domingo, 25 de febrero de 2018

Saberes de la multitud



Desde Atenas, las relaciones entre la democracia y el conocimiento han sido uno de los temas permanentemente discutidos de la filosofía política. La oligarquía ateniense nunca acabó de aceptar bien las grandes reformas que daban voz a la multitud. La de Clístenes,quien instauró la isonomía (igualdad ante la ley) y reorganizó los demos basándose en un criterio de distribución geográfica frente, facilitando que, por ejemplo, a través del sorteo, cualquier demôtas pudiese llegar a ser un polités, alguien con función política. La de Efialtes, quien instituyó una paga para cualquier ciudadano que participase en alguna de las grandes instituciones de consejo o tribunales, facilitando así el acceso de las clases bajas al poder. Todas estas reformas siempre fueron despreciadas como demagogia. En el juicio a Sócrates estaba ya presente la discusión continua sobre si deben gobernar los expertos y sabios o se debe seguir permitiendo que cualquiera con capacidad de convencer llegase al gobierno. Frente a Sócrates, a quien Platón convirtió en el héroe y víctima de la filosofía, y así se enseña a los alumnos, generación tras generación, estaba el gran villano, Protágoras, defensor, se afirma, del relativismo barato y la sofistería. Pero Protágoras, amigo de Pericles, era un demócrata radical, que defendía que había que enseñar la palabra para que cualquiera pudiese presentarse en la Asamblea y convencer pues, creía, la democracia es también y sobre todo un ejercicio del arte de convencer.

Toda una gran corriente contemporánea, dentro de la concepción deliberativa de la democracia (que sostiene que al gobernante no le basta la legitimidad de sus medidas y debe también exponer sus razones) ha vuelto a resucitar una suerte de socratismo político al plantear que tal vez no baste tampoco con que las medidas sean legítimas y sean debatidas con razones a favor y en contra, sino que además, deben tener razón o tender a ello. A ser verdaderas. La democracia, afirman, debe tender a la verdad y basarse en el conocimiento correcto. Hay en esta pretensión, muy estimable ciertamente, una cuestión de fondo sobre cómo se relacionan el conocimiento y la democracia, la verdad y la justicia.

Hanna Arendt, Castoriadis, y mucha más gente han sostenido, por el contrario, que la democracia siempre es doxástica, tiene que ver con las opiniones, con la doxa, no con la episteme. Una epistemocracia no sería sino una suerte de tecnocracia. Y la tentación de la tecnocracia está siempre presente, especialmente en momentos de crisis, cuando el desprecio a la política y los políticos lleva a demandar que gobiernen los que saben, los expertos. También es una muy defendible posición, pues en la tentación tecnocrática hay un trasfondo autoritario de sumisión voluntaria, de anomia y dejadez de la responsabilidad ciudadana, de abandono de la agencia política. Pues, incluso si tuviesen razón los nostálgicos de la tecnocracia y el fin de las ideologías, la realidad es que en el mundo contemporáneo las cuestiones complejas dividen a los expertos no menos que a los ciudadanos, y el simple hecho de elegir paneles de expertos es ya un ejercicio político. Cada vez que un gobernante afirma que "dejemos que los técnicos se pronuncien sobre esta cuestión" suele estar diciendo "mis técnicos van a elaborar el juicio que yo quiero que sea".

Uno de los filósofos que ha representado en el pasado siglo la posición de Protágoras fue también alguien denostado y estigmatizado por "relativista". Me refiero al filósofo de origen austriaco y carrera en Norteamérica Paul K. Feyerabend. En La ciencia en una sociedad libre afirma:

“Lo que cuenta en una democracia es la experiencia de los ciudadanos, es decir su subjetividad y no lo que pequeñas bandas de intelectuales autistas declaran que es real” (...) “el mejor y más sencillo resumen de esta posición se encuentra en el gran discurso de Protágoras: los ciudadanos de Atenas no necesitan que se les instruya en su idioma, en la práctica de la justicia, en el tratamiento de los expertos (señores de la guerra, navegantes, arquitectos): al haber crecido en una sociedad abierta donde la instrucción es directa y no mediada y perturbada por educadores, ellos han aprendido estas cosas de la nada”

Cuando se habla, cuando hablo, de Feyerabend, siempre hay alguien que objeta con alguna variación de este sarcasmo: "bueno, pero eso significa que vamos a someter a votación la Ley de la Gravedad, ¿no?".  Subyace a este tipo de respuestas una concepción bastante equivocada de cómo funciona el conocimiento en la democracia. Suele creerse que Feyerabend no hacía otra cosa que defender el relativismo "posmoderno". Pero Feyerabend no era relativista, al contrario, sostenía que los relativistas tienen una concepción de las culturas y las creencias como compartimentos estancos y que basta con una suerte de tolerancia como "eso está bien para esa gente, pero no para nosotros". Por el contrario, sostenía que no hay culturas puras, que vivimos en un mundo de culturas contaminadas, impregnadas unas de otras, que todas las cuestiones son mucho más complejas de lo que suele presentarse en la voz a veces autoritaria de los expertos. La raíz de la tecnocracia está siempre en la creencia de que no hay más que una solución correcta a un problema y que "no hay alternativa". Frente a esta convicción dogmática, Feyerabend defendía el pluralismo como método. Él reutilizaba el viejo lema de Mao (que lo enunció, por cierto, en un momento de irritación popular por sus equivocaciones en temas económicos, y que inmediatamente traicionó en la llamada Revolución Cultural): "dejemos que florezcan cien flores de loto y nazcan cien escuelas de pensamiento".  En cada cuestión importante hay siempre muchas posibles sendas de exploración y muchas opciones que deben quedar abiertas.

El pluralismo agonista, es decir, el que preserva la diversidad de programas como método ha sido siempre una opción bajo sospecha. En el fondo todos quieren creer que todo es como en matemáticas: dos y dos son cuatro. Pero incluso en matemáticas, el tiempo discurre y los significados de los objetos formales se estiran y crean escuelas de pensamiento. Lakatos, el amigo de Feyerabend escribió como tesis doctoral un hermoso diálogo sobre estas tensiones en matemáticas (Pruebas y refutaciones) (sobre el que, por mi parte, escribí también mi propia tesis doctoral, hace casi cuarenta años). La realidad es sobreabundante, mucho más compleja que las teorías, y el tiempo largo muestra cómo el pluralismo es un buen método para convivir en armonía con la realidad.

Feyerabend, seguidor de Wittgenstein, enriquece, con su concepción de cómo debe circular el conocimiento en la sociedad, la idea de Dewey de que la democracia es ella misma un experimento constante. La base epistémica de la democracia no es tanto el conocimiento como la ignorancia (en el sentido positivo al que me refería en el pasado post). Cada solución a un problema abre nuevas incertidumbres, propone nuevas exploraciones en lo desconocido. La democracia es epistémica en tanto que es agnóstica, basada en un continuo escepticismo sobre sí misma, en un interminable proceso instituyente. De ahí el pluralismo, el dar voz a todos. En la democracia, defendemos los partidarios de Protágoras, todos somos expertos. Cada uno lo es a su modo en tanto que depositario de una experiencia que por ser humana es invaluable, preciosa, digna de ser preservada. Pues, también en el espíritu del discurso de Pericles, lo que justifica la democracia es que preserva la memoria.

Claro, se dirá, el pueblo a veces se equivoca y lo hace gravemente, como ocurre cuando acepta la subordinación voluntaria, cuando elige las peores soluciones y a los peores gobernantes. Pues sí, claro, el pueblo se equivoca, pero eso no implica que alguien debe asumir la responsabilidad de resolver sus equivocaciones. Si el pueblo se equivoca, en democracia, él es a la vez la víctima y el responsable de sus errores. La solución es aprender de los errores, lo que únicamente puede lograrse si hay una garantía de no dominación, también epistémica, una garantía republicana de pluralismo en las voces y en los programas y propuestas. La idea republicana de que el estado debe garantizar la no dominación, y que para ello puede y debe intervenir en las libertades puramente negativas es correcta. En el terreno epistémico, el estado debe intervenir para garantizar la no dominación de los oligopolios tecnocráticos que postulan que solamente hay una solución técnica a los problemas. Dejar abierta la historia para que las experiencias, y especialmente las experiencias de los subordinados, puedan expresar sus conocimientos y proponer sus demandas, como nuevas restricciones hasta ahora no consideradas a las futuras decisiones.

Tal vez se me objete: "vale, ¿estás proponiendo que el estado financie la homeopatía, el reiki y cualquier medicina alternativa que a uno se le ocurra con el dinero de todos?". No, a mí me parecen la homeopatía, el reiki y cosas parecidas son cuentos chinos. Pero los cuentos cuentan cosas que deben ser expresadas: la experiencia de sufrimiento a la que respondemos con un "tú puedes si quieres" para ocultar el desastre de soledad y desorganización de nuestras redes de apoyo social. Quizás no necesitemos tanto financiar la homeopatía como ayudas para dar voz a los que se refugian en estrategias solitarias porque no saben expresar lo que les pasa, porque sufren de injusticia hermenéutica. Vale, sí, lo que estoy proponiendo es que el estado debe financiar una nueva sofística: la que enseña la parresía, el dar voz en la asamblea a quienes sufrían sin saber sus causas, sin expresar públicamente su exclusión. Y eso es lo que se llama política, o lo político para decirlo con más precisión. Garantizar un espacio epistémico ciudadano, reformar la democracia para que las oligarquías epistémicas no tengan todo el poder.


domingo, 18 de febrero de 2018

Filosofía de la ignorancia manufacturada




Parafraseando a Martin Luther King, "no es lo malo la ignorancia de quienes carecen de conocimientos sino la ignorancia producida por los que sí los tienen". Poco a poco se despierta una conciencia de la urgente necesidad de pensar sobre las formas de ignorancia que no son la mera ausencia de conocimiento. Formas de ignorancia que, como en el Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, infectan como pandemia creciente la estructura epistémica de nuestras sociedades. Se hace necesario coleccionar sus variedades y clasificarlas, exarminarlas con cuidado y ocasionalmente denunciarlas.

Comencemos por las formas no dañinas, e incluso beneficiosas, de la ignorancia producida artificialmente. Cualquier avance de conocimiento es, paradójicamente, una forma de producción de una mayor cantidad de ignorancia. La filosofía no positivista de la ciencia de Karl Popper y Larry Laudan consideraba que el desarrollo del conocimiento no es una acumulación de hechos sino una compleja dinámica de navegación de mares de problemas a mares de problemas, en donde las teorías son frágiles barcas para ayudar en la singladura. Cada experimento que responde a nuestras preguntas a la naturaleza genera nuevas y más profundas cuestiones que no sabemos responder. Si algo hace grande al conocimiento organizado es que continuamente está redefiniendo sus propios límites. Una prueba del algodón de la limpieza y calidad de los textos científicos, filosóficos o periodísticos, es si nos dejan saber los límites y alcance que tienen las afirmaciones de los autores. Nada hay más tedioso que los estilos aseverativos que nos dejan en la ignorancia de si el autor conoce sus propios límites. Esta forma de ignorancia positiva equivaldría, en la cínica clasificación de Donald Rumsfeld respondiendo a la pregunta de si el Gobierno sabía que había armas de destrucción masiva en Irak, a los known unknowns (incógnitas conocidas). En este apartado entran también todas las barreras que pongamos al conocimiento peligroso, dañino u opresor. Por ejemplo, la demanda de que los gobiernos y multinacionales no conozcan nuestras creencias, acciones legítimas y vidas privadas.

Caminemos entonces hacia otras formas de ignorancia menos beneficiosas. Antes de entrar en ello, permítaseme una aclaración que exigiría mucha más extensión de la que aquí puedo concederle pero que es necesario señalar. Cuando hablamos de conocimiento, no debemos pensar solamente en las formas usuales de la ciencia y la tecnología. En la sociedad se produce continuamente una enorme cantidad de conocimientos que circulan por ella y sin los que la sociedad no podría reproducirse a sí misma. Junto a las instituciones de ciencia, tecnología y educación, la estructura epistémica de una sociedad incluye todo el conocimiento que nace y fluye por las instituciones económicas (empresas, mercados, instituciones de consulta, etc.), por los medios de comunicación y redes sociales y, sobre todo, por las instituciones del estado que necesitan una continua alimentación cognitiva: el sistema jurídico, el de seguridad, la administración pública, cada vez más necesitada de conocimiento experto, ... En fin, la estructura epistémica de una sociedad no es menos importante que la social, económica o política.  Es aquí donde la ignorancia deja de ser ausencia para convertirse en presencia estratégica.

Llamaré ignorancia estratégica, o ignorancia sistémica a las barreras a la producción o circulación del conocimiento que han sido o bien diseñadas voluntariamente o son un subproducto necesario de ciertas formas sociales y cuya función es, o bien evitar responsabilidades por daños producidos o bien generar dudas sobre demandas sociales.

Las más importantes de estas ignorancias son las que se generan debido a las relaciones de dominación y opresión sociales. En primer lugar, las ignorancias debidas a la clase social. Así, desde el siglo XIX, se produjeron numerosos informes en muchos países industrializados que trataban de mostrar la miseria en la que vivían las capas proletarizadas. La lucha contra esa forma de ignorancia fue tan titánica como variada y alcanzó al mismo arte produciendo, recordemos, la novela realista. En tiempos recientes, en España, en el tiempo de la dictadura, solamente iniciativas no gubernamentales como los informes FOESSA, eran los únicos que permitían vislumbrar un mapa de las desigualdades. Desgraciadamente, la ignorancia sobre los de abajo sigue dependiendo de las iniciativas activistas epistemológicas. Y no me refiero solamente a las estadísticas y cifras frías sino sobre todo a la profunda ignorancia de la experiencia humana bajo condiciones de opresión de clase, a las resistencias imaginativas a tomar la perspectiva de los de abajo.

Charles Mills, desde la perspectiva de raza, propuso el término "ignorancia blanca" para nombrar la ceguera racial de la modernidad hacia todas las experiencias de las etnias y razas subordinadas y oprimidas. Desde Bartolomé de las Casas hasta ahora se ha desarrollado una lucha desigual, antagónica, entre la necesidad de elaborar públicamente la experiencia del sufrimiento debido a la opresión racial y las cegueras sistémicas sin que por ello hayan disminuido los puntos ciegos al racismo cotidiano. Vivo en un país donde la memoria del sufrimiento debido a la estructura de la dominación colonial sigue estando ocluida por el sistema educativo en virtud de estrategias muy claras de identidad y orgullo nacionalista. Mills, por cierto, fue el padre del término, tan luminoso, de "epistemologías de la ignorancia".

La filósofa feminista Nancy Tuana ha investigado desde la perspectiva de género cómo los estereotipos y roles sociales de la sociedad patriarcal han producido ignorancias y sesgos en la investigación fisiológica y anatómica. Productos del interés en el desconocimiento de espacios de la experiencia humana como es el placer sexual femenino. Es muy recomendable la puesta al día de estas denuncias por las investigadoras Eulalia Pérez Sedeño y S.García Dauder, Las "mentiras"científicas sobre las mujeres, donde dan cuenta de muchos de estos dislates y barreras sistémicas al conocimiento del cuerpo de más de la mitad de la humanidad. Desconocimiento al que se suma la propia ignorancia patriarcal diaria, entre cuyas manifestaciones está la indiferencia hacia el trabajo y cuidado que las mujeres realizan cotidianamente.

Uno de nuestros más desconocidos (aquí, sólo aquí) filósofos del exilio español, el sevillano José Medina, catedrático de la Northwestern University de Chicago, en un libro que ya se considera referencia imprescindible de la epistemología crítica, Epistemologies of resistance, propone el término  "héroes epistémicos" para calificar a aquellas personas como Sojourner Truth o Rosa Park cuyo sacrificio personal permitió que la sociedad se hiciera consciente de sus cegueras hacia sus zonas oscuras, como el racismo (duplicado en el caso de la mujer). En España, José Heredia Moreno, documentalista crítico, produjo y rodó recientemente un documental El amor y la ira en el que da cuenta de la ceguera hacia los guetos del pueblo gitano y lo que ocurre en ellos, algo que sigue siendo ignorado por nuestra buena conciencia de que aquí nadie es racista (ni machista, ni...). Ignorancia estratégica.

La socióloga Linsey McGoey está realizando un iluminador trabajo para impulsar el campo de la sociología de la ignorancia (Introduction to Sociology of Ignorance). Ya he dedicado otra entrada a su descripción de cómo el neoliberalismo es una escalada en la producción de ignorancia. Mientras que la teoría clásica del mercado de la Escuela Austriaca consideraba beneficioso el que los agentes económicos ignorasen todo excepto sus intereses para que el mercado funcionase bien, el nuevo orden económico, sostiene, exige que las grandes corporaciones de control (seguros, consultoras, macro instituciones como el FMI, OCDE, BCE, etc.) usen la impredicibilidad de los mercados como estrategia para evitarse responsabilidades por los desastres que sus malas políticas producen.

Robert Proctor y su escuela de agnotología se ha fijado en un aspecto no menos inquietante de los fenómenos sistémicos, el de la producción industrial de escepticismo contra las demandas de los movimientos sociales y los avances del conocimiento que ponen en peligro los inconfesables intereses estructurales de ciertas empresas e instituciones. Él mismo es un historiador de la medicina que ha investigado sobre cómo las grandes tabacaleras, en los años setenta, financiaron millonariamente algunas fundaciones con el único objetivo de inducir desconfianza sobre las investigaciones médicas que relacionaban el cáncer de pulmón con el consumo de cigarrillos. La industria del negacionismo, desde entonces, no ha dejado de crecer. La batalla del cambio climático ha sido uno de sus últimos episodios. Es triste y lamentable que uno de nuestros expresidentes del Régimen de la Transición, José María Aznar, se convirtiese en el 2008 en uno de los líderes mundiales del negacionismo. La lista de negacionismos industrialmente fabricados es larga: uno de los más perniciosos tiene que ver con las morales puritanas y su empeño en poner barreras a la educación sexual, lo que produce, entre otras muchas cosas, embarazos no queridos y proliferación de enfermedades como el sida a lo largo y ancho de la humanidad.

En esta misma línea hay una  reseñable corriente en los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad que trata lo que se llama "Undone Science" (ciencia por hacer, ciencia inacabada, ciencia perdida), que relata cómo los grandes y pequeños movimientos sociales concernidos por la ignorancia de ciertos temas han logrado movilizar recursos sociales hacia las ignorancias sistémicas. Uno de los casos más conocidos es el de la investigación del HIV del SIDA, que sin la presión de los movimientos gays se habría ralentizado, produciendo aún mayores daños si cabe a la humanidad. Otro ejemplo es el estudio del autismo, durante décadas fuera del interés de las comunidades científicas (psicología, psiquiatría, neurología), impulsado por padres y madres de niños autistas que en muchos casos estudiaron psicología y desarrollaron experimentos que han transformado la psicología contemporánea. El gran psicólogo español, desgraciadamente desaparecido prematuramente, entra en esta categoría de héroes epistémicos. Estos casos muestran que muchas veces las fronteras entre legos y expertos pueden ser atravesadas por el interés en investigar zonas desconocidas. La ciencia ciudadana, un movimiento creciente, es una de las esperanzas para que la "undone science" derive hacia la investigación de sus puntos ciegos.

No hay reglas absolutas en el estudio y política de la ignorancia. A veces es dañina, a veces beneficiosa. La desgracia ocurre cuando la ignorancia se convierte en anosognosia social. La anosognosia es una disfunción que producida por degeneraciones del sistema nervioso central que afecta a muchas personas por diversas causas (envejecimiento vascular, alzheimer, etc.). El paciente no es capaz de reconocer que tiene un déficit mental grave. Estamos viviendo, cada vez más, en una sociedad aquejada de anosognosia. Una pandemia aún por investigar.


domingo, 11 de febrero de 2018

Variedades de la injusticia epistémica




Se acaba de traducir el libro de Miranda Fricker, Injusticia epistémica. Es un libro necesario, al que la abundante literatura que está generando desde su publicación hace once años suele calificar como "groundbreaking" y "pathbreaking" (creador de nuevas líneas de trabajo). Ahora, acaba de salir un Handbook of Epistemic Injustice, y si alguien googlea el término, encontrará cientos de artículos dedicados a desarrollar el concepto. Es, sin duda, un libro fundacional de la epistemología política contemporánea y posiblemente lo será también de la teoría política, cuando los filósofos de la política atiendan un poco a los problemas epistémicos (John Rawls, por ejemplo, ignora o no tiene en cuenta el conocimiento en sus propuestas sobre la justicia).

La tesis de Miranda Fricker es que los grupos, clases o colectivos discriminados socialmente también sufren una suerte de discriminación que califica de epistémica. Ella se centra en dos tipos. El primero es la injusticia testimonial, el segundo la injusticia hermenéutica. La injusticia testimonial se comete contra aquellas voces a las que no se escucha o no se atiende por provenir de grupos estigmatizados con algún estereotipo. Así, en la novela de Harper Lee, Matar un ruiseñor, al acusado Tom Robinson, un hombre negro, no se le hace caso en su testimonio por parte de un jurado compuesto por varones blancos, a pesar de que, además de su palabra, todas las evidencias están a su favor. En la novela de Patricia Highsmith, El talento de Mr. Ripley, el magnate Greenleaf, quien ha escuchado solamente la voz de Ripley, el asesino de su hijo, responde así a las sospechas de la que tendría que haber sido su futura nuera, convencida de que Dickie no se suicidó, sino que fue asesinado por Ripley: "Mira, están los hechos y luego está la intuición femenina". En ambos casos, sostiene Miranda Fricker, la voz del testigo es despreciada por su pertenencia a un grupo social. El refranero español tiene buenos ejemplos de este sesgo. Éste, por ejemplo: "En cojera de perro y llanto de mujer no has de creer". El pueblo gitano en España sabe mucho de esta forma de injusticia.


La injusticia hermenéutica no es menos dañina. Consiste, nos dice Miranda Fricker, en la dificultad que tienen las víctimas de alguna injusticia social para comprender su propio estado debido a diferentes causas, entre ellas, por ejemplo, a la carencia de una etiqueta, categoría o concepto que les permita entender su propia experiencia. Cita como ejemplo la aparición en los años ochenta del término "acoso sexual", que permitió comprender lo que hasta entonces habían sido múltiples y variadas experiencias en diversos grados de daño, desde la molestia simple a la depresión profunda, nacidas del poder patriarcal.

Querría insistir en la importancia teórica y práctica que tiene el problema de la injusticia epistémica, y criticar la poca conciencia que hay de él tanto en los espacios académicos como políticos, quizás porque el conocimiento ocupa un segundo escalón en las preocupaciones e intereses, o lo hace solamente como instrumento para el poder. La ignorancia o desprecio del testimonio y la injusta distribución del conocimiento, sin embargo, son cuestiones de la mayor relevancia para entender las desigualdades sociales. La capacidad de agencia y el conocimiento están profundamente entrelazados. Del mismo modo que quien está en la pobreza extrema no es libre, por más que le sean garantizados sus derechos civiles, tampoco lo es quien está en situación de discriminación u opresión epistémica.

No siempre la injusticia se comete por infravaloración de la palabra del oprimido, también se comete numerosas veces por sobrevaloración de la palabra del poderoso. El concepto de injusticia epistémica es muy fructífero e iluminador para entender numerosas experiencias para las que no teníamos nombre. Así, por ejemplo, se acaba de realizar un estudio que muestra que el sistema educativo español es uno de los que produce más segregación en toda Europa por razón de origen económico. El estudio señala también a la Comunidad Autónoma de Madrid como uno de los territorios de mayor segregación. El sistema está diseñado para que los alumnos de la clase baja sean separados y enviados a centros gueto. Lo mismo está ocurriendo con los estudiantes con necesidades especiales, pues lo primero que han hecho los gobiernos ha sido recortar en programas de integración. La segregación por razones de índole económica o funcional es en sí misma una injusticia social, pero no se ha teorizado suficientemente hasta qué punto es también y sobre todo una injusticia epistémica.

En filosofía política se distinguen dos líneas de prácticas que atentan contra la justicia en una sociedad. Una es la que atenta contra el reconocimiento y otra contra la redistribución de bienes y derechos. Las dos son dañinas y la lucha contra tales prácticas y estructuras sistémicas debe ser paralela y complementaria (un comentario marginal: muchas de las controversias políticas que últimamente circulan por la red sobre cuáles deberían ser las políticas de izquierda pierden muchas veces de vista la distinción entre estas dos formas de lucha por la justicia: el reconocimiento y la redistribución, y la necesidad de su complemento). El caso es que la mayoría de los debates sobre injusticia epistémica se han centrado mayoritariamente hasta el momento en los casos de falta de reconocimiento por razones de discriminación y estigma por identidad. Conviene también que comencemos a tratar las injusticias epistémicas que se producen en la distribución del conocimiento.

El conocimiento es generalmente un bien que se distribuye en la sociedad no como un bien público sino como un "bien de club": es necesario estar en cierta posición social de acceso para poder acceder a su uso y beneficio. El conjunto de instituciones que producen, reproducen y distribuyen el conocimiento en una sociedad constituyen la estructura epistémica de esa sociedad. Los dos más relevantes son el sistema de producción de conocimiento científico y técnico (i+d+i) y el sistema educativo pero también muchas especializaciones de otros sistemas, como por ejemplo la inteligencia de los sistemas jurídico, de seguridad, y  de otros sistemas de políticas públicas como salud, ordenación del territorio,  medio ambiente o economía y hacienda. En todos estos sistemas hay puertas que bloquean la circulación del conocimiento en la doble dirección de no dejar que fluya,  o de producir ignorancia sistémica y estructural (le dedicaré a este tema próximas entradas). Pues bien, la injusticia epistémica en la redistribución de conocimiento ocurre cuando se impide que circule el conocimiento por razones de discriminación, como ocurre en el sistema educativo español cada vez más dual relativamente a ingresos económicos.

Respecto a la injusticia hermenéutica, es decir, la que atenta contra el derecho a comprender la propia experiencia y situación en el espacio social, hay también que establecer nuevas distinciones. Hay una injusticia hermenéutica que tiene un origen en los déficits de significado y la poca atención que se presta a ciertas experiencias, y que por ello están ayunas de comprensión teórica (como es el caso del acoso sexual al que aludía más arriba), y la injusticia producida sistémica y sistemáticamente para generar confusión, ambigüedad y miopía social. De nuevo aquí tengo que aludir a la ignorancia estratégica que genera injusticia hermenéutica. Por ejemplo, hay numerosas instituciones, fundaciones y empresas suya función esencial es la de producir ignorancia sobre la propia situación. Desde hace siglos se acusó con razón a las homilías parroquiales de ser una institución para la producción sistémica de incomprensión sobre las razones reales de la opresión, pero podríamos afirmar lo mismo de las nuevas estrategias comunicativas de los grandes grupos mediáticos, en los que la creación estratégica de polarización conduce a generar incertidumbres, falsas certezas y dificultades para explicarse el propio lugar en el mundo. También hoy día, el sistema de economistas profesionales, sea académico, empresarial o institucional, se ha constituido en un inmenso aparato de producir incomprensión mediante el uso y abuso de los modelos matemáticos y las siglas. Es algo sorprendente que sea más sencillo explicar a los legos la teoría general de la relatividad y los fundamentos de la mecánica cuántica que el funcionamiento de los mercados de futuros.

En fin, seguiremos con el hilo de discusión abierto aquí, pero la idea es partir del concepto de estructura epistémica de una sociedad para aproximarse a su grado de justicia. Por supuesto, sin olvidar que las sociedades son polifónicas, plurales y siempre cambiantes, por lo que hay que hablar también de la dinámica epistémica de una sociedad. Pero, como reza el evangélico lema de la CIA, "la verdad os hará libres", aunque sólo si se distribuye con justicia y se reconoce con equidad.








domingo, 4 de febrero de 2018

Regímenes de la verdad



En múltiples encontronazos en lo que se llama las "Guerras de la Cultura" (la defensa del canon frente a los nuevas perspectivas de los estudios culturales) se suele acusar al posmodernismo de relativismo barato y de desprecio a la verdad. El papado de Benedicto XVI, Joseph Aloisius Ratzinger, estuvo dedicado en una parte a estigmatizar el posmodernismo con la misma furia que Harold Bloom o Mario Bunge, por poner dos nombres. Pero estos tres ingenuos, con perdón, no habían notado que el desprecio por la verdad tenía mucho menos que ver con ideas filosóficas que con nuevas dinámicas del funcionamiento de la tecnoestructura informacional y política contemporánea.

La indiferencia por los hechos, lo que llamamos con el nombre de "posverdad", no es una actitud intelectual más o menos escéptica y displicente, sino una forma sistémica y manufacturada de la circulación de la información en los medios de comunicación, la política, las instituciones del estado e incluso los mercados y empresas en las nuevas formas de capitalismo financiarizado. Circula la información que produce efectos emocionales, no la que genera juicios acertados y convicciones verdaderas. El problema, el peligro, es sistémico y afecta a todos los estratos de la sociedad contemporánea, como una de las derivas más peligrosas de la civilización contemporánea. Que sea una enfermedad sistémica no significa que haya destruido el organismo, pero sí que lo pone en peligro. Veamos cómo aparece por sectores:

Los medios de comunicación, en una carrera loca de competencia económica, cada vez más dependientes de sus deudas financieras, se convierten en productores de noticias de impacto y recortan de todos aquellos gastos que hacían de ellos medios fiables de información: la investigación a largo y medio plazo, el periodismo de investigación, las redes fiables de información,... Se vuelven adictos al retuit y a los monitores de lectura, que terminan produciendo performativamente adaptaciones para ser leídos, escuchados, vistos, independientemente de que se produzcan informaciones novedosas, que transformen la mirada. Dependen  cada vez más de los cotilleos y acaso de los "leaks" de gente resentida y cada vez menos de sus redes de investigación. Pongamos un ejemplo: elecciones. El candidato X suelta una frase en una rueda de prensa acusando a Y de una barbaridad (pongamos por caso: X acusa al Obamacare de crear "death panels" que van a decidir sobre si el sistema de salud va a atender a sus hijos con discapacidades). El reportero becario que ha asistido a la aseveración contundente tiene dos posibilidades: una, ponerse a trabajar la ley, consultar las posibles extensiones y decretos, ver si aquello es correcto, y luego escribir su artículo contando la declaración y la realidad. Otra: no tiene tiempo, su jefe le agobia. Así que se acerca al partido adversario y pregunta al portavoz de turno: "oye, que X ha dicho esta barbaridad, ¿vosotros qué decís?". El partido Y suelta la propia y el becario a ochocientos euros de salario ya tiene la nota breve que será retuiteada por las redes de su medio de comunicación. No ha pasado nada, claro. Ha sido neutral, pero no ha sido neutral epistémicamente hablando: ha bajado las potencialidades epistémicas del sistema de comunicación.

Los partidos políticos: tienen un problema muy similar al de los medios de comunicación. Al fin y al cabo, un partido político es un sistema intermedio de representación que necesita comunicar sus ideas y escuchar y entender lo que piden sus potenciales votantes. Tiempos ha, los partidos tenían asesores técnicos cuyas funciones eran precisamente las de recoger información fiable, contrastar las fuentes, elaborar informes que molestasen, pero pusiesen las pilas, al diputado o dirigente de turno, etcétera. Todo esto es muy costoso en tiempo, en inteligencia invertida y sobre todo en capacidad autocrítica del aparato. Es más fácil recortar en asesores técnicos y aumentar en asesores de imagen y gestores de redes que den brillo a la propia apariencia pública del candidato. Lo técnico queda para cuando, ocasionalmente, se llegue al poder. Así suele irle a la oposición, cada vez más adicta al espectáculo.

Las empresas, sobre todo las grandes: una empresa, ciertamente, es una institución que tiene múltiples objetivos. Uno de ellos es el de producir beneficios. En las viejas formas de capitalismo, una empresa tendía a hacer compatibles los máximos beneficios posibles con la preservación de la tradición y la propia existencia de la empresa. Y muchas veces esa tradición era cultural, por ejemplo el prestigio y calidad de los productos, la fiabilidad de sus redes comerciales, el cuidado de las relaciones laborales y la atención a los comités de empresa. Las nuevas formas de capitalismo hacen que el CEO y sus inmediatos colaboradores estén obsesionados solamente por producir los máximos. ¿Qué ocurre con la sensibilidad a la verdad y los hechos?: el CEO está obsesionado por presentar cada año en la junta de accionistas que todo va bien y que vamos por el buen camino. No le importa lo que ha hecho para ello (mejor dejamos el sistema de gestión empresarial dominante). Sí le importa que sus sistemas de auditoría, consultoría, sus departamentos internos de análisis,..., le confirmen lo que tiene que presentar, sí o sí, a las juntas y, en general, a los "mercados". A partir de ahí se desencadena una presión por los datos positivos que pone en riesgo la lucidez de la empresa y sus sistemas de monitorización ante riesgos asumidos, incapacidades internas, incompetencias, debilidades de innovación, ...  Resultado: "tío ¡tráeme un informe que sea presentable!". La competencia epistémica de la empresa se debilita.

Las instituciones del Estado. Me gustaría hablar de cómo las competencias epistémicas del estado se ponen en riesgo por esta adición creciente  a la posverdad. No puedo hacerlo en general, aunque me gustaría. Pensemos en los centros de inteligencia. No voy a recordar los fracasos de Aznar por no haber detectado el problema del terrorismo fundamentalista. Basta solo referirse al procès catalán: los recortes en inteligencia, el debilitamiento de los medios de información en favor de los de represión, producen resultados que de no ser trágicos tendrían que ser hilarantes. He trabajado mucho sobre lo que más conozco, el de cómo el sistema universitario y, en general, el sistema de investigación ha ido confundiendo el robustecimiento de sus capacidades epistémicas con la competencia por presentar buenos resultados en sus cada vez más barrocos sistemas de "control de calidad", sus indicadores, sus rankings y otros dispositivos similares. Se recorta en investigación, se invierte en monitorización en los sistemas de representación y comercialización de la imagen.

Disculpas por la brasa: soy, como diría George Bush tras el 11S, un tipo sensible al que molestan los extremos. No soy apocalíptico sino integrado. Pero he ido a mirarme lo que tengo/tenemos y me da mucha mala espina.