Edwin Hutchins escribió
en 1995 un libro que marcó un hito en nuestro concepto de cómo se distribuye el
conocimiento en el mundo. El libro se titulaba Cognition in the wild,
algo así como el conocimiento estudiado en su vida silvestre, no en el sillón
de un despacho o los laboratorios de psicología. Hutchins era un psicólogo que había trabajado
para la Armada de Estados Unidos. Se le
permitió acceder durante un tiempo a una de sus naves Palau (en pseudónimo)
donde realizó un trabajo de observación del funcionamiento cotidiano,
comenzando por las complejas y sutiles jerarquías del personal a bordo y
siguiendo por la red de microdependencias entre las diversas tareas asignadas y
las acciones de las personas a cargo. Su
historia comienza con los avatares de una incidencia en la entrada al canal del
puerto de San Diego. La nave se queda sin potencia motriz, tiene que detenerse
y lanzar las anclas en un espacio muy comprometido en el que un accidente sería
muy probable. Conseguirlo, observa Hutchins, fue el resultado de la
coordinación de personas y artefactos bajo las condiciones de estrés del
momento. El resto del libro está dedicado al estudio pormenorizado de los artefactos
y las personas y de su compleja organización para dirigir y controlar la vida a
bordo. Hay artefactos cuyas funciones son operacionales o de control y otros
que son directamente cognitivas: cartas de navegación, ecosondas, radares,… La
nave es considerada en su conjunto como un complicado sistema híbrido cognitivo
en el que la información y las órdenes de acción se distribuyen en personas y
artefactos, resultando al final en una única acción que son las operaciones del
barco en movimiento. El resultado es un macrosistema híbrido de mentes y
máquinas cooperando en redes de información y conocimiento. Hutchins popularizó
con este libro lo que ahora denominamos conocimiento distribuido creando
de paso un espacio para una nueva forma de epistemología que no es simplemente
epistemología social sino una epistemología híbrida de redes personales y
artefactuales.
He
leído últimamente también los libros de Anthony King, un sociólogo que ha
estudiado la vida militar en el ejército del Reino Unido (The
Combat Soldier, Command). Al igual que Hutchins, considera que es un
ejemplo de organización humana híbrida de personas y artefactos, unos operativos
y otros cognitivos. Es una pena que estos estudios etnográficos no se extiendan
a otras formas más cotidianas de organización humana. Me fascina, por ejemplo,
el espectáculo que es el primer día del curso en una universidad: los movimientos
de los alumnos, los encuentros de los profesores, todo este cambio que supone
el ver llenarse de pronto los edificios vacíos. Una universidad es un artefacto
híbrido socio-técnico que entraña no solo una compleja división técnica del
trabajo sino también una diversidad de experiencias cognitivas y emocionales
que deberían ser relatadas por alguien con la mirada externa de la
antropología, algo que quienes estamos dentro somos incapaces de hacer por más
distancia que pongamos. Lo mismo me gustaría saber del transcurso de la vida
diaria en un hospital, en una ONG como Médicos sin Fronteras, en un
despliegue sobre el terreno en una crisis, en un partido político en los
momentos de comienzos de una campaña electoral, etc.
La
antropología ha ido decayendo en prestigio y de ahí que haya un déficit muy
importante de estudios etnográficos, comparado con la invasión de economistas y
sociólogos. Es una de las desgracias mayores que les ha ocurrido a las
humanidades, para las que la antropología y sus alrededores era una fuente
básica de reflexión sobre la experiencia de la humanidad. Politólogos,
sociólogos y economistas aportan muchos datos pero se les escapan los
significados, la cultura y las microdinámicas de la vida diaria de las
organizaciones. Se ha pensado hasta la saciedad en la modernidad, en la posmodernidad
y en todos los procesos de modernización, pero salvo alguna tradición como la de
Simmel, apenas sabemos qué es la vida en esa forma extraña de socialidad que es
la organización. Necesitamos una mirada con distancia para elaborar la
experiencia histórica.
Tuve la
suerte de conocer hace unos años en Honduras a Elio Masferrer, antropólogo de
las religiones, argentino asentado en México donde ha dedicado su investigación
a la vida cotidiana de evangelistas, católicos, y especialmente del Opus Dei.
Sus estudios son fascinantes y necesarios para entender la complejidad de la cultura
y experiencia humanas. Recientemente, Guillermo Fernández está dedicando su
investigación a la vida cotidiana de los movimientos de extrema derecha
europeos, también los españoles. Gracias a sus trabajos podemos tener una
visión mucho más clara y alejada de los dogmas y estereotipos. Ojalá esta
etnografía de lo ajeno se extendiese a lo cercano. Verse reflejado en la mirada
etnográfica es posiblemente una de las exigencias más perentorias para la
superación de los estereotipos, especialmente los que se autoaplica uno a su
propia vida.
Yo
reconozco que soy incapaz de ver lo extraña que es la vida académica, aunque en
algunos momentos me digo: “estamos locos”. Los análisis sociológicos, por
ejemplo los que se han hecho usando las metodologías de Bourdieu están bien y
son ilustrativos, pero no iluminan demasiado sobre la vida diaria ni sobre la
vida cognitiva y emocional de los miembros. Sin embargo, sí he aprendido
muchísimo etnográficamente en los periodos de mi vida en los que otras
ocupaciones no han sido tan inmersivas como la de la propia profesión. Mi largo
servicio militar, por ejemplo, que me permitió vivir desde dentro y desde fuera
la vida cotidiana del ejército, que sigue siendo uno de los modos de organización
más característicos de la modernidad. O la vida de los partidos políticos, no
tan diferente como se podría pensar de la vida militar (de hecho, los miembros
se consideran militantes) o el trabajo de activismo social en organizaciones de
barrio y rurales, donde el ejercicio de habilidades antropológicas es
absolutamente necesario. Probablemente esta experiencia de la experiencia en
territorios extraños ha sido la más importante fuente de inspiración para mi
trabajo, mucho mayor que mi biblioteca o las conferencias y charlas,
generalmente lejanas en distancias galácticas de la vida cotidiana.
Si no
hay suficientes antropólogas (lo digo en femenino porque el caso de Remedios
Zafra me parece uno de los casos notorios de excepción) es porque hemos perdido
el sentido de la distancia, de la necesidad de la mirada-otra para vernos, como
el niño que le pregunta a su madre continuamente qué hicimos ayer. Las
humanidades necesitan alejarse un poco de la sociología y volver a demandar
antropología y etnografía. Pero lo necesita aún más la vida cotidiana. Sin
ello, estaremos al albur de las series de televisión, única fuente de antropología
popular en el mundo contemporáneo.
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