lunes, 16 de junio de 2008

Todas las mañanas del mundo

Uno de los géneros más fatigados por el costumbrismo español contemporáneo el de la mofa y escarnio del viejo progre ya canoso, opulento de carnes, pelmazo en sus consignas, asentado en sus poderes, gozoso en sus pequeños o grandes privilegios alcanzados por su cara bonita. No hay mucho que añadir al respecto: es la nueva figura de nuestro familiar hidalgo enfangado en una historia sin futuro. No voy a quejarme de la injusticia de este o aquél estereotipo, tan sobrado de ejemplos por lo demás. Me asusta más la filosofía de la historia que subyace a esta forma tan cazurra y perenne de reflexión sobre nuestra identidad generacional. La comparo con el amplio debate que ha suscitado en la prensa europea (París, Ginebra, es la que consulté en su momento) el aniversario de las revueltas de mayo del 68. Un debate sobre pros y contras, matizado, lleno de aristas y tensiones. La prensa del pais, (éste), en general, ha subrayado sólo los aspectos anecdóticos que merecieron las portadas de los periódicos. Y más costumbrismo cazurro.
Esta reflexión me la ha suscitado la lectura de unas páginas del penúltimo curso que dio Foucault en el Collège de France, (1982-83), (por lo demás, el último tomo publicado de aquellos cursos: Le gouvernement de soi et des autres, Gallimard, 2008). Observa MF cómo Kant hace una inquietante reflexión sobre el significado de la revolución francesa en su disertación sobre el conflicto con la facultad de derecho, en El conflicto de las Facultades. Nota MF que a Kant no le importaba tanto el fracaso o éxito de la revolución, no le importaban tampoco los hechos grandiosos, ni siquiera los desastres, el terror revolucionario, todo lo que en 1794 ya se sabía sobre la revolución francesa. Lo que a Kant le impresionó eran las pequeñas cosas de la historia: el entusiasmo que unos pocos días, unas pocas mañanas, mostró el pueblo de París, que por unos momentos creyó que era posible darse a sí mismo una ley. Y se me ocurre que Kant tiene razón en que lo importante no son ni los triunfos ni los fracasos, ni los héroes ni los villanos, ni siquiera esas miserias que nos van a acompañar siempre, sino aquellos breves instantes en los que Sísifo se pregunta por lo que es posible imaginar. La lección de Kant se refiere a las revoluciones, pero tiene que ver más allá con la materia de la que estamos hechos: somos un registro de fracasos que una mañana acaso nos atrevimos a imaginar que otro mundo es posible. Cuando uno mira en el espejo ese cuerpo devastado que uno es, ese archivo de caídas, esos mapas de cicatrices del alma que conforman ya nuestro carácter, no es difícil resbalar al estereotipo del hijodalgo en su cueva. Pero no somos eso sólo: también somos todas las mañanas en las que el mundo tuvo colores de novedad. Cuando desaparezcamos, el haber preguntado al destino, si nos atrevimos a hacerlo, habrá dado un sentido a nuestras vidas: haber añadido al universo una pregunta más, una estrella en la constelación de posibilidades que sólo existen porque nosotros fuimos.

2 comentarios:

  1. ¡Qué gustito da levantarte del revés, encontrarte con el blog de un profe de tus mejores tiempos y que te anime el día su último comentario!
    Con tu permiso, quisiera poner un link desde mi humilde blog al tuyo.
    Un abrazo

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  2. Gracias, Estichu: estudiantes como tú le hacen a uno mejor persona.

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