domingo, 13 de septiembre de 2009

El grito de Antígona


La inquietante imagen de Louise Bourgeois y el no menos inquietante libro de Stefan Hertmans, El silencio de la tragedia (Pretextos) me lleva corriendo al texto de Sófocles. Efectivamente: Antígona es una obra sobre el grito. Los momentos centrales de la obra están presididos por un grito.
El primero, el que arma la tragedia, ocurre cuando Antígona, que ha tapado con arena el cadáver de Polinices, sabiendo que ello la llevará a la muerte, vuelve y encuentra de nuevo el cuerpo de su hermano expuesto a los carroñeros.
Sabemos de su grito por los guardias que la esperaban. Su grito la denuncia. Habla el soldado ante Creontes:
"Entonces, repentinamente, un torbellino de aire levantó del suelo un huracán -calamidad celeste- que llenó la meseta, destrozando todo el follaje de los árboles del llano, y el vasto cielo se cubrió. Con los ojos cerrados sufríamos el azote divino. Cuando cesó, un largo rato después, se pudo ver a la muchacha. Lanzaba gritos penetrantes como un pájaro desconsolado cuando distingue el lecho vacío del nido huérfano de sus crías"

Como un pájaro desconsolado. No es un simple grito animal. Es el grito de un pájaro, el grito menos inteligible que quepa pensar. Un grito telúrico que nace de la misma fuente que el huracán que lo ha precedido.

El segundo grito lo anuncia Tiresias el ciego vidente que tanta importancia tiene en las tragedias alrededor de la desgraciada familia de Edipo:

"Cuando estaba sentado en el antiguo asiento destinado a los augures, donde se me ofrece el lugar de reunión de toda clase de pájaros, escuché un sonido indescifrable de aves que piaban con una excitación ininteligible y de mal agüero. Me di cuenta de que unas a otras se estaban despedazando sangrientamente con sus garras"

Sonido indescifrable de aves: el augurio no es una frase críptica sino un grito indescifrable de aves.

El tercer grito lo profiere Hemón, el hijo de Creontes, que amaba a Antígona y esperaba ser su esposo. Creontes se ha arrepentido y acude al túmulo donde ha enterrado viva a Antígona. Pero es tarde, Antígona se ha colgado con los hilos de su velo. Hemón ha llegado antes y se abraza a su cintura

"Alguien oye desde lejos un sonido de agudos plañidos en torno al tálamo privado de ritos funerarios, y acercándose, lo hace notar al rey Creonte. Éste, al aproximarse más aún, escucha también confusos gemidos de un funesto clamor"

Confusos gemidos de un funesto clamor.

Antígona, la doncella que destruyó un estado. Su grito viene de más allá de los límites del lenguaje. Sólo puede ser ornitomorfo, un grito de animalidad.
Cuando estudiaba filosofía, un piadoso profesor de ética usó Antígona como ejemplo de la confrontación entre ética (él pensaba en religión) contra política. Bautizó así la interpretación hegeliana de la confrontación del derecho del estado contra el derecho de la familia.
Pero ambos, Hegel y mi profesor agustino erraban. Como si religión y estado no fueran ya ambos hijos de la palabra y la imagen, artefactos culturales que están en un mismo plano.

El grito de Antígona, no. Viene de allende lo representable; viene de la raíces del cuerpo dolido y sólo puede ser proferido pero no interpretado. Se niega a ser comprendido. De ahí su fuerza irresistible.

Estoy preparando el curso de máster, sobre representación, y había pensado centrarlo como otros años en la confrontación entre pensamiento discursivo e imágenes, iconoclasia cultural y nuevas visualidades. Pero he oído el grito de Antígona y me quedo aturdido ante los límites de la representación: el grito contra la palabra.
En el principio no fue el verbo, fue el grito. El de Antígona.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

El sueño de una noche de verano


Ahora que el otoño ya no parece tan lejano en medio de los calores madrileños, releo El sueño de una noche de verano de Shakespeare como lo que es: uno de los más profundos tratados que se hayan escrito jamás sobre la opacidad de nuestra mente en la que el mundo nos sumerge.

La comedia discurre en un torbellino de meta-representaciones en donde nadie sabe qué es lo que pasa, qué es teatro, cuál el mundo real o cuál el mundo de la imaginación (o el tiempo de las hadas, donde discurre la metáfora shakespeariana).
Lisandro y Demetrio, dos amigos, perderán su amistad compitiendo por un amor que en realidad es una ilusión producida por el engañoso Puck, trasunto del azar. Hermia pasará por varón para comprobar que su amado Lisandro ama (engañadamente) a Helena. Los propios habitantes del reino de las hadas, Oberon y Titania, necesitan de la ilusión para volver a enamorarse ( o "to remarry", en el inglés de Stanley Cavell, el filósofo que encontró en el cine de los cincuenta la clave metafísica del siglo):

HIPÓLITA: La historia de estos amantes, Teseo, es asombrosa
TESEO: Más asombrosa que cierta. Yo nunca he creído
en historias de hadas ni en cuentos quiméricos.
Amantes y locos tienen mente tan febril
y fantasía tan creadora que conciben
mucho más de lo que entiende la razón.
El lunático, el amante y el poeta
están hechos por entero de imaginación.
El loco ve más diablos de los que llenan
el infierno. El amante, igual de alienado,
ve la belleza de Helena en la cara de una zíngara.
El ojo del poeta, en divino frenesí,
mira del cielo a la tierra, de la tierra al cielo
y, mientras su imaginación va dando al cuerpo
a objetos desconocidos, su pluma
los convierte en formas y da a la nada impalpable
un nombre y un espacio de existencia.

El loco, el amante, el poeta: añadiría más Shakespeare, pero no hubiese sido entendido por la audiencia, que aún no había leído a Montaigne, a Descartes, a Wittgenstein. Habría añadido, si por él fuera, cualquiera de las figuras en las que habitamos: las diversas dimensiones de la vida, en las que estamos o creemos estar, los adjetivos que creemos merecer o los sustantivos que creemos ser.
Entre el reino de lo real y el reino de la imaginación: entre el azar y la necesidad, creemos amar y nos confundimos de persona; creemos conocer y nos confundimos de objeto; creemos ser amigos de y competimos por la vida...




¿Qué miran?, ¿qué temen estos amantes?
Como ellos, para todos, el destino es una suerte de niebla en la que no están claras las creencias ni los deseos, como si necesitásemos de un Puck, el genio amable, para aclarar los sentimientos y las dudas.
A Midsummer Night's Dream es la comedia de la existencia.
Carlos y yo hablamos estos días de las dos actitudes modernas: la tragedia, con la que los cartesianos se enfrentan a la vida, que acaba en desgracia por creer que nos debemos lo absoluto, y la comedia, en la que lo único importante es que el enredo continúe y nos hayamos hecho un poco más sabios.
Todo está en Shakespeare. Casi todo: lo que falta está en Calderón.
Como Gary Grant, esta mañana después de una noche de verano y antes del otoño también me gustaría ser yo mismo.






sábado, 5 de septiembre de 2009

El mapa de los silencios

La película de Isabel Coixet, Mapa de los sonidos de Tokyo me ha dejado meditando sobre las máscaras de silencio.


Antes de nada: la película, como las otras de Coixet, es apreciable por muchas razones. La primera es por no caer en el tedioso costumbrismo telecinco que desde hace décadas invade al cine español (siempre imitando a la insufrible comedieta francesa) y lo convierte en retrato de la cultura paleta que nos ahoga. Coixet aborda cuestiones de vida y muerte, mira a las penumbras del alma y se pregunta por los significados de la existencia. La segunda razón es porque Coixet practica, para decirlo en términos de Pasolini, el cine de poesía contra el cine de prosa. Usa la cámara para que las imágenes se filtren hasta los estratos profundos de la emoción y hagan preguntas inquietantes. Coixet es lo único que podemos ofrecer frente a la renovación del cine que viene del Este: Japón, China, Corea, Taiwan, Irán.
La película es recomendable. Es una historia de amor trágico, una historia de silencios y ruidos. Debe mucho a El útimo tango en París, a Lost in translation (Isabel Coixet y Sofia Coppola están muy cercanas) y al cine oriental. Pero lo que me sugiere es una pregunta por la importancia de los silencios en nuestras relaciones.


Entre la gente que conozco hay personas que ocultan su persona tras una catarata de palabras: te encuentras con ellas y no paran de hablar. No paran de hablar de sí o de otros. Sólo al final te preguntan "y tú, ¿qué tal?", con el explícito deseo de que no respondas. La palabra se vuelve aquí máscara de protección para no tener que exponer y exponerse realmente.
Y están las personas para las que el silencio es una forma de conversación. Te encuentras con ellas y te das cuenta de que su rostro silencioso es menos una máscara que una pregunta, una invitación a aproximarte al misterio de su vida. El silencio está ahí como los puntos suspensivos de una relación.
Me niego a elegir entre la palabra y el silencio. Pero tengo nostalgia de los mapas del silencio: los silencios que invitan, los silencios que preguntan, los silencios que acompañan, los silencios espejo, los silencios ventana, los silencios puerta.
En los siete grados de relación, el mapa de los silencios representa el territorio de la intimidad. La seducción es el reino de la palabra y el gesto. La intimidad, el del silencio.
Los vagones del metro son lugares en los que me pregunto por los silencio de los rostros. Allí dejamos nuestro cuerpo en silencio; y de pronto las caras alzan el plano de la existencia humana, del mismo modo que los lugares ruidosos, las cafeterías, se convierten en el baile de máscaras en la azotea del edificio social.

martes, 1 de septiembre de 2009

La vida en rosa

Mi ciudad de origen tiene una emisora de oldies; pertenece a la COPE, cómo no. De vez en cuando la conecto porque en el coche acompañan mucho las melodías que uno tararea sin esfuerzo. Pero el otro día ocurrió el milagro: en dos sucesivas entregas llegaron estas excelsas obras de la poesía de todos los tiempos.

Raphael cantaba:

Más dicha que dolor hay en el mundo
más flores en la tierra que rocas en el mar
hay mucho más azul que nubes negras,
y es mucha más la luz que la oscuridad.

Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.

Son muchos, muchos más los que perdonan
que aquellos que pretenden a todo condenar.
La gente quiere paz y se enamora
y adora lo que es bello nada más.

Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.

Hay mucho, mucho más amor que odio.
Más besos y caricias que mala voluntad.
Los hombres tienen fe en la otra vida
y luchan por el bien, no por el mal.

Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.

Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.

Y entonces Julio Iglesias:

Unos que nacen, otros morirán;
unos que ríen, otros llorarán.
Aguas sin cauce, ríos sin mar,
penas y glorias, guerras y paz.

Siempre hay
por qué vivir,
por qué luchar.
Siempre hay
por quién sufrir
y a quien amar.
Al final
las obras quedan, las gentes se van.
Otros que vienen las continuarán...
¡La vida sigue igual!

Pocos amigos que son de verdad;
cuántos te alagan si triunfando estás;
y si fracasas, bien comprenderás:
los buenos quedan, los demás se van.

Siempre hay
por qué vivir,
por qué luchar.
Siempre hay
por quién sufrir
y a quien amar.
Al final
las obras quedan, las gentes se van.
Otros que vienen las continuarán...
¡La vida sigue igual!

No podía respirar de emoción: los pesimistas siempre habíamos estado en un error, bien lo sabían ambos. El Eclesiastés tenía razón: nada hay nuevo bajo el sol, siempre habrá más gente buena que mala,...

El resto del trayecto y la mañana dedicada a trámites y compras se me fue ensimismada en preguntas que me suscitaban estas obras cumbres de la metafísica. Yo , que de adolescente había despreciado estos textos como si fueran basura televisiva, resulta que no había reparado en su profundo mensaje.

Comencé a preguntarme por qué estos textos se pegan al cerebro como chicles al zapato. Seguramente la tonadilla tiene su parte, pero,...,y eso empezó a aterrorizarme, quizá hay una oculta veta en nuestro cerebro que desea creer: desea creer esas cosas.

El conservadurismo no es defender a los ricos: eso lo hacen todos, incluidos los gobiernos de izquierdas. El conservadurismo es tener estas letras como textos de ontología primera.


domingo, 30 de agosto de 2009

Fingir ser uno mismo

En "Animal Crakers" (El conflicto de los Marx) dice Groucho a Chico, que representa el papel de Enmanuel Ravelli: "Usted me recuerda a Enmanuel Ravelli", "¡pero es que yo soy Enmanuel Ravelli!" -responde Chico- , "bueno, entonces no es extraño que se parezca a él". Gary Grant (Archibald Leach) dijo una vez en una entrevista: "todo el mundo quiere ser Gary Grant, incluso yo querría ser Gary Grant".
Tomo estas anécdotas del divertido libro de Wendy Doniger, The Woman Who Pretended to be Who She was: Myths of the Self-imitation", Oxford University Press, 2005 (La mujer que fingió ser quien era: mitos de la autoimitación). Trata del tópico de "pasar por uno mismo" en la literatura y el cine: la autocita es un chiste divertido en cine y en publicidad, en la literatura fue un tema unido a conflictos de pareja: juegos de adulterio con la propia esposa, etc. Un tema de muy larga tradición en la literatura, y muy socorrido en el teatro moderno (Shakespeare, Un cuento de invierno, donde una estatua finge ser la misma esposa del celoso rey; Las bizarrías de Belisa, de Lope; en fin, el tema da para una interesante lista de referencias: si alguien recuerda alguna, y la comparte, gracias).
Lo que me interesa de este tema no es tanto el ocasional uso como argumento ingenioso sino todo lo contrario: lo central que es en la configuración de nuestra personalidad. En la entrada anterior hablaba de los estados de ignorancia acerca de las propias cualidades y estados, pero ahora querría equilibrar la balanza con lo opuesto: cuántas veces nos esforzamos por parecernos a nosotros mismos.
"Hacerse un personaje" es una de las trayectorias vitales que uno aprende en la adolescencia y que termina siendo uno de los hábitos más o menos conscientes: amoldar la propia conducta al retrato interno que uno se hace de sí, como si el verdadero yo fuese esa figura escondida que uno cree ser y que interpreta con el esfuerzo de un actor entregado.
Ser lo que uno cree que es. Una paradoja de la identidad que constituye uno de los rasgos sorprendentes de la subjetividad.
Ocurre en la vida como en el cine, que a veces se sobreactúa. Es divertido ver a algunas personas esforzándose en imitarse a sí mismas, como si de esta manera diesen más realismo a su papel; cuando lo que consiguen, y ahí está la gracia, es mostrar una caricatura de sí mismos y dejar ver las entretelas de su imaginario.
En ámbitos de la vida en los que la "actuación", en el sentido agonístico y teatral, es la norma, por ejemplo en círculos de actores o académicos, en contextos de seducción, etc, es decir, en situaciones donde la apariencia es lo que cuenta, la imitación de sí es la manera de presentarse en sociedad. Curioso.
Algunos aún creen en la autenticidad de las personas: que tengan buena actuación, "¡mucha mierda!", como se dice en teatro.

miércoles, 26 de agosto de 2009

La virtud de la ignorancia

Al comienzo de El nacimiento de la tragedia se pregunta Nietzsche si acaso los griegos fueron pesimistas cuando eran fuertes y creativos y comenzaron a ser optimistas cuando entraron en una etapa de decadencia civilizatoria. Señala nuestro querido pesimista que hay una forma de pesimismo que denota sobreabundancia vital, y gusto por la represntación del mal, y una forma débil de optimismo que nace de la incapacidad para aceptar la situación presente. Hay una frase en la novela Nieve de Pamuk que me hizo recordar a Nietzsche: "cuando uno es feliz, no sabe que es feliz". Hay ciertos estados que parecen exigir la ignorancia. La felicidad es uno de ellos: no hay síntoma más claro de autoengaño que frases como "¡qué bien lo estamos pasando!, que uno suele oir en situaciones en las que se observa un denodado e impotente esfuerzo por ser feliz. "Me preguntaba qué sería ser feliz, y no me daba cuenta que la felicidad era precisamente lo que me estaba ocurriendo entonces". La memoria nos informa detalladamente mediante la nostalgia de estados de felicidad en los que no reparábamos. La ignorancia protegía nuestra felicidad.
Otros estados que exigen ignorancia:
Cuando uno hace el bien no sabe que hace el bien: el hipócrita es aquél que se esfuerza en presentar sus acciones como virtuosas, cuando no son otra cosa que medios para ser admirado, reconocido, etc. Meras ilusiones de moralidad. No hay sociedades más hipócritas que las puritanas, siempre empeñadas en aparecer como virtuosas.
Cuando uno ama no sabe que está amando: el amor, paradójicamente, sólo existe como inconsciencia. Algo muy parecido a la felicidad: no hay frase más peligrosa que "te amo".
Y sin embargo los daños, dolores, equivocaciones y desengaños son los territorios del conocimiento explícito: el dolor es, a diferencia de la felicidad, la conciencia del dolor, lo mismo ocurre con la mayoría de los estados negativos.
Me pregunto si no consistía en este valor de la ignorancia la sabiduría de los griegos cuando cultivaron la tragedia como forma de religión civil: su voluntad de saber como voluntad de un pueblo feliz que se pregunta por sus zonas erróneas.

miércoles, 5 de agosto de 2009

El descanso del pacífico

Este mes de agosto el blog cerrará por vacaciones: a todos l@s lector@s, para mí íntimos amigos, os deseo que disfrutéis del amor y del descanso, si podéis, de la vida si no y que seáis todo lo felices que pueden permitirnos tres semanas.

lunes, 3 de agosto de 2009

El sueño del escorpión

Varones conversando, ¿de qué hablan?, ¿cuáles son sus sueños, sus proyectos de vida, ...? Oficiales de Auschwitz en plática plácida:


Klaus Theweleit se planteó esta pregunta muchas veces. Hijo de un padre fascista que le golpeaba "lo habitual" y acabó alcohólico al compás de la caída de sus dioses, se planteó muchas veces esta pregunta. Dedicó largos años a responderla y comenzó a examinar con un cuidado asombroso los orígenes del fascismo en los momentos en que comenzó a configurarse en Alemania: los Freikorps que constituyeron una especie de escuadrones de la muerte que acabaron con la revolución proletaria alemana en los años veinte.
Klaus Theweleit se hizo la misma pregunta que tantos otros: E. From, Hanna Arendt,..., y nosotros mismos: ¿dónde y cómo se forma el autoritarismo?
Escribió dos libros en alemán en 1977 que fueron traducidos al inglés en 1985: Male fantasies:
Fantasias masculinas: Mujeres, mareas, cuerpos, historia (I); Fantasías masculinas: psicoanálisis del terror blanco (II). Es una increíble recolección de diarios, citas, postales, textos e imágenes de la iconografía y el imaginario de aquellos cientos de miles que formaron poco más tarde la columna vertebral del nazismo: las SA y SS.
Theweleit rechaza las interpretaciones habituales marxistas, (meros instrumentos de la clase dominante), psicoanalíticas (homosexualidad reprimida) etc. Cree que sus textos e imágenes relatan lo que realmente querían ser: diques contra las mareas rojas. Sus misoginias, sus ideales,... Estremece leer estos dos largos y necesarios libros que esperemos que algún día sean traducidos. Antes de que muera su autor.
Quien por suerte sí ha sido traducido es quien más lo ha dado a conocer: Jonathan Littell, un americano que vive en Barcelona y escribe en francés y ha publicado una especie de continuación del libro de Theweleit dedicado a la imaginería del fascista belga que se convirtió en oficial de las SS León Degrelle y vivió plácidamente su vida en Málaga: Lo seco y lo húmedo
Lo seco es lo varonil, lo firme. Lo húmedo es lo femenino, los rojos, los judíos, los cadáveres descompuestos de los soldados en el barro de Rusia. Lo seco es el dique de la civilización contra la marea bárbara.


El libro está en RBA, muy accesible y fascinante. Littell dedicó años a documentarse sobre Degrelle, para escribir una novela: Las benévolas, que ganó el Goncourt del 2006. Es la historia de un nazi en primera persona.




Es la respuesta a la pregunta de tantos y tantas: cómo nace un nazi. El personaje comienza como un colaborador que se doctora en derecho y se convierte en parte del genocidio. El libro no es fácil de ser leído. Quienes conocen la literatura desde las víctimas: Primo Levi, etc. conocen una parte, la que les tocó vivir como víctimas. Littell desarrolla sin compasión un relato de lo que ocurría en Ucrania y Rusia en la retaguardia. El relato es el relato del testigo-actor. Nada fácil de leer ni de soportar. Pero absolutamente necesario.
Cuando se habla de estos temas, siempre hay una respuesta generacional de hartazgo, de respuesta con los casos palestinos, etc. Correcto. No me quejo: pero quizá la mente del escorpión sea igual en todos los casos. Judith Butler, en Frames of War, "marcos de guerra" sostiene cómo la violencia ya se ha introducido en todos nuestros discursos y comportamientos. No es tanto que haya un peligro de vuelta del nazismo, sino una realidad de que aquél imaginario nunca se fue.
¿Cómo un doctor en derecho se convierte en oficial de la seguridad de las SS encargado de la limpieza? No hay ni un segundo de autoengaño en la autobiografía. No hay máscaras de otra cosa que actúe por detrás. Es lo que realmente preocupa y asusta: la permanencia y claridad del autoritarismo.
Imprescindibles.

miércoles, 29 de julio de 2009

Lo que nos hace humanos

HAR1, FOXP2, AMY1, ASPM, LCT,HAR2. Estas extrañas siglas parecen ser las responsables de la diferencia genética que tenemos con Pan troglodites, los chimpancés, los seres vivos vivos con mayor proximidad evolutiva a Homo sapiens sapiens. Esto es lo que sostiene la investigadora californiana Kahterine S. Pollard en Investigación y ciencia (julio, en la versión española)


Unas pocas, muy pocas, zonas del genoma que codificarían el desarrollo de la corteza cerebral (HAR1), la formación de sonidos vocálicos y consonánticos (FXP2), la digestión del almidón (AMY1), el tamaño del cerebro (ASPM), la digestión de la lactosa (LCT) y el desarrollo de la muñeca y el pulgar (HAR2). Es fascinante que se esté llegando a estos niveles de precisión en el mapa genético.
¿Es ésto lo que nos hace humanos? He buscado imágenes para ilustrar la entrada y me asombra la falta de creatividad y originalidad cuando se tocan estos temas. Muy interesante. La falta de imágenes hace sospechar que siguen siendo temas sometidos a formas indirectas de discurso: ironía, tensión ideológica, etc. Lo que indica que nos movemos en aguas pantanosas.
No tengo ninguna duda de que esos genes están involucrados de manera determinante en la evolución biológica. Salvo que nuestra especie es una especie cultural (lo mismo que los chimpancés, pero nuestras diferencias biológicas permiten unas formas de cultura particularmente distintas, donde la convención, la norma y el diseño son la regla).
Ahora bien, el artículo me ha llevado a releer Precarious Life, uno de los últimos libros de la feminista Judith Butler, quien ha ido derivando desde temas centrados principalmente en el debate feminista hacia temas de antropología y especialmente hacia una filosofía anti-violencia radical.
Su tesis merece ser pensada con silencio y tranquilidad: lo que nos hace humanos, sostiene, es el duelo. Los humanos nos dolemos de las pérdidas. Podemos pensar, hablar, crear, guerrear, ..., pero al final nos dolemos intensamente de las pérdidas. El duelo, más que el pensamiento, nos hace conocer la vulnerabilidad de nuestros cuerpos y la dependencia de otros que tienen nuestras vidas. Se puede reaccionar ante la vulnerabilidad con violencia (es lo que ella señala respecto al giro violento de la política de su país después del 11S), pero no se puede dejar a un lado el descubrimiento de que todos, incluso las grandes potencias, son/somos vulnerables y perdemos a los nuestros, y dependemos de ellos.
Al representar a los humanos, sostiene Butler, siempre se seleccionan rasgos prototípicos, rasgos "normalizados" por la convención, por el poder, que establecen lo que nos hace humanos, y que hacen que muchos que no los tienen no lleguen a ser reconocidos como humanos (obsérvense en las representaciones de la evolución las no-representaciones. Es un ejercicio necesario de distancia). Por eso no tiene demasiado interés insistir en la parte teórica y representacional de lo que nos hace humanos: sólo sentirlo. No es lo conceptual, sino lo emocional lo que nos hace humanos. Sentir duelo por los perdidos, por quienes ya no formarán parte de nosotros y sentir que esa misma falta nos transformará irreversiblemente en otra persona distinta a la que fuimos.
Lo que nos hace humanos, pues, además de unos cuantos genes, son nuestras pérdidas y cómo nuestras emociones nos hablan de ellas. El estado de duelo es el estado humano. La violencia, la venganza, uno de sus productos. Freud señaló en El trabajo del duelo otras formas más de salida: la sustitución del objeto de la pérdida, la transformación creativa en otra persona con otras dependencias. Aspirar a la independencia y a la autonomía sin restricciones, sostiene Butler, puede esconder una forma de violencia. Sabernos dependientes puede reconciliarnos con lo que nos hace humanos.
Otro día hablaré del deseo.

sábado, 25 de julio de 2009

Lo visible y lo invisible


"¿ Qué es lo que tenían en común autores que han determinado nuestra visión estética como Platón, Aristóteles, Kant, Schelling, Hegel, Schopenhauer e incluso Heidegger?: que apenas sabían nada de pintura". Te sacude un escalofrío al leer este contundente juicio con el comienza Michel Henry su libro Ver lo invisible. Acerca de Kandinsky. Henry es un fenomenólogo ortodoxo, seguidor de Husserl y Merleau Ponty, reivindicador radical de la subjetividad, con una radicalidad que, por ello, no elimina sino que subraya el dominio de la objetividad. Lo subjetivo es lo interior, el ámbito de la vida que se expresa y cumple.
La pintura -- explica Henry a Kandinsky-- es la epifanía de lo invisible: de un contenido interior que se une indisolublemente con la forma, no la forma visible que proviene de objetos, no la abstracción como "abstracción-de" rasgos objetivos sino como producción de un abstraerse del mundo y el objeto, forma necesaria que nace de un interior de la vida en su devenir. Wassili Kandinsky sostiene que la obra de arte es fruto de una suerte de necesidad interior, de un "no puede ser de otra forma". Su revolución sería precisamente la postulación de esta necesidad estética que no nace de la representación sino de la presentación. Toda pintura es pintura de lo invisible, incluso la pintura "realista".



Cuando se contempla una obra maestra no puede uno sustraerse a este sentimiento de necesidad. Hace unos días se rebelaban mis entrañas ante las chocherías de H. Bloom en su best-seller, El canon occidental contra lo que llama la "escuela del resentimiento", o sea, toda la crítica contemporánea que no sea él mismo. Pero tiene cierta razón en el abandono por parte de tanta crítica del contenido normativo que se impone cuando nos encontramos ante las obras de arte. Demasiado Walter Benjamin, demasiado Foucault sin asimilar, demasiado ardor guerrero, demasiado poco amor por la pintura. O simple desconocimiento.
Algunos críticos parecen sexólogos vírgenes. Hay incluso una editorial especializada en lo "post" como estrategia comercial. Me sublevan dos recientes ensayos, uno sobre "afterpop", otro sobre "postpoesía" como horizontes de contemporaneidad, sumisión a un presunto destino de obsolescencia de todo arte, que vendría incluido en el paquete de la era de la reproducción técnica. Vaya. Buena operación comercial.

Mientras escribo esto escucho por RNE2 el Requiem de Britten, la gran obra antiviolencia del siglo más violento de la historia. No puedo evitar un sentimiento de necesidad, de obediencia a la forma. Será que estoy obsoleto.

martes, 21 de julio de 2009

Teoría del túnel

Las lecturas relajadas del verano me regalan la obra crítica de Julio Cortázar, y en particular La teoría del túnel, un conjunto de notas sobre el estilo literario que escribió en 1947, a la vez que redactaba El Bestiario. Me sorprende en medio de una meditación sobre el libro, de la que da constancia la entrada de la semana anterior: ¿es el libro una entidad permanente o, en manos de la evolución de la técnica, será un objeto históricamente pasajero como el arado romano? Cortázar lo plantea en términos estéticos y no tecnológicos. Sostiene que cada generación de escritores se plantea una labor destructiva contra el libro, al que considera un objeto obsoleto y acomodaticio. Sin embargo, sostiene Cortázar, la labor de zapa termina siendo la tarea de un túnel: destruir para construir.
Todos los veranos se me alegra el corazón en el breve contacto con la vanguardia poética. Jóvenes que plantean ya su vocación literaria como una búsqueda de nuevas formas expresivas que destruyan el esteticismo conformista de la generación al mando. Observo con fruición su corrosivo sarcasmo contra los monterosabinasmolinas y demás aristocracias de los salones de la buena conciencia, y las palabras de Cortázar me iluminan sobre la renovación del discurso literario.
El esteticismo es la conformidad a los recursos de estilo que funcionan, la sumisión de una voluntad de ser a una voluntad de ser leído. El esteticismo es una pátina que notamos generacionalmente, cuando los recursos de otro tiempo ya quedan como signos de identidad que no pueden ser sino leídos en su contexto pero no repetidos.
Señala Cortázar varias líneas de tensión que recorren la literatura: la primera, la línea que va desde lo narrativo a lo psicológico. Es el gran descubrimiento de la novela: la conciencia del personaje, el punto de vista. No tiene Don Alonso psicología, sus estados mentales hay que inferirlos de sus bizarras acciones. La novela irá descubriendo la psicología hasta el culmen del XIX y sus asombrosos epígonos, James y Proust. La ruptura contra la psicología al modo decimonónico será la marca de las vanguardias: Joyce, etc. (curioso, Cortázar no cita a Faulkner, que devendría en el gran padre del "boom"). La segunda línea de tensión es la que va desde lo enunciativo a lo poético: el representar las cosas frente a transformarlas, que al fin y al cabo es lo que hace la metáfora poética, cambia nuestro modo de ver. La invasión de lo poético en la novela ha sido progresiva, persistente e irreversible. Por ejemplo: La muerte de Virgilio, de Broch, un hermoso poema en prosa donde ya no importa la acción.
Yo quizá habría añadido la tensión entre el realismo (contar cómo son las cosas) e idealismo (contar cómo tendrían que ser), que aparece a veces como exposición de tesis sobre el mundo, pero que de hecho es una tensión que recorre toda la historia de la novela en un vaivén continuo entre las dos tendencias. Cortázar trata la tensión entre las ideas abstractas y las situaciones concretas, pero no es lo mismo. La novela bizantina es la peripecia de una pareja que obtendrá lo que su pureza de espíritu merece. La novela moderna será la de seres fracasados que acabarán en el basurero de la historia sin importar sus impulsos de ser, en una sociedad que todo lo corrompe.
La tensión esencial es, al final, sostiene Cortázar, entre la pureza del lenguaje literario y el ornamento del estilo. La opción propia, lo que constituyó su voluntad literaria, que se desenvolvería en su inolvidable obra, fue un compromiso con una forma de humanismo mágico y heroico.
En cualquier caso, lo que queda sigue siendo el libro: un fragmento de discurso que ha quedado congelado en la escritura; una parte de la conversación de la humanidad que se preserva en un círculo de memoria que permite la inscripción del discurso en un medio material: en el barro, en pergamino, en papel, en dígitos,..., poco importa el formato.
El libro es el modo en el que podemos asimilar la memoria de lo dicho. Un objeto perfecto: más grande, sería el objeto imaginario imposible que soñó la Ilustración como su contribución a la historia, La Enciclopedia; más pequeño, sería como la hoja del ciego que canta por los pueblos, hoja que lleva el viento de la historia y que no será preservado si no es como memoria oral, copla, cuento, chiste o canto que se transforma de boca en boca.
Jóvenes poetas, viejos topos que construyen las nuevas formas de libro. Los filósofos musulmanes de Andalucía crearon la teoría de los dos libros: el libro divino, en el que está escrito nuestro mundo simbólico, y el libro de la naturaleza, donde está escrito nuestro destino.





Ahí seguimos. Mirando por el agujero del túnel de las palabras, como Julio.

jueves, 16 de julio de 2009

Leer y escribir

Circunstancias desparejas me han llevado a sendas amables y agradables controversias sobre el futuro del libro en la era digital con mi amigo Antonio León y con Nicole Etxevers (entusiasta de las nuevas tecnologías, que se encarga en la editorial Herder del futuro libro digital y es gestora del Observatorio para la Cibersociedad). En ambos casos me observo a mí mismo defendiendo el libro con una pasión que me sorprende, dado que tantas veces me han calificado de tecno-romántico. Pero sí, discuto sobre el e-book, el libro electrónico y, aunque estoy convencido de que tendrá un éxito enorme cuando se den dos condiciones:
1. Que mejoren los aparatos de lectura y se vuelvan más acogedores (no sé cuál será su tamaño y peso, la evolución dirá)
2. Cuando los libros sean fácilmente accesibles: en librerías on-line, o no on-line (sospecho que una sección futura de las librerías será la de los libros electrónicos, que serán descargados desde un mostrador)

tengo la convicción de que el libro es un artefacto insustituible. Mi argumento es que el libro es un objeto casi perfecto, como el botijo: han sido siglos de coevolución entre editores y lectores los que han ido dando a los libros el tamaño, la textura, el peso y el olor que hacen de él un objeto tan deseable.


Como Borges, las bibliotecas son para mí lugares sagrados: cuando entro en una biblioteca dejo al lado las preocupaciones que tuviera a la entrada. La exploro, la curioseo, la disfruto. No me importa lo grande o especializada que sea. Una biblioteca es el lugar donde se crean los universos paralelos, es un jardín de encantos y un desafío a tu tiempo inteligente.
Soy un usuario habitual del libro y del artículo electrónicos; en este mismo ordenador en el que escribo, almaceno varios miles de artículos y varios cientos de libros, y los leo, con menos pasión que los libros-papel, pero con la misma curiosidad. Pero mi lectura es otra cosa, lo mismo que mi explorar en la biblioteca electrónica de mi universidad es distinto a los viajes que realizo a la física, lo mismo que el almacén virtual es distinto a la(s) biblioteca(s) que llenan los lugares donde habito y trabajo.
Mi argumento, mi crítica, es que el libro no está obsoleto, el libro electrónico no produce la obsolescencia del libro de papel, lo mismo que el metal no sustituyó al barro, sino que lo envió a otro ámbito de la cultura, como tampoco el automóvil hizo desaparecer al caballo (si alguien quiere apostar algo sobre cuándo ha sido la época en la que más caballos han existido, puede hacerlo conmigo)
Ya me ha ocurrido con la escritura y no creo que vaya a ser distinto. Cuando escribí mi tesis doctoral no había aún ordenadores de sobremesa fácilmente accesibles ni los que había tenían procesadores de texto tan eficientes como los actuales. Escribí mi tesis a mano, después la pasé a máquina. Más tarde comencé la larga historia de mis ordenadores personales (me acuerdo de todos ellos, debería haberles dado nombre, tanta fue su compañía). Hoy sigo escribiendo a mano todo lo que me importa, y sobre todo aquello que me resulta particularmente difícil de pensar o de expresar.
Colecciono todo tipo de artilugios de escritura manual (uno de mis pecados consumistas que dudo que pueda evitar ya en esta vida), cada día me gusta más la caligrafía y siempre me fijo en la letra de la gente porque en ella escriben su forma muy particular de ser y de relacionarse con el lenguaje. Mi ordenador no ha sustituido a la pluma: se han repartido el espacio de mi escritorio. En paz. Cuando escribo a ordenador y cuando escribo a mano pienso de forma diferente.
Sospecho, ese es mi argumento, que lo mismo ocurrirá con el libro electrónico. El tanto por ciento de la humanidad que leemos y escribimos repartiremos el tiempo y el espacio. Ya sé que la respuesta es que esto es generacional, que somos la última generación que aprendió caligrafía. Lo dudo mucho.
Los amantes del disco de vinilo seguro que me entienden.