jueves, 31 de diciembre de 2009

Los avatares de la vida


Me quedo perplejo como el avatar de James Cameron cuando leo la crítica que le dedicó uno de los exquisitos críticos de El País a Avatar: a) no hay historia; b) es una película militarista; c) todo son efectos visuales. And so what?, supongo que respondería el antiguo camionero que fue Cameron. Simone Weil dijo lo mismo de La Iliada y eso no la impidió traducirla con pasión. Que haya historia o no es algo quizá interesante en una película, pero no necesariamente definitivo: me pregunto si el exquisito crítico diría lo mismo del cine de Jaime Rosales o de Stalker, por citar dos casos en los que la historia resbala por la película, es solamente anécdota. Respecto al militarismo todo es muy opinable. Supongo que es militarista respecto a ciertos iconos y estereotipos. La sombra del guerrero es militarista (el viejo Kurosawa era militarista, además de ecologista). Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima son militaristas (el viejo Eastwood es militarista).
James Cameron no es sutil, es cierto: hace películas como un camionero. Y sin embargo ama las imágenes como quien ama los espacios abiertos. Le importa más que la pantalla se llene de sueños que de ideas. Abyss fue uno de los ejemplos, Alien II, otro. Por cierto: On film, una introducción a la filosofía magnífica del filósofo cavelliano Stephen Mullah, está basada en las cuatro películas serias de la serie Alien. Animo a quien pueda a que use (yo lo hice en tiempos) este libro, y esta serie, para pensar los principales problemas filosóficos: la identidad, la tensión naturaleza-cultura, los dilemas morales, el fracaso de los fuertes, etc.
Avatar vuelve sobre viejos fantasmas que estaban ya en la serie Alien: la imagen tecnológicamente preparada como formato para soñar sobre nuestros propios estereotipos. Se acerca, entra de hecho, en la estética ciberpunk: Dan Simmons (Hyperion), por ejemplo.
En fin, supongo que no es distribuida, ni producida, por empresas afines, ni pertenece a los cuadros/cuadras de directores, etc. exquisitos de ciertos medios. Al fin y al cabo es la película de un camionero.
Vaya. Un blog es como un graffiti: no se le pueden pedir muchos argumentos, ni sutilezas, ni poco más que brochazos. Me quejo ante mí mismo por no alcanzar a ser más que impresionista/expresionista, por no emplear las palabras para matizar las ideas. Pero me digo que hay otros medios para hacerlo.
Me ha hecho levantar de la cama para escribir sobre Avatar la preocupación por ser malentendido respecto a mis últimas preocupaciones sobre los avatares de la vida, sobre la vida como resultado de avatares. Mi avatar me dice que no matizo bien. En su mundo todos los matices importan. En esta pared electrónica solo puedo pintar un par de frases.
Pero os invito a sumergiros en los azules de Avatar:








sábado, 26 de diciembre de 2009

Loterías y teologías

Enfrascado en la lógica e ilógica de los argumentos y contra-argumentos del diseño inteligente como explicación de la evolución, me quedo ensimismado por el espectáculo de la lotería. Nunca he jugado y siempre me ha asombrado la unión de la liturgia navideña y la lotería. Sospecho que no es casual esta unión. Hay algo similar en los ritos y sobre todo en las instituciones: un exordio al azar, una búsqueda de esperanzas en la improbabilidad de la existencia.
Es sorprendente el fenómeno de la lotería. Uno puede comenzar con el fenómeno del juego de apuestas: dos o más personas acuerdan poner en riesgo su dinero para que una de ellas se lo lleve todo. Es preferible perder cuando se espera una ganancia mucho mayor. Este fenómeno habla mucho de la lógica con la que funcionamos los humanos en la vida. La lotería establece la distancia de la escala: todo un país conspira para que una inmensa mayoría pierda dinero y que lo gane una pequeñísima minoría (por otro lado el estado que se beneficia sustanciosamente de este sesgo que tenemos los humanos en el cálculo de las probabilidades). Preferimos la esperanza a cualquier razonamiento probabilístico.
El argumento del diseño inteligente afirma que cualquier sistema de la complejidad de una célula es inverosímil que haya ocurrido por azar. Es mucho más verosímil que haya sido producido por un proceso guiado inteligentemente. Es un argumento cuya fuerza es implacable. Todas las encuestas que hay al respecto ofrecen resultados muy homogéneos en los países avanzados: entre un tercio y el cuarenta por ciento de la población considera que la evolución no puede ser explicada si no es por diseño inteligente (hay que decir también que la autoridad teológica de la Iglesia Católica no lo considera aceptable. Ya ha aprendido que la búsqueda de agujeros cognitivos en la ciencia no es rentable a medio plazo. Otra cosa es que sus obispos y predicadores lo usen de vez en cuando, ellos no siempre siguen las propias reglas que se han dado).
En el corazón humano hay un profundo aborrecimiento del azar. Se exige un mecanismo que lo domine. Es sorprendente, sin embargo, que quien acepta este argumento acepte también que el diseñador inteligente ha hecho el mundo permitiendo, por ejemplo, que la avispa inserte sus larvas en el gusano en vida para que se alimenten de su metabolismo (la observación es de Darwin). El creyente acepta que en el mundo hay mal, y mucho mal, pero que de alguna forma está ordenado a un bien mayor. A uno le puede tocar la lotería de estar oprimido, etc., pero cabe la esperanza de la salvación. No es sorprendente: es el mismo mecanismo de la lotería. No importa que la mayoría pierda si cabe la esperanza de que alguien gane. "Voy a ser yo" afirmaba un lucidísimo anuncio de la OINCE de hace unos años: éste es el mecanismo cognitivo/emocional.
Es un mecanismo que nos protege. Sin él seríamos incapaces de aceptar la vida ni sostenerla.
El no creyente no está libre del sesgo de la esperanza, simplemente considera que providencia y azar/con regularidades son mecanismos igualmente simétricos e impredecibles.
El buen creyente y el buen no creyente renuncian por igual uno a conocer los designios (diseños) divinos y otro a conocer el futuro del azar. Ambos creen que ante la ignorancia lo mejor es comportarse decentemente. Ninguno de los dos renuncia a la esperanza.
Al creyente le molesta que le digan que la religión es un resultado adaptativo para soportar la incertidumbre y al no creyente le molesta que le digan que es incapaz de esperanza.
Es sorprendente que aunque ya no suscite tanta animadversión el declararse no creyente, todavía lo siga suscitando el afirmar que no se juega a la lotería. Quizá iría mejor el mundo si se pensase por qué.

domingo, 20 de diciembre de 2009

El canto de la ascidia

Las ascidias, "chorros de mar"o "tulipas de mar", son organismos que recuerdan mucho a la estructura de los renacuajos. A finales del siglo XIX algunos biólogos pensaron que en ellas estaba la clave del origen de los vertebrados, chordata, dotados de médula espinal (ver como el renacuajo se convierte en rana sería recomponer algo de la historia de los vertebrados hasta llegar a los anfibios). El biólogo inglés E. Ray Lenkester publicó en 1880 un libro sobre las ascidias titulado Degeneración: un ensayo sobre darwinismo. Sostenía Lenkester que las ascidias eran vertebrados degenerados, lo mismo que los percebes respecto a las langostas. Los debates sobre el origen de los vertebrados fueron durísimos y estuvieron de moda en las dos últimas décadas del siglo XIX, ahora ya no suscitan tanta pasión como, por ejemplo, los debates sobre el origen del homo sapiens. Pero el libro de Lenkester tenía su aquél: sostenía Lenkester que los organismos desarrollados pueden degenerar si no se adaptan activamente al medio; sostenía Lenkester que lo mismo puede aplicarse a los humanos y que lo prueba la degeneración de nuestra cultura desde los griegos. Aquí fue donde la historia de la biología evolucionista que estaba leyendo me hizo dar un bote en el asiento.
El mito de la perfección griega lleva su historia ya. No fue completamente dominante en el Renacimiento (admiraban más la república romana), pero fue determinante en el origen del romanticismo alemán. Los idealistas alemanes sintieron que eran los últimos templarios guardianes del fuego griego, que su cultura alemana provenía directamente de los arios griegos sin haber sido degenerada en las desviaciones mediterráneas.
Mitos de la edad de oro: consuelos de la ascidia.
No podemos sino asombrarnos del esplendor de la Biología pero, como el disolvente universal, ha de manejarse con cuidado para que no disuelva al frasco que lo contiene. En la Biología se encuentran figuras para todo: para el conservadurismo de la edad de oro en el pasado y para el progresismo de la edad de oro en el futuro o en el presente. Todo tiene su ejemplo. Pero el espectáculo de la vida es mucho más rico: ¿por qué un percebe es una langosta degenerada?, ¿quién es quién para decidir la línea de la vida?
La vida, la historia de la vida, es una historia dramática de muerte y supervivencia, pero sobre todo del don de haber existido, de estar aquí para contarlo y para poderlo contar a otros. El resto es idealismo.
Preparo un curso para mayores sobre evolucionismo y creacionismo y me encuentro con las pobres ascidias como ejemplos de presunta degeneración. Leo a la vez con pasión y cuidado el Gorgias, repasando los argumentos de Calicles y las respuestas de Sócrates, las demagogias de las mafias atenienses y los buenismos de Sócrates, y no encuentro ni progreso ni degeneración, sino una familiar canción que me suena mucho, sobre si podemos aprender o enseñar el sentido de la justicia. Veo a los griegos no más distantes que a los serbios o a los guatemaltecos. Iguales, diferentes, parte de un mismo espectáculo: la vida. Parte de una misma sociedad: la del espectáculo. Parte de lo que somos. Ni más ni menos.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La araña y la red

Hablo con Guille a veces de la metáfora de la araña: ¿es la red parte de su cuerpo?, ¿es una excrecencia desprendida?, ¿es un mero instrumento?¿Son las manos un instrumento? Así lo creen algunas visiones religiosas: si tu mano no sirve para tu salvación, córtala; si tu ojo pone en peligro tu gracia, sácalo... Pero si somos el cuerpo que somos, estas concepciones de estar en, de tener, un cuerpo y no de ser un cuerpo son concepciones insidiosas. La red es parte del cuerpo de la araña, no su herramienta.
Viene a cuento del curso que organiza Remedios Zafra estos días en la Autónoma: "Ser/estar en internet", al que he podido asistir menos de lo que hubiese querido, por el que han pasado algun@s de l@s más interesantes activistas de la red. Me intriga cada vez más este nuevo fenómeno del activismo en la red y en red, un modo de compromiso nuevo con un mundo que se crea y recrea en parte gracias a que la gente más creativa convierte lo que podría ser un puro instrumento de control de la atención en un nuevo instrumento de identidad: tejer las redes en las que existirá el tiempo de nuestras vidas.
Los activistas de la red, como http://x0y1.net/, el portal creado por Remedios para acoger proyectos activistas, rehacen la experiencia estética atada a los medios materiales tradicionales: el óleo, el mármol, el teatro. Hacen visibles las tramoyas de la red.
¿Como estar y ser en un espacio, el ciberespacio, en el que la atención y la imaginación se vuelven el material con el que se trabaja? La trama que teje nuestros sueños es la materia de la red. Una materia fácilmente mercantilizable: la nueva mercancía en la sociedad del espectáculo, pero también el nuevo horizonte donde gente con imaginación da volatines para retejer el mundo.
Para una parte del mundo, la red es aún una herramienta, o apenas un lugar extraño, como la ciudad para el aldeano, para otra, para las arañitas que somos enredándonos con en nuevos jardines de senderos que bifurcan nuestros tiempos, la red comienza a ser ya parte de nuestro cuerpo, el lugar de la memoria y la imaginación, el salón de estancia.
Mi propia experiencia me dice que no hablo con la pantalla del mismo modo que hablo con la gente a través de otros medios: el teléfono o la mesa camilla. La red configura también tu voz. MyLifeBits fue la experiencia de un loco que quiso registrar todas sus huellas digitales. Su locura es quizá ya la forma de la locura del caballero que quiso ser escrito y salió al campo para convertirse en libro. Quizá muchos crean que no, que no son todavía los bits que les rodean: bueno, que vayan contando lo que han hecho a lo largo del día.

domingo, 6 de diciembre de 2009

El tiempo del desprecio

Todas las emociones son señales de alerta. Alerta ante uno mismo, las menos, alerta a los otros, las más. El rostro, el gesto, las palabras, los silencios,... expresan las emociones que están ocurriendo en esa persona. Todas las emociones son en cierta forma sociales: están conformadas socialmente. Incluso las más básicas que pertenecen a nuestra herencia cerebral de mamíferos, al entrar en la sociedad se transforman: el miedo, la alegría, la tristeza, el alivio, el asco,..., adoptan formas que son trabajadas por la experiencia personal y la forma cultural de la sociedad. Son sociales en un segundo sentido: forman la trama social básica. La sociedad está hecha de muchas cosas, pero básicamente está hecha de emociones. Algunas negativas como el afecto, el cariño, el amor, el respeto, la confianza, etc. , y otras negativas como el miedo, el resentimiento,... Todas son parte de lo que entendemos como lazos sociales: lazos de autoridad o lazos de poder.
No se suele prestar tanta atención a las emociones negativas, pero son extremadamente interesantes para aprender algo de nosotros mismos.
Me interesan las asimetrías que crean entre quienes las siente y quien es espectador o paciente de ellas: el odio implica alguien que odia y alguien que es odiado; la envidia, alguien que envidia y alguien que es envidiado, y así.
De todas estas emociones hay una particularmente sinuosa: el desprecio.
Se puede vivir con el odio, el resentimiento o la envidia. Producen daño o molestias dependiendo las consecuencias que traigan. Pero el desprecio significa algo más dañino. Mientras las emociones anteriores van dirigidas a características contingentes del otro: lo que hace, lo que tiene, ..., el desprecio va dirigido a lo que es. Es la negación radical del otro.
El desprecio es siempre la emoción del poderoso: no quien tiene autoridad, ni siquiera quien tiene poder, sino el poderoso, el que se ve a sí mismo como poderoso. El poderoso es el despreciador por hábito, el que niega al otro por sistema.
Hay tiempos, espacios y culturas del desprecio. Uno sabe rápidamente que ha entrado en ellos cuando observa que es el lazo que articula la trama del grupo, la trama de lo social. Culturas de pavos reales, culturas pijas, culturas de insolencia y hubris, culturas de la negación.
La paradoja del desprecio es que quien desprecia como actitud primera suele ser también un ser despreciable.
De todas las emociones, la que más miedo me produce es el desprecio. No sé si es necesario, tal vez lo sea, pero la pendiente por las que las sociedades se constituyen a sí mismas en sociedades de desprecio es la pendiente de los infiernos. Todos los infiernos los creamos nosotros.

domingo, 29 de noviembre de 2009

La hormiga extraviada

"Suerte": de todos las palabras, de todos los conceptos, zona oscura donde no nos atrevemos a mirar de frente. Se cuenta con la suerte, se teme la suerte, se desea la suerte. La suerte condena o la suerte salva, la suerte es la dueña de la justicia e incluso de la justicia irónica. Como con la casi homófona "muerte", se cuenta. Está ahí; es un giro inesperado en un camino que prevemos recto.
Se reacciona a la suerte mediante conjuros: destino, religión, loterías, ... Nos sirve de poco la razón para hacernos con la idea de la suerte. "Aceptar la suerte", "resignarse al destino"... La historia de la cultura es la historia de las vías de escape al pensamiento de la suerte. El Libro de Job cuenta bien cómo se reacciona ante la suerte en un juego de rebeldía y sumisión. Toda la filosofía antigua, de Aristóteles al estoicismo, es una larga meditación sobre la aceptación de la suerte. Que la suerte no te toque: que tu alma esté más allá de la suerte. Toda la filosofía del Barroco es un memento mori, un recuerdo de la suerte (como estrategia retórica para soñar el reino de lo necesario, el lugar donde ya no habrá más suerte y a donde nos deberían encaminar nuestros auténticos deseos)
Parece que la suerte amenaza lo que pensamos como el núcleo de nuestra existencia: nuestro plan de vida, el paisaje de futuro donde imaginamos existir, aún sin muchos detalles, aún sin creernos todo, pero que construye nuestra vida como un gepeese que ordenase cada acto en la dirección asignada. "Plan de vida" y suerte parecen oponerse. Como el GPS equivocado que ya no reconociese ni la calle ni el camino. Como si la suerte fuese la poderosa fuerza que amenazase nuestro plan de vida. Y de ahí la sorpresa, indignación, rebeldía que suscita la ruptura de los planes.
Nuestra psicología parece ser incapaz de mirar a la suerte de otro modo que no sea confrontación o sumisión. Como si no pudiésemos vernos como lo que somos: puro producto de la suerte; suerte congelada por un tiempo; suerte cambiante que se sueña a sí misma bajo la máscara de la necesidad.
Se me ocurre que hay, que debe haber, formas diferentes de estar en la contingencia, de saberse contingencia, que no sea confrontación o sumisión: el héroe o el esclavo. Se me ocurre que algunos filósofos como Spinoza y Nietzsche entrevieron esas formas: el impulso de persistencia, la voluntad de ser. No son algo ajeno a la suerte: son formas de suerte, maneras de estar en la suerte.
Como la hormiga que ha perdido el rastro de la fila en la era, todo es obstáculo, todo contingencia, todo pura exploración. Sólo le queda lo que la suerte le dio: voluntad de subsistencia más allá de la circunstancia, impulso de vida, incapacidad de rendición.
Corredores de fondo que olvidaron el lugar de partida y el lugar de llegada, que olvidaron cuál era el premio de la carrera y si acaso aquello era una carrera pero que siguen diciéndose: "otro paso más", "levántate y corre". Ese es el sentido de una vida sin sentido. Eso es lo que somos.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

El jardín de los senderos que se bifurcan

Cuando Borges quiso representar el carácter abierto del tiempo futuro escribió el inquietante cuento en el que cada decisión abre un sendero que, al poco, se bifurca en una nueva decisión, etc.
Durante mucho tiempo los filósofos del tiempo han usado este cuento para dar cuenta de la idea de futuro. No querría discrepar de Borges, uno de mis refugios cuando ya nada parece quedar. Pero este cuento en particular no termino de hacerlo mío como interpretación del futuro. Está demasiado atado a una concepción ilustrada del mundo donde la historia depende de las decisiones humanas. Como si nuestra vida estuviese determinada por las decisiones que tomamos: caminos que se abren en alternativas de las que elegimos una de ellas.
Sí y no: supone una transparencia de las decisiones que me resulta inverosímil. Mi visión entre escéptica y apasionada de la agencia, de la capacidad agente de los humanos, me lleva a pensar en otro cuento que recuerdo del gran escritor de ciencia ficción Frederick Pohl, "La marcha del borracho", en donde examina la historia a la luz de un modelo estadístico en donde lo contingente, azaroso y zigzageante reina: la marcha del borracho.
El borracho termina llegando a donde quiere, pero va lento. Su caminar es azaroso, no sabe bien lo que hace; se tropieza; no establece bien la situación; no decide en condiciones de transparencia: pero sigue adelante, trastabillando, dudando, confundiéndose, engañándose, sabiéndose culpable. Pero termina llegando.
Nos atamos a los relatos de nuestra vida para olvidar que hemos llegado a donde hemos llegado a trompicones, con la mente obnubilada por la niebla de los autoengaños. Pero llegamos. Nos hemos atado a un impulso que luego queremos narrar como una historia de héroes cuando no es más que la marcha de un borracho.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Déficit de atención






La exposición de los dibujos de Caspar David Friedrich en la Fundación Juan March me ha producido un impacto que no esperaba pudiera producir una colección de pequeños , a veces miniaturescos, apuntes sobre piedras, árboles y paisajes. Friedrich convierte lo mínimo en poesía visual: la forma de un tronco, la disposición de las hojas, la luz sobre un arbusto,... Friedrich, en muchos aspectos, hace resonar los mismos acordes que Rilke. No por casualidad. Son espíritus que logran una intensa atención al mundo. Una atención que nace de estratos profundos del espíritu: no es el mero fijarse del espía que todo lo controla para recordar. La atención nace en ellos de la sensibilidad al significado de los detalles en los que están escritos los signos de las cosas.


Hanna Arent se pregunta: ¿dónde estamos cuando pensamos? Su respuesta es que el pensamiento deliberativo nos envía a un lugar fronterizo, ortogonal, entre el pasado y el futuro, fuera de lo real. Es exactamente lo contrario de lo que ocurre cuando atendemos: la atención sumerge en la realidad en un plano de participación que no puede lograrse por la mera observación. Atender es obedecer, sumergirse.
Atender es cansado: lo sabes de las clases, de la lectura, de la conversación insustancial, de la distancia que te produce el espectáculo del baile al que te han invitado y no querrías asistir.
Atender agota: la realidad te sobrepasa y te cuestiona, te pide una respuesta para la que tus músculos no se han preparado suficientemente.
Atender es menos una cuestión de fijar la mirada que de dejar que el cuerpo entero se sumerja en la realidad como se sumerge en el agua.
Las veces que logro sacar fuerzas para dibujar algo que está ahí presente me descubro al poco con intensas agujetas en el alma: mi cuerpo nota una existencia con déficits de atención permanentes. No está suficientemente preparado para lo real. Demasiado espectáculo.

martes, 17 de noviembre de 2009

El dispositivo del autoengaño

Hoy me toca explicar el mecanismo sartriano de la "mala fe"; desde mi punto de vista la mejor explicación que tenemos del autoengaño. Como tiene que ver algo con el pasado "post" sobre autoestima y amor propio, aprovecho estas líneas para aclarar y aclararme algo antes de ir a la clase.
La diferencia entre autoestima y amor propio es que este último es independiente de la valoración que suscite en uno la propia imagen: el amor, a diferencia del deseo, no se sustenta en la imagen sino en el ser mismo. El amor no es incompatible con la lucidez sobre los defectos y virtudes del otro. Es amor a pesar de la lucidez, incluso se realimenta con la lucidez: se ama al otro y se le comprende. Se le ama porque se le comprende, y quizá se le comprende porque se le ama.
Pero cuando la mirada vuelve sobre uno todo parece distorsionarse: la imagen de uno mismo toma el mando sobre lo que uno es y lo que importa es adecuarse a esa imagen (en el caso del presumido), o transformarla (en el caso del que se autodesprecia).
El mecanismo de la mala fe actúa sobre el modo temporal de nuestra existencia:
El "soy lo que he sido" de quien es incapaz de asumir el futuro y la posibilidad de cambiar, simétrico, dice Sartre, con el que se dice "no soy lo que he sido" porque es incapaz de asumir su pasado y solamente se enfrenta a él como quien mira una imagen extraña.
Sinceridad y autoengaño, mala fe, caminan juntos como formas de extrañamiento de sí mismo:
"La sinceridad total y constante como constante esfuerzo por adherirse a sí mismo es, por naturaleza, un constante esfuerzo por desolidarizarse de sí mismo", sostiene Sartre en el capítulo sobre la mala fe de El ser y la nada.
La autoestima es parte de un mecanismo de desacoplamiento de sí, y por eso, incluida mi confesión de baja autoestima, es un mecanismo de extrañamiento, que puede ser mala fe cuando uno adecua su vida a ese juicio, como el camarero que en vez de ejercer de camarero ejerce el papel de lo que considera un camarero.
La falta de amor propio se nota en ese continuo juego de la autoimagen para negarse, para intentar no ser lo que uno es: la espontaneidad es derrotada por el esfuerzo de querer ser lo que uno imagina que debería ser o negar lo que uno es adaptándose a la imagen de sí mismo en negativo. La espontaneidad, por otro lado, no es la del bruto que expresa siempre su primera opción sin deliberar, sino la conducta de quien se acepta a sí mismo y se expresa porque se acepta, no porque quiere ser aceptado por otros.
Esto es más o menos, dicho sin cuidado, el mecanismo de la mala fe.
Hace poco estuve en un congreso en el que había un ejemplo divertido similar al del camarero: un joven brillante que estaba en una universidad admirada internacionalmente, que provenía de un país menos visible, y que había logrado hacer de sí mismo la imagen de quien se supone que es un estudiante ejemplar de esa universidad: el acento, el tono, la gestualidad, la máscara de la sonrisa, el cómo pensar y cómo responder,... todo hacía de él un ejemplar genuino de tal cuadra. Sólo que era muy evidente para todos que era el resultado de un esfuerzo inaudito para permanecer en esa imagen. Estaba orgulloso de su actuación. Y de verdad era muy buena. Sólo que denotaba más autoestima que amor propio. Denotaba que estaba en dos yoes: el que no quería ser, "no soy lo que he sido" y el que quería mostrar que era.
Qué hay de fe en la mala fe y qué hay de malo en la mala fe: es difícil responder rápidamente a estas dos preguntas, pero diría que la fe sustituye la expresión de sí por la imaginación de sí, y lo malo, el fracaso, es que es un fracaso de la vida misma. No aceptarse y querer lo que uno es es lo mismo que rechazar la entraña misma de la vida, que, sabemos desde Spinoza, no es otra cosa que un impulso por perseverar en ser.
Sé que muchos dirán que estoy usando la jerga de la autenticidad, el "yo que realmente soy": no, pero explicarlo me llevaría mucho espacio y tiempo.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Amor propio o autoestima



Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
(...)

Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo
digamos los versos.

(...)

No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
(...)
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos...
León Felipe

Ya lo he dicho varias veces y seguiré repitiéndolo cuando sea necesario: aprendo más de los alumnos de lo que enseño. Álvaro Marcos termina su trabajo del curso con los versos de arriba, y no puedo menos que compartirlos aquí, pues da con absoluta certeza en el clavo de lo que trataba de explicar con la idea de la identidad emigrante. ¡¡¡ Gracias Álvaro!!!

Que las cosas no nos hagan callo.

¿Por qué la filosofía no es autoayuda?

He hojeado muchos libros de autoayuda e incluso he leído uno no demasiado despreciable. Todos comienzan con un masaje a la autoestima, como si fuese algo necesario para sobrevivir en la selva de los yoes depredadores en que vivimos. La estima que sentimos por nosotros mismos varía de carácter a carácter y de temperamento a temperamento. Tengo que confesar que mi autoestima es muy baja: no me importa ni tenerla así ni confesarlo. Como el rey Salomón, siempre he preferido la lucidez a la felicidad: saber cuál es el lugar propio de uno en el mundo puede ser desconsolador, pero al menos no te engañas a ti mismo. Entre la gente que me rodea, y a quienes observo sin que el cariño me impida calibrar su tamaño, están quienes sufren de baja autoestima y quienes sufren de alta autoestima: ¿qué más da? Como si el que tuviese un bajo concepto de sí mismo estuviese más condenado que el que tiene un alto concepto de sí mismo. Los que tienden a la super-estima son más presumidos y, bueno, eso a veces les hace mas divertidos y a veces no, quienes se/nos auto-presentan/mos bajo el signo de la resignación a veces son/somos divertidos y a veces no (el masculino abarca ambos géneros, para no hablar como sindicalista o lehendakari). No creo, contracorriente, que el grado de estima de uno mismo sea relevante en la vida. La autoestima suele depender de excesivas contingencias de contexto, tiempo y lugar. Al final, esos pequeños autoengaños son la sal de la vida: a unos les parecerá sosa, a otros salada.

Lo que sí me parece esencial, difícil, es conseguir amarse a sí mismo: el amor propio, por extraño que resulte, es la cosa más rara del mundo. El amor propio nace de una capacidad de amar que ha de haberse ejercitado en otros antes de aplicarse a uno mismo. El presumido ama su imagen, no a sí mismo, a quien generalmente tiende a despreciar, como desprecia a otros en quienes reconoce lo que es y no quiere ser. El depresivo hace lo mismo.

Tiendo a la filoginia más que a la misoginia: encuentro en las mujeres, estadísticamente, más capacidad de amar a otros y por eso más capacidad de amor propio que en los varones. Veo a las alumnas más centradas en la vida: no es que trabajen más, es que saben mejor por qué lo hacen.Veo a las madres, compañeras,...etc., más centradas en la vida: saben que saben que saben, ..., que la vida no da más que lo que uno pone. Se encuentra en las mujeres, estadísticamente, más casos de amor propio. No es un problema de género: también entre los ebanistas y ensoladores hay más casos de amor propio que entre los profesores de universidad (demasiados pavos reales para un jardín tan pequeño). El amor propio no nace de la emoción sino del autoconocimiento: saber lo que se quiere es la cosa más difícil de saber. Quien no sabe lo que quiere no sabe que uno mismo es quien desea y no sabe aceptar su deseo como un elemento esencial de su vida: siempre transfiere al mundo la carga. amarse es conocer. Pero conocer, auto-conocerse, es difícil. Implica una capacidad de entrega difícil de lograr.

Que las cosas no te hagan callo: mantener la piel abierta para que el amor pueda llegar con el tiempo a ser amor propio.

Que así sea.




domingo, 8 de noviembre de 2009

La vida sin raíces

Todos los discursos conspiran en recomendarnos no perder las raíces y en exaltar el sentido de pertenencia como la condición de existencia más recomendable. En Rocco y sus hermanos se explican las terribles consecuencias que tiene el abandono del campo para llegar a la ciudad: se destruyen los lazos, se cae por la pendiente de la pérdida de valores y se termina en la peor de las vidas marginales. Por otra parte, se señalan las virtudes del sentido de pertenencia. El "mirad cómo se aman" se propone como el espectáculo de la comunidad, el escaparate de los lazos que atan a la persona a un lugar, a un pueblo, a un destino. Son discursos que llenan el mundo, no importa a dónde pertenezcas, a qué grupo o facción, a qué pueblo.
Siento que mi vida siempre ha discurrido por otras sendas y me atrevo a proponer la experiencia del desarraigo como una forma de vida que, creo, se mueve en otro nivel de profundidad que el de la pertenencia. Observo el espectáculo de lo comunitario a menudo: llegas a un lugar y todos se esfuerzan en parecer felices y unidos. Las reuniones abundantes de risas y vino, la familiaridad, los abrazos y las continuas llamadas a una vida simple y feliz. Y tú te sabes de otro sitio, no porque tengas allí los lazos que aquí no tienes, sino porque no perteneces.
Se diría que hace frío afuera, que si no perteneces a algún sitio no sabes localizarte en el espacio, no eres, tu identidad está fracturada y, como si fueses una planta, estás en camino de agostarte si no recibes pronto la savia que solamente los lazos de algún sitio pueden proporcionar.
No es mi experiencia: cuando te vas, y la experiencia del desarraigo es estar yéndose, desde lejos se pierde el ruido del tumulto y te das cuenta que tras los lazos del lugar están los lazos del lugar. Que los lazos atan, que la pertenencia es pertenencia, que los muros se levantan muy cerca de casa y que cualquier insinuación de disgusto o disidencia es pronto castigada con la murmuración, con el "qué rarito eres, hijo", con una vuelta en el torno que aprieta los lazos.
Cuando no perteneces tienes que aprender algunas lecciones: la primera y más importante, es descubrir que la soledad es la verdadera condición humana, la que nos horroriza y de la que tratamos de escapar como tratamos de escapar a la muerte, aún sabiendo que es nuestro destino. Pero la soledad tiene muchas caras: la relación con los otros no es la negación de la soledad. Quien se sabe solo también sabe que las dependencias de los otros son siempre un ofrecimiento propio, una obediencia y una aceptación que no es pertenencia sino don. La soledad no se "cura" con las relaciones. Al contrario, una relación profunda solamente puede establecerse sobre la soledad mutua, sobre la aceptación de la soledad del otro sin tratar de corregir su camino, sino, por el contrario, de aceptar acompañarle por un tiempo, incluso si es el tiempo entero de tu vida. No pides que tu soledad se desvanezca, solamente que se respete.
He pertenecido a muchos grupos, banderías, lugares, familias, y siempre he tenido la experiencia de estarme yendo. Detectas que ya estás en esa condición cuando te cansan los discursos de autoafirmación, se te hacen sospechosos los mítines contra los adversarios y te planteas dudas sobre si no tendrá razón el disidente. Y sientes curiosidad, preguntas, vas a ver y descubres que en el otro lado hay mucha vida, nuevas ideas, te atraen formas de vida y de cultura que tu grupo no sabía ni siquiera de su existencia.
El desarraigo no es, claro, un quitavientos. Como en el mar, hay que aprender a navegar aprovechando los vientos contrarios, orzar a tiempo, a disfrutar del viento en la cara: es la señal que te da la vida de que sigues en movimiento.
Cuando te vas, te avisan: ¿quién te crees que vas a ser fuera de nosotros?, te amenazan con la inexistencia, pero no: puedes contestar con la mayor de las tranquilidades: "yo mismo".
El miedo a la pérdida de las raíces es el miedo más profundo de la especie, es el fundamento de todo poder, que siempre se apoya en ese miedo para su preservación. Solamente hay que atravesar el umbral para descubrir que ese miedo se desvanece como nube que se llevan los nuevos vientos, como el Señor Oscuro que se aleja de tus pesadillas.
El desarraigo te concede, además, otro don: puedes contemplar, como el emigrante que eres, tu vida con una cariñosa nostalgia y volver a casa por navidad para mirar a la vez desde fuera y desde dentro a los que dejaste y, si fuese el caso, simplemente quererles, libre ya de los lazos que te ataron. Y si no, siempre tendrás de tu lado la comedia y la ironía.
Hay que perder el miedo a las puertas: sirven (también) para abrirse y sirven para salir.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Los recorridos del deseo

Me encuentro en mis boscosos paseos por el tema de la identidad con numerosas sendas que se abren aquí y allá. Algunas sin salida, con huellas otras que abren senderos que parecen exigirte una exploración en la que seguro te perderás por unos días..., con lagunas que crees descubrir y confundes con viejos mediterráneos. Es lo que me ha ocurrido últimamente, cuando estaba pensando en la identidad como un ámbito de posibilidades que van abriéndose y cerrándose a medida que discurre la existencia entendida como una historia que no ha sido contada y que, como el relato de El Señor de los Anillos, nos ha sido encomendado escribir sin que nos haya sido dada la opción de negarnos.
Una de estas sendas perdidas por las que me he perdido es la historia del deseo. Pues es el deseo, sabemos desde Freud, el motor de la voluntad y del impulso spinoziano por seguir en la existencia, lo que nos hace estar en la continuidad con los seres vivos, que, según Aristóteles, tienen como telos el seguir vivos, el perseverar en el ser. Somos los humanos, además, sin embargo, criaturas especiales que no nos conformamos con ser: ser no sería para nosotros sino llegar a ser. El deseo sería entonces, visto desde este altozano, la manera en la que nos representamos las posibilidades. Deseo relativo al horizonte al que nos es dado asomarnos en cada momento. Pero también, en tanto que forma de mirar, él mismo adopta sus propias cambiantes máscaras a lo largo del tiempo o de las trayectorias de la experiencia.

La primera figura o etapa (que podría ser dominante en la adolescencia, pero que en realidad es más una dimensión de la experiencia quizá siempre presente) es aquélla en la que el deseo consiste simplemente en desear, en confrontarse con las posibilidades con el ánimo de apropiarse de ellas; de poseer, de estar en esas posibilidades o llegar a ser ellas.
Para quien el futuro es un espacio ilimitado de posibilidades, como ocurre en la juventud, desear es la manera de estar en el mundo: abierto a lo que aún no es: lejana la memoria de toda nostalgia y abiertos los ojos a la pura contemplación de lo que será.

En una segunda etapa, la que han explorado más los psicoanalistas, el deseo es sobre todo deseo del deseo del otro: cuando ya han hecho aparición las experiencias de la soledad y la compañía; cuando el otro (femenino/masculino) ya es segunda persona y espejo de nuestro cuerpo y nuestra alma; cuando el deseo es ante todo deseo de ser el futuro de la otra persona, convertirse en su posibilidad, ser su punto de encuentro.

En una tercera etapa, ¡ay!, cuando la vida te ha llevado y traído; cuando ya pesan más las posibilidades que no fueron que las que aún quedan por ser; cuando la nostalgia es la forma de existir, el deseo se convierte sobre todo en puro deseo del deseo: ansías, necesitas el futuro y las posibilidades como el aire que respiras. Sabes que no puedes ni debes vivir en el pasado; sabes que tu cuerpo y tu alma tienen más de haber sido que de ser y quieres aún ser, vivir, perseverar, abrir ventanas en la niebla del tiempo.

Somos lo que deseamos, pero el deseo tiene extraños caminos por los que se nos acerca y nos susurra cómo ser, cómo llegar a ser.
Vuelvo de estas ensoñaciones de un paseante solitario, y aquí las cuento por si alguien se identifica (al menos con la parte del camino que le va)

domingo, 1 de noviembre de 2009

Tras pasar los límites

Estos días trabajamos en el seminario los orígenes de la idea de sujeto: sub-iectum, hupokeimenon, sustrato, pero también sujección, examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia: el sujeto como objeto, como pronombre personal, dispositivo gramatical... Una historia larga y trágica con todos los personajes filosóficos y literarios de occidente: anacoretas, místicas y pecadores, pícaros y arribistas, genios románticos y creadores angustiados. Leemos e interpretamos los textos wittgensteinianos, sus ejemplos del sujeto como límite de la vida.
Pienso, leo y escribo tras haber pasado los límites de un trabajo ordenado: demasiadas cosas, preocupaciones, dead-lines, preguntas sin respuestas. Me miro en el desierto del otro lado, cuando ya no eres, disuelto en los acontecimientos. Has roto las disciplinas que te atan al orden, pero también has olvidado el cuidado de tí mismo. Estás perdido en una rosa de vientos cambiantes.
Cuando se han traspasado los límites trabajar cansa: el tiempo se hace miel amarga y los segundos cardos secos que te arañan la piel. Se te estropea el carácter: las palabras ya no son tuyas, ni tu ira, ni tu impaciencia. En los horizontes sólo hay auroras negras.


Por suerte escampa cuando llueve y el arte me permite volver por algunos tiempos acá de los límites:


Un comisario inteligente organiza la exposicion bataillana "Las lágrimas de Eros". Lágrimas cristalinas, berninianas, en esta fotografía de Man Ray. Lento paseo por las salas del Tyssen: voces de un diálogo de imágenes que prueban que Eros y Thanatos siempre bailan juntos. En la historia del sujeto, son la materia de la que están hechas nuestras emociones, el horizonte-límite de lo que somos. Encuentro la experiencia estética tras pasar los límites le la luz y en la oscuridad de la sala, unos vídeos de Bill Viola me llevan de nuevo a ese lugar de incertidumbre, aunque ahora por un camino más apacible. Agua, cuerpos, miradas y abrazos en una danza de imágenes lentas que muestran la vida tras pasar los límites. Y te reconcilian con ella.

Al lado, Fantin-Latour. Un pintor de ensimismamientos, que lleva a término la historia del sujeto ensimismado que comenzó en la pintura francesa barroca y posbarroca. Atmósferas de cuerpos desvaídos, flores en el límite de lo vivo y lo muerto, rostros callados. Cuadros hechos de tiempo:



Tras pasar los límites sólo quedan las preguntas por lo que somos. Ya no hay fuerzas para intentar las respuestas.

domingo, 25 de octubre de 2009

Nostalgia del orden (cósmico)

Estaba dando clase el jueves sobre los inicios de la modernidad y la metáfora del mundo como libro, una metáfora que se extiende desde los ilustrados islámicos que comienzan a pensar en los dos libros: el libro de Dios y el libro de la Naturaleza y, al explicar que esta manera de entender el mundo lo convirtió en un mundo de signos, lejos poco a poco de un mundo de cosas que actúan por analogía, comencé a pensar (en voz alta para desesperación de los alumnos que se temían otro viaje por las ramas) que no fue casual que por la misma época tardomedieval se extendiera por toda la koiné ilustrada el movimiento místico: sufíes, cabalísticos, mendicantes. Todos coinciden en entender la vida como un esfuerzo por entender. En un mundo ya no habitado por los dioses, como explicaba Michael Certeau, el místico escucha y atisba los signos, y llega a la convicción de que solamente un lenguaje secreto le permitirá entender, y es entonces cuando su fabla encriptada se expresa como la senda que está recorriendo internamente para alcanzar la sabiduría.
Nacía así una nueva forma de entender la educación y el aprendizaje: no como el mero seguir al maestro sino como la búsqueda interior y el ascenso a una realidad que sólo se encuentra en uno mismo. Aprender es para el místico aprender a leer: un lenguaje que está ahí, hecho de palabras comunes y metáforas comunes, pero que oculta un significado al que no puede llegarse por la mera comprensión lingüística, sino por la preparación del alma y el cuerpo.
Más tarde la ciencia se postuló como un camino similar, incluso inventó la idea de método para ejemplificar ese camino. También el arte, ya en el Barroco, también otras muchas formas culturales que pensamos creadas por la ilustración: una ilustración que borró cuidadosamente sus huellas creyendo que así ocultaría sus orígenes.

No es mi intención reivindicar la mística, no estoy en situación de hacerlo ni tampoco está cercano mi carácter a esa forma de ser o estar. Pero sí confieso mi simpatía por un movimiento que nace bajo el signo de la nostalgia por el orden de un mundo que se estaba disolviendo.


Los derviches giróvagos discípulos del maestro Mevlana danzan los cantos y músicas sufíes elevando la mano derecha al cielo y la izquierda al suelo, la cabeza inclinada entre la sumisión y el sueño, vestidos del blanco que significa su mortaja. Su danza convoca las fuerzas cósmicas que descienden así a su cuerpo en analogía con las revoluciones celestes, de las que su cuerpo se ha convertido en mímesis.


Me impresionó en la mezquita de Konya en Turquía, dedicada a la memoria de Mevlana, el poeta místico fundador del movimiento sufí, el aura de tolerancia que iluminaba aquél lugar. "Entra aquí sea cual sea tu creencia. Entra aquí aunque no seas creyente...."



Oigo a menudo los discos de música sufí para preservar aquellas palabras, porque también me duele a veces el alma de nostalgia de un orden cósmico que sé que se ha ido para siempre.
La danza de los giróvagos, ahora ya puro espectáculo turístico, no convoca el lado luminoso de la fuerza, sólo habla de uno de los tiempos en que una débil aurora de tolerancia recorrió un mundo de violencia y hubris, un breve momento en el que los dos libros se hicieron uno y ya no había letras y ciencias sino signos de un orden sin dominio.
Fin de la divagación chicos, seguimos con la historia del espacio.

domingo, 18 de octubre de 2009

Apropiación indebida de fondos

Tendría que haberlo escrito antes, pero hasta que la revista SinPermiso http://www.sinpermiso.info/ no ha sacado un monográfico sobre ella, no he sentido vergüenza por mi desidia: el premio Nobel de Economía para Elinor Olstrom. Sé que para muchos Olstrom resulta un nombre esotérico, mas para quienes nos hemos ocupado en pensar sobre lo colectivo es un nombre exotérico (común, de fácil intelección). He subido con cuidado las escaleras para alcanzar en el último estante su libro Governing the Commons. The evolution of Institutions for Collective Action, un libro del que aprendí mucho cuando trabajaba en el tema de por qué el conocimiento y las instituciones deben ser considerados bienes comunes y no un mero resultado de equilibrios de intereses privados.
Olstrom habla con la mayor tranquilidad de conceptos como auto-gobierno y auto-organización, recuperando ideas que nos anclan en la mejor tradición a la vez pública y antiautoritaria. Es una economista que estudia cómo es posible el orden social sin autoritarismos, cómo es posible preservar lo común con la conciencia de participación en instituciones colectivas.
En el número de SinPermiso, Toni Doménech, siempre tan lúcido, conecta el Nobel con la crisis de la Universidad. Cierto.
Entre el mercantilismo de quienes creen que la universidad es un servidor del sistema económico, mero formador de cuadros (y cuadras) empresariales, y el cutrerío casposo del homo complutensibus que considera la universidad como propiedad de las aristocracias (es un decir) catedralicias servidoras de la luz sagrada de la Kultur atemporal, la conciencia de sostener las instituciones educativas mediante el esfuerzo colectivo, siempre tenso, siempre dinámico y auto-organizativo, se hace cuesta arriba. No me quejo: me pagan demasiado para tener derecho a la queja, pero doy fe de cuán difícil es.
Olstrom y much@s otr@s ha demostrado que siempre fue así, que la gobernanza de lo común siempre estuvo en tensión con la apropiación indebida de fondos comunes. Una larga historia de pasos adelante y hacia atrás nos hace tan escépticos como voluntariosos. Un Nobel para quienes han puesto en limpio lo que los pescadores de langostas de Maine o los campesinos de Castilla ya supieron hace mucho no es otra cosa que un rayo de luz en la noche de los tiempos.

jueves, 15 de octubre de 2009

Ir y quedarse


Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma y ir con alma ajena,
oir la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse

arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;

hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada sobre fe paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;

creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma, y en la vida infierno.


No me atrevo apenas a comentar estos versos de Lope: un canto al exilio como vida, a la vida como exilio, sonido de ausencia, infierno aceptado de un ángel caído que no quiere servir. Pocas veces la poesía desvela una metafísica de la existencia como este soneto que, verso a verso, merece una noche de desvelo y pensamiento.



sábado, 10 de octubre de 2009

Los espacios despegados

A veces los espacios se despegan. Se despegan de la vida, claro, de la vida propia. Aquellos lugares que se habían convertido en significativos, en zonas mágicas de la existencia, en las kamtchakas donde nos refugiamos, se despegan. Uno vuelve a esos lugares y ya están despegados. Todo sigue igual, los mismos paisajes, los mismos soles, las mismas caras y los mismos abrazos, pero el lugar se ha despegado. Ya no forma parte de tí: lo atraviesas sin sentir su ritmo, sin que el aire te erize la piel, sin que el sol te queme. Solamente pasas.
Y notas entonces que la vida consiste precisamente en eso, en irse, en dejar que los lugares despegados vuelen como papeles en días de viento. Te despides de ellos como te despides de tus uñas y cabellos. Sin nostalgia: formaron parte de tu cuerpo y ahora no.
Y te das cuenta de que los siemprenosquedaráparís no son más que expresiones de wishfulthinking, ilusiones que pronuncias para atarte a ellas y que antes de expresarlas ya las sabes muertas.
Y sueñas que si no los espacios, acaso los tiempos tengan una permanencia en la nostalgia, preservados del cambio por la imposibilidad de volver a ellos, pero siempre como faros en las navegaciones peligrosas. Y aprendes que los tiempos también se los llevan los espacios despegados.
Exiliados escépticos, viajeros sin destino ni retorno, dejamos los lugares como dejamos la piel.

sábado, 3 de octubre de 2009

La puerta de la cueva

Estas angustias platónico-claustrofóbicas últimas que me acucian estos días, preguntas ya calcificadas en el cerebro, por qué estar en un espacio tan cerrado como es el de las letras y la cultura académica, ayuno de aires "reales", reciben estos días un dulce lenitivo en el recientísimo estreno de Jim Jarmuch, Los límites del control, una película cuyo tema es precisamente el miedo que me araña: que la cultura sea una cueva de engaños. Jarmuch se enfrenta a él y lo resuelve en un cuento-sueño simbólico y ritual que adopta el género del samurai silencioso al que se le encomienda una extraña tarea, un género que ya empleó en la inolvidable Gost Dog, the Way of Samurai en 1999, que es a su vez una meditación sobre Le samourai de Jean-Pierre Melville (1967), que aquí vuelve a ser evocada en el silencio que envolvía a Alain Delon y ahora a Isaak de Bankolé.

Es Los límites del control una película poética, donde es la metáfora y no la acción la que ordena la historia: un viaje por los rincones del madrid que amamos los que aquí vivimos, y que tan distinto es del madrid deprecado por el visitante ocasional; un viaje por los secos campos peninsulares, por cortijos abandonados y por callejones sevillanos, organizado en cuasicapítulos que refieren cada uno a una región de la cultura: música ("los viejos instrumentos guardan la memoria de las notas"); cine ("ya no sé si fue un sueño o fue una película", dice el personaje que lo representa); ciencia ("¿somos como planetas que giramos, como dicen los sufíes, o como moléculas que nos giran?"), ..., cada país cultural está representado por un personaje también de culturas diferentes: emigrantes, viajeros, marginales, bohemios ("¿cuándo los bohemios se convirtieron en bohemios?", se pregunta John Hurt).
La mirada de Jarmuch, como la de Wittgenstein y tantos otros, lleva a los límites que llevamos dentro: somos símbolos que remiten a otros símbolos que fueron hechos de otros símbolos. Y lo que resta es el cementerio, como explica el tiento que se repite como salmodia a lo largo de la película, un canto a la diferencia entre poder y saber: "el que se crea grande, que vaya al cementerio, y vea como es el mundo, un palmo de terreno". Porque esta es la respuesta del film al poderoso de poderosos (¡infinito Bill Murray!): vivís en la cultura, pero ésto es la realidad. Y de eso va el film: de que ir a la realidad es ir al cementerio.

No importa lo que he contado: la historia es anécdota. Todo es un viaje de símbolos a símbolos, de ironía a ironía, de nostalgia a nostalgia. No es una historia de aprendizaje, es puro ritual, mantra que se repite, un paseo por Malasaña y Lavapiés como lugares hermenéuticos que sólo la mirada de un viajero como Jarmuch ha sido capaz de entender.
Aviso: No puede verse sino en versión original: los cambios de idioma son esenciales en el discurso.
Nada es imprescindible en la cultura: pero hay algunas cosas de las que una vez que uno se apropia siente que ya no puede prescindir. En fin, comparto mi asombro porque aún puedan rodarse películas como ésta. Como ocurría con Antonioni, lo difícil no es entender la película, sino entender cómo ha sido posible tal milagro.


En los terrores nocturnos de la caverna, recordaré al samurai y a su reacción ante el ángel de la muerte: "¡despierta!, que esto no es el cine, es el mundo real!", dijo el fantasma.


martes, 29 de septiembre de 2009

El lexicógrafo en su cueva


Ésta es mi cueva,






Debería haber esperado unos días, no debería escribir lo que estoy escribiendo, no debería haber escrito la última entrada de mera recomendación cultureta, ..., no sé. El caso es que no me siento en un asiento estable con este blog esta semana. Quizá porque acabo de leer un libro que en parte me subyuga y en parte me subleva, que me presenta el mapa de lo que son los sueños de mi generación intelectual: ser espejo de la luz que nace en otros nortes. No citaré el libro, en parte por responsabilidad, en parte por que estoy un poco harto de ser escaparate de palabras, "sólo sexo y bibliografía", como dijo una vez un ilustre marginal de la cultura. Lo que escribo nace ya del mismo hecho de escribir como un acto que pretende dos cosas incompatibles: elaborar la experiencia y referirse a lo ya escrito: la escritura o la vida, el texto o el contexto, el lenguaje o el mundo.
Querría vivir en un mundo en el que la literatura, la filosofía, la escritura, dejaran de ensuciarse a sí mismas con tanta cita o autocita, que sirviesen a la dura labor de elaborar la experiencia del vivir, ya por sí dura tarea, sísifo esfuerzo que sólo pide ser narrado con lucidez. Me hace daño el escribir esto mismo que escribo, como si me doliese de lo que otros escriben, como si fuese un lexicógrafo en su cueva, incapaz de alcanzar otra cosa que las sombras de la letras, como si el mundo fuese el paraíso perdido por quienes pretendieron ser nuevos dioses en lugar de los dioses que se fueron, seres medianos en un tiempo que ya no era de ellos, cerdos encantados por las circes reinas de las palabras. Me hace daño el mismo hecho de pensarlo, como si estuviese tocando con un dedo sucio la herida dolorosa de una generación sin más referentes que los textos de las bibliotecas, que hubiese perdido la vida en un estante, que hubiese gastado su tiempo en un discurso, su fuerza en transformar con palabras lo que eran incapaces de transformar con actos.
En fin, sé que no soy, no quiero serlo, claro. Es solamente que me hace daño el no saber qué somos, si funcionarios de una academia infinita, de una biblioteca vacía de puro llena de palabras, o gente que simplemente intenta entender el mundo en el que vive. Vivir entre palabras es como vivir entre papeles, entre máquinas o entre basuras. No más que un modo de sobrevivir en la cueva. Me quejo. Eso es todo.

lunes, 28 de septiembre de 2009

El turista accidental




He aquí una portada digna de una mirada:





No voy a hablar de la novela y película del mismo título (El turista accidental), aunque ambas son más que apreciables por su suave mezcla de realismo y emoción. Pero sí de otra novela: Mathias Enard: Zona (La otra orilla, 2009). Un autor que no conocía, a pesar de haberse ya traducido varias obras suyas, a pesar de vivir en Barcelona, a pesar de su éxito allende las fronteras lingüísticas.
La recomendación (es una recomendación lo que estoy haciendo) viene a cuento del método y la perspectiva que ha elegido para la novela: un viajero toma un tren con destino a Roma y en realidad el viaje recorre la época contemporánea: sus conflictos, contradicciones, tensiones, múltiples puntos de vista.
Una visión caleidoscópica del mundo en el que vivimos: de sus conflictos, que ya los vivimos como conflictos interiores; de sus zonas de tensión, que nos desgarran; de sus pluralidades culturales, que nos desbordan. Palestina, la Guerra Civil (española), el Holocausto, ...
Lo que me importa de la novela no son las opiniones ni del autor ni del personaje, sino el mismo hecho de narrar de la única forma posible en la que terminamos narrándonos a nosotros mismos lo que nos ocurre: como un viaje, como un sueño de sueños, como un álbum de fotos, como un documental de documentales,..., como un espejo roto.
No tiene la apacibilidad de un best-seller, no es Millenium ("Antes la tele que un best-seller, decía Roberto Bolaño), pero se deja llevar, si a uno le gustan las corrientes que te llevan sin prometerte cursos bien definidos.
Mi recomendación es tardía, seguramente muchos ya la conocen, pero no por ello inoportuna: me interesa más el significado que tiene: el que, para narrar lo que nos pasa, el viaje sea la única forma posible. Cuando Benjamin propuso la figura del paseante, del flanêur, como figura contemporánea, pensaba más bien en un paseo intelectual, o curioso, por la cultura. Pero la cuestión es más profunda. Quizá ya no podemos reconstruir narrativamente la historia a gran escala, quizá solamente podemos darnos a nosotros mismos algo así como un archivo descompuesto y desencajado de imágenes y textos. Ya sé que algo así predicó la vieja (¡qué vieja, dios mío!) posmodernidad. Pero no es eso: se trata de la estructura narrativa misma, no de sustituir grandes por pequeños relatos, sino de que la misma estructura de los grandes relatos quizá es caleidoscópica, y, sobre todo, que el narrador que somos está en la historia como un turista accidental, como alguien que cayó allí como si fuera un fruto maduro de un extraño árbol del que desconoce las raíces, la especie, el nombre, las propiedades.
Al final, ya somos turistas de la historia.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Derechos de propiedad

Como en septiembre del año pasado, las tesinas del máster me reafirman en cuánto más aprende de los alumnos de lo que puede aportar. Entre otras, el trabajo de Eva González Los códigos rotos: amor, sexo e identidad en el ciberespacio, me hace pensar mucho sobre los nuevos espacios donde se configuran las identidades contemporáneas. Internet es uno de ellos. Aunque también las nuevas costumbres del turismo masivo, de los shopping malls, de los espacios públicos de entretenimiento (botellón y similares), están convirtiéndose en nuevas formas de condicionar nuestras identidades. Pero en fin: internet, las múltiples identidades que facilitan los nicknames, los contactos a distancia por texto o webcam, el no compromiso que facilita la distancia, etc., han modificado las prácticas de relación. ¿Cómo? Todavía tenemos más preguntas que respuestas. Las metáforas como "amores líquidos", etc. que se emplean entre los teóricos más famosos me suscitan más interrogaciones que respuestas.
Pero es cierto que algo se ha transformado y sospecho que tiene que ver con la nueva importancia de la imagen como artefacto que se desprende de la piel y se transforma en objeto.
En la vieja era escópica de los ojos biológicos, nuestra imagen dependía del ser o no ser mirado, algo que a su vez dependía de la posición, del poder ser visto, etc. La imagen dependía aquí de la propiedad que cada persona tiene del espacio: en primer lugar del espacio de su cuerpo, la más importante; en segundo lugar del espacio vital del propio cuerpo, de la distancia mínima en la que los movimientos no están condicionados por otros cuerpos (físicos o biológicos); en tercer lugar del espacio amplio (la propiedad de bienes). La imagen era un resultado sobrevenido del hecho que el cuerpo aparece en un espacio que nos desborda: el espacio público: un espacio de miradas y de acciones. El vestido, que muestra/oculta, fue uno de los primeros artefactos que derivaron de la propiedad del cuerpo (la coraza, etc.). Las primeras formas de poder: la esclavitud y otras, fueron dominaciones del espacio del cuerpo.
Están además los derechos que derivan del tiempo: el tiempo de trabajo, el tiempo de ocio, el tiempo de la vida. Cuando uno trabaja para otro, vende su tiempo por un salario; cuando uno comparte con otra persona el tiempo de su vida, ofrece, no vende, su tiempo.
¿Qué ocurre con la imagen en los nuevos regímenes escópicos de la era de la imagen? La imagen se ha hecho autónoma. Nos convertimos en imagen no sólo porque sea una parte de nuestro ser físico, sino porque podemos extraerla, manipularla, almacenarla, etc. La imagen se convierte entonces en una parte del mundo que puede ser propia o puede no serlo, que puede usarse como objeto o puede meramente contemplarse, que puede venderse o puede donarse, etc.
Diría lo mismo con la palabra en la era de la escritura, pero lo dejaré para otro día. Lo que importa de la imagen autónoma es que conforma un nuevo espacio de identidad. El que sea el sexo o el poder el resultado del uso de la imagen es ya menos importante: la cuestión es que la imagen-artefacto se ha convertido en una nueva forma de relación posible. Se intercambian imágenes como en los espacios más tradicionales se intercambiaban besos o fluidos. Pero este intercambio nos plantea nuevos problemas políticos y morales: ¿las imágenes son imágenes propias o apropiadas mediante explotación?
Internet es un nuevo espacio de poder y relación, de simetrías y asimetrías. Lo que ocurre es que ahora son nuevos derechos los que están en juego: palabra e imagen como artefactos autónomos. El tiempo de trabajo de la sociedad anterior ha sido sustituido por el tiempo de atención de la era visual. La imagen es el instrumento fundamental. Pero como ocurría con la época del capitalismo anterior, en donde la mercancía ocultaba su origen: el tiempo de trabajo, puede que ahora la imagen esté también borrando sus orígenes. Sin que aún seamos conscientes.
No sé. Lo pensaré.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Virus en la mente



Tendría que ser fiel a mis lunes y hablar del cine del finde (no entiendo la vida sin cine, como Aute: "más cine por favor/que toda la vida es cine, /y los sueños cine son") pero la gamberrada de Tarantino Malditos bastardos me divierte sin llevarme a profundidades, y la maravillosa Up me deslumbra, pero tampoco me hace pensar. Sólo son cine. Bueno.
Sí me asusta un enorme cartel que recorre la fachada del Colegio de Médicos, en la Calle Santa Isabel (Madrid):

NO DES LA MANO, NO BESES, SOLAMENTE DÍ "HOLA"


Me asusta el miedo. Me asusta el control que tienen sobre el miedo. Me asusta esta capacidad de confundir. Andrés Neuman decía hace unos días en el periódico que la gripe A había traído el que todos nos lavásemos las manos más. En Argentina y México ya están pasando el periodo de cuarentena mediática en el que les ha sumido el paternalismo de los poderes que nos rodean (¿quién devolverá a México los millones perdidos por el miedo de los países ricos, por la estupidez e ignorancia de los periodistas, por la burocracia oms, por la adicción de los políticos a los titulares?). En la terrible distopía de Samuel Butler Nowhere se imagina una sociedad que ha confundido los valores: a los enfermos se les castiga moral y penalmente. Estar enfermo es un crimen. Un catarro es una falta grave, una enfermedad peor puede llevar a la muerte por juicio sumario. Escrita en el siglo XX, no imaginaba el escéptico Butler cuán desastrosamente profética puede resultar a veces la imaginación. Cuando yo era niño, en la España de la post-post-guerra, la tuberculosis se escondía como lacra moral. Más tarde fue el SIDA, las adicciones, las anorexias, bulimias, ...., últimamente la gripe A.

Me sumo a la irritación general contra la pasteurización social.
Por favor: ¡¡¡ dadme abrazos, besos, manos,..., contaminadme cuanto antes!!!!

El Roto, como siempre, acierta.




Un amigo da sus clases de Ética usando como textos sólo dibujos de El Roto. Os animo a imitarle.

viernes, 18 de septiembre de 2009

La higuera escéptica



Imágenes y palabras de la condición humana:


"Replicó la serpiente a la mujer: "De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió y dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cogiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores" (Gen.3 4-7)

Primero fue Austin en "Otras mentes": "(la idea de que hay una clase epistemológicamente privilegiada de enunciados) es el pecado original por el que el filósofo se expulsó a sí mismo del jardín del mundo en el que vivimos". Más tarde, Stanley Cavell comenta estas palabras en In Quest of the Ordinary (la búsqueda de lo ordinario): le gusta la idea de que la filosofía es una especie de pecado original que al descubrir el escepticismo nos expulsa de ese jardín del mundo ordinario en el que vivimos; aunque objeta, con razón, la pretensión austiniana de "expulsarse a sí mismo" del mundo-paraíso. Recientemente el discípulo de Cavell, S. Mulhall (su libro de introducción a la filosofía usando las cuatro películas de Alien lo he usado profusamente y lo recomiendo entusiastamente: On film, Routledge) escribe un bello libro: Philosophical Myths of the Fall, (mitos filosóficos de la caída), en el que extiende esta observación de Cavell a la historia del escepticismo.
Desde Hegel se sospechaba que la filosofía es teología secularizada; desde Nietzsche la sospecha se convirtió en certeza. Y si hay algún mito central en la historia occidental es el mito de la caída: el hombre vivía feliz hasta que quiso conocer, quiso ser dios y por ello fue expulsado de su hogar, el mundo, y condenado a errar sabiendo de su fragilidad y desnudez. Toda la filosofía no es sino un buscar hojas de higuera para cubrir las vergüenzas de la condición humana.
Yo no estoy libre de este mito, recientemente lo he empleado para pensar(nos) bajo la condición del exiliado que no puede mirar atrás sino con nostalgia, pero que sabe imposible la vuelta: sabe (es parte de lo que descubrió al comer la manzana del conocimiento) que no sólo estaba desnudo, sino que el mundo no era un jardín paradisíaco, sino una selva salvaje de furia y ruido. Y se convirtió en la especie errante.
Me llevan a estas figuras mi autoenfado con mi persistente falta de atención al mundo que me hace cometer imperdonables faltas (en la escuela raramente me castigaron por revoltoso, pero continuamente por faltas de atención, así sigo). Busco una higuera donde tomar un par de hojas y cubrirme. He encontrado estas hojas wittgensteinianas para tapar mi destino de escéptico ensimismado.