domingo, 29 de marzo de 2009

El cálamo de las gamonitas

Las gamonitas han comenzado a florecer en Monfragüe. Nacen entre la jara y su tallo se eleva para desenvolver unas flores arracimadas, blanquísimas, perfectas en sus perfiles.

La caña de la gamonita se empleó en el Renacimiento y Barroco español para un sorprendente oficio: seca ya, se le sacaba punta y se usaba como grafio o buril para el esgrafiado en los paneles pintados al temple de los cuadros y retablos. Con el cálamo de la gamonita se dibujaron los ornamentos de los trajes que vestían los santos de las tablas renacentistas. El cálamo tenía la fragilidad precisa para romperse en el punto en que pudiera afectar al pan de oro al que cubría el temple (una mezcla de yema de huevo como emulsionante y de pigmento puro; una pintura de secado rápido que antecedió al óleo hasta el Renacimiento). El cálamo incidía sin hacer daño. En el momento preciso se rompía.

Aprendí esto y una infinidad de cosas con un anónimo explicante que me enseñó a ver el retablo de Arroyo de la Luz. Un increíble documento de simbología religiosa en los primeros momentos de la contrreforma.



Había ido por recomendación de Raquel Rodríguez y su compañero a ver los cuadros de Luis de Morales en el retablo, una luminosa colección de aquél sutil, místico manierista que en ciertos aspectos estiliza a Rafael, pero en otros muchos deberíamos considerar el primer prerrafaelita.


El caso es que aprendí casi todo de Morales, el manierismo y la técnica de retablos de mi increíblemente bien informado cooperante que explicaba el templo y con quien he contraído una deuda que espero que la suerte me permita pagar.
La metáfora del cálamo de la gamonita me estuvo rondando todo el día. Por la tarde, paseando por el sacro lugar de los Berruecos de Malpartida de Cáceres, una acumulación de eflorescencias graníticas, batolitos, en los que Vostell encontró el mejor contraste para sus reflexiones sobre la sociedad industrial, un espacio en el que el mensaje de Fluxus adquiere completo sentido. Picad un momento en esta foto para sentir por un instante el milagro que sólo el arte consigue:

Es la más perfecta fusión de arte y naturaleza que jamás haya visto. El aprovechamiento y la transfomación de un paisaje que por la forma de la mirada se hace doblemente sublime. El museo Vostell es, y he visto innumerables, el primero en mi corazón:


Tuve ocasión de conocer a su viuda. Le pregunté inmediatamente lo que llevaba preguntándome desde hace años: ¿cómo rayos pudo conseguir Vostell un cazabombardero para convertirlo en un nido de cigüeñas? La historia no tiene desperdicio: fue poco antes de la caída del muro. Los rusos mandaron al desgüace su parafernalia militar y empezaron a vender a trozos, literalmente a trozos, su arsenal. Baratísimo: Vostell quería traerse a Cáceres media guerra fría.

Al rato tuve que escuchar una conferencia de un tal sobre el arte contemporáneo. Mis ojos estaban llenos de Morales, pero aquello se convirtió en un confuso álbum de diapositivas y comentarios que reiteraban el cansino recitativo de los dandis: "dios ha muerto, el arte ha muerto y yo mismo estoy que me duermo". Empleaba como explicación el concepto de "narcolepsia". A mi alrededor los oyentes se despertaban, reían las gracias de doce o trece comentarios de sus ciento veinte diapositivas y volvían al sopor. Justicia poética. Me preguntaba por qué los estetas no nos explican, no ayudan a encontrar sentido a un trabajo que sólo a veces es banal, y casi siempre penetrante. Comparaba a mi anónimo maestro del retablo y a este famoso intelectual que deslumbraba sin alumbrar. Ya me daba igual: en mis ojos se habían metido las flores de las arvejas (el guisante silvestre), la candela (se denomina así en ciertos sitios a la flor de la encina), el espino albar y el cantueso o tomillo de corpus, nuestra humilde lavanda, y lo demás era contingente. Gracias a la fotografía conservaré algunas imágenes del paseo por Monfragüe:








Me pregunto por qué quienes tenemos la palabra en la escritura no volvemos al cálamo de la gamonita: desvelar lo que está debajo sin romperlo, por qué no volvemos a la obra bien hecha y a emplear el tiempo en darle sentido a las cosas. Hay demasiados comisarios en el arte contemporáneo y demasiados pocos "curatores", cuidadores. Volverá a florecer la gamonita.

jueves, 26 de marzo de 2009

¿Educación o cultura?

El Ateneo de Cáceres (una increíblemente activa, dinámica y envidiable institución, que, como casi todo, funciona sólo por y con el entusiasmo de la buena gente) organiza estos días un curso/congreso con el intrigante título de "¿Cultura o Educación?". Me he distraído combinando la pareja de términos y construyendo posibles situaciones y sociedades en las que se promocionen las dos, una o ninguna. La concepción romántica de la formación de la persona y del pueblo, la Bildung, consideraba que ambas no pueden ir sino juntas (Me acaba de llegar el último libro de José Luis Molinuevo: Magnífica miseria. Dialéctica del romanticismo. CENDEAC, 2009 en el que elabora el romanticismo siempre presente en nuestra época visual, y fue la primera ojeada el comienzo de esta extraña elucubración). Pues eso: el romanticismo, una forma de ilustración, sostiene que la cultura sólo existe si forma y desarrolla al sujeto, lo educa y lo transforma. Tiene una visión muy normativa de la cultura. Pero hay otras maneras de entender la cultura mucho más etnográficas en las que se trata solamente de prácticas, ritos, artefactos, universos simbólicos, maneras de comer, de matar y de amar, en los que la educación puede estar o no. La educación, por su parte, es un proyecto social de transformación de la mente (y las habilidades. Los intelectualistas (Jose Luis Pardo, Esto no es música) consideran que la educación no debe tener que ver con destrezas y habilidades), en particular de las mentes más plásticas: niños y jóvenes, con el objeto de convertirlos en ciudadanos, pues se considera que un ciudadano debe tener un grado de cultura normalizado para ser considerado como tal. Hay pues, también, posibilidades de educación como normalización sin cultura: adoctrinamiento, adiestramiento, etc. Me gustaría una cultura como cultivo más que como culto, una educación que no fuese e-ducere, llevar a la gente, sino educarnos y enseñarnos unos a otros (hace años que aprendo más de los alumnos que lo que enseño), me gustaría una sociedad, en realidad, sin cultura ni educación en los sentidos oficiales y burocráticos, sin cultos ni maestros. Mientras tanto...

Otra cosa: como todas las primaveras me sorprenden los lirios de Getafe: nacen milagrosamente en un cruce inmenso de carreteras, en un terraplén que nadie cuida ni plantó, nacen a docenas, llenan de violetas la mirada, afirman la vida contra el cemento. Celebran la esperanza. Cuando en la A42 nacen los lirios es que la primavera está cerca (me parece que uno de los evangelios dice algo parecido)


martes, 24 de marzo de 2009

De un niño de provincias que se vino a vivir a un Tintoretto

Lo confieso: había evitado prejuiciosamente toda visita a Venecia. El pastel de Visconti, La muerte en Venecia, había influido mucho en mis prejuicios: ese paseo por la laguna con el Adagio de la quinta de Mahler que arrebataba a Alfonso Guerra hace muchos años, hace muchos años que había obrado en mí de forma maligna. El deseo de no unirme al turismo masivo no era una razón menor. Pero siempre se termina cayendo en todas las tentaciones. Para disculparme a mí mismo me llevé un excelente libro de Vicente Molina Foix, Tintoretto y los escritores, como guía de campo. La verdad que Venecia en sí confirmó muchos prejuicios y disipó muchos otros. No sentí la morbidezza de John Ruskin (es difícil entre un millón de turistas como uno), pero sí la presencia de una cultura que amó el oro, la guerra y la belleza a partes iguales. Pero, en fin, Tintoretto fue el descubrimiento. Descubrir un escritor, un pintor, un director es una de las sorpresas que guarda la vida (las otras, las mejores, son descubrir gente, pero ésa es otra historia). Para mí, que siempre amé los interiores barrocos holandeses de Vermeer o Rembrandt, los pintores venecianos me resultaban demasiado retóricos. Pero no: descubrir a Jacopo Robusti, Tintoretto, ha sido descubrir el origen de la luz, el movimiento y la imaginación.
La crucifixión de la Scuola de San Rocco: una inmensa tela como una escena en cinemascope, un prodigio de narración, una historia de la muerte y el dolor. Uno puede estar horas contemplando lo que más que una composición pictórica es una composición narrativa. Una luz tenebrosa de ocres, un cristo en semiescorzo que abraza la escena, una mujer que se desmaya de dolor en manos de otras mujeres, todo es tiniebla y fin del mundo.



La matanza de los inocentes, orgía de la violencia y el horror sin que la escena muestre la violencia en sí. Basta el rostro y el gesto de sus víctimas: una mano de madre que agarra la espada del asesino, un cuerpo que cae al vacío representado en el angustioso instante de soltar al hijo. El final de la humanidad.



Es Tintoretto el inventor del cine ( o viceversa). Un universo de carnes y cuerpos sumidos en el horror.
El Juicio final de Santa Maria dell'Orto, otra tela infinita que representa el río de la vida, en el momento en que el suelo desborda de cadáveres semidescompuestos, miembros que surgen de la tierra y cuerpos que abrazan a la vida, un mar que se vuelca sobre el mundo, un baile de brazos y torsos en volatines increíbles. No he conseguido una imagen aceptable, es demasiado grande la tela y de una extraña forma ojival para adaptarse al lateral del altar. Pero es sublime: justifica que cualquier prejuicio se deje a la puerta.

El origen de la Vía Láctea, cuerpos ingrávidos que se coordinan en una danza de color y lujuria.


Como casi todos los buenos pintores, a Tintoretto no le preocupa el mecenas ni el tema: si es religioso, su piedad roza lo blasfemo, si es profano, su mirada limita con lo escandaloso. Pintó infinitos cuadros, innumerables cuerpos volantes, enseñó a los surrealistas todo lo que podían aprender de la imaginación, asombró al mundo. Sartre viajaba casi cada año a Venecia a visitarle. Su ensayo épico sobre Tintoretto no es creíble pero es lo más parecido a la pasión humana dentro de lo que podía sentir un ser como Sartre. Fueron innumerables sus admiradores y también sus detractores. Le acusan de haber inventado el cinemascope. Es la mejor alabanza.
No he acabado de curar mis prejuicios sobre Venecia, pero me he quedado a vivir en un Tintoretto.

lunes, 16 de marzo de 2009

Las barbas de Moisés

Cuán demostrativo y cuán engañoso es a la vez el gesto: nos abre y nos oculta la intención. Nada hay escrito en el ademán, y sin embargo todo está escrito en él. Freud escribió en 1914 un ensayito sobre el Moisés de Miguel Ángel. Fue publicado de forma anónima en la revista Imago, aunque luego en 1924 ya apareció con su nombre. A Freud quizá le daba apuro ser pillado en un momento de debilidad y aprecio del arte. En su escrito discute la versión más extendida en su época según la cual Miguel Ángel habría representado a Moisés en el momento en que gira la cabeza, ve a su pueblo adorando el becerro de oro y entra en cólera. Todo su cuerpo está dispuesto a la acción que va a realizar, la de romper las tablas:



Freud no está de acuerdo. Observa el lenguaje corporal. Le resulta significativo que sus dedos se hayan enredado en la barba:


La interpretación de Freud es que Moisés ha sido representado en un momento de contención. Se ha sentado, cuando la Biblia dice que furioso arrojó a sus pies las tablas, pereciendo implicar que en aquel momento estaba de pie en la montaña. La infidelidad que Freud achaca a Miguel Ángel es por su intención de ejemplificar el conflicto interno de quien está furioso y lucha por sujetar su rabia. Los dedos, sin embargo, aclara Freud, hablan de su conflicto interno, como si al enredar la barba sujetasen su pasión. La mirada no sería la de alguien a punto de explotar cuanto la de un héroe en su conflicto:


Curioso Freud: que no firmase el artículo, que interpretase así el Moisés. Curioso, entre otras cosas porque lo que describe la Biblia es el momento de mayor conflicto de la historia entre las religiones de la imagen y las religiones de la palabra: la palabra triunfó, sabemos. También para Freud, pues el psicoanálisis es una terapia de la palabra, no del gesto. Freud necesita el gesto para hacerse cargo del conflicto de Moisés.
Más curiosa es la discrepancia tan radical de dos interpretaciones sobre la misma figura. No es sorprendente que Ricoeur, en su De la interpretación, un ensayo sobre Freud, eligiese este ejemplo como paradigma de cómo el psicoanálisis es más una teoría de la cultura que una teoría científica de la mente.
Me ha fascinado siempre nuestra doble procedencia de Moisés y de Odiseo: uno huye, el otro regresa; uno actúa a través de la furia, el otro con el engaño y el ingenio; uno tiene el poder de la palabra, el otro el de la imagen y la máscara.
Que Miguel Ángel tenga que acudir a la ambigüedad del gesto para explicarnos lo que la Biblia dice en palabras muestra la tensión de la cultura. Quizá Miguel Ángel soñó que Moisés dudaba en un último instante entre destruir la bella imagen de un dios e imponer la seca abstracción de una ley, y es este el origen de su lucha interna. Sus dedos le traicionan, su barba le traiciona.
¿Qué quiso representar Miguel Ángel?, ¿importa algo?

viernes, 13 de marzo de 2009

El cuerpo expuesto

Verbum caro factum est: la palabra hecha carne, reza el credo de los cristianos, anunciando sin ser conscientes de ello el final de una era logocéntrica y el comienzo del reconocimiento de ser ante todo un cuerpo que tiene conciencia de sus afectos y de su propia corporeidad, que está entre otros cuerpos de modo distinto a como está entre las cosas.
Un siglo de psicoanálisis nos ha hecho extraños a nosotros mismos, Nos sabemos ya una mente hecha de estratos emocionales que nos constituyen sin autoconstituirnos, como si fuésemos la resultante de fuerzas en tensión de las que la conciencia es sólo un subproducto. Nos reconocemos y nos extrañamos a la vez: extranjeros a nosotros mismos. La mente se ha descompuesto como una sala de espejos rotos. El fin del egocentrismo y el fin del logocentrismo van unidos: la carne que somos nos convierte en seres expuestos. Nadie como Bacon para hacer esta idea imagen y cuerpo, para hacer visible la visceralidad de lo humano, la visceralidad de la pasión:



Y, sin embargo.... no es tampoco el cuerpo un centro transparente. No es el lugar de reconciliación de los opuestos. Leo a Jean-Luc Nancy quejarse en El extraño de su corazón implantado y se me ocurre que todas las vísceras terminan siendo extrañas. Un cuerpo expuesto al placer y al dolor, a la vista y a la sombra, que toma sus propios rumbos y te hace sufrir cuando no deberías, y te hace consciente de que está ahí, lleno de órganos a los que miras como un extraño echado en un lecho que tiene más de mesa de carnicero que de lugar de descanso.
No hay como una mala noche para hacerte consciente de que ni siquiera el cuerpo es el centro del universo.

sábado, 7 de marzo de 2009

La competencia del débil

Pregunta: ¿por qué el discurso político de Clint Eastwood es tan efectivo? Respuesta: porque no hay discurso político en sus películas. Clint Eastwood no se sitúa en el discurso político sino en un espacio anterior que es el que hace posible este discurso. Gran Torino, su última película, aborda cuestiones mortales: preguntas sobre la vida y la muerte. Comienza la película con un funeral y una homilía en la que un cura habla de la vida y de la muerte. Walt Kowalski, el viejo protagonista, le acusa de no tener idea de la vida y de la muerte, de hablar de ellas de oídas. La película se extiende sobre la preguntas más esenciales de la humanidad: ¿por quién merece la pena morir? ¿merece la pena matar? Esas cuestiones se entrecruzan con otras como el poder, la insolencia y la debilidad: ¿cuál debe ser la respuesta del débil ante la violencia? La respuesta de Eastwood: una respuesta competente que no sea la violencia del poder.
Este año nos llenan de fastos por el bicentenario del nacimiento de Darwin. Nadie ha sido tan revolucionario desde Copérnico. Nadie ha sido tan manipulado. Se me cruzaron Eastwood y Darwin a propósito de una reunión en la que tuve que oir y soportar a un economista lleno de insolencia e ignorancia argumentar (es un decir) contra la irrelevancia de las humanidades porque los humanistas no publican en las revistas de impacto. Un discurso tan repetido como ignorante por lo poco matizado. El modelo de ciencia que compite por el reconocimiento en las citas ha sido adoptado del modelo de mercado. Hacer que la cita sea como la demanda, un índice del valor. Vaya, no me importa mucho. Respondí que sí, de acuerdo, que los de humanidades somos unos inútiles (e inutilizables) y que no merecíamos ningún "incentivo" (lo llaman así, claro). No me sentí tan dolido como avergonzado de que aún proliferen estos discursos neodarwinistas que han conducido a la crisis en la que estamos. Me di cuenta de que hay discursos que tienen dentro ya la violencia, a los que hay que escuchar como se siente el aullido del poder.
Y esa tarde fui a ver la peli de Clint Eastwood. Y resolví que había una confusión esencial en cierto neodarwinismo en el término competencia: entendían competencia como competencia contra cuando deberían haber entendido competencia para.
El débil es competente pero no compite. Cuando Proudhon escribió su Filosofía de la miseria. Sistema de las contradicciones económicas, estaba respondiendo por adelantado a la hubris del economista estólido que sostiene que toda política no es sino un espacio de lucha por la supervivencia. Ahora que se celebra a Darwin deberíamos recordar junto a Proudhon al príncipe Kropotkin, un verdadero príncipe de las ideas, que escribió respondiendo a Darwin, El apoyo mutuo. Es la respuesta del débil, una respuesta competente que no compite. La tesis de Kropotkin es que la historia de la vida es la historia del apoyo mutuo, que ha sido el apoyo mutuo la explicación de la supervivencia, y no la lucha de todos contra todos.
A veces creo que las especies no desaparecen sino que se transforman. Oigo algunos discursos y pienso que los neandhertales siguen por ahí. Veo algunas películas y me reconcilio con mi especie. Se me dirá que lo ignoro todo de la economía. Responderé que sí, vale, pero que conozco algo de la vida y de la muerte, que por eso me dedico a las humanidades y no a las neanderthalidades.

jueves, 5 de marzo de 2009

La violencia y lo sagrado

Creemos haber secularizado nuestro pensamiento pero seguimos en las manos de una metafísica de lo sagrado y lo profano que está prendida en una violencia originaria: la violencia contra el hijo.

"Tomó Abraham la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos. Dijo Isaac a su padre Abraham: "¡Padre! Respondió: "¿Qué hay, hijo?" --Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?" Dijo Abraham: "Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío" Y siguieron andando los dos juntos." Gn 22, 6-8.


Desde niño me horrorizó este relato. Si leemos un poco antes, donde se cuenta la historia del primer hijo de Abraham con la esclava egipcia Agar, Ismael, el horror no disminuye. Ha nacido Isaac de la esposa primera, Sara, y ésta pide a Abraham que expulse a la querida y a su hijo:

"Sintiólo mucho Abraham por tratarse de su hijo, pero Dios dijo a Abraham: "No lo sientas ni por el chico ni por tu criada. En todo lo que te dice Sara hazle caso..."(...)
Ella se fue y anduvo por el desierto de Bersëba. Como llegase a faltar el agua del odre, echó al niño bajo una mata y ella misma fue a sentarse enfrente, a distancia como de un tiro de arco, pues decía: "No quiero ver morir al niño" Gn 21, 12-16

Imaginemos ahora la continuación de la historia de otro modo. Abraham tiene noventa y nueve años, se nos ha dicho. Ya no oye muy bien, tampoco ve mucho. Cuando llega el ángel enviado para detener su mano no entiende muy bien lo que dice, ni siquiera se da cuenta de que es un ángel, y... corta el cuello de su hijo. Vuelve a casa y dedica sus últimos años a lamentar haber dado muerte a sus dos hijos.
De hecho la historia continúa mal. Nos cuenta el Evangelio según San Mateo que Jesús se retiró al huerto y

"comenzó a sentir tristeza y angustia. (..) Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero sino como tu quieras tú" Mt 26, 38-40,

San Marcos cuenta el final:

A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: "Eloi, Eloi, ¿lamá sabactaní? --que quiere decir.. "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34)

La metafísica occidental no es sino la secularización de un relato de muerte y abandono.
Kafka dedicó toda su vida a pensar sobre sus orígenes abrahámicos: no pueden entenderse la Carta al Padre, ni La Condena ni La metamorfosis sino como fruto de su reflexión sobre su propia identidad: "me has llamado toda tu vida parásito, parece estar diciéndole a su padre, mira ahora en qué me has convertido", y así Julio Samsa se descubre una mañana como lo que verdaderamente es a los ojos de su padre.
Cuando Hegel, el gran metafísico de la modernidad, pensó sobre la identidad lo hizo bajo categorías abrahámicas: la lucha del amo y el esclavo por el reconocimiento. La Fenomenología del Espíritu es la lucha por el reconocimiento a los ojos del padre. Para Hegel, como para el Génesis, el relato acaba bien: ambos se reconcilian y reconocen en el Estado, pero las cosas podrían haber discurrido de otra forma. Y podrían haberlo hecho porque hay una violencia originaria en el relato. Toda nuestra cultura está creada sobre la muerte que un padre da a un hijo. Es el paradigma de toda violencia. ¿Qué otra cosa puede ser la violencia sino matar al hijo?
No es el final feliz, sino los términos del relato los que importan: hemos pensado lo sagrado siempre en términos de violencia (sacer recuerda Agambem es lo que no se toca, sobre lo que no se ejerce violencia) y ahora tenemos que recordarnos continuamente que la persona es sagrada, que no hay que sacrificarla. No somos capaces de pensar sino en términos de violencia y sacrificio.

Imaginemos a Abraham caminando con su hijo Isaac por el monte: pasean, disfrutan, Abraham se queja de lo mal que oye y ve, recogen hierbas, vuelven alegres al poblado. No sacrifican ni profanan nada: viven en mutua dependencia.
Matar al hijo, matar al padre: sólo encuentro sangre en la metafísica.

sábado, 28 de febrero de 2009

El paseo de los melancólicos

Me voy encontrando con tantos ojos en los que me reflejo que me parece estar en la sala de los espejos de La Dama de Shangai: la anciana con su perrito, arrastrando con la correa al único ser afectuoso que no la ha abandonado; el cincuentón al que el cardiólogo ha dado un aviso; la pareja de verdes en su bici; el empleado de banca con traje impecable de deportes; el emigrante en su chándal barato integrándose en la vida ciudadana,... El Paseo de los Melancólicos discurre desde la vieja fábrica de Mahou a Ronda de Segovia por las antiguas vías de ferrocarril que anudaban el vientre de Madrid: de Príncipe Pío a Atocha, pasando por las ya olvidadas estaciones de Delicias, Peñuelas e Imperial, hoy un pasillo verde que apenas conserva rastros de su pasado industrial. El carril bici, por el que vamos los viandantes o correteantes une ahora trozos de historia que son como pedazos del alma. Cruzo bajo el Viaducto hasta las raíces rocosas que sustentan la Almudena en el Parque de Atenas, a la sombra de Rouco: su recuerdo y su sombra me alcanzan desde hace muchos años, cuando era un oscuro vicerrector que recordaba a Richelieu. Salta en el ipod "Correcaminos, al loro" de Extremodouro: me parece adecuado al recuerdo que me había invadido, me reconcilio con todos los correcaminos que nos cruzamos con ojos entre nostálgicos y ensimismados. Llego hasta Campo del Moro, a la sombra de la sombra del poder del palacio, casi vacío como la trastienda del poder; Virgen del Puerto, tumba de Durruti, con su iglesita reconstruida por Franco ladrillito a ladrillito (políticas de la memoria del que triunfó que ahora miro con indiferencia); Ronda de Segovia, comedor de sopa boba bajo el Seminario y las Vistillas (todavía no es la hora y aún no está la cotidiana cola de seres ocultos que se agrupan ahí para sobrevivir como correcaminos que son); de nuevo Paseo de los Melancólicos, más perros, más ancianos, más empleados de banca, más ensimismados. Más Pasillo Verde; Paseo de la Esperanza, salen de misa niños y ancianos de una de las iglesias garaje que han crecido por la zona; estación de Delicias, restos del madrid industrial que fue sustituido por el madrid de los servicios, lleno ahora de correcaminos que nos encontramos sin ir a ningún lugar. "Se me acercan las paredes, se me alejan las salidas", canta Fito y los Fitipaldis; Santa María de la Cabeza: "una carrera con salidas/para las miserias de la vida", La Polla en uno de sus ácidos cantos; "todos sometidos/todos sometidos", repite el estribillo. Exacto.

jueves, 26 de febrero de 2009

Las gaviotas del Manzanares

Hace años que vivimos con la misma metáfora, pero ayer me ocurrió como si fuera la primera vez, en uno de los momentos colgados en el inevitable atasco cotidiano en el Puente de Praga. Miré a mi izquierda y allí estaban, y con ellas vino la rumbita del Gato Pérez, "¿Qué haces tú aquí/una gaviota en Madrid?". Fueron a la vez las gaviotas y la pregunta. No la gaviota en Madrid, universal extraño que no reconozco, sino aquellas gaviotas. Unas poquitas, nada de masas enormes. El Manzanares no daba más que para unas cuantas que se movían entre las aguas escasas, los desmontes de la M30, y los esbozos de un río urbanizado. Me vino entonces el pensamiento de que esa era la pregunta esencial de la vida: la que le dirigimos al otro de referencia (¿qué género tiene el otro? me cuesta entender por qué el lenguaje tiene que obligarnos a determinar los géneros, por qué el otro tiene que ser masculino, femenino, neutro o epiceno. Dejemos que el otro siga siempre ambiguo), un otro que nos plantea una pregunta sin respuesta, como la pregunta por esa gaviota en Madrid. Un ser que no está en su sitio, que trae tras él la historia de un mar que no conocemos (que quizá tampoco conozca esa persona, pero que está ahí presente, irremisiblemente nacida de su presencia en una zona errónea del mundo, del misterio de su existencia extrañada). Y nos dirigimos al otro haciendo una pregunta incontestable, deseando un relato que no nos va a contar porque no sabe hacerlo, porque su historia no responde a esa pregunta. Y nos damos cuenta que la pregunta nos la estamos dirigiendo a nosotros mismos: "¿qué haces tú aquí/una gaviota en Madrid?", que el otro que somos ante nosotros mismos tampoco sabe qué responder, que apenas le alcanza para iniciar un relato que ni siquiera tiene un "erase una vez...", porque ese "erase.." ya se ha perdido como se pierde el mar en la niebla. Y descubrimos que hasta ahora habíamos pensado la identidad como oposición (qué palabra, "oposición": palabra de vida funcionarial, una oposición como destino, que convierte a un ser en funcionario, que cree que ya es porque hizo una oposición y no repara en que toda su vida se ha convertido en oposición). Y mirando las gaviotas querríamos que nuestra vida fuese, como ellas, pura exposición. "Exposición" como contar algo que no sabemos muy bien ni donde empieza ni donde termina, ni siquiera cuál es el significado de lo que estamos contando, porque simplemente nos estamos exponiendo, exponiendo mucho al contarlo, enseñando vergüenzas que estaban ocultas, mostrando precariedades e ignorancias, dejando entrever las costuras de la vida, abandonando las oposiciones para exponerse como uno se expone al viento, como se expone a las miradas. Y en ese instante el relato se convierte en una pregunta sin respuesta: "¿qué haces tú aquí/una gaviota en Madrid?".

sábado, 21 de febrero de 2009

Las migas en la barba

Después de la voluntad de poder y de la voluntad de saber, áridas zonas de nuestra errónea naturaleza donde se han cebado las fieras culturales de la posmodernidad (Foucault et alii), me atrevo a ofrecer la tercera mejilla: nuestra voluntad de representación, "querer aparentar", que dirían nuestras madres a sus respectivas peluqueras. Voluntad de representación como voluntad de distinción. Vaya, recordemos rápidamente a Bordieu: todos nos movemos en un espacio de dos coordenadas, el capital económico y el capital simbólico (cultural, si se quiere). La estrategia de la distinción: crear barreras dentro-fuera para aislar a los que aparecen como "ricos" o "cultos" cuando no son más que pardillos o snobs (cada poco se cambian de signos de estatus: ropa, lugares, autores, etc..., hay que correr mucho para estar en el mismo sitio y estar al día). La estrategia del snob: dejar que los signos de distinción hablen de él para hacer creer (hacerse creer a sí mismo) que ya está en los mejores círculos. Vana pretensión. Los círculos de privilegio tienen siempre expertos en detectar al parvenu, generalmente un snob admitido ad hoc (recordad My Fair Lady). Situarse en un escalón siguiente es la voluntad de representación. Cuando llegué a Madrid, buscando piso, me asombraba en los anuncios del segundamano la frase "portal de representación" para caracterizar el estatus de distinción del anunciado apartamento. Ahora ya no me extraña casi nada: Madrid entero se ha convertido en un portal de representación.
Cada conversación, cada gesto, cada acción parece llevarnos al ejercicio de esa voluntad de representación: transmutamos la ignorancia en desprecio, la flaqueza de atributos en plumas de avestruz, la penuria de ambos capitales en puro teatro. El hidalgo que esparce migas en la barba para hacer creer que hoy se ha saciado.
Me espanta que perdamos el sentido de la proporción, que perdamos el derecho a la ignorancia, a mostrar la fragilidad y la penuria, que nuestra voluntad de representación desborde a nuestro deseo de presentación.

En fin, la ignorancia, la pobreza, son estadios superiores difíciles de conquistar: la miseria es no saber que no se sabe, creerse que se es rico.

Una nota de finde: la película de Claudia Llosa, La teta asustada. Me interesó mucho su anterior película, Madeinusa, sobre el Perú profundo en un tono que recordaba al mejor García Márquez del realismo mágico (ella es sobrina de Vargas LLosa). En esta película alcanza un tono más serio y merece la pena una vista y una discusión. El título hace referencia a un síndrome peruano: las hijas de las violadas en la guerra de Sendero Luminoso han mamado la angustia y el miedo de sus madres. Necesitan cura. La película, en un tono más oblicuo que la similar de Isabel Coixet, trata de la posibilidad de esa curación: una hija que en unos días de aprendizaje trata de enterrar a su madre, de quien ha heredado el miedo. Pura inteligencia. ¿Por qué son las directoras jóvenes las que están abordando temas que otros no quieren tratar?

martes, 17 de febrero de 2009

Decimatio

Querría haber titulado esta entrada Hijos de los hijos de la ira, como el título del libro de Ben Clark, premio Hiperión de poesía, y manifiesto declarado de una generación que ya está en otro lugar, desde el que mira atrás con ojos que a la vez que preguntan en sus preguntas acusan. Lo he sentido como se siente el frío del tiempo cuando me ha llegado el libro de Germán Labrador Méndez, Letras arrebatadas. Poesía y química en la transición española (Devenir, 2009). Germán es joven, muy joven. Ha acabado de acabar la tesis y ya estaba en el paro después de la beca, como toda una generación que estamos machacando. Una generación que no nos merecemos. Otros sí: Germán, no por suerte sino por méritos, ha logrado una plaza estable de profesor titular en Princeton, la primera universidad de Estados Unidos, en el departamento de estudios hispánicos, algo a lo que no podrán aspirar ni en sueños, no podremos, ni en sueños, los ya bien asentados en la cultura.
El libro de Germán fue su tesina (cielos!, cómo será su tesis), lo estoy devorando: me ha llevado a los más oscuros rincones de una memoria que no querría tener. Como toda mi generación. La memoria de la parte olvidada de la transición. Germán ha relatado la parte de una generación que cayó en manos de la Condesa Morfina, la Señora del Sueño, el Caballo, la Blanca Uría, ... una parte de la transición que no hemos relatado. Una de las historias de la transición que no han sido contadas. Una de las zonas del tiempo que no queremos revisitar. Dejaremos otras para otra entrada. Quiero unirme ahora con Germán en el recuerdo de los poetas que se quedaron en el margen.

Soy un confeso lector de wikipedia. Y cito sin escrúpulos esta entrada del término decimatio que expresa mejor que yo lo que quiero decir:


"La palabra proviene del diezmado de tropas. Se trataba de una medida excepcional que se solía aplicar en casos de extrema cobardía o amotinamiento. El castigo consistía en aislar a la cohorte o cohortes seleccionadas de la legión amotinada y dividirla en grupos de diez soldados. Dentro de cada grupo se echaba a suertes quién debía ser castigado (independientemente de su rango dentro de la cohorte) y era elegido uno, el cual debía ser castigado por los nueve restantes, generalmente por lapidación o por golpes de garrote. Los sobrevivientes eran obligados a dormir fuera del campamento de su legión, hecho de gran peligro en época de guerra. Supuestamente el castigo debía aleccionar a los soldados supervivientes y a las demás cohortes, pues la muerte podía llegar aleatoriamente, a manos de los propios compañeros, sin tener en cuenta rangos ni méritos anteriores. Sin embargo, más habitualmente, la decimatio rompía el espíritu de cuerpo y la unión entre compañeros de armas (ejecutores por sorteo de sus propios hermanos de armas), minando la confianza hacia los comandantes de las legiones que ordenaban tal castigo”


A medida que leía las páginas de Letras arrrebatadas esta palabra, decimatio, me daba vueltas en la cabeza. La explicación de wikipedia me explicó también por qué: una generación que dejó en el suelo a sus compañeros de tienda. Los más sensibles, los más perceptivos, los más débiles, los que no sabían subir por la escalera.
Recorre Germán las poéticas y los carteles y los poemas de esos quince o dieciséis años de movida, entre 1970 y 1986, los años de los que tanto se habla y tan poco se cuenta.
Querría recordar sólo algunas voces, como la de esa niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, y no encontró el jardín prometido, Blanca Andreu:


Así, en pretérito pluscuamperfecto y futuro absoluto
voy hablando del trozo de universo que yo era,
de subcutáneas estrellas de sangre
cazadas por el ángel de la anemia
en el cielo arterial,
diciendo leucocitos del alba y rio de linfa,
o bien de lo que quise:
el ligero Mediterráneo,
la prohibición de envejecer,
la gavilla del sueño barbitúrico,
y sobre todo, sobre todas las cosas,
Mozart anfetamínico preámbulo de pájaros,
Mozart en ala y aeropuerto,
arco de violín principe o piloto: Mozart el Músico.


Nombres como Eduardo Haro, Leopoldo María Panero, y todos los nombres olvidados que si escribieron un poema fue tal vez sólo en la puerta del baño del garito nocturno, un grito inaudito de ayuda. Querría recordar con este poema que también recuerda Germán, de Aníbal Núñez, nuestro Rilke, las infinitas noches de una generación que quería escapar de la cárcel de la ciudad (Salamanca en el caso de Aníbal, metáfora de todas las salamancas de la época):


Cayó la tarde y, a su fin, el ágape,
las pócimas, los filtros,
el necesario azar de impares tazas
y de la lejanía a colación: los barcos,
mares y valles comparados,
relatos ilustrando escuetos métodos
de cómo vadear ríos: (...)
No, aquí nada es disperso: aquí callamos
todos alrededor de un mármol nada mítico
pensando en los viajes que no haremos,
mostrando gestos desapasionados
(...) la soterrada
genealogía de cada uno,
que cada uno representa
en la ciudad en la que sin remedio
caemos atrapados por su mera mención.



Un día de estos una prestigiosa revista de Brown se hará eco de la inquietante historia de la transición española contada por un joven profesor de Princeton, y tal vez alguien de la prensa bienpensante, siempre atento a lo que pasa, nos ofrecerá un babélico reportaje, y quizá recordemos algo más de lo que fuimos.
Y ellos estarán allí, de nuevo cito a mi muy leído Aníbal Núñez, soñando que murieron soñando escapar una tarde de aquellas, aunque fuera en brazos de la señora fría:

Morir soñando, sí, mas si se sueña
Ilusión es la muerte, fe la vida,
Guerra la paz; y si la paz se olvida
El tiempo al fin de eternidad se adueña.
La desgana de ayer ¿qué nos enseña
Deshaciéndose en hoy? Abierta herida
El empeño de hacer que la aprendida
Ventana dé al vacío que se sueña.
No se matan los sueños con la muerte.
¿A qué representarla con tal ceño?
Morir es aprender lo ya sabido,
Vivir la vida no es negar la suerte.
No sabemos, Miguel, si es que te has ido
O sigues con nosotros en el sueño


¿Responderemos alguna vez a las preguntas de los hijos de los hijos de la ira?

domingo, 15 de febrero de 2009

Son las sombras

Es curioso que asociara a Bacon con la sombra cuando aún no había visitado la doble exposición sobre la sombra del Thyssen/CajaMadrid. El comisario es Victor I Stoichita, a quien mucho leo, autor de la Breve Historia de la Sombra (Alfaguara) que está en el origen de esta exposición. La primera parte me interesó menos, por lo conocido: la sombra como mito del origen de la pintura ( la doncella corintia de Plinio el Viejo perfilando la sombra de su amante); la sombra como constructora del volumen del barroco; la sombra ocasional de la figura en el romanticismo, salvo el divertido cuadro sobre el origen del realismo socialista, lo demás es interesante por los cuadros en sí mismos y el rescate de algunos autores. Sube el interés y se desciende a más profundidad en la segunda parte en CajaMadrid, donde se muestra la sombra en la pintura, fotografía y cine del siglo XX, o al menos de la primera mitad. Es aquí donde aparece la otra dimensión de la sombra: la sombra como presencia de la no presencia; como amenaza; como reflejo de lo no consciente; como metáfora de la opacidad de la mente:

Discutía el otro día con Guillermo de Eugenio sobre los vampiros como figura contemporánea, sobre cómo el nosferatu ha conseguido perder su temible reflejo de lo amenazador y se ha convertido en figura de la otredad, incluso de la otredad del adolescente que descubre la complejidad de lo social. Murnau había conseguido poner en imágenes a Freud: el vampiro lo llevamos dentro, por eso viaja done vayamos y amenaza a todos los que nos rodean. Dreyer lo dejó aún más claro en su inquietante Vampiro, una película que consigue levantar la aprehensión incluso o sobre todo por su mismo lamentable estado de conservación, como si fuera el vestigio de un sueño que apenas recordamos: hay sombras que se desprenden y viajan solas, presencias de lo que no está, indicios de lo que acecha en el lago oscuro de la mente



En la selección de secuencia de películas (lo que más me impresionó de la exposición) aparecen algunas de las sombras más negras de la historia del cine: el Iván de Eisenstein, la sombra de Stalin que se cierne sobre las paredes de un palacio tan cercano al Castillo Kafkiano



o las sombras por las alcantarillas de la Viena de la posguerra donde habitan los fantasmas que construyeron Europa: la especulación, el militarismo, el desprecio y el cinismo, "el tercer hombre" que siempre reflejará el uso comercial de la inteligencia. El Tercer hombre de Carol Reed es la sombra de la memoria, la pesadilla de la amistad que recordamos con afecto y que no querríamos volver a encontrar:




Si Freud es el Señor de las Sombras, su profeta es, para mí, sin duda, a pesar de otros arcángeles de lo oscuro, Dreyer. Es quien asocia la luz y la sombra en los cimientos del imaginario. Gertrud en la sombra. Paredes de una habitación que miramos los espectadores del deseo que somos.




Decía Pasolini en uno de su poemas tardíos: "adoro la luz sólo si no ofrece esperanza". Cierto: es la madre de la sombra, la proyección de la presencia de la ausencia. Si la sombra hizo la pintura, la fotografía ha convertido la sombra en la proyección de los fantasmas de la mente.

martes, 10 de febrero de 2009

El misterio del zelote

Toda la reacción visceral que me producen las personalidades fanáticas no consigue extirpar una pregunta por ciertas formas de estar en la vida que adoptan medios y formas radicales. Me surge esta pregunta más bien tonta por dos referencias con las que me he topado por casualidad en estos días de tedio invernal. La primera fue hace un par de semanas cuando, huyendo de la programación televisiva a la hora de cenar, y acudiendo al reservorio ya casi exhausto de la magra biblioteca de Puerta de Toledo, tuve ocasión de ver, que no revisitar, la película de Michael Curtiz de 1940 Santa Fe Trail. La otra, también hace unos días, con ocasión de La conversación de Descartes y Pascal en el Teatro Español con Josep Maria Flotats. Ambas representaciones tan distantes y distintas coinciden en presentar como insoportables fanáticos a dos personajes a los que el juicio de la historia debería pensar con cierto cuidado: el abolicionista John Brown, colgado en 1959 tras una fallida insurrección armada, y el torturado y frágil filósofo Pascal. Ambos fueron fundamentalistas: puritano y jansenista, respectivamente. Le he dado muchas vueltas en estos días a ambas imágenes.
La película de Michael Curtiz es clara y abiertamente ideológica. La historia es muy compleja y tiene que ver con algunos de los fantasmas contemporáneos de los Estados Unidos: en los territorios abiertos de Kansas, las tensiones entre abolicionistas y proesclavistas convirtieron las praderas en un territorio abierto de luchas para conseguir o evitar que Kansas fuera un estado esclavista. John Brown se convirtió en guerrero de la causa antiesclavista, quiso armar a los negros y asaltó el arsenal de Harper Ferry en Virginia donde fue apresado por una compañía de marines madada por Robert E. Lee. Se le juzgó y condenó a muerte. Emerson, Thoreau y Victor Hugo se adhirieron a su causa y Thoreau escribió en el periódico de Concord un sentido homenaje que puede leerse en la red. Ha sido siempre un personaje de controversia. Se le ha descrito como un zelote fanático que quiso resolver el problema de la esclavitud con las armas. Victor Hugo anunció proféticamente que su muerte era el presagio de una horrible guerra civil que ¿ha terminado ahora?




Pero la película de Michael Curtiz, protagonizada por Olivia de Havilland, Errol Flynn y Ronald Reagan (como marines) toma un partido muy claro contra John Brown, a favor de la "unidad" del estado y de la comprensión del esclavismo, y dibuja a Brown como un loco sediento de sangre (curioso, Curtiz, autor de Casablanca, húngaro emigrado a Austria, luego a Alemania, luego a Estados Unidos, que nunca llegó a hablar bien inglés, meditando sobre el más complicado y pantanoso de los hilos históricos de ese país). El retrato de Thoreau, que le conoció y admiró, es sumamente sensato y va en la dirección contraria. Admiraba a Brow y a su causa sin reparos.



El diálogo de Descartes y Pascal, por su parte, hace lo propio con Pascal: una caricatura de ser frágil, loco, fanático y anticientífico (él, que está en la base de la transformación probabilística que sucedería poco a poco en la ciencia). Frente a Pascal, Descartes, todo sentido común, bonhomía y sabiduría de la vida.
¿Por qué?
La estrategia de convertir en fanático al otro es extremadamente efectiva, es la mejor de las armas de la retórica. ¡Estás loc@!, es una de las respuestas en la disputa que ahorran cualquier ulterior aportación de datos.
No sé ponerme del lado de John Brown ni de Pascal, no sé de qué lado estoy, me faltan datos: pero sé que fueron seres complejos que no solamente estuvieron en la historia sino que la hicieron, y que la hicieron, como sostiene Thoreau de Brown, no limitándose a mirar o predicar.
¿Cuál es el paso resbaladizo que hace que alguien se convierta en zelote insufrible? Tengo que reconocer que mi lugar, si lo tengo, debe estar entre los fariseos, pero no dejo de preguntarme por los zelotes.
¿Qué mira Blaise Pascal?

sábado, 7 de febrero de 2009

Sombra de hombre

El aullido del poderoso: en su jaula, rodeado de los lazos del poder, cayendo una lluvia de cenizas, amarrado a la silla como si a la cruz fuera,..., así representó Francis Bacon al inocencio x de todos los poderosos del mundo. Más que en distorsión, sus figuras se difuminan en el espacio de amplios desiertos de hirientes naranjas o grises. Bacon consigue que las carnaciones, los rosas y los blancos produzcan desasosiego, como si uno estuviese explorando el estrato de la mente donde está la puerta de los sueños.





Aún si reponerme de la visita a la exposición del Prado, he aprendido más de lo que quisiera de la vida y de la muerte. También de arte: por ejemplo, el rechazo que su pintura manifiesta a todo el expresionismo abstracto. En la entrevista que exhiben en el Prado pregunta con sarcasmo "No recuerdo el término técnico...¿expresionismo abstracto?, sí, expresionismo abstracto. Era lo que Rembrandt hacía". Él, sin embargo, fue capaz de representar lo abstracto de la conciencia, el lugar donde la forma se pierde y sólo quedan los detalles, como la carne y las vísceras, el horror y el deseo, los violentos malvas de la maldad. Babuinos, crucificados, papas, amantes muertos: cuerpos que cuelgan, sombras de hombre que ha sido.

Picad en esa imagen y meditad un instante sobre el lobo en su celda

miércoles, 4 de febrero de 2009

Los simbiontes de Cascorro

Dejé hilos sueltos por mi cabeza en la última entrada y mejor los anudo ahora antes de que se desvanezcan. Vuelvo sobre esos seres creativos que logran sobrevivir cuando el resto ha agotado sus esperanzas: simbiontes como los que habitan durante el día la Plaza de Cascorro, con sus viejas furgonetas esperando un encargo de guardamuebles, un traslado de estudiantes, un viaje a por el sofá de la abuela, el traslado del aparador barato desde el centro comercial. Los recordé al oir la irritada respuesta a una pregunta de una entrevistadora por parte de un transportista tradicional acerca de esos "piratas" del transporte. Sí, vale, no voy a hablar a favor de la economía sumergida, no se trata de eso, sino de la supervivencia y creatividad sumergida: mientras respondía amenazante, la cámara nos mostraba a unos transportistas a las puertas de los centros comerciales ofreciendo sus servicios. No había otros más que ellos. Los centros comerciales son ahora nuevos espacios, es algo notorio, pero también lo es la carencia de servicios. La economía oficial aún no ha descubierto esas explanadas de cemento. Los simbiontes sí: saben que allí hay una necesidad y se ofrecen a cubrirla. Hacen innovación sin un sistema nacional de i+d+i. No necesitan tecnología punta: su inteligencia les sobra.
El ruido de las emisoras y los comentaristas sobre la crisis es estridente y ensordecedor. Gritan los números, las estadísticas. Hay que esperar sin embargo a las llamadas de la gente para informarse de algo. Porque cada caso nos señala con mucha más claridad lo que pasa que la adición a los índices abstractos. Es entonces cuando sueño con simbiontes.
Los simbiontes se hacen visibles cuando la oscuridad se cierne sobre la ciudad: son los pocos que iluminan las salidas. Se me ocurre que las cosas aún no deben estar tan mal cuando no hay sentido de emergencia. Aún no sabemos, por ejemplo, qué salario reciben los periodistas estrella que claman contra la crisis; aún no sabemos qué ocurre con los capitales que escapan al control de todos los gobiernos; aún no sabemos cuáles son los recursos con los que contamos. En situaciones de emergencia necesitamos una mirada de simbionte para hacer inventario de nuestras posibilidades: qué tiempos y qué salarios (ofrezco el mío el primero) podemos empezar a repartir, qué medidas colectivas, qué redes, qué sistemas de solidaridad necesitamos. Cuando la irritación empiece a mostrar sus frutos nos acordaremos de nuestra incapacidad para pensar. Recuerdo la crisis del corralito argentina. Argentina es un país curioso. Está lleno de gente que no confía en el gobierno. Cuando las cosas van mal se irritan muy rápidamente, pero también se organizan: en unos meses habían nacido comedores colectivos, redes de apoyo social, formas de arroparse colectivamente en el desastre. Mostraron en la práctica lo que la teoría de la acción colectiva señala en la teoría: que en situaciones de catástrofe las masas dejan de ser masas y se organizan en redes de apoyo mutuo; que el miedo se convierte en ayuda voluntaria; que las teorías del egoísmo esencial de los humanos son un invento ideológico para justificar el egoísmo de unos cuantos. Luego, así de frágiles somos, esas redes fueron colonizadas no por los simbiontes sino por los parásitos que pretendieron alguna renta política del hambre: la teoría de juegos también predice esas infecciones. Da igual. No me importan los parásitos, sino la viva luz que emiten los simbiontes cuando las cosas vienen mal.
Cuando paso por Cascorro miro a esas furgonetas con los ojos del discípulo que quiere aprender a vivir de los maestros de la subsistencia.

sábado, 31 de enero de 2009

Lápices de colores

Esta mañana lo sentí de pronto, en medio del puente, ese dulzor agrio que se extiende por el pecho cuando te invade una nostalgia que aún no sabes nombrar. El nombre llegó en unos instantes: lápices de colores; Alpino; al tiempo que el sentimiento me llegó el olor de conífera que desprendían, el tacto de laca barata de la pintura que recubría el lápiz, la infinita alegría de aquellos regalos de navidad, con un cuaderno y un par de juguetes de latón, la desilusión de los dibujos que mi inexperta mano se negaba a perfilar. El sentido agridulce me dejó el recuerdo de la ilusión de la pobreza. Fue entonces cuando los ví: intentaban arrancar el automóvil, un renault de los años ochenta, en la cuesta del descampado. Descubrí la chabola en un lugar inverosímil, colgada en el terraplén de la curva por la que se sube a la urbanización. Dos casetos simétricos con plásticos a la entrada. Cuidadosamente escondidos para no estropear la vista. Intentaban arrancar el coche de mañana, después de las heladas, acelerando cuidadosamente y llenando de humo la trasera. Gitanos rumanos, vete a saber. No pude evitar un recuerdo de hace pocos años. Un arquitecto había colgado del Museo Carrillo Gil de México DF una extraña armadura de maderas en las que había construido su vivienda. No recuerdo ahora el nombre (en el Reina volvieron a exponer las fotografías de la instalación con ocasión del año dedicado a México en ARCO). Estaba allí, como una escrecencia en la limpia blancura de las líneas del museo: simbiontes, se llamaba. Llamaba a colonizar la ciudad estableciendo estructuras de simbiosis. El nombre me llegó como los lápices alpinos, e inmediatamente lo asocié a otro adjetivo que seguramente muchos les habrían dedicado: parásitos. Pero no. Son simbiontes. Colonizan los nichos ecológicos que crean las culturas contemporáneas, adivinan los huecos y ven los espacios y las posibilidades que no ve el personal que sale cegado de ese túnel de nuevos ricos en el que hemos habitado los últimos años. Parásitos, decimos, cuando quizá son los videntes de un mundo miope. Discriminan desde la miseria de posibilidades en la que viven las posibilidades de la miseria. En inglés hay un dicho que más o menos, si no recuerdo mal, es "when the goings get tough, the tough gets going", cuando la cosa viene dura, los duros se ponen en marcha. Pero quizá hayamos perdido esa dureza, no recordemos ya el olor de los lápices y no veamos más claroscuros que los que dejan las luces de neón.
Pensamos en el "otro" en términos algo románticos: otreidades que en realidad son sólo diferencias cercanas y muy familiares. La otreidad del simbionte, casi invisible, cada vez más invisible, nos pasa desapercibida. Como los lápices alpino que aún quedan en los escaparates de las papelerías de barrio.

¿Como será la ciudad vista con los ojos del simbionte?

sábado, 24 de enero de 2009

Circumdederunt me, gemitus mortis

Sigo pensando en lo que significa la elección de Obama. Mis amigos siguen suministrándome claves que sigo como perro por rastrojo en busca de la comprensión de lo que pasa. Fernando Rodríguez de la Flor acaba de darme otra inapreciable clave. Estoy escuchando ahora la Missa pro Defunctis de Cristábal de Morales, el gran compositor español, publicada en 1544 cuando era miembro del coro papal, pero, y es lo que me importa ahora, cantada en la catedral de Toledo en 1598 en el funeral de Felipe II. La presentación del disco es interesante, imagina esos momentos: "Amanece, las campanas tocan con lentitud en Toledo. Una procesión serpentea a través de las calles. Cubiertos por sus negras vestimentas de luto, el Arzobispo preside la procesión seguido de los altos dignatarios eclesiásticos y de la nobleza ordenados según su rango. El cortejo se detiene en ciertos lugares predeterminados donde el coro entona un responso. Cada estación representa una jornada del alma del muerto en su camino hacia la salvación eterna. Cuando los dignatarios entran en la Catedral, siempre oscura y en sombras, se abruman ante la luz de miles de velas que cubren el monumento funeral, el catafalco, una enorme construcción tan grande como la misma catedral, adornada con textos en latín en honor del muerto. El silencio desciende sobre el templo y la invitación solemne : "Circumdederunt me, gemitus mortis" inicia los maitines de muerto." Así reza el comienzo de Paul McCreesh y Grayson Wagstaff en su presentación del disco. Clavan el significado del Requiem. Fernando Rodríguez de la Flor nos contó el otro día cómo un imperio ensimismado sustituyó el poder por la celebración del poder y cómo el Barroco español no puede entenderse sino como una continua reflexión sobre un poder evanescente y frágil que se está yendo y cómo el abandono de este mundo es la condición de su existencia. Recordaba Fernando el maravilloso poema cervantino del valentón ante el catafalco que fue construido en Sevilla, también para conmemorar la muerte del emperador:

Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.

Esto oyó un valentón, y dijo: "Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente."

Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.


Un soldado derrotado, que llega de Flandes, pobre y melancólico, viendo cómo el imperio se descompone, cómo su vida dedicada a la dura batalla ha quedado en una extrañada vida de quien ya no tiene sentido, y llega a un catafalco que celebra la muerte con unos fastos que aplastan la dimensión humana por una representación de lo divino en la Tierra.

Que los imperios caen no es una idea extraña: es la idea sobre la que ha sido construida la cultura que nos habita. Unos imperios caen y nosotros somos los sucesores: es el pensamiento imperialista presente en nuestra cultura. Los imperios caen y nosotros debemos celebrar la muerte pues es nuestro destino: es la modernidad del sur, lo que aportamos a la esencia de Europa.

El Requiem de Morales es un hermoso y emocionante diálogo entre el coro masculino y femenino sobre la fragilidad humana y lo efímero del poder. El imperio filipino optaba por lo efímero; Obama ha elegido lo épico, pero observo, o al menos siento, que la misma melancolía preside las dos ceremonias. Observo el espectáculo del Mall, entre el Congreso y el monumento a Washington, y voto a dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla.

miércoles, 21 de enero de 2009

El mundo hostil

En estos días que todo han sido gestos simbólicos en la elección de Obama, no encontraba un lugar desde el que pensar sobre las liturgias de la sucesión y el cambio. Carlos Thiebaut me dio una clave: una de las piezas que se tocaron en la ceremonia fue un cuarteto compuesto por John Williams, el compositor de las bandas de La guerra de las galaxias, La lista de Schlinder, El patriota,... El cuarteto, Air and Simple Gifts fue ejecutado en la ceremonia por Gabriela Montero, Anthony McGill en el clarinete, Itzhak Perlman y Yo-Yo Ma. El clarinete introduce en un momento el tema Simple Gifts, una canción cuáquera sobre la libertad y la simplicidad de la vida del pionero, que Aaron Copland popularizó como tema de Appalachian Spring. Cuando Carlos me contó la secuencia de símbolos me pareció coherente y emotiva: Copland fue perseguido por la caza de brujas. Como muchos, había despertado a la política por la Guerra Civil española. En los años cincuenta, se fue distanciando del estalinismo y profundizando en la filosofía de la libertad de la frontera. No ha sido mala elección la del equipo de Obama.
Lo he recordado y celebrado volviendo a ver La diligencia, The Stagecoach de John Ford de 1939, recordando también la fecha. La diligencia es una meditación sobre lo interior y exterior en un mundo hostil. Lo hostil está fuera, el peligro de los apaches y de los hermanos Plummer, a los que ha de enfrentarse Ringo. Pero el peligro real lo llevan los personajes dentro: el banquero ladrón, el jugador antiguo aristócrata confederado, que huye de su padre, la esposa del guerrero embarazada, que se siente atraída por el jugador, en el que reconoce a su clase, la casquivana Dallas, que ha sido expulsada por la puritanía y se lleva el sentimiento de culpa, el doctor alcohólico: "yo no soy un filósofo -afirma Doc- soy un fatalista", el vendedor de alcohol que ejemplifica la bondad, Ringo el presidiario escapado perseguido por la necesidad de venganza. El infierno no está fuera, sino dentro de la diligencia: huyen y temen llegar a donde caminan. La hostilidad de fuera solamente es el marco en que discurre su existencia.
Es La diligencia una película esencialmente calvinista: el interior es el verdadero mundo hostil, lo que acecha en el umbral solamente es la suerte, como la bala que espera Doc en cualquier momento, y que no le molesta tanto como su pasado.
No se me ha ocurrido mejor símbolo de Estados Unidos en estos avatares. Su dentro y su fuera, su infierno y su camino.

Miran hacia afuera con temor:




Pero realmente es el dentro el que temen:

lunes, 19 de enero de 2009

Los fantasmas del limen




Permanecen ahí los muros tras siglos de sitios y pestes. Hoy han venido los bárbaros desde su oscura estepa, en largas procesiones con fásculas y luminarias, a rendir homenaje a la persistencia de la piedra y del estuco, a pesar de que saben hace décadas que nada oculta la muralla que defienden espectros aterrados, que las riquezas y mantos de marta cebellina se fueron tras las gentes temerosas de los bárbaros. Ellos, que sólo deseaban una voz hospitalaria, una promesa con sonrisa complaciente (ya sabían que era engañosa). Pero estaban los muros, ahí, para impedirlo.




Un sueño en Madinat al-Zahra, bajo la lluvia de enero, entre multitudes de bárbaros con flashes que soñábamos con estar (ser) tras esos muros:



jueves, 15 de enero de 2009

Un pensamiento en la frente

Es difícil pillar a Diderot en un renuncio. Pues sí: el autor de El sobrino de Rameau, el gran manifiesto sobre la espontaneidad y la sinceridad, tiene sus momentos. Lo encuentro en el inteligentísimo libro de Michael Fried, El lugar del espectador, que versa sobre cómo el ensimismamiento, entre otras actitudes y pasiones, se convirtió en un tema central de la pintura francesa de la segunda mitad del XVIII. Diderot era un crítico apasionado, que creía en la capacidad de la imaginación del buen pintor para captar el auténtico estado mental del retratado, como si no hubiese espectadores y al sujeto representado se le pudiese captar en ese momento de absoluta intimidad que refleja su verdadero ser.
El caso es que su amigo y admirado Louis-Michel Van Loo le hizo este retrato:



A Diderot le hicieron muchos retratos. Éste no le gustaba. Obsérvense sus razones (habla de sí):

"Se le ve de frente; tiene la cabeza descubierta; los cabellos grises, tan delicados, le dan el aspecto de una vieja coqueta que todavía quiere resultar agradable; la posición es de un secretario de Estado y no de un filósofo. La falsedad del primer momento ha influido en todo lo demás. Fue la loca de la señora Van Loo, que se ponía a charlar con él mientras le pintaban, la que le dio ese aspecto, y la que lo estropeó todo. Si se hubiera sentado al clavicordio y hubiera iniciado o cantado

Non ha ragione, ingrato
Un core abbandonato

o algún otro fragmento del mismo género, el filósofo sensible hubiera cobrado un carácter totalmente distinto y el retrato lo habría reflejado. O mejor todavía, era necesario dejarle solo y abandonarle a su ensoñación. Entonces su boca se habría entreabierto, su mirada distraída se habría ido muy lejos, el trabajo en su cabeza, intensamente ocupada, se habría pintado en su rostro y Michel hubiera hecho algo bello" (citado en Fried 2000, pg 137)

El texto no tiene desperdicio: quién estropea el cuadro y por qué, y cómo debería ser un cuadro bello que captase al "verdadero" Diderot, es la lección que deja asomar el fragmento de la crítica "artística" de nuestro, por otras mil razones, amado y admirado filósofo.
El caso es que hubo un retrato que le complació. No se conserva, aunque sí se ha preservado un dibujo de su mismo autor, Jean-Baptiste Garand. Diderot considera que su mejor retrato lo ha realizado "un pobre diablo llamado Garant", y señala por qué:

"Me ha representado con la cabeza descubierta, vestido con un batín y sentado en un sillón; mi brazo derecho sujeta el izquierdo, y éste, mi cabeza; tengo el cuello de la camisa desabrochado y miro al infinito, como si meditara. En este lienzo, de hecho, estoy meditando. En él estoy vivo, respiro, tengo vitalidad, se puede ver el pensamiento en mi frente"

"Se puede ver el pensamiento en mi frente". Así es cómo quería ser retratado: déshabillé, ensimismado, como si no hubiese ningún espectador y así fuese él mismo, no como cuando conversa con la señora Van Loo. Cielos: Diderot toda su vida quiso ser aceptado como intelectual, cuando lo mejor de él es su crítica mordaz de la pasión de ser de los dandis intelectuales.
En este otro retrato, Fragonard ha negociado entre los dos Diderots: el que era y el que quería ser. Nuestro personaje está entre distraído y ensimismado, entre pensativo y sonriente. También se le ve ahora un pensamiento, pero estoy seguro que es una maldad sobre alguien. Diderot auténtico.
Claro que ahora sí hay un espectador.