lunes, 18 de julio de 2022

Tiempo libre

 



El tiempo fuera del trabajo, el tiempo del ocio opuesto al negocio, es en el imaginario popular el tiempo libre. Marx escribía que solo fuera del trabajo el ser humano es humano mientras que en el trabajo es un objeto, fuerza de producción, componente de la máquina que modela sus movimientos y su cuerpo. De modo que en el inacabable antagonismo entre trabajo y capital la conquista del tiempo es lo que define el territorio de la lucha: para el capital, la conquista del tiempo expropiado como plusvalía, es decir, de tiempo de trabajo excedente a la reproducción del trabajador y convertido en beneficio. Por parte del trabajador, la conquista es también permanente y tiene un horizonte: acabar con el tiempo de trabajo asalariado, dejar de ser trabajador para comenzar a ser humano, es decir, acabar con el tiempo esclavo para conquistar el tiempo libre. La historia de las luchas de los trabajadores lo han sido por el tiempo: tiempo de la jornada, tiempo de la jubilación, tiempo de la incorporación tardía al trabajo en la forma de tiempo de educación.

Lo llamamos “tiempo libre” porque parece ser el tiempo de la acción libre, el tiempo humano de la decisión intencional, de los proyectos y planes de vida, el tiempo del ser humano real, el tiempo de la resistencia contra el poder perverso del capital que invierte la naturaleza de las cosas. En los Manuscritos, escribe Marx:

Como tal potencia inversora, el dinero actúa también contra el individuo y contra los vínculos sociales, etc., que se dicen esenciales. Transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en amor, la virtud en vicio, el vicio en virtud, el siervo en señor, el señor en siervo, la estupidez en entendimiento, el entendimiento en estupidez.

Como el dinero, en cuanto concepto existente y activo del valor, confunde y cambia todas las cosas, es la confusión y el trueque universal de todo, es decir, el mundo invertido, la confusión y el trueque de todas las cualidades naturales y humanas.

Aunque sea cobarde, es valiente quien puede comprar la valentía. Como el dinero no se cambia por una cualidad determinada, ni por una cosa o una fuerza esencial humana determinadas, sino por la totalidad del mundo objetivo natural y humano, desde el punto de vista de su poseedor puede cambiar cualquier propiedad por cualquier otra propiedad y cualquier otro objeto, incluso los contradictorios. Es la fraternización de las imposibilidades; obliga a besarse a aquello que se contradice.

Si suponemos al hombre como hombre y a su relación con el mundo como una relación humana, sólo se puede cambiar amor por amor, confianza por confianza, etc. Si se quiere gozar del arte hasta ser un hombre artísticamente educado; si se quiere ejercer influjo sobre otro hombre, hay que ser un hombre que actúe sobre los otros de modo realmente estimulante e incitante. Cada una de las relaciones con el hombre —y con la naturaleza— ha de ser una exteriorización determinada de la vida individual real que se corresponda con el objeto de la voluntad. Si amas sin despertar amor, esto es, si tu amor, en cuanto amor, no produce amor recíproco, si mediante una exteriorización vital como hombre amante no te conviertes en hombre amado, tu amor es impotente, una desgracia. Karl Marx, Manuscritos

Así pues, en el imaginario vivimos un conflicto de tiempos fracturados: un tiempo de representación y un tiempo de realidad. Allí donde reina el capital, el valor, todo es representación; allí donde se conquista el tiempo libre, emergen las condiciones reales del ser humano: la confianza, el amor, el libre intercambio de las cosas y los cuerpos.

Marx tenía razón. Demasiada razón.  Pero también su visión estaba condicionada históricamente por una forma de capitalismo limitado a la fase industrial, a un acierta forma orgánica de capital en la que el tiempo de trabajo asalariado era la forma básica de producción de la plusvalía.

En el capitalismo avanzado, un capitalismo que ha recibido múltiples adjetivos como posfordista, cognitivo, emocional, de la atención, y otras variadas maneras de entender los mecanismos básicos de producción de mercancías, las cosas parecen funcionar de modo distinto. La distinción entre producción y consumo se hace más tenue y en parte se disuelve, y con ella la distinción entre ocio y negocio. En el capitalismo cognitivo  la principal fuerza de producción comienza a ser una parte muy especial del cuerpo: la atención. Pues la atención, el tiempo de atención es un bien mucho más escaso de lo que era el tiempo del trabajo físico. La atención moviliza todas las potencias del cuerpo y las concentra, pero el agotamiento es rápido y la posibilidad de error se incrementa exponencialmente con el tiempo de atención. Y está el nuevo fenómeno del consumo productivo, del prosumo, del trabajo gratis, de la producción fuera del circuito del trabajo asalariado que, sin embargo es trabajo productivo, creador de valor.

Los nuevos estudios sobre el capitalismo cognitivo nos hablan de una producción de plusvalía más allá de la esfera tradicional de la producción en los espacios de la empresa, la factoría, la fábrica. El trabajo social produce valor, pero lo hace de forma extendida, en tanto que el cuerpo y la mente se extienden en el complejo entorno técnico de las plataformas, de las industrias del ocio y del consumo productivo.

¿Cuán libre es el tiempo libre? Si observamos atentamente, si nos observamos atentamente, en los tiempos de ocio y no caemos en los autoengaños que genera la industria de la felicidad productiva, concluiremos que el tiempo libre está mucho más limitado de lo que parece: trabajamos emocionalmente creando presentaciones de la persona en un espacio social definido por marcas, iconos, formas de comportamiento que apuntan a una presencia constante de apariencias de felicidad y experiencia de libertad como modo de relación. Pero tales experiencias están profundamente marcadas y reguladas por los entornos sociales y técnicos. “Escuchar música”, es decir, crear autoespacios de intimidad definidos por los nichos de aparatos técnicos de escucha que crean subjetividades separadas. O lo contrario: “ir a un concierto” que no es un concierto de cuerpos sino una industria de viajes, consumos, alojamientos, preparaciones de escucha mediante compras de discos o atención a las plataformas de la escucha,… O cultivar una huerta facilitada por el ayuntamiento o comprada en los alrededores de la ciudad, en donde el trabajo parece no ser asalariado aunque sigue siendo productivo en el consumo de las inmensas industrias del bricolage y el tiempo libre organizado. O el deporte, el turismo y el viaje, que exigen una preparación de vestimenta deportiva adecuada, de branding, de presentación productiva del cuerpo en sociedad, subido a una bicicleta de marca o calzado por unas deportivas reconocibles. O simplemente permanecer libremente en el sofá atendiendo a la televisión, a las plataformas de series o a las plataformas de las redes sociales.

En la era del capitalismo posfordista no desaparece la disciplina de los cuerpos en la máquina, por el contrario, se extiende a la disciplina de la atención y la experiencia y sigue la lógica de la inversión de las cualidades humanas.


domingo, 10 de julio de 2022

Confines

 


El término inglés para "confinamiento" es "lockdown" que, al parecer, es una palabra que comenzó a extenderse en el siglo XIX en Norteamérica para designar al leño que cerraba o mantenía juntos a los troncos que los leñadores llevaban aguas abajo. La etimología del término en las lenguas latinas es distinta, tiene menos resonancias temporales o procesuales y habla de vecindad, de campos separados por un mismo límite (cum finis). En portugués habla de hacer frontera o aproximarse mucho, en español la RAE señala tres acepciones: desterrar a un lugar, lindar con y recluir en. En lo que respecta a "confín" indica dos acepciones que mantienen una cálida tensión: término o límite de un  territorio y último término a que alcanza la vista. 

Leí hace muchos años la novela de José Luis Sampedro El río que nos lleva, que relata las circunstanciales vidas de varios personajes que ejercen de gancheros de maderadas Tajo abajo, de biografías lejanas (un irlandés errante, un americano emigrado, una mujer envuelta en sombra. Confinados por la eterna metáfora de la vida, el río que nos lleva. Jorge Manrique escribió el emocionante canto a la vida que son las Coplas a la muerte de su padre, en donde hila la vida con los ríos que van a dar en la mar: "partimos cuando nascemos/ andamos cuando bivimos/ y allegamos/ al tiempo que fenescemos/ así que, cuando morimos/ descansamos". 

En confines, confinar, confinamiento hay restos de parábolas que hablan a la vez de lo espacial y del tiempo juntos, de la vida en sus dos dimensiones que los antiguos premodernos jamás habrían entendido separados: lo liminal del espacio y lo final del tiempo. Y la preposición latina que enreda en un hato las vidas de la gente, pues también está en el origen de "común" (cummunis, oficios, tareas, obras, acciones conjuntas). 

Las tensiones que desvelan las parábolas que están tras de las etimologías son tan profundas como las que constituyen las sociedades: confines habla de escapes, huidas casi siempre imaginarias a unas lejanas fronteras en el espacio y el tiempo. Manrique nos avisa de la futilidad de los imaginarios del allende en el tiempo (y pues vemos lo presente/ como en un punto se es ido/ y acabado/ si juzgamos sabiamente/ daremos lo no venido/ por pasado/ no se engañe nadie, no/ pensando que a de durar/ lo que espera/ más que duró lo que vio/ porque todo ha de pasar/ por tal manera). La nostalgia es la emoción que el guerrero poeta de los Lara adscribe a la conciencia de los confines, él que anduvo por las fronteras de los reinos y fue confinado en cárceles y asaltó fortalezas, veía claramente que las fronteras del pasado están siempre más abiertas que las del futuro. 

La modernidad habría de romper estas asimetrías e incluso alejar ilimitadamente los confines del futuro con su noción de progreso. Esta extraña forma de modernidad que son los inicios del milenio parecen haber reconfinado los confines en una suerte de retromodernidad en donde la nostalgia y la amplitud del pasado se confronta con un futuro que parece encerrarnos en un pequeño planeta agonizante, en un río que se seca y en que la maderada nos estrecha y los roces son más fuertes que los abrazos.