viernes, 28 de enero de 2011

El final de la anarquía

Fernando Savater escribe hoy en El Pais contra los que están en contra de las leyes que persiguen las descargas en internet:

"La ley llegó al lejano Oeste y con ella la prosperidad y la civilización: ejemplo, Las Vegas. No cabe duda de que las leyes contra las descargas ilegales se abrirán paso también, gradualmente, junto a otras que impidan abusos autoritarios de los censores. Con el tiempo, desaparecerán los "internautas", esa autoproclamada vanguardia neoleninista que considera que Internet es su cortijo. Dentro de unos años, decir "soy internauta" resultará tan raro como decir hoy "soy telefonista" porque se habla por el móvil. Y los políticos que se oponen a la corrupción dejarán de apoyar bobadas oportunistas como la "neutralidad de la Red". ¿Seremos todos entonces artistas creadores, gracias a la democracia online? Malas noticias. Seguirá habiendo suspensos, aprobados y unos pocos sobresalientes. Como le decía el señor de negro de Mingote a la beata inquieta por las novedades conciliares: "Descuide usted que al cielo, lo que se dice al cielo, iremos los de siempre".

No tengo tanta autoconfianza como para ponerme en ninguna barricada contrasavateriana ni tal vez en ninguna otra. Además, siempre he admirado y muchas veces envidiado su escritura, en su momento su valentía y, mucho antes, el valor filosófico de su ironía. Pertenezco más o menos a su generación y hay ciertos colores, olores y sabores que compartimos aunque las palabras e ideas que nos califiquen ya sean otras. Pero (no sabría decirlo en pocas frases, tendría que contar una historia) desde hace un tiempo tengo la convicción de que vivimos en realidades diferentes. Como si el sentido común que nos suponemos fuese un sentido que hubiésemos dejado de compartir. Una parte de la inteligencia española se ha embarcado en varias controversias como la defensa de los toros, la defensa del tabaco en los espacios comunes, la persecución de los contenidos en internet y varias otras que son controversias en las que me cuesta entrar porque no acabo de entender qué podría decir al respecto. Me imagino en controversias similares: ¿deberíamos prohibir los desnudos en las luchas de gladiadores?, ¿no es un escándalo el gasto que se hace de madera en las hogueras de herejes?, ¿no es una vergüenza que tengamos que compartir una cola maloliente en la seguridad social?
Pagar o no pagar el valor de mercado del formato papel del libro, disco, film, negar el derecho del autor a cobrar de su trabajo. Discusiones que entiendo pero que no logro sentir cerca porque lo que veo son los derechos de los intermediarios, el pago a los ejecutivos del marketing, las mordidas a los dispositivos del capitalismo cultural, de los grandes medios que nos cobran por educarnos en la moralina. Como si aún necesitásemos guías espirituales para orientarnos en el mercado, como si fuésemos turistas en las callejuelas ininteligibles de un laberinto de ofertas. Como si la plusvalía que genera la máquina fuese un añadido imprescindible al valor de la obra en sí. Como si cuando la ley con la que amenaza Savater llegue a internet (como si internet estuviera exenta de leyes, vigilantes, controladores) y todos nos sometamos a la norma de pagar por lo que vale, fuera posible ya volver a los tiempos en los que un grupo se convirtió en aristocracia cultural intérprete de los signos de los tiempos y, acompañado de la oportuna empresa económica, se erigió en faro que habría de educarnos como ciudadanos y salvarnos de nuestro estado de ignorancia y salvajismo.
No quisiera echar sal en la herida pero me gustaría ver una Ley Sinde contra los que aprovechan el terror de las cifras del paro para amenazar, despedir y contratar por la mitad, imponer costumbres depredadoras en el trabajo y violar (en muchos sentidos) , también, los derechos de autor de los que no tienen voz pública y sólo tienen su cuerpo y sus manos en la empresa.

Veo que un amigo (también colega, también coleguilla) ha dibujado en su perfil google este profundo consejo: "No te preguntes lo que España puede hacer por tí. Pregúntate por lo que puedes tú hacer para tranquilizar a los mercados". Pues eso.



lunes, 24 de enero de 2011

La liga de los sin bata

Era una de las metáforas de uno de los humoristas de la Transición: estudiantes sin bata como imagen de la resistencia. Cuando llegué al colegio de curas donde estudié el bachillerato, acababan de abolir la obligación de la bata (en mi escuela primaria había sido obligatoria). Cuando acabé la carrera y comencé como posgraduado en los márgenes de la universidad profesional, los profesores de las "ciencias...." comenzaron a ponerse batas. Psicólogos que explicaban pura fenomenología se vestían de bata, estadísticos y sociólogos de urgencia, cualesquiera que tuvieran que escribir mucha fórmula en la pizarra. Me sigo preguntando por qué: ¿para no mancharse de tiza?, ¿para parecerse a los químicos experimentales? Curiosamente las ciencias estaban dejando de ser experimentales para convertirse en una academia de pluma y papel publicadora de artículos con índice de impacto. Las batas habían desaparecido de las facultades de las ciencias duras pero se habían convertido en signos de distinción de las facultades de ciencias blandas.
Ahora que estoy pensando sobre imaginarios y disciplinas me llega esta imagen de los sinbata como icono de tiempos perdidos. Y, esto es lo que me importa, cuánto de cultura material hay en la ideología: traje, bata, mono, grunge, ..., al final nuestra posición ante el mundo termina y empieza en dónde compramos la ropa que nos cubre y las máscaras que nos hacen.

viernes, 21 de enero de 2011

Cuando éramos posmodernos


Digimodernismo, altermodernismo, hipermodernismo, automodernidad, performatismo..., nacen los adjetivos en los foros de los mandarines de la crítica cultural: Nicolas Borriaud, Gilles Lipovetsky, Raoul Eshelman, Robert Samuels, Alan Kirby,... La Tate Gallery ha dado por muerto el posmodernismo: un cadáver que llevará tiempo reconocer. En dos palabras, éste es el resumen de uno de los obituarios del posmodernismo:
http://www.timeshighereducation.co.uk/story.asp?storycode=411731.
El posmodernismo (que algunos datan en el final de la Primera Guerra Mundial, pero que en realidad se impuso tras la caída del Muro) se identifica por muchos rasgos que, sin embargo, se reducen a uno: no hay un horizonte único en la perspectiva del futuro --ya no hay grandes relatos ni promesas universales-- pero sí tenemos un pasado común: la gran catástrofe. Estamos y vivimos en el día después. El pasado es tan radicalmente siniestro que se ha convertido en impresentable. Como afirmó Agamben, uno de los gurús de aquellos tiempos, el campo de concentración se ha convertido en el símbolo de lo sublime de nuestro tiempo porque nuestro tiempo es ya un inmenso campo. Vivimos en el viento del desastre.

Capitalismo posfordista, capitalismo cultural, ...., multiculturalismo, metanarrativas, nomades, deconstrucción, ... Tengo la papelera llena de sustantivos y adjetivos difícilmente reciclables. No sé que hacer con ellos, aunque no tenga otro remedio que seguirlos empleando en las clases como la ropa grunge que aún me queda.

Claro, como ocurre con la ropa usada vintage de los setenta, algunos sueñan con poder sacar sus ilustraciones positivistas o neomarxistas del armario. Pero, como ocurre con la ropa usada vintage de los setenta, siempre se nota que algo no funciona: hay ya muchos muros caídos.
Empezó muy claramente el derribo unos días 11: 11-S, 11-M. Aunque fue un 11 (13)-S distinto en el que sonaron las trompetas de estos jericós: 11(3)-S de 2008: caída de Lehman Brothers (1850-2008). Siglo y medio de capitalismo financiero. Se acabó la fiesta, llegó el comandante y mandó parar. Y todo fue nueva disciplina, nuevas disciplinas, nuevo disciplinarse.
Todavía leemos a Murakami y a Bolaños, pero ya empiezan a oler los discursos muertos.
El joven Godard acaba de explicarlo claramente en Film socialisme. Sólo que hay que esperar un tiempo para entenderle.




sábado, 15 de enero de 2011

La pasión dormida


Una noche, hace muchas noches, hace muchos años, en la tele, en un programa de máxima audiencia, entrevistaban a un banquero, el banquero del día, acababan de hacerle doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid. Alto, guapote, simpático, de intensa mirada. La entrevistadora le preguntó si acaso conocía los grupos del momento. El banquero citó de memoria todo el rock radical: La Polla, Siniestro Total, Barricada, ...., todos, todo el paquete. Los más duros. Anarcos puros. Unos meses más tarde ese banquero caería en desgracia y sería condenado por fraude. Hoy imparte lecciones de ética en una de las emisoras de la derecha extrema.
Se ha dicho de nuestra época que ya no sirven las ideologías, no porque no las haya, sino porque la realidad se ha hecho ideológica: se vive la ideología con tranquilidad, sabiéndola ideología, sabiendo ya que la realidad tiene dos lados, o quizás poliédrica. Pero no importa. El de arriba conoce la canción de los de abajo. El de abajo sabe cantar las rancheras del señor. No importa.
La pasión política ha sido encerrada bajo una capa de pasiones más bajas o más altas. Nos sabemos en los dos lados de la historia. Cada quien sabe hacer un discurso legitimador con las palabras del otro. Oigo a un alcalde de la derecha citar el refrán de los tiempos oscuros: "primero vinieron por los comunistas. No dije nada, yo no era comunista....": ¡lo citaba como argumento contra la ley que prohíbe fumar en los espacios cerrados! La desmesura del cinismo se ha instalado en nuestro lenguaje cotidiano.
Se diría que no hay salvación. Se diría que cuando el cinismo infecta el lenguaje es que el cáncer ya tiene metástasis en las capas más profundas de lo que somos. Y así se explicaría esa anestesia con la que es vivida la pasión política. En la superficie nos da igual. En el fondo nos da igual.
Me rebelo, sin embargo, contra los discursos vacíos que intentan movilizarme acudiendo, precisamente, al psicodrama que es causa y efecto del cinismo. Y sospecho que deberíamos empezar a distinguir dos significados del concepto de lo político: uno, el de la gestión del cinismo, con el que convivimos como convivimos con la publicidad, sin creer pero sin resistir. Otro, que no sé como calificar, tendría que ver con la capacidad de imaginar lo que no es, con el exabrupto que surge del malestar que nos corroe. Y reivindico este malestar como estrato salvador de la democracia: al final, la democracia no es la asamblea de los gestores. Con su pan se lo coman. No hay por qué aceptar su reclamo de que están de servicio y de que nosotros no queremos comprometernos con su obra. Que les zurzan. La democracia es la asamblea del malestar, de la negación al consenso fácil. De la negación a ser interpretado, a que un banquero cante tu canción.
Hoy, cuando un estudiante cabreado se inmola en Túnez y es capaz de derrotar a un sistema, es un día de fiesta de la democracia. Despertarán las pasiones cuando el cinismo haya gastado su par de botas en desfiles.

miércoles, 12 de enero de 2011

En ningún sitio como en casa


Cada navidad llegan las listas, cada enero los anuncios de los Goya. Y me deprimo con una depresión que mucha gente de esta península padecemos al menos desde que La Beltraneja perdió sus derechos contra la reina católica. Y recuerdo esos luminosos momentos en que en mi vida descubría lo radicalmente nuevo: como cuando escuché por primera vez No woman, no cry, los conciertos en Japón de Keith Jarrett, los cuartetos de Ligeti, como cuando leí los relatos de Coetzee, como cuando siendo adolescente vi por primera vez They shoot horses, Don't they? de Sidney Pollack (Danzad, danzad, malditos) y supe que la imaginación produce realidad: no la representa. Voy a ser injusto: toda la música popular-pop española me suena la misma canción; todo el cine español me recuerda la misma película; toda la novela, la misma historia (yo estoy en el saco: toda la filosofía, el mismo rollo). ¿Qué nos pasa?, ¿nos falta imaginación?
Posiblemente: sí.
Imaginar es algo más que fantasear. Imaginar es hacer visible lo que no es.
Y la cultura española es adicta a lo real. Odia lo extraño: "en ningún sitio como en casa".

martes, 4 de enero de 2011

Demasiada realidad




Coinciden en la Tate Modern dos exposiciones que me han hecho dar nuevas vueltas a mis distancias con las tesis debordianas de la sociedad del espectáculo y las derivas posteriores del simulacro y all that jazz. La primera es una retrospectiva muy amplia de Gaugin, la segunda es la instalación de Ai WeiWei Sunflowers Seeds (pipas de girasol)

La exposición de Gaugin se ordena en relación con el impacto que tuvo sobre Gaugin la exposición universal de 1878 en París, cuando se abrió en museo de Antropología del Trocadero, donde se pretendía una colección de todos los "tipos" humanos. Las relaciones entre el origen de la etnografía y el imperialismo están suficientemente señalados, así como la cierta mirada presuntamente objetivizante de la fotografía en la construcción de la imagen del salvaje. Pero no se ha reparado mucho, creo, en la subversión de lo real que aportan los fauvistas. A la fotografía "real" respondió Gaugin desarrollando una subversión imaginaria del mundo salvaje. Donde el antropólogo veía salvajismo (todavía Levi Strauss hablaba de pensamiento salvaje) Gaugin vio la esquina del paraíso, un mundo otro donde la imagen oficial era la de la choza y la mujer con lo pechos descubiertos. Bien sabía Gaugin, en su viaje interior a los mares del sur, que lo que le rodeaba no era ya salvajismo sino explotación, esclavismo para las mujeres y alcoholismo para los hombres. Pero él subvirtió las imágenes y creó un Tahiti soñado con mujeres ensimismadas y misteriosos títulos en un lenguaje que él ignoraba, pero del que tomaba prestadas palabras sonoras para ponerle música a sus imágenes.

Ai Weiwei está en la otra esquina del paraíso, sea cuál sea. En la China postcomunista, ha presentado una instalación que cala profundo en el destino del arte contemporáneo. Decenas de metros cuadrados llenos de pipas. Pero cada pipa está hecha de cerámica y pintada a mano. Cientos de mujeres de una aldea que en la china imperial elaboraba la cerámica para el emperador, fueron contratadas para elaborar los millones de pipas, cada una diferente, para después ser cocidas, lavadas, empaquetadas y enviadas a Londres. Una tarea de chinos: Weiwei ha captado perfectamente el sino de la imagen en la era del capitalismo cultural.






Todo es espectáculo, sostiene la teoría de la sociedad del espectáculo. Pero lo cierto es que perecemos de realidad. Se ha tomado demasiado en serio la idea de que, porque la realidad se vea como imagen, todo es simulacro. Pero hemos perdido a Gaugin: hemos perdido la capacidad de subvertir lo real y transfigurarlo, de crear realidades imaginadas, porque ya nos hemos emponzoñado de realidad. En cien años hemos tirado a la basura nuestra capacidad de imaginar. Sostiene Zizek que la realidad se ha hecho ideológica. Demasiada realidad.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

El arte de la distancia


Según muchos pensadores contemporáneos muy cercanos a las tesis de la sociedad del espectáculo de Guy Debord, la función de la ideología habría ya desaparecido en las formas contemporáneas de capitalismo. La ideología, para la filosofía marxista, tiene como función ocultar la realidad y las condiciones reales de existencia, la naturaleza social de los vínculos que atan a los grupos y clases, y presentar como sustituto la idea de fuerzas naturales que hacen que parezca natural y necesario lo que no es sino artificial y contingente. En la sociedad del espectáculo rige por el contrario una razón cínica donde todos saben lo que pasa, pero no importa. La ideología ya no oculta, al contrario, hace visibles los lugares y puestos de cada grupo y clase. No hay nada que ocultar porque, sostienen estos autores, se ha creado ya la convicción de que no hay alternativa posible. Todo es imagen, simulacro, todo está a la vista: disfrutamos de los placeres y los dolores del mundo a la hora de las noticias. Nadie se engaña. Pero el efecto es el mismo: saber que es artificial no cambia la convicción de que no hay alternativa.
Tengo que confesar que nunca he sido suficientemente posmoderno como para dejarme sugestionar por las tesis de la sociedad del espectáculo completamente (aunque me parecen iluminadoras en otros aspectos). Más bien creo lo contrario: que estamos perdiendo el arte de la distancia, de la sospecha de que podemos estar siendo engañados, incluso o sobre todo por nosotros mismos. Demasiada realidad, por mucho que se disfrace de simulacro.
Como si no fueran ya necesarios los relatos y la imaginación. No es por ello extraño que la gente confunda la imaginación con los videojuegos que repiten una y otra vez la misma jugada, el mismo personaje, la misma historia.
Algunos piensan que la filtración de los papeles de Wikileaks confirma lo que ya sabíamos. Todo a la vista.
Pero no. No porque exista algo sorprendente en esos papeles: quién se va a asombrar de que los gobiernos mientan a sus ciudadanos. Sino porque restaura la imaginación y la capacidad de distinguir el espectáculo y la realidad. Demasiada realidad: ya no importa la información cuando hay demasiada realidad. Pero no. Necesitamos la información porque estamos perdiendo la capacidad de imaginar.

El filósofo canadiense Peter Ludlow ha escrito recientemente un trabajo sobre la filosofía política de Julian Assange y su tesis de que las redes que él llama "conspiraciones" son nuevas instituciones que actúan sin cabeza, pero con una dirección definida: no sirve cambiar una parte, sino mostrar que en la sociedad actúan estas estructuras. Son estructuras que producen ocultamientos no porque haya nada que ocultar necesariamente, sino porque lo que se quiere ocultar es la propia responsabilidad. Es interesante sobre todo porque explica la omnipresencia de estos mecanismos y de cómo son tan absorbentes, y sobre todo tan alejados de cualquier glamour que pudiese pensarse asociado al término "conspiración": las conspiraciones, sostiene son mecanismos cognitivos más que otra cosa. Puede que la ideología ya no sea lo que fue. Pero el engaño y el autoengaño siguen siendo lo que siempre fueron.


(Hay innumerables entradas en la red, entre ellas en su página personal).


jueves, 23 de diciembre de 2010

También se cantará en los tiempos oscuros




(Paul Klee: El ángel olvidadizo)


VII


Siempre puede haber un tiempo de inocencia.
Nunca existe un lugar. O si no existe un tiempo,
Si no es cosa de tiempo, ni de espacio,

Existiendo, a solas, en su idea,
En el sentido contra la calamidad, no es por ello
Menos real. Para el filósofo más frío y más anciano

Hay o debe de haber un tiempo de inocencia
Como puro principio. Su naturaleza es su fin,
Que debería ser y no ser a un tiempo, una cosa

Que estimula la piedad de un hombre piadoso,
Como un libro al atardecer, hermoso pero falso.
Como un libro al alba, hermoso y verdadero.

Es como una cosa de éter que existe
Casi como predicado. Pero existe,
Existe, y es visible, existe, es.

Así, entonces, estas luces, no son un hechizo de luz,
Un refrán caído de una nube, sino inocencia.
Inocencia de la tierra y no un signo falso

O un símbolo de malicia. Que participamos
De eso mismo, yacemos como niños en esta santidad,
Como si, despiertos, yaciésemos en la quietud del sueño,

Como si la madre inocente cantase en la oscuridad
De la habitación y en un acordeón apenas oído,
Crease el tiempo y el espacio en el que respirábamos..

(Wallace Stevens)


Que la felicidad os encuentre disponibles


domingo, 19 de diciembre de 2010

Producción de ausencia





Acabo de ver Film Socialisme de Godard y querría que la palabra e imagen sirviera de tarjeta de felicitación de fin de año a todos los que están por ahí, enredados.

No llegará lejos. Claro. Hoy El Semanal de El País trae en portada a Belén Esteban como fenómeno mediático (para quienes leen desde otros lugares, se trata de una persona que ha logrado una audiencia que sólo la TV consigue en estos tiempos: exhibiendo la curiosidad, o monstruosidad, de una nativa de la clase obrera con todos sus dejes que ha llegado a su media hora de fama por sus trayectorias carnales. No tiene que ver con ella lo que sigue. En cierta forma todos somos ella); esta semana estrenan en Madrid en un cine oculto ( Pequeño Cine Estudio) la película de Godard.
No es casual. Ambos sucesos, eventos, hablan de lo mismo.
Una Europa errática como un buque de turismo masivo perdido entre imágenes y palabras, entre la memoria y una desesperanza irremediable.
Godard ha elaborado un collage de imágenes, sonidos, citas (todos querríamos escribir un libro de citas), pensamientos, sentimientos y proyectos fracasados. Quo vadis Europa, es el tema de la película, que se entiende muy bien, demasiado bien, por eso los circuitos marginales, estos días. De la nada ("he conocido a la nada-- dice una voz en off-- y estaba más bien delgada) a la nada.
No hay respuesta a las preguntas que uno grita en los bordes del abismo. Sólo ecos que las repiten.
Felices fiestas.

jueves, 16 de diciembre de 2010

El avatar del cuarto de al lado


"Cada cuarto propio comporta la posibilidad de contener un ojo que mira o su equivalente óptico artificial. La mirada viene dada por el pensamiento de que puede haber alguien al otro lado que observa. Cada edificio repleto de ventanas esconde en cada una de ellas, apagadas, la contingencia de camuflar un ojo voyeur, la eventualidad de ser una ventana indiscreta.
Resulta inquietante, atemoriza ese lado que no llegamos a ver sino como potencial mirada tras una cortina o tras una fisura entre la puerta y la pared. En ese transcurso, de descubrimiento de la mirada se produce un proceso de subjetivación: no vemos el objeto sino la mirada misma, aquello que en el gesto se convierte en una entidad mítica."

Así inicia Remedios Zafra el capítulo "El cuarto de al lado" de su Un cuarto propio conectado (Fórcola ediciones, 2010). Es un libro de fenomenología poética de alguien que ha nacido y habita en la sociedad-net, de una netiana que examina su vida y las vidas contemporáneas bajo la luz de Virginia Woolf, quien había convertido el cuarto propio en signo de identidad: un espacio-cuerpo libre de sumisión.




El cuerpo-espacio que es el cuarto conectado nos relaciona con nosotros mismos y con el mundo bajo un régimen de miradas múltiples: miradas a la pantalla, ruidos que conectan el cuerpo con el resto de los cuerpos de la vecindad, avatares de uno mismo que andan libres por un espacio material-virtual y que son algo más que espejos, algo menos que yoes-otro, algo diferente al yo con el que dialogábamos cuando nuestra existencia discurría en el cuarto-habitación de Heidegger, morada oscura de un yo solitario jesuítico.
El cuerpo-espacio conectado es un cuerpo-mente extendido por un espacio material e imaginario a la vez, solitario y poblado de miradas. El cuerpo-espacio donde se desenvuelven las identidades netianas es menos un lugar, sostiene Remedios Zafra, que una heterotopía.
Una ex-posición tan llena de sugerencias como de iluminación de las zonas remotas de nuestra existencia. Tan profunda como la piel.


sábado, 11 de diciembre de 2010

Los que confunden la vida y el lenguaje


Las cincuenta pastillas de Seconal que llevaron a Alejandra Pizarnik, en 1972, a las sendas negras de la existencia en la nube, marcaron la frontera de la vida y el lenguaje a quien se había negado a reconocer ese limen.
Para tod*s aquell*s para quienes esa frontera siga siendo un pantano que se sabe y no se quiere atravesar las palabras de Alejandra tendrán un sentido inmediato:

LOS DE LO OCULTO

PARA QUE LAS PALABRAS no basten es preciso alguna muerte en el corazón.

La luz del lenguaje me cubre como una música, imagen mordida por los perros del desconsuelo, y el invierno sube por mí como la enamorada del muro.

Cuando espero dejar de esperar, sucede tu caída dentro de mí. Ya no soy más que un adentro.

Ya no somos más que un adentro: residuos de un tiempo de fronteras y muros que se establecieron para ayudarnos (amenazarnos) a distinguir la realidad de la apariencia y terminaron encerrando las almas en un adentro que no quiso reconocer la realidad. Como si las palabras bastasen para distinguir la vida y el lenguaje.


miércoles, 8 de diciembre de 2010

La noche de la valquiria


Ayer tuve la suerte de asistir (a la distancia proletaria que permiten las emisiones en directo a cines) al estreno de La Valquiria de Wagner en La Scala de Milán dirigida por Daniel Barenboim. Afuera, los italianos se manifestaban contra los recortes económicos en cultura y educación que está infligiendo el estado (italiano, todos). Se tocó el himno nacional (estaba presente el presidente Giorgio Napolitano) y, a continuación, el director, siempre consciente de su lugar y tiempo, comenzó por declarar su preocupación por el futuro de la cultura en Europa. Leyó el artículo 9 de la constitución italiana que promete la protección a la cultura científica y humanística y, tras un encendido aplauso, dio comienzo a la representación. Era imposible que tal marco no determinase la interpretación.
La Valquiria
es la parte de El anillo del nibelungo que ilumina más el mundo de los hombres: héroes y villanos, amores y odios de tribus. Los dioses (Wotan) son conscientes de su pecado: se han vendido al oro y ahora están amenazados por los ejércitos del mal: los ejércitos del nibelungo Alberich, que abominan del amor y representan la fuerza del poder del dinero, les amenazan y la lenta recolección de héroes muertos que Wotan ha emprendido no bastará para detener el curso de la historia. Creen los dioses que sólo un héroe (humano, libre) puede salvarlos. Wotan ha creído ver en el Welsungo Siegmund el sueño de este héroe (que los dioses sueñan con un héroe humano es el mensaje de Wagner. Que los dioses estén enfrentados a un destino trágico es el tema que resuena en el heideggeriano "demasiado tarde para los dioses, demasiado pronto para el Ser"). El héroe también está destinado a un fin trágico: los dioses tienen que elegir entre la moral del héroe y la moral convencional y eligen la última. Siegmund es condenado pero la Valquiria Brünnhilde salva el futuro (Siegfried) a costa de su propia inmortalidad: su precio es convertirse en humana.
Metáfora de la aristocracia cultural alemana en decadencia ante los ejércitos de la burguesía y el mercado, las parábolas de El anillo de los nibelungos sonaban anoche como trompetas que llamaban a un juicio final a los señores de Europa. Amor contra mercado, héroes contra dioses, valentía frente a los miserables que mandan. Weslungos por los bosques en perpetua huida de los bárbaros interiores, condenados al sacrificio por las diosas de los mercados (¿por qué se parecería tanto la diosa Fricka, esposa de Wotan (Ekaterina Gubanova) a Ángela Merkel?).
Como la prostituta de Pretty Woman atendiendo a La Traviatta, no pude evitar las lágrimas en varios momentos: el romanticismo me puede. Pero mi cabeza seguía maquinando: el tiempo de los dioses está feneciendo y llaman en su agonía a los héroes de los hombres. Como si el tiempo de los héroes aún fuese posible.
La nostalgia de Wagner, que resonó en la llamada de Daniel Barenboim, llenaba el espacio real de La Scala de melancolía y sueños de un mundo otro, desde éste, ya desencantado de sus esperanzas. Ahora que asistimos al final del sueño europeo, todos somos la valquiria. No queremos obedecer a los dioses; no sabemos amar a los héroes.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Retorno al eterno retorno


"Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas", escribe Borges en Otras Inquisiciones. Borges pensaba que las metáforas son muy pocas, aquellas que eternamente se repiten en los poemas bajo la apariencia de nuevas letras. Quizá toda metáfora es una historia resumida. Quizá tras la metáfora (ella misma una metáfora del viaje: los griegos de ahora llaman metáforas a los autobuses) haya tal vez una parábola, una proyección, un ejercicio de imaginación que nos lleva a un espacio conceptual en el que habitamos como se habita en una historia. Quizá, entonces, la historia universal no sea sino la historia de unas cuantas historias. Historias imaginadas una y otra vez por seres que han soñado ser lo que habían soñado querer ser, condenados eternamente a repetirse pues la memoria humana sólo acepta unas cuantas parábolas necesarias. Quizá todos hayamos sido Ulises, Lady Macbeth, Judas, Napoleón en Santa Elena. Quizá todos ellos quisieron ser nosotros.


domingo, 28 de noviembre de 2010

El tedio y la atención


El Eclesiastés se inicia con una salmodia de escepticismo:

"¡Vanidad de vanidades! --dice Cohélet-- ¡vanidad de vanidades, todo vanidad! ¿Qué saca el hombre de todo su fatigoso afán bajo el sol? ¨[...]
"Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver, ni el oído de
oír. Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará: nada hay nuevo bajo el sol. Si algo hay de lo que se diga: "Mira, eso sí que es nuevo", aún eso era ya en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos como tampoco de los venideros quedará memoria en los que después vendrán"

Es la mirada del tedio, del ennui como condición de existencia. No es simplemente una forma de vida premoderna, pre-historiográfica, pre-romántica (que también lo es. Carlos Thiebaut escribe estos días sobre la aparicion de la imaginación creadora en la poesía romántica inglesa como una facultad y dimensión básica de lo humano); por el contrario alcanza hasta un estrato de las formas de vida en donde la inserción en lo real se vive como hastío y desilusión. Uno diría que es un canto que se repite una y otra vez en las eras de desencanto, como si la realidad se hubiese engrisado como los cielos de un otoño infinito.
Marcel Proust sintió innumerables veces ese hastío. Su Marcel, que experimenta con su vida la posibilidad de llegar a ser escritor, ha recorrido los salones y ha descubierto una y otra vez la vuelta del desencanto allí donde había enamoramiento y admiración. Pero Marcel descubre otra forma de estar en la vida. Tarda una vida entera en descubrirla: sabe que ser escritor no consiste en escribir bien sino en lo que llama "estilo", que no es otra cosa que adquirir una forma propia de mirar. Relatar con gracia lo mirado es más fácil que aprender a ver. Lo primero es artesanía, lo segundo arte. Marcel lo descubre en el pliegue de la realidad: allí donde había un salón de aburridos esnobs, el visitante Marcel descubre un flujo de sensaciones que le transporta fuera del discurrir eternamente recurrente de los Verdurin. Un flujo de vida que no viene del ensimismamiento y la distancia. Al contrario, es la profunda atención a la vida lo que salva a Marcel del hastío.
Si la escritura, si la imagen, nos trasladan a una posible forma de ser y vivir diferentes no es a causa de la fantasía de lo insólito, sino a causa de la atención que prestan a las cosas invisibles. Se me ocurría que escribir o recolectar imágenes con la cámara, con el lápiz, con los ojos, todo es lo mismo: formas de ver.
Inaugura estos días el Reina una exposición inteligente: "Atlas ¿Còmo llevar el mundo a cuestas". Aprovechando la reciente traducción del libro de Didi-Huberman sobre Warburg, el coleccionista de imágenes e historiador revolucionario del arte, el MNCARS llena las salas de imágenes bajo la figura del Atlas, el que soportaba el mundo, pero también la colección de imágenes del mundo. Uno pasea por las salas y la atención se concentra en lo nimio: una fábrica, una hoja de un diario, la prensa cotidiana,...Al final de la exposición ya se ha concluido lo mismo que al terminar la Recherche: hay otra forma de vivir: vivir para ver. Si el tedio es la condición humana, la atención es la redención de una existencia herida.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La oscuridad de los tiempos oscuros


















Un micro-poeta nos dejó, en la puerta de la Casa de Campo, estos dos tratados de los tiempos que corren.
No sabría decirlo con menos palabras. Ni con más.

martes, 16 de noviembre de 2010

Gente que se copia a sí misma




Llevo dos semanas pensando en pensar algo inteligente sobre Copia Conforme (Copia Certificada) de Abbas Kiarostami y sé que no sé suficientemente sobre cine para hacerlo, que tendría que saber más de Rossellini, de Antonioni, para decir algo sensato.
Pero, asomándome como un triste voyeur a un paisaje extraño, veo un lento y suave discurso, con una distancia entre irónica y sensata, sobre el sujeto y la imagen. Se ha dicho que vivimos en un tiempo en el que el discurso no es más que un pie de foto de la imagen. Y en eso consiste la película, en una meditación sobre lo que significa elaborar un pie de foto en la imagen: una pareja pasea por un pueblo italiano (sólo Erice y Kiarostami saben hacerlo). La imagen de la pareja no cambia: una pareja que pasea. Pero el discurso se quiebra en dos. En la primera parte, un ensayista que habla de la importancia de las copias es seducido por una galerista especializada en copias. Pasean por un pueblo italiano. A la mitad de
la película comienzan a fingir que son una pareja: ¿comienzan a fingir su real yo en su vida real? y la imagen continúa pero ahora tiene el sentido de una historia de atardeceres amorosos, de nostalgias, enfados, chistes, miradas y desesperanzas.



En Kiarostami los rostros se hacen paisajes y los paisajes rostros: se confunden las calles con la historia y la historia con los rincones: una meditación sobre una fuente es una meditación sobre qué es una pareja, una ventana a un jardín donde se celebra una boda es una ventana al tiempo.
Pero el discurso de Kiarostami tiene lecturas es estratos insondables: una existencia donde la máscara es tan importante como lo enmascarado, donde la realidad es la copia certificada de la realidad, donde los sujetos fingen ser sí mismos.
El juego especular de la cámara, la copia, el doble, la imitación de sí, la nostalgia de lo original y la melancolía de la máscara, convierten Copia Conforme en un discurso-imagen sobre la identidad que cava hasta allí donde nuestra pala se dobla.

Imprescindible.


PD:

1) Hay que verla en versión original: si no, se pierde el discurso-copia, que consiste en el juego del inglés que pasa a francés, y a la inversa, y ambos al italiano. Una nueva metáfora sobre la identidad europea.

2) Es interesante repasar las críticas de la película. También la de El País: nuestro profundo Carlos Boyero se aburrió. Vaya. La posmodernidad se aburre. ¿Quién la desaburreará?


domingo, 14 de noviembre de 2010

Retablos de maravillas






Coinciden en el Reina Sofía dos retrospectivas que sugieren un paralelismo de lo maravilloso:
Desbordamiento de Val de Omar, de José Val del Omar ((1904-1982) y Una exposición de arte de Hans-Peter Feldman (1941). En ambas el tema central es la acumulación: de objetos e imágenes. El resultado es la resurrección de una categoría estética olvidada por quienes profesan la estética: lo maravilloso. Olvidado en el desván de la historia, velado por las nuevas categorías de lo sublime, lo siniestro, lo irónico, y todas esas figuras que se han dedicado desde el Romanticismo alemán a celebrar lo alto de la alta cultura, lo maravilloso ha permanecido donde siempre estuvo, en un lugar que está más allá de la fosa entre la Kultur y la cultura popular. Lo maravilloso es lo que atrae al niño (Feldman) que vive en el mundo destruido de la posguerra en Alemania donde las imágenes escasean como la comida y abren ventanas a lo otro, y le impulsa a coleccionar: cuadernos de recortes, fotos de papel couché. Lo maravilloso es lo que miran los habitantes de los pueblos perdidos de la República Española cuando las Misiones Pedagógicas llegan en camioneta o en mulos (¡qué apasionante reportaje de Val del Omar sobre las Misiones Pedagógicas, sobre aquel inusitado esfuerzo de poética de la educación!). En ambas exposiciones se muestran gabinetes de maravillas: colecciones sin orden de objetos que sugieren jardines de la ilusión.

José Val de Omar:


Aventurero de las Misiones Pedagógicas, poeta de la experimentación con la imagen, desbordante creador de cosas y, me parece, el más vanguardista de nuestros artistas.
Mecamística: "mecánica de lo invisible" define. Y eso es su historia: una continua búsqueda de lo invisible, que deja su rastro en la acumulación aplastante de las cosas que le rodearon. Notas de trabajo que merecen una antología de la poesía vanguardista, patentes que deberían figurar en la historia del arte, artilugios de la fascinación.
Entre la técnica y la poesía, saltándose toda la estética de lo sublime, con el amor por la cultura popular que solamente pueden mostrar los no "profesionales" del arte, Val del Omar señala un horizonte crítico que está más allá, mucho más allá, de los gestos críticos de quienes aceptan o rechazan premios de arte. Toda su obra está en el horizonte de una tierra donde lo visible se distribuye no por adictos a la gloria sino por poetas de la esperanza.

En la imagen de más arriba, uno de los infinitos collages de Val del Omar, en ésta de aquí abajo, Val del Omar, desde un balcón del ayuntamiento de Pedraza, explica a sus habitantes una reproducción del Fusilamiento del 2 de Mayo de Goya. Tiempos en los que se sabía qué hacer con los museos:

sábado, 6 de noviembre de 2010

Después del apocalipsis


La mayoría desbordante de las culturas humanas a lo largo de la historia han sentido el tiempo bajo una topología cíclica. En primera instancia, el tiempo cíclico consuela: no hay nada nuevo bajo el sol, dice el Eclesiastés, todo ha ocurrido ya, todo produce hastío. En segunda instancia, el tiempo es un tiempo escrito por el destino: todo ha sido escrito ya. No sabemos qué nos depara el tiempo, pero ya está escrito en algún ignoto libro. Por alguna razón la cultura medieval fue creando la atracción por el fin, por el final de la historia. Ya había sido escrito el Apocalipsis, pero la idea de que estamos en la senda de la destrucción se asocia a los milenarismos medievales y de ahí a casi todos los milenarismos de carácter religioso. Franz Kermode, un crítico literario muy importante en los años sesenta y setenta del pasado siglo, escribió El sentido de un final fin aplicando esta intuición a la novela contemporánea. La novela es hija de la idea de fin: el fin articula la trama, la fábula, y de ahí la estructura narrativa bajo la que hemos aprendido a disfrutar de los relatos.
Curiosamente, la novela contemporánea ha abandonado la idea de fin como articulador del relato. A veces resuena el tiempo cíclico (A la búsqueda del tiempo perdido), a veces el fin está abierto (El hombre sin atributos), a veces no tiene sentido la idea de final. Algo ha ocurrido en la historia de la novela contemporánea.
Tal vez haya ocurrido ya el apocalipsis, cuando el mundo (las ilusiones del mundo) se desvanecieron como niebla en el viento y lo que resta es un camino sin final. The road de Cormac McCarthy puede que no sea sino una novela sobre la condición contemporánea: viajamos cubriendo nuestra precariedad con un carrito de la compra, intentando salvar lo único que creemos que puede salvarse, los hijos, la dignidad, sabiendo que el mar al que deseamos llegar sólo es el principio de un nuevo camino que ya no nos toca recorrer.
En las culturas premodernas, y aún en las modernas, ordenadas por la idea del héroe como modelo, la muerte era el fin. Ahora sabemos que no: antes nos habremos disuelto en una niebla de falta de memoria, en un silencio de la historia, y la muerte sólo será un tonto tropiezo en la bañera. No hay fin, sólo disolución.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Los tres marcels


Aunque todas las novelas poseen un contenido filosófico (también las malas, pero de otra forma), algunas son paradigmáticamente novelas filosóficas. De entre todas ellas, A la búsqueda del tiempo perdido destaca como una de las fuentes imprescindibles de la filosofía contemporánea. Se puede disfrutar como lectura, y es uno de los relatos que más placer proporcionan al hacerlo; o convertirlo en uno de los textos centrales de la teoría de la identidad en el siglo pasado y reflexionar sobre él como experiencia privilegiada a la que nos asomamos. Como teoría de la identidad es una complicada trama de yoes que articula el texto:
En primer lugar está Marcel (1): es una persona afectiva, culta, apasionada, que a lo largo de la novela va atravesando sucesivos procesos de apego emocional: su madre, su abuela, la Duquesa de Guermantes, Swan, Gilberte, sus amigos: Saint-Loup, Charlus, su amante Albertine,..., los lugares: Combray, Balbec, Venecia, ..., la música, los cuadros. En este nivel la BTP es una novela de un tipo particular de Bildungsroman, de relato de formación: Marcel (1) se va desilusionando y desencantando progresivamente de cada uno de los objetos de su amor, hasta llegar a un estado de enfermedad y melancolía que le llevan a escribir y retirarse de los salones.
En segundo lugar está Marcel (2): es un escritor que (en El tiempo recobrado) a punto de entrar al salón de la Duquesa, en la Biblioteca, repasa toda su vida y medita sobre la novela que va a escribir, La linterna mágica, (que ya ha escrito, es la BTP). Esta novela es su última ancla en la vida. Se ha examinado a sí a través de las memorias del instante: la magdalena, los ecos de los momentos pasados; ha examinado las vidas torturadas de sus amigos; se ha examinado en su propio infierno de amor y celos. Ha descubierto que el dolor es la fuente de certeza subjetiva; que el amor siempre es fuente de dolor (que siempre se dirige a la persona más distinta del yo que se pueda encontrar; que siempre produce ansiedad; que siempre, salvo que sea una aventura, es fuente de perpetuo miedo a saber); que detrás de las máscaras de fascinación sólo quedan con el tiempo personas vulgares que nunca merecieron el dolor que proyectaron en nosotros. Pero ha descubierto también que la intuición hecha relato a través del esfuerzo de la escritura salva la vida y la convierte en una vida examinada, digna por ello de haber sido vivida.
Está, en tercer lugar Marcel (3), es decir, Marcel Proust, un escritor del que conocemos mucho, tal vez salvo lo fundamental. Sabemos que era encantador y que sufrió celos homoeróticos; que buscó con todas sus fuerzas el llegar a ser escritor; que observó espantado el asunto Dreyfuss sabiéndolo el síntoma de una lepra que habría de destruir la cultura europea. Que, sobre todo, escribió sobre Marcel (1) y Marcel (2), dos yoes diferentes al suyo, cercanos, para intentar comprenderse a sí mismo y para intentar escribir sobre una verdad transcendental de la identidad: la imposibilidad del conocimiento del otro y de sí, la necesidad de narrar la diversidad de yoes para capturar el poso de la vida en los momentos de dolor, aquellos en los que se vislumbran las certezas subjetivas y se reconstruye la experiencia. Y que sólo en la distancia de sí, extrañándose, podría realizar esta búsqueda imposible del grial de la identidad.
Los tres marcels, como en el misterio de los cristianos, conforman una unidad que se nos escapa y que nos atrae por su misterio, y que nos habla de una similar partición en cada uno de nosotros: la de los yoes que aprenden y se desencantan de la vida, la del yo que los examina y que ocasionalmente se percibe a sí mismo examinándolos, la del yo que se distancia de sí y se observa en el espejo de las experiencias sin creerse demasiado nada salvo el misterio de ser, de estar vivo.

viernes, 29 de octubre de 2010

Lados del lenguaje


Ciencia, filosofía, poesía: como si el lenguaje fuese un poliedro en el que se te permitiese estar en una de las caras pero ver la otra de lejos. Como si las transiciones fuesen siempre inevitables.

Mientras preparo comentarios de Wittgenstein y Proust para el curso sobre la identidad, me encuentro con la reciente traducción de los poemas de Verónica Forrest-Thomson, breve poeta inglesa que se suicidó en 1975; que estuvo casada y divorciada del crítico Jonathan Culler; que, a pesar de moverse en lo más sofisticado de la posmodernidad, admiró la ciencia y la filosofía exacta y escribió un poema que me cae como una losa en este instante porque une en un mismo texto, en un mismo lenguaje que entiendo y que necesitaría una vida para decir por qué, a Proust, a Wittgenstein y al sentimiento que tenemos todos los que alguna vez escribimos con más lucidez que pericia que hay un pozo profundo entre la escritura y el ser capaces de iluminar las profundidades. He retirado del poema las notas que lo completan. Forman parte del poema pero no añaden nada al sentido de lo que me urge expresar: Proust y el dolor como el único lugar en el que la escritura puede hablar sobre algo que represente la subjetividad sin mediaciones; Wittgenstein y la conciencia del lenguaje como algo más/menos que una jaula: como un lugar en el que vivir; la nostalgia de la poeta de un libro que nunca escribirá: el libro que todos leemos y que nos hace seguir habitando en la casa del lenguaje a pesar de que hace tiempo que tendríamos que habernos ido a vivir la vida:

El Libro Marrón

Pero en un cuento de hadas la marmita también puede oír y ver

y ayudar al héroe en su tarea
de alentar algo hasta convertirlo en sus propios pensamientos,
Noms de Personnes, Noms de Pays

como Proust enseñó le tout Paris
su pequeña frase
intentando conseguirlo entre el dolor y su expresión.
La vida yace entre Combray y Illiers.

No es imposible que las reflexiones en torno a una magdalena
iluminen una mente,
pero un hombre que quiere detalles concretos
grita de dolor

con la superficie afásica de los objetos y sucesos
de un día,
sólo puede elegir la boca con la que dice:
debería haberme gustado escribir un buen libro.

Eso no ha ocurrido
pero ya pasó el tiempo en que podía mejorarlo.

Verónica Forrest-Thomson. Traducción de Raúl Díaz Rosales. Poesía. f. figura de pensamiento. Antología