domingo, 11 de julio de 2021

Tres formas de holismo

 



El otro Schiller, Ferdinand Cunning Scott Schiller, un pragmatista de la transición del XIX al XX, afirmaba que el humanismo es la actitud filosófica que produce más rechazo. Un desagrado, decía, que es “psicológico en origen. Nace de la naturaleza de ciertas mentes humanas que están demasiado enamoradas de las simplificaciones artificiales, o demasiado acostumbradas a las mutilaciones autoinfligidas, a los tormentos autoimpuestos por los que esperan merecer la absorción en la verdad absoluta.” Reconocía que “el humanismo de corazón es una actitud singularmente difícil de sostener en la atmósfera académica […] Si Protágoras hubiese sido un profesor de universidad difícilmente habría descubierto el humanismo”. Schiller escribía estas palabras a comienzos del siglo XX asfixiado entre el positivismo y varias formas de pensamiento metafísico. No sabía cuán proféticas habrían de resultar a lo largo del siglo venidero. Salvo un breve periodo en que los horrores de la barbarie fascista en la postguerra permitieron que nacieran conceptos como los de “crímenes contra la humanidad”, el resto del siglo fue una sucesión de formas de antihumanismo: especies de naturalismo sociologista, como la althusseriana, o diversas variedades de posestructuralismo, pasando por las  tribus del posmodernismo neoheideggeriano.

Todas las modalidades de antihumanismo modernas coinciden en la crítica al supuesto esencialismo del humanismo. La postulación de una esencia humana sería un pecado original de universalismo que no tiene en cuenta la historia ni las transformaciones culturales y sociales que esta conlleva.  De esta fuente beben antropocentrismo, patriarcalismo e imperialismo cultural que estarían asociados a una imagen de lo humano demasiado próxima a la autoimagen de la cultura y la sociedad dominante.

Esta es la razón por la que Althusser interpreta que Marx se dio cuenta a tiempo de y a partir de la Ideología Alemana abandonó el humanismo que había contaminado sus anteriores escritos, los Manuscritos de 1944 especialmente. Allí encontramos la tesis de que la alienación del trabajador le despoja de su ser genérico, lo que puede traducirse como que le deshumaniza, pues lo que caracterizaría al ser humano es precisamente el ser genérico  

"Por eso es precisamente en la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica activa. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste se desdobla no sólo intelectualmente, como en la conciencia, sino activa y realmente, y se contempla a sí mismo en un mundo creado por él. Por esto el trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica, su real objetividad genérica, y transforma su ventaja respecto del animal en desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico: de la naturaleza. Del mismo modo, el degradar la actividad propia, la actividad libre a la condición de medio, hace el trabajo enajenado de la vida genérica del hombre un medio para su existencia física. Mediante la enajenación, la conciencia del hombre que el hombre tiene de su género se transforma, pues, de tal manera que la vida genérica se convierte para él en simple medio."

Lenturas recientes de Marx, como la de César Ruiz Sanjuan en Historia y sistema en Marx –por otro lado muy inteligente, consideran que los Manuscritos de Marx son todavía un débito de Marx al antropologismo de Feuerbach. Algo que abandonaría (Ruiz Sanjuan sigue aquí a Althusser) a partir de La Ideología Alemana y que desarrollaría en El Capital, donde ya no aparece el término alienación, un término antropocéntrico, idealista y acientífico.

El humanismo de Marx no tenía en ningún momento ningún compromiso con alguna forma de esencialismo. Bueno sí, con una: la especie humana, sostiene Marx, se caracteriza por la producción de transformaciones en el mundo que, a su vez, la transforman. Su esencialismo lo es de una forma irónica que niega la mayor: su esencia es la historificación continua de su esencia. El humanismo marxiano se manifiesta en su afirmación de que el ser humano es un ser genérico, un ser en cuya agencia está representada toda la humanidad. De hecho, también toda la naturaleza. Tanto en el trabajo como en el consumo, sostiene Marx, el ser humano se encuentra en una dialéctica entre su cuerpo orgánico (corporeidad que entraña la vida mental) y su cuerpo inorgánico (funcional, metabólico, energético). En esta dialéctica se hace presente la profunda e ineludible relacionalidad de la agencia humana con la historia natural y social.

La agencia y la experiencia humanas tienen siempre tres dimensiones que están presentes en cada experiencia y acción, por más que estas sean únicas, situadas, particulares: en primer lugar, son significativas, en tanto que tienen contenido. Y los contenidos no existen sino en una ilimitada red de significados que están asociados a las prácticas. Es el holismo que nos enseñaron Wittgenstein y Quine. En segundo lugar, toda la historia social humana se hace presente en cada acto: cada acción remite a toda una historia de conocimiento, emociones y relaciones sociales sin la que no habría sentido de libertad, necesidad, logro, fracaso y, siempre, reconocimiento. En tercer lugar, la agencia y la experiencia tienen una dimensión material, energética e informacional que solo existe en tanto que el cuerpo y en entorno están en una continua interacción. Como un motor diésel en la luna, la acción humana no es tal sin el adecuado intercambio material.

El humanismo nace de la inevitabilidad de estas tres formas de holismo en la agencia y la experiencia. Los supuestos antiesencialismos terminan siendo, como sostenía Schiller, alguna forma de mutilación autoinfligida de alguna de las dimensiones.  

sábado, 3 de julio de 2021

Orientarse (la ubicación humana en el espacio y tiempo)

 




Muchos animales se orientan de manera asombrosa: las mariposas monarca viajan desde Canadá a México; varias especies de pulgones reconocen en qué plantas refugiarse en invierno; peces y aves migratorias atraviesan océanos y continentes hasta el lugar de reproducción. James J. Gibson explicó que sistemas cognitivos poco complejos pueden sin embargo explotar regularidades del medio para orientarse. Su diseño genético les permite sintonizar lo que llamó “affordances”. El caso de la especie humana es algo singular. A diferencia de las especies con nichos ecológicos bien definidos, los humanos se expandieron muy rápidamente por  todo el planeta en nichos en  los que otras especies de primates y homínidos no podrían sobrevivir. Lo hicieron porque el sistema de orientación humano depende de la capacidad de almacenar información muy precisa y heterogénea del medio, una habilidad que exige relacionar el recuerdo del pasado, la atención del presente y la imaginación del futuro. El sistema de orientación humano depende de la capacidad de crear relatos y compartirlos. Relatos y mapas no se distinguen en las habilidades básicas de orientación, Los habitantes de la tundra, de las estepas heladas del Ártico, de los desiertos africanos y asiáticos, de las grandes selvas amazónicas y del océano Pacífico, realizaron asombrosos viajes sin mapas en el sentido tradicional de representaciones miméticas del territorio. La artesanía de navegación de la humanidad premoderna hizo de los relatos mapas y de los mapas relatos.

Ubicarse y ser ubicados puede que difieran de modo sustancial. Si preguntamos al azar a los alumnos de una universidad pública en qué clase social se sitúan, la respuesta no será probablemente la misma que si le preguntamos a los técnicos de hacienda por los salarios de sus padres, al catastro y registro de la propiedad por sus propiedades y a Google por su historial de compras. Los algoritmos que decidirán sus perfiles profesionales y económicos construidos con datos masivos obtenidos de sus movimientos diferirán de los imaginarios de futuro que impulsan sus estudios y actividades, sus elecciones de carrera y opciones vitales. La ubicación no es nunca sencilla, incluso disponiendo de mapas. Es necesario que el territorio sea transparente y que se articule bien el autoconocimiento con el conocimiento de lo real. Una buena ubicación es una conquista que afirma a un tiempo la autonomía y la situación, que reconoce el lugar propio en el mundo. Ubicarse y orientarse son las primeras necesidades humanas que recurren a la memoria de los movimientos del cuerpo y las imágenes para cartografiar la situación propia en el mundo. Hacemos mapas mientras nos ubicamos, orientamos y hacemos otras cosas, como navegar, comprar propiedades, encontrar cosas perdidas o planear vacaciones. Ubicarse es lo que intentamos cuando la realidad y la situación no son transparentes ni familiares. No es difícil perderse en la montaña, aún con un mapa topográfico de escala 1:50.000. Por momentos nos invade la sensación de desamparo, pero quizás la ansiedad alcanza máximos cuando nos perdemos en laberintos artificiales, en edificios monstruosos que no reconocemos. Sebald hace recorrer a su personaje ­­un arquitecto que lee la historia de la destrucción en las grandes construcciones europeas el absurdo diseño del Palacio de Justicia de Bruselas, una ingente acumulación de sillares levantada con la riqueza acumulada en el Congo y en la industria de armamento, y sentimos que la desorientación no es solo espacial, sino histórica:

Austerlitz siguió contándome que, buscando un laberinto de iniciación de los francmasones, del que había sabido que se encontraba en el sótano o en el desván del Palacio, había vagado muchas horas por aquella montaña de piedra, por bosques de columnas, pasando junto a estatuas colosales, subiendo y bajando [ …] había ido por los pasillos, unas veces torciendo a la izquierda y otras a la derecha, e interminablemente en línea recta, bajo muchos altos dinteles, y algunas veces había subido escaleras crujientes, de aspecto provisional, que salían aquí o allá de los pasillos principales y llevaban medio piso arriba o abajo para acabar en oscuros callejones sin salida.

Los dos personajes de Austerlitz  buscan ubicarse en un mundo que no es menos irracional que esa arquitectónica lovercraftiana. El entorno es a veces no solo complejo sino también engañoso y las capacidades de establecer mapas son insuficientes para un cerebro. Necesita reunir experiencias y artefactos. Así, los navegantes de la Polinesia aprendían las artes del rumbo en largas generaciones de maestros que transmitían claves sobre los reflejos de las islas lejanas en la parte baja de las nubes, sobre el color de las aguas y el vuelo de las aves, eran entrenados en las peligrosas singladuras con insólitos artefactos hechos de cañas que hoy identificamos como mapas. La Casa de Contratación de Sevilla guardaba secretamente el Padrón Real, una especie de archivo que recogía las andanzas y experiencias de los pilotos de ultramar y con ellas elaboraba un patrón de obligado cumplimiento en las naves de la Corona. El Padrón ejemplifica esa sutil frontera entre mapa, relato, proyecto estratégico y nuevo espacio de interacción entre conocimiento y poder que caracteriza la modernidad y su nueva epistemología política. Las aguas del océano son tan poco transparentes como los pasillos del Palacio de Justicia de Bruselas y están llenas de riesgos y trampas de los que los pilotos dan cuenta en sus avisos de navegantes que recogen después los cartógrafos para incorporarlos a esa tarea infinita que fue el Padrón. Pues, más que la Enciclopedia, que se ha considerado la obra característica del nuevo proyecto epistémico ilustrado, el Padrón representa el nuevo entrelazamiento de artefactos, experiencias, estatus, instituciones y proyectos que llamamos modernidad.

La especie humana ha oscilado entre el nomadismo y el sedentarismo. El nomadismo entraña el movimiento en el espacio, el traslado de una parte del mundo a otra y adquiere formas nuevas en la modernidad de la globalización: la emigración, la diáspora, el exilio, quizás también el turismo compulsivo. El sedentarismo no implica inmovilidad o deseos de permanencia, todo lo contrario, traslación en el espacio físico se sustituye por el impulso del cambio social, por la traslación en la trama de posiciones que constituye una sociedad y por las proyecciones en el tiempo y la ansiedad por el futuro. Las sociedades sedentarias crearon las ciudades y los estados, espacios no menos complejos y opacos que los desiertos, estepas y océanos por donde navegaban los nómadas. Las artes de la orientación son tan viejas como las sociedades. La arqueoastronomía nos informa de la antigüedad de las prácticas topográficas. Hay toda una cultura material que da cuenta de la ansiedad topográfica y de la necesidad de orientarse en el espacio-tiempo: alineamientos de dólmenes y megalitos con las Pléyades y otras constelaciones que establecen los primeros calendarios y mapas de la humanidad; gnomon, plomada y groma, instrumentos de la antigüedad para los trabajos de construcción y agrimensura que hoy nos asombran, el teodolito, que, con el astrolabio, la brújula y el sextante, tienen un papel en la modernidad tan decisivo como la imprenta, uniendo a los rumbos marinos, la planificación del territorio como nueva forma de orientación en el espacio social; el NAVSTAR (Navigation Satellite Timing and Ranging), sistema de satélites sincronizados en nanosegundos para establecer el GPS (Global Positioning System) que parece eliminar la necesidad de mapas geográficos.

No es casual que la triangulación sea a un tiempo el método básico de la geodesia y de la teoría de la comprensión y explicación de las acciones. El GPS y los teodolitos triangulan la posición respecto a tres puntos de referencia; en la comprensión de la conducta, las creencias, los objetivos o fines y las acciones, según la tradición davidsoniana, nos permiten tanto anticipar la acción futura, si conocemos los deseos y las creencias, como explicar una acción ya realizada si conocemos una de las otras dos incógnitas: qué deseaba o qué sabía el sujeto acerca de como realizar su deseo.

El poema épico del Gilgamesh mapea movimientos y conflictos en el espacio social, cuando la insolencia e hibris del poderoso es retada y aparece el conflicto. Gilgamesh, el rey de Uruk, Enkidu, el gigante creado por los dioses para domesticar la violencia del rey, él mismo domesticado por los amores de una prostituta. El poema parece él mismo un mapa de las vicisitudes del poder en un momento en que los reyes y los dioses se confunden pero necesitan pensar sobre sus propios límites, al igual que Job, el fiel creyente que se atreve a desafiar al dios de dioses y le hace responder de sus acciones. Libros sapienciales que operan como primeras topografías de lo social. Tanto Gilgamesh como Job hablan del poder, pero lo exploran en formas prácticas como son las riquezas, los cuidados del ganado y las habitaciones de la gente. Sedentarios y nómadas necesitan establecer rumbos en espacios desconocidos. Así, los primeros mapas útiles en la navegación los portolanos que dibujaron las escuelas mallorquinas y catalanas, distinguen lo conocido, los puertos, de lo desconocido, el mar, donde solo cabe el auxilio de los vientos sobre los que trazan rumbos para dejarse llevar y acercarse a lugares de refugio.