viernes, 31 de agosto de 2012

Nostalgias del futuro






Es un tópico, pero conserva cierta utilidad: "El futuro ya no es lo que era".
He dedicado parte de mis ratos perdidos del verano a la literatura post-apocalíptica. Me da un poco de apuro confesar que soy lector asiduo de la literatura de género (no necesariamente best-sellers, pero a veces  están incluidos). Es una literatura que te permite despreocuparte de las estructuras narrativas (son previsibles) y de la forma narrativa (no hay voluntad "estética" sino más bien puramente comunicativa) y no te obliga, o te insinúa, detener tu tiempo en pensar sobre el texto: se hace transparente respecto al contenido. Soy adicto a varios géneros, pero este verano me he inclinado por el post-apocalipsis. El género es variado e incluye buena literatura (The Road, de Cormac McCarthy), clásicos ( I'm Legend, de Richard Matheson), alguno nuevo interesante (The Dog Stars, de Peter Heller) o best-sellers (The Hungry Games Suzanne Collins).
La literatura de género, como otras muchas formas de cultura popular, te permite captar los imaginarios del momento, los signos de los tiempos, dicho teológicamente. Lo interesante del tiempo que vivimos es la proliferación del género, sólo comparable a lo que ocurrió con la novela negra en la post-guerra de la 2ª Guerra Mundial.
Un primer diagnóstico superficial sería que estamos ante un imaginario de terror, de un nuevo milenarismo como el que sacude intermitentemente nuestra cultura. Y se nos ocurren mil razones, desde la "Sociedad de Riesgo" hasta la experiencia de la crisis. Pero esta lectura es más bien descartable por su superficialidad. Cuando uno tiene sed no sueña con desiertos sino con oasis y ya está bien de cargar las tintas sobre la crisis.  Puede que la gente no se embarque en hipotecas, pero seguimos aceptando compromisos de largo alcance (sigo viendo carritos de niños (ahora generalmente dobles) por las aceras).
Una segunda lectura que me atrae más es la preocupación generalizada por qué es posible como transformación humana. En la época de la creencia en el progreso se pensaba en transiciones tranquilas, suaves, evolutivas, ... Incluso bajo condiciones de revolución. A pesar del Che Guevara no creo que muchos se creyeran que una revolución traería el "hombre nuevo" (sic: las mujeres no parecían estar en la agenda, con razón quizás)- Y sin embargo parece comenzar a extenderse la sospecha de que hay posibilidades reales de reconfigurar la especie humana.
Claro, no en un sentido perfeccionista: nuestra cultura ha estado construida bajo el mito del contrato social, según el cual en el origen éramos salvajes hasta que descubrimos el contrato. Ahora más bien se piensa en una inversión del mito: somos salvajes y estamos esperando el momento en que nos dejen serlo de verdad.
A la sombra de este nuevo imaginario escéptico (al fin y al cabo,  hasta en Hollywood se lee a Nietzsche y a Schopenhauer), se desenvuelve la nueva mitogénesis de la humanidad re-nacida bajo condiciones de una nueva caída más abajo que la postulada por el pecado original y la expulsión del paraíso: el paraíso es lo que hay y nos quedan tres telediarios. Ya hemos pecado y estamos esperando al ángel vengador.
Sí, es cierto. Seguiré pensando sobre ello. Pero lo que me interesa cada vez más son las figuras de los otros que aparecen en la literatura. Zombies (tres estrellas), Vampiros (dos estrellas), brutos de carretera, incluyendo caníbales (más sofisticados, pero menos populares).
Lo interesante de los imaginarios es lo que tratan de negar porque representan el retrato en negativo de la experiencia colectiva. Los viejos demonios eran listos, cuasi-divinos, manipuladores. Ahora son zombies, vampiros, caníbales. Seres dotados de cuerpos extraños. ¿Qué nos ocurre? (Continuará....)


martes, 21 de agosto de 2012

Habitación, asepsia, revolución

Habito durante la parte del verano en que puedo refugiarme para leer y escribir estratégicamente en mi casa de Salamanca. Es mi tierra de nacimiento, el lugar del que he emigrado y la ciudad que he visto degenerar bajo las políticas de asepsia que han conformado la distribución de espacios de los tiempos recientes. He visto convertir esta ciudad de provincias, provinciana y al tiempo rica en tejidos sociales donde discurrían múltiples corrientes, algunas subterráneas otras superficiales, que hacían de ella un territorio de tensiones culturales, políticas y sociales no ejemplar pero al menos interesante, en un parque urbano temático destinado al turismo accidental. Los viejos barrios sucios, malolientes y llenos de vida del centro se han restaurado: sus calles y espacios se han enlosado de granito, los edificios que antes formaban una ruina multicolor  se han transfigurado en fachadas homogéneas, de apariencia antigua como eran de apariencia antigua las mesas de los mesones de los años sesenta, barnizados de nogal y de imaginarios imperiales. Aníbal Núñez, el poeta más universal de su generación, desde su provincianismo militante, le dedicó un libro profético a lo que estaba ocurriendo (Alzado de la ruina) . Décadas después, ya no es reversible la transformación. Las franquicias han arrasado las viejas y maravillosas tiendas de barrio y una multitud de sillas y mesas ha irrumpido para prohibir el paseo y la compañía. La asepsia urbanística ha vencido.




No tengo nostalgia. La asepsia produce incrementos sustanciales del PIB, "capitales de cultura" y lo que sea. Es un signo de los tiempos que está convirtiendo Europa en un inmenso EuroDisney. Me quejo, con mi admirado Michel de Certeau (La invención de lo cotidiano), de que las políticas de asepsia extirpan todo lo que de vida cotidiana tienen las ciudades para re-exponerlo en una máscara-museo de fachadas e imaginarios.
En realidad mi comentario no es sobre Salamanca sino sobre Michel de Certeau. Fue un jesuita francés que había escrito maravillosos ensayos sobre el misticismo pero que en mayo del 68 sintió la fuerza del evento y transformó sus escritos para dar cuenta de lo que ocurría. A diferencia de otros muchos no creyó que el mayo del 68 significase una transformación radical de nada. Fue muy prudente en las valoraciones, de hecho le horrorizaba la visión de la utopía como una transformación radical de todo. Pensaba la utopía como la resistencia última que ofrece lo inefable de la vida cotidiana, llena de tácticas de resistencia que son capaces de abrir hilos de agua en las paredes del poder.
Pensaba de Certeau que lo más importante de mayo del 68 era que la gente había tomado la palabra y que esta irrupción en el espacio público transformaría la historia mucho más allá de lo que quienes participaron en los dos lados de las barricadas eran capaces de imaginar.
No dejo de leerle y no dejo de pensar en su sabiduría para leer la historia. Lo he recordado estos días, en los que pienso y escribo sobre las formas de hacer y habitar y sobre cómo recreamos (a veces revolucionariamente) los espacios, porque algunas recientes polémicas en los ámbitos del 15M me han hecho repensar cuáles son y cuáles fueron las fracturas que este y estos movimientos han causado en los muros secos de la sociedad contemporánea.
Como de Certeau, me ha ilusionado el modo de hacer y de reinventar lo cotidiano en lo que se había convertido en aséptico y tópico. De toda la indignación, la más interesante de las aportaciones del 15 M fue estética, en el sentido de una redistribución de la experiencia. Significó la irrupción de la trama de la vida en la dureza del granito y del ladrillo.





Estos días, cuando El Caballero oscuro, renace la leyenda, estigmatiza los movimientos recientes amenazando con un apocalipsis de destrucción, y cuando Zizek (http://www.egs.edu/faculty/slavoj-zizek/articles/the-dark-knight-rises/) comenta la película sin denunciar que estos estereotipos han sido quizá inspirados por su idea folklórica de la revolución como si todo fuera exceso y destrucción, he recordado estas reinvenciones de lo cotidiano en el espacio de lo aséptico y, como de Certeau, lo he hecho creyendo que los cambios que vendrán no están escritos en los oráculos mediáticos sino en la experiencia irreversible de la gente que decidió llenar de vida el asfalto y el granito.




miércoles, 15 de agosto de 2012

El suicidio de Deleuze






Es conmovedora esta imagen de Gilles Deleuze: los ojos entrecerrados, el rictus de los labios, el brazo derecho cansino en su función de apoyo, el izquierdo avanzado como mostrando la precariedad de un cuerpo en ultimidades. Parecería que vislumbraba un punto del espacio metafísico y que estaba en el instante de la enunciación. Pero quizás sólo era la máscara de una vida cansada. El 4 de noviembre de 1995 GD decidió acabar con su vida arrojándose al vacío desde la ventana de su apartamento. Qué incorrecta y sin embargo correcta expresión "arrojarse al vacío" pues el cuerpo se arroja a un espacio químicamente lleno mientras que el alma se arroja a un espacio absolutamente exento. GD sufría de insuficiencia respiratoria, la enfermedad de los fumadores compulsivos, que va cegando lentamente la vida: el corazón no recibe suficiente oxígeno y trata de obtenerlo haciendo que el cuerpo intente inspirar con más fuerza y velocidad, pero este esfuerzo se traduce en una mayor insuficiencia respiratoria y los segundos se convierten en agonía interminable, pues dura años hasta que el corazón se cansa. Corazón contra pulmones, ambos contra una mente desesperada. Impulso de vivir hasta que el corazón se cansa. O, como le ocurrió a GD, hasta que se cansa el alma. Eligió el impulso más espinoziano, el arrojarse, el dar velocidad a su conatus hasta agotar las fuerzas de la vida.
Foucault pronosticó que el siglo sería el siglo de Deleuze, y en muchos aspectos tuvo la razón (en otros también lo diríamos de él, de Wittgenstein o de otros y otras."El@ pensador@ del siglo" es, como "el partido del siglo", una noción esencialmente ambigua y contextual). GD creó la vuelta a Spinoza. No fue hegeliano, no fue del partido comunista francés, no se psicoanalizó, se ha dicho; fue monógamo compulsivo, aburrido y de voz ronca. No tuvo nada de intelectual francés como su amigo  Félix Guattari o su admirador Michel Foucault, ni siquiera fue viajero o nómada. Fue un pensador y un fumador compulsivo y murió de su propio impulso de vivir.


En esta otra fotografía le encontramos en un ambiente monacal, en posesión de todas las fuerzas de la vida y en la actitud que da la espontaneidad cuando vence a la pasividad. Todo Spinoza, todo impulso de vida. Y sin embargo, no sé por qué, siento que el verdadero GD está en el aire al que se arrojó, quizá pensando en que la velocidad de caída le suministraría el oxígeno que su cuerpo le negaba.
En un campo continuo de tensiones binarias, donde la individuación sucede como un proceso o trayectoria errática entre gradientes de fuerzas que no nos son dadas controlar, como diría su admirado Simondon, GD realizó un sendero singular que le aleja, como a Wittgenstein, de la posibilidad de una lectura definitiva de su vida y de su obra. Es lo que él pensaba, que la vida es la suma de las partes y las partes trascienden al orden de los cuerpos.
Casi diez años y su cuerpo sigue cayendo en el vacío.

viernes, 10 de agosto de 2012

Life





Me cuesta este verano tomar la palabra en el blog. Me cuesta no por desidia sino por desconfianza en la palabra que podría tomar, por desconfianza en la capacidad reflexiva de uno y por desconfianza en el propio lugar del pensamiento y el lenguaje en una realidad herida. Dedico buena parte del día a encontrar nuevos modos de pensar sobre la experiencia filosófica de nuestros días y a configurar un programa de curso en el que hablar de y desde lo que nos pasa sin dejar traslucir el desfondamiento, que es lo que nos pasa, sino tratando de apropiarnos de nuestro estado de desesperanza y repensar en las condiciones de posibilidad de otra realidad.
Y así, ojeando, hojeando, dando vueltas, paso las páginas del archivo Google de las fotografías de la revista Life, que son como las páginas de las imágenes de un siglo. Es Life la revista a la que se refiere Susan Sontag en sus trabajos sobre la fotografía, pues fue una revista generacional, como algún día lo serán las páginas de la prensa que abrimos por la mañana.
Y encuentro la espalda de este negro, esclavo huido que tomó parte en la Guerra Civil americana y muestra ante el fotógrafo esta topografía del dolor como un mapa en el que encontrásemos los senderos que habrán de guiar los pasos de un nuevo modo de repensar lo real.
Porque si el modernismo fue el tiempo de la esperanza y el posmodernismo de la melancolía, esta imagen que viene de los estratos profundos de la violencia y la dominación me sugiere que son nuevas las emociones que habrán de dar sentido a nuestro tiempo. Pues las emociones pueden ser reacciones viscerales, y entonces deben ser moduladas por la reflexión, pero también pueden ser el poso que deja en el alma la experiencia histórica y entonces son los depósitos de sabiduría si no de conocimiento.
Y la tranquila mirada de este hombre, que contrasta con la fuerza que desprende el testimonio de su piel, me habla de que estemos quizá ante una clave sobre lo que habrá de ser nuestro trasfondo metafísico y sentimental para los tiempos que corren.
Vida, Life. Así. Con esta tranquilidad con la que deberemos mostrar el daño. Sin esconderlo, sin gestos, sin otras pasiones que las que desde el fondo de sus ojos nos muestra este hombre.