domingo, 28 de noviembre de 2010

El tedio y la atención


El Eclesiastés se inicia con una salmodia de escepticismo:

"¡Vanidad de vanidades! --dice Cohélet-- ¡vanidad de vanidades, todo vanidad! ¿Qué saca el hombre de todo su fatigoso afán bajo el sol? ¨[...]
"Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver, ni el oído de
oír. Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará: nada hay nuevo bajo el sol. Si algo hay de lo que se diga: "Mira, eso sí que es nuevo", aún eso era ya en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos como tampoco de los venideros quedará memoria en los que después vendrán"

Es la mirada del tedio, del ennui como condición de existencia. No es simplemente una forma de vida premoderna, pre-historiográfica, pre-romántica (que también lo es. Carlos Thiebaut escribe estos días sobre la aparicion de la imaginación creadora en la poesía romántica inglesa como una facultad y dimensión básica de lo humano); por el contrario alcanza hasta un estrato de las formas de vida en donde la inserción en lo real se vive como hastío y desilusión. Uno diría que es un canto que se repite una y otra vez en las eras de desencanto, como si la realidad se hubiese engrisado como los cielos de un otoño infinito.
Marcel Proust sintió innumerables veces ese hastío. Su Marcel, que experimenta con su vida la posibilidad de llegar a ser escritor, ha recorrido los salones y ha descubierto una y otra vez la vuelta del desencanto allí donde había enamoramiento y admiración. Pero Marcel descubre otra forma de estar en la vida. Tarda una vida entera en descubrirla: sabe que ser escritor no consiste en escribir bien sino en lo que llama "estilo", que no es otra cosa que adquirir una forma propia de mirar. Relatar con gracia lo mirado es más fácil que aprender a ver. Lo primero es artesanía, lo segundo arte. Marcel lo descubre en el pliegue de la realidad: allí donde había un salón de aburridos esnobs, el visitante Marcel descubre un flujo de sensaciones que le transporta fuera del discurrir eternamente recurrente de los Verdurin. Un flujo de vida que no viene del ensimismamiento y la distancia. Al contrario, es la profunda atención a la vida lo que salva a Marcel del hastío.
Si la escritura, si la imagen, nos trasladan a una posible forma de ser y vivir diferentes no es a causa de la fantasía de lo insólito, sino a causa de la atención que prestan a las cosas invisibles. Se me ocurría que escribir o recolectar imágenes con la cámara, con el lápiz, con los ojos, todo es lo mismo: formas de ver.
Inaugura estos días el Reina una exposición inteligente: "Atlas ¿Còmo llevar el mundo a cuestas". Aprovechando la reciente traducción del libro de Didi-Huberman sobre Warburg, el coleccionista de imágenes e historiador revolucionario del arte, el MNCARS llena las salas de imágenes bajo la figura del Atlas, el que soportaba el mundo, pero también la colección de imágenes del mundo. Uno pasea por las salas y la atención se concentra en lo nimio: una fábrica, una hoja de un diario, la prensa cotidiana,...Al final de la exposición ya se ha concluido lo mismo que al terminar la Recherche: hay otra forma de vivir: vivir para ver. Si el tedio es la condición humana, la atención es la redención de una existencia herida.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La oscuridad de los tiempos oscuros


















Un micro-poeta nos dejó, en la puerta de la Casa de Campo, estos dos tratados de los tiempos que corren.
No sabría decirlo con menos palabras. Ni con más.

martes, 16 de noviembre de 2010

Gente que se copia a sí misma




Llevo dos semanas pensando en pensar algo inteligente sobre Copia Conforme (Copia Certificada) de Abbas Kiarostami y sé que no sé suficientemente sobre cine para hacerlo, que tendría que saber más de Rossellini, de Antonioni, para decir algo sensato.
Pero, asomándome como un triste voyeur a un paisaje extraño, veo un lento y suave discurso, con una distancia entre irónica y sensata, sobre el sujeto y la imagen. Se ha dicho que vivimos en un tiempo en el que el discurso no es más que un pie de foto de la imagen. Y en eso consiste la película, en una meditación sobre lo que significa elaborar un pie de foto en la imagen: una pareja pasea por un pueblo italiano (sólo Erice y Kiarostami saben hacerlo). La imagen de la pareja no cambia: una pareja que pasea. Pero el discurso se quiebra en dos. En la primera parte, un ensayista que habla de la importancia de las copias es seducido por una galerista especializada en copias. Pasean por un pueblo italiano. A la mitad de
la película comienzan a fingir que son una pareja: ¿comienzan a fingir su real yo en su vida real? y la imagen continúa pero ahora tiene el sentido de una historia de atardeceres amorosos, de nostalgias, enfados, chistes, miradas y desesperanzas.



En Kiarostami los rostros se hacen paisajes y los paisajes rostros: se confunden las calles con la historia y la historia con los rincones: una meditación sobre una fuente es una meditación sobre qué es una pareja, una ventana a un jardín donde se celebra una boda es una ventana al tiempo.
Pero el discurso de Kiarostami tiene lecturas es estratos insondables: una existencia donde la máscara es tan importante como lo enmascarado, donde la realidad es la copia certificada de la realidad, donde los sujetos fingen ser sí mismos.
El juego especular de la cámara, la copia, el doble, la imitación de sí, la nostalgia de lo original y la melancolía de la máscara, convierten Copia Conforme en un discurso-imagen sobre la identidad que cava hasta allí donde nuestra pala se dobla.

Imprescindible.


PD:

1) Hay que verla en versión original: si no, se pierde el discurso-copia, que consiste en el juego del inglés que pasa a francés, y a la inversa, y ambos al italiano. Una nueva metáfora sobre la identidad europea.

2) Es interesante repasar las críticas de la película. También la de El País: nuestro profundo Carlos Boyero se aburrió. Vaya. La posmodernidad se aburre. ¿Quién la desaburreará?


domingo, 14 de noviembre de 2010

Retablos de maravillas






Coinciden en el Reina Sofía dos retrospectivas que sugieren un paralelismo de lo maravilloso:
Desbordamiento de Val de Omar, de José Val del Omar ((1904-1982) y Una exposición de arte de Hans-Peter Feldman (1941). En ambas el tema central es la acumulación: de objetos e imágenes. El resultado es la resurrección de una categoría estética olvidada por quienes profesan la estética: lo maravilloso. Olvidado en el desván de la historia, velado por las nuevas categorías de lo sublime, lo siniestro, lo irónico, y todas esas figuras que se han dedicado desde el Romanticismo alemán a celebrar lo alto de la alta cultura, lo maravilloso ha permanecido donde siempre estuvo, en un lugar que está más allá de la fosa entre la Kultur y la cultura popular. Lo maravilloso es lo que atrae al niño (Feldman) que vive en el mundo destruido de la posguerra en Alemania donde las imágenes escasean como la comida y abren ventanas a lo otro, y le impulsa a coleccionar: cuadernos de recortes, fotos de papel couché. Lo maravilloso es lo que miran los habitantes de los pueblos perdidos de la República Española cuando las Misiones Pedagógicas llegan en camioneta o en mulos (¡qué apasionante reportaje de Val del Omar sobre las Misiones Pedagógicas, sobre aquel inusitado esfuerzo de poética de la educación!). En ambas exposiciones se muestran gabinetes de maravillas: colecciones sin orden de objetos que sugieren jardines de la ilusión.

José Val de Omar:


Aventurero de las Misiones Pedagógicas, poeta de la experimentación con la imagen, desbordante creador de cosas y, me parece, el más vanguardista de nuestros artistas.
Mecamística: "mecánica de lo invisible" define. Y eso es su historia: una continua búsqueda de lo invisible, que deja su rastro en la acumulación aplastante de las cosas que le rodearon. Notas de trabajo que merecen una antología de la poesía vanguardista, patentes que deberían figurar en la historia del arte, artilugios de la fascinación.
Entre la técnica y la poesía, saltándose toda la estética de lo sublime, con el amor por la cultura popular que solamente pueden mostrar los no "profesionales" del arte, Val del Omar señala un horizonte crítico que está más allá, mucho más allá, de los gestos críticos de quienes aceptan o rechazan premios de arte. Toda su obra está en el horizonte de una tierra donde lo visible se distribuye no por adictos a la gloria sino por poetas de la esperanza.

En la imagen de más arriba, uno de los infinitos collages de Val del Omar, en ésta de aquí abajo, Val del Omar, desde un balcón del ayuntamiento de Pedraza, explica a sus habitantes una reproducción del Fusilamiento del 2 de Mayo de Goya. Tiempos en los que se sabía qué hacer con los museos:

sábado, 6 de noviembre de 2010

Después del apocalipsis


La mayoría desbordante de las culturas humanas a lo largo de la historia han sentido el tiempo bajo una topología cíclica. En primera instancia, el tiempo cíclico consuela: no hay nada nuevo bajo el sol, dice el Eclesiastés, todo ha ocurrido ya, todo produce hastío. En segunda instancia, el tiempo es un tiempo escrito por el destino: todo ha sido escrito ya. No sabemos qué nos depara el tiempo, pero ya está escrito en algún ignoto libro. Por alguna razón la cultura medieval fue creando la atracción por el fin, por el final de la historia. Ya había sido escrito el Apocalipsis, pero la idea de que estamos en la senda de la destrucción se asocia a los milenarismos medievales y de ahí a casi todos los milenarismos de carácter religioso. Franz Kermode, un crítico literario muy importante en los años sesenta y setenta del pasado siglo, escribió El sentido de un final fin aplicando esta intuición a la novela contemporánea. La novela es hija de la idea de fin: el fin articula la trama, la fábula, y de ahí la estructura narrativa bajo la que hemos aprendido a disfrutar de los relatos.
Curiosamente, la novela contemporánea ha abandonado la idea de fin como articulador del relato. A veces resuena el tiempo cíclico (A la búsqueda del tiempo perdido), a veces el fin está abierto (El hombre sin atributos), a veces no tiene sentido la idea de final. Algo ha ocurrido en la historia de la novela contemporánea.
Tal vez haya ocurrido ya el apocalipsis, cuando el mundo (las ilusiones del mundo) se desvanecieron como niebla en el viento y lo que resta es un camino sin final. The road de Cormac McCarthy puede que no sea sino una novela sobre la condición contemporánea: viajamos cubriendo nuestra precariedad con un carrito de la compra, intentando salvar lo único que creemos que puede salvarse, los hijos, la dignidad, sabiendo que el mar al que deseamos llegar sólo es el principio de un nuevo camino que ya no nos toca recorrer.
En las culturas premodernas, y aún en las modernas, ordenadas por la idea del héroe como modelo, la muerte era el fin. Ahora sabemos que no: antes nos habremos disuelto en una niebla de falta de memoria, en un silencio de la historia, y la muerte sólo será un tonto tropiezo en la bañera. No hay fin, sólo disolución.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Los tres marcels


Aunque todas las novelas poseen un contenido filosófico (también las malas, pero de otra forma), algunas son paradigmáticamente novelas filosóficas. De entre todas ellas, A la búsqueda del tiempo perdido destaca como una de las fuentes imprescindibles de la filosofía contemporánea. Se puede disfrutar como lectura, y es uno de los relatos que más placer proporcionan al hacerlo; o convertirlo en uno de los textos centrales de la teoría de la identidad en el siglo pasado y reflexionar sobre él como experiencia privilegiada a la que nos asomamos. Como teoría de la identidad es una complicada trama de yoes que articula el texto:
En primer lugar está Marcel (1): es una persona afectiva, culta, apasionada, que a lo largo de la novela va atravesando sucesivos procesos de apego emocional: su madre, su abuela, la Duquesa de Guermantes, Swan, Gilberte, sus amigos: Saint-Loup, Charlus, su amante Albertine,..., los lugares: Combray, Balbec, Venecia, ..., la música, los cuadros. En este nivel la BTP es una novela de un tipo particular de Bildungsroman, de relato de formación: Marcel (1) se va desilusionando y desencantando progresivamente de cada uno de los objetos de su amor, hasta llegar a un estado de enfermedad y melancolía que le llevan a escribir y retirarse de los salones.
En segundo lugar está Marcel (2): es un escritor que (en El tiempo recobrado) a punto de entrar al salón de la Duquesa, en la Biblioteca, repasa toda su vida y medita sobre la novela que va a escribir, La linterna mágica, (que ya ha escrito, es la BTP). Esta novela es su última ancla en la vida. Se ha examinado a sí a través de las memorias del instante: la magdalena, los ecos de los momentos pasados; ha examinado las vidas torturadas de sus amigos; se ha examinado en su propio infierno de amor y celos. Ha descubierto que el dolor es la fuente de certeza subjetiva; que el amor siempre es fuente de dolor (que siempre se dirige a la persona más distinta del yo que se pueda encontrar; que siempre produce ansiedad; que siempre, salvo que sea una aventura, es fuente de perpetuo miedo a saber); que detrás de las máscaras de fascinación sólo quedan con el tiempo personas vulgares que nunca merecieron el dolor que proyectaron en nosotros. Pero ha descubierto también que la intuición hecha relato a través del esfuerzo de la escritura salva la vida y la convierte en una vida examinada, digna por ello de haber sido vivida.
Está, en tercer lugar Marcel (3), es decir, Marcel Proust, un escritor del que conocemos mucho, tal vez salvo lo fundamental. Sabemos que era encantador y que sufrió celos homoeróticos; que buscó con todas sus fuerzas el llegar a ser escritor; que observó espantado el asunto Dreyfuss sabiéndolo el síntoma de una lepra que habría de destruir la cultura europea. Que, sobre todo, escribió sobre Marcel (1) y Marcel (2), dos yoes diferentes al suyo, cercanos, para intentar comprenderse a sí mismo y para intentar escribir sobre una verdad transcendental de la identidad: la imposibilidad del conocimiento del otro y de sí, la necesidad de narrar la diversidad de yoes para capturar el poso de la vida en los momentos de dolor, aquellos en los que se vislumbran las certezas subjetivas y se reconstruye la experiencia. Y que sólo en la distancia de sí, extrañándose, podría realizar esta búsqueda imposible del grial de la identidad.
Los tres marcels, como en el misterio de los cristianos, conforman una unidad que se nos escapa y que nos atrae por su misterio, y que nos habla de una similar partición en cada uno de nosotros: la de los yoes que aprenden y se desencantan de la vida, la del yo que los examina y que ocasionalmente se percibe a sí mismo examinándolos, la del yo que se distancia de sí y se observa en el espejo de las experiencias sin creerse demasiado nada salvo el misterio de ser, de estar vivo.