lunes, 30 de abril de 2012

Confianza


Alguna gente despierta metida en el mundo de la comunicación se ha quejado de que las palabras pierden sentido en esta era de los discursos que nos hacen ser como somos (Irene Lozano, El saqueo de la comunicación, 2008). Sería difícil negarlo y uno va perdiendo la cuenta de las palabras que van cayendo en el contenedor de la basura orgánica no reciclable. Habría que echar la culpa a las reiteraciones del término en contextos distintos a los que les daban un sentido liberador (aunque también es cierto que muchos insultos dejan de serlo y se convierten en signos de orgullo cuando se reiteran en nuevos contextos de uso). Es el destino de las palabras: no servir como signos estables de significado y no someterse a los deseos de académicos y ordenadores del lenguaje. Pero eso no impide que muchas veces cause tristeza observar que también la corrupción alcanza a alguna de las palabras que hicieron resonar las fibras de la emoción más íntima. Como ocurre con el término “confianza”.  Durante mucho tiempo he pensado y escrito sobre el concepto que describe el término: sobre el lazo emocional que convierte a los sujetos paranoicos de la teoría de juegos en personas normales que se lanzan a los brazos de otras sin saber si están abiertos para recibirlas. Como el niño al que uno de sus padres le dice “¡tírate!” y el niño no piensa en la altura sino en el abrazo que le espera. Y aún sigo pensando y lo seguiré haciendo aunque lea toda esa basura de la confianza de los mercados. Cuando la realidad se vuelve negra no sólo son víctimas las personas, también y sobre todo son los lazos que las unen. Y uno de los lazos son los significados, pues con las palabras nombran y reconocen aquellos vínculos que atan a unos con otros y a las mentes con el mundo.
Confianza. Todo lo contrario a cálculo de riesgos. Todo lo contrario a atadura. La confianza es lo que recibimos cuando otros nos dan libertad. La confianza es lo que produce la amistad y el amor. La confianza es el nudo que nos ata al mundo y a la sociedad. La confianza es lo que perdemos primero cuando se quiebra una relación. La confianza es el cemento de la sociedad. Es el fruto de la solidaridad, no el lazo del interés. Intercambiamos confianza porque hemos dejado a un lado los intereses: depositamos en la otra persona una parte de nuestra identidad para que ella la complete realizando su propia senda. Porque el camino del otro se ha convertido en nuestra continuación.
Algún día acordaremos que también hay delitos contra la semántica: cuando las derivas del significado se vuelven instrumentos de dominación y no medios de emancipación. 

domingo, 22 de abril de 2012

Puntos de la historia




Por segunda vez en un siglo, España se convierte en el laboratorio en el que se entrecruzan las fuerzas telúricas que determinan la historia. La primera vez, la Segunda República, cuando los gobiernos europeos tentaron la suerte de adormilar a la bestia fascista entregando un país a los pies de los caballos. Conocemos bien el precio pagado por los temerosos gobiernos de Inglaterra y Francia. No es diferente ahora la situación. El siempre lúcido FMI sabe que el nuevo orden económico exige víctimas propiciatorias. Se sabe bien dónde elegir: un pueblo castigado y sabio. Un pueblo que sabe de la vida y la muerte. Un pueblo que elegirá, suponen, la humillación y el castigo antes que, como el dubitante Hamlet, volverse y confrontarse con el destino cara a cara, aún sabiendo la derrota.
Pero en este capitalismo de casino, alguien debería tener en cuenta que las probabilidades mínimas a veces son las que importan. Que del mismo modo que han elegido un castigo ejemplar, un levantamiento ejemplar podría desvelar la tramoya de la historia y desencadenar las fuerzas, también telúricas, de las mareas del destino y que la vulnerabilidad en los tiempos que corren es una corriente que corre en más de una dirección.
Recorro las calles de Madrid, llenas de furgonetas de policías en las últimas semanas y recuerdo las frases de Mateo 24: "Cuando veáis la higuera florecer... " es que mayo está cerca.




domingo, 15 de abril de 2012

Orden emocional





La filosofía moderna se sostenía sobre una mágica correspondencia entre el orden del mundo y el orden de la mente, entre la materia y el pensamiento. Orden, materia y pensamiento son los ladrillos con los que se construyó la cultura moderna, un edificio en el que aún habitamos a pesar de muchos esfuerzos para derribarlo. Esta filosofía se había cobijado bajo una gran metáfora topológica, la de que el orden se instaura en dos espacios: el espacio de las causas y el espacio de las razones. En la división cognitiva del trabajo, el orden de las causas es el dominio de las ciencias y el orden de las razones el orden de las humanidades. Tal ha sido la fuerza de esta metáfora que todas las ciencias que han ido naciendo en los últimos doscientos años han sido forzadas a elegir su nacionalidad en uno de los dos espacios. O a fracturarse en continuos debates. Porque, claro, ¿en qué orden están los fenómenos sociales, la economía, las grandes estructuras históricas? Todo esto es bien conocido. Es el tema recurrente desde hace ciento cincuenta años: cada territorio tiene su ley, su idioma (las matemáticas uno, el lenguaje de la analogía el otro) y sus fronteras. Lo que se quede fuera es materia oscura.
Pero sabemos bien que una gran parte de lo que es humanamente significativo está fuera de esta dicotomía. Las prácticas y las emociones no han podido ser incorporadas a ninguno de los dos espacios por muchos esfuerzos que hayan hecho la sociología, psicología o la filosofía. Sabemos que son elementos centrales y constitutivos de lo humano y sin embargo no pueden ser explicados por simples complejos de causas o razones. Todas las tradiciones culturales que lo han intentado han fracasado. Lo que ocurre es que prácticas y emociones son elementos que instauran e instituyen nuevos órdenes de lo real: los lugares en los que habitamos los humanos. 
He explicado muchas veces que los humanos son una especie producto de la mezcla de lo natural y lo artificial, de las cosas del mundo y de los artefactos de su técnica. Los artefactos se ordenan en nichos propios: hospitales, fábricas, calles, hogares, campos de cultivo, aeropuertos, ministerios, cuarteles, cárceles, .... Pero su orden no es un simple orden instrumental, funcional, técnico. El orden del mundo en el que habitamos es un orden de artefactos establecido por la mutua y constitutiva interacción de prácticas y emociones. 
Aulas, cuarteles, fábricas y cárceles son lugares ordenados por cosas, prácticas y emociones. En eso consiste la cultura: en tallar la conducta humana para acomodarse a estos espacios que no pertenecen ni al orden de las cosas ni al orden de las razones. Sino al orden de las emociones. Cuando se empiezan a mirar las cosas con esta luz se iluminan muchísimos rincones que las viejas divisiones disciplinarias habían dejado a oscuras. 


domingo, 8 de abril de 2012

Bios

Leí hace unos meses el libro del economista y teólogo de la liberación Franz Hinkelammert Hacia una economía para la vida (profesor de la Universidad Libre de Berlín que trabaja en el Grupo de Pensamiento Crítico de San José de Costa Rica). Una perspectiva del mundo desde el sur. Propone reordenar la economía centrándola en la riqueza que es la vida en el planeta. No es una propuesta ecologista al viejo estilo sino una llamada a repensar qué es lo que vale en el valor económico. Un abandono del capitalismo de casino en que se ha convertido nuestro mundo globalizado. Llevamos ya cinco años de crisis económica y todo hace pensar que estamos en uno de los tiempos en que la historia cambia muy rápidamente como en las guerras y las revoluciones. O quizá es que ya estamos en una forma enmascarada de guerra en la que ciertas bandas de depredadores recorren el planeta construyendo burbujas y arramplando con los bienes esenciales: el espacio, el petróleo, los cereales. Y luego pinchan la burbuja y van a otro lugar dejando tras de sí desolación. Convencen a muchos que todo esto es necesario, durante un tiempo se vive en la ilusión de la riqueza hasta que llega la factura. Ahora toca el sur de Europa, ayer fue África, quizá luego América del Sur o China. Las crisis son la forma de existencia del capital lo mismo que la muerte es el dominio de la guerra. Durante dos siglos los estados-nación gestionaban estas crisis transfiriendo el problema a otro espacio. A veces, muchas, produciendo guerras que alimentaban la producción y disminuían la población activa. Ahora no hay estados-nación, solo conglomerados de capital, agencias  (conspiraciones las llama Julian Assange). Los estados-nación no pueden emplear los viejos instrumentos keynesianos anti-crisis simplemente porque no tienen poderes para ello. Y si lo intentan serán castigados con violencia. La economía del miedo la ha llamado Joaquín Estefanía. Es una forma de violencia sorda que no se ejerce  sobre los cuerpos, o no abiertamente sobre los cuerpos, sino sobre la imaginación, sobre la esperanza de futuro, sobre los espacios afectivos.
Hay sin embargo una dialéctica que equilibra esta huida hacia la violencia de lo abstracto y del capital de las apuestas: la resistencia de la vida. Aunque muchos se han pasado la vida (no pediré perdón por la redundancia) oponiendo biología y cultura, no hay tal oposición: la cultura es una forma de la vida. La forma que desarrolla nuestra especie. Y la crisis está generando nuevos espacios y tiempos de resistencia que parecían haber desaparecido en las últimas décadas de corrupción y cinismo. No es imposible, no lo es, que estos espacios de resistencia se conviertan en fracturas en este estado de violencia económica y desarrollen nuevos modos de existencia, de reivindicación de otra forma de economía que no es sino la gestión de la supervivencia: nuestra y de las generaciones que vendrán. Se están generando formas de cultura que son formas de vida que sale adelante como las plantas del desierto. El otro día, en el lento y apretado caminar en la manifestación del 29-M se notaban, es verdad, muchas miradas y voces que denotaban la indignación que produce el miedo, pero me sorprendió ver muchas más que miraban con la alegría de quienes están viendo más lejos. La humanidad sólo se propone cosas que ya es capaz de hacer. La economía de la vida es una de ellas.