La historia de Yoel y Sisera, también recordada por Artemisia es aún más inquietante que la bien conocida de Judit: Sisera, el general cananita que fue derrotado bajo el mando de Baraq, a instancia de la jueza Débora, fue acogido en la tienda de Yoel, quien le alimentó y dejó dormir. Cuando descansaba en su derrota, Yoel tomó un clavo y un martillo y le atravesó la sien, hasta que la clavija penetró en la tierra. En Jueces 4, además de la historia, aparece un canto a Débora y Yoel que debería figurar en toda antología de poesía dramática. Un fragmento:
Pedía agua, le dio leche,
en la copa de honor le sirvió nata.
Tendió su mano a la clavija,
la diestra al martillo de los carpinteros.
Hirió a Sisara, le partió la cabeza,
le golpeó y le partió la sien;
a sus pies se desplomó, cayó, murió,
a sus pies se desplomó, cayó:
donde se desplomó, allí cayó, quedó tendido.
A la ventana se asoma y atisba
la madre de Sisara, por las celosías:
¿Por qué tarda tanto en llegar su carro?
...
Artemisia lo interpretó en clave feminista. Sus cuadros son ya iconos de rebeldía. Pero estos días los pienso como parte de otra larga iconografía del varón incapaz de hacer lo necesario que pide ayuda a la mujer. Y me lleva a recordar otro icono: La ventana indiscreta (un mejor título que el original, The rear window, la ventana trasera), que tradicionalmente ha sido interpretada como una metáfora del cine y del espectador que somos, asomados como mirones a un mundo del que nos separa una ventana. Pero entre las muchas interpretaciones posibles del film de Hitchcock se me ocurren otras dos. Una es una versión del mito que refleja esta iconografía de mujeres que hacen lo que los varones son incapaces. Otra, no inconsistente, sino una extensión, es una metáfora del modelo humano cartesiano: la mente impotente, mirona, masculina, que pide ayuda a la carne, (femenino en castellano): "díme que ves y qué significa", le dice James Stewart a Grace Kelly. En la mitología griega los humanos se formaron de un huevo que se dividió en masculino y femenino.
En fin, son intrigantes estos senderos veraniegos por el bosque de las representaciones.
En el tórrido julio madrileño, google me lleva al Amazonas
