domingo, 3 de agosto de 2008

caídas del ángel

Uno vuelve de vacaciones intentando inútilmente limpiar esas arenas que se quedan adheridas sobre todo en el alma: sólo los roces del tiempo lo consiguen. Mientras tanto seguiré con las elucubraciones a las que me llevaba la reflexión sobre las humanidades. Dado que las listas de éxito de carreras de este verano vuelven a colocar a los médicos en el podio como siempre, no está mal que sigamos como siempre hablando de los aspectos menos médicos de lo humano, después de esos horribles paréntesis en los que las notas de corte altas fueron para el periodismo y las gestiones empresariales. Y volviendo a los místicos, esos inquietantes seres que hablaban un lenguaje doble para expresar una experiencia en tiempos de dioses silentes y escondidos, se me ocurre que son seres simétricos de aquéllos otros, mucho más perseguidos en su tiempo pero igualmente curiosos: las brujas y otros adoradores del diablo. La tradición católica presenta al diablo como la personificación del mal, pero a lo largo del Barroco y la Ilustración tuvo otras representaciones, en particular las sublimes de Milton y Goethe. En estas últimas, Satán significa la rebelión, el non serviam, el pretender, el desear y la voluntad de poder. No es sorprendente que la imagen de la bruja sea la de la mujer rebelde. Y no es menos sorprendente esa unión de las dos imágenes que nos ha traído la crítica heideggeriana y frankfurtiana a la Ilustración: el peor pecado es el pretender, la voluntad de poder (de ahí su éxito). En Rilke encontramos una vía oscura y misteriosa para aproximarnos a las proyecciones de la imaginación que son los ángeles y demonios ("todo ángel es terrible,...etc."): ángeles y demonios como posibilidades de lo humano, resultado del desacoplamiento del mundo físico, el gran tema del Barroco. Por ese sendero llego a la convicción de que en algún momento las humanidades deberían (deberíamos los humanistas) darle vueltas no a la existencia pero sí al significado histórico de tales seres intermedios. El Mefistófeles de Goethe es mucho más humano que Fausto, de hecho es un hombre de mundo, el que expresa sin mayor contención lo imaginario en donde habitamos. El Ángel Caído de Milton es mucho más complejo y torturado, otra forma de ser humano. Ahora que está a punto de estrenarse Hell Boy II de Guillermo del Toro (cuento las horas) se me ocurre que volvamos a esta figura y la rescatemos de lo puramente religioso para pensarla como figura de la experiencia que nos ha constituido. Rescatar por ejemplo la literatura demonizante (Lovercraft, ...) como rescatamos también lo místico.
No estoy proponiendo volver a la escolástica (nunca nos fuimos de ella, cada vez hay más), sino proponer que estudiemos las sombras para encontrar los volúmenes de nuestro dibujo.

Dejo esta pregunta en la arena para pensar en otro momento:

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