de los miembros. Sin embargo, sí he aprendido muchísimo etnográficamente en los periodos de mi vida en los que otras ocupaciones no han sido tan inmersivas como la de la propia profesión. Mi largo servicio militar, por ejemplo, que me permitió vivir desde dentro y desde fuera la vida cotidiana del ejército, que sigue siendo uno de los modos de organización más característicos de la modernidad. O la vida de los partidos políticos, no tan diferente como se podría pensar de la vida militar (de hecho, los miembros se consideran militantes) o el trabajo de activismo social en organizaciones de barrio y rurales, donde el ejercicio de habilidades antropológicas es absolutamente necesario. Probablemente esta experiencia de la experiencia en territorios extraños ha sido la más importante fuente de inspiración para mi trabajo, mucho mayor que mi biblioteca o las conferencias y charlas, generalmente lejanas en distancias galácticas de la vida cotidiana.

Si no hay suficientes antropólogas (lo digo en femenino porque el caso de Remedios Zafra me parece uno de los casos notorios de excepción) es porque hemos perdido el sentido de la distancia, de la necesidad de la mirada-otra para vernos, como el niño que le pregunta a su madre continuamente qué hicimos ayer. Las humanidades necesitan alejarse un poco de la sociología y volver a demandar antropología y etnografía. Pero lo necesita aún más la vida cotidiana. Sin ello, estaremos al albur de las series de televisión, única fuente de antropología popular en el mundo contemporáneo.

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