sábado, 23 de agosto de 2008

Un mago llamado Platón

Platón fue, como todos sabemos, un encantador de serpientes que vivió en la Atenas que estaba inventándose a sí misma. Las serpientes eran/somos sus lectores: Platón mostraba una historia y unos conceptos; presentaba unos personajes como si aquello fuese un drama para que los lectores u oyentes se quedasen enganchados en los conceptos. Consiguió que nuestra cultura quedase, efectivamente, enganchada en el platonismo: entender el mundo a través de un orden de conceptos. De eso se encargan filósofos y científicos, de lo otro, de los cuentos, se encargan los artistas. Cuando leo filosofía (Descartes recomendaba: unos minutos de metafísica, unas horas de todo lo demás) me pongo el chip platónico y a los pocos segundos se me han olvidado los actores, quién habla y por qué y sólo me quedan las ideas colgando unas de otras. Pero a veces no, a veces me distancio y consigo ver cómo los más analíticos artículos son historias. La filosofía académica, así entendida, es un arte curioso de construir historias que oculta siempre la tramoya bajo un lenguaje de relaciones conceptuales, de sutiles definiciones. La definición es un recurso narrativo que no lo parece, es una forma de introducir personajes despersonalizándolos, encerrándolos en pequeños corralitos. Platón lo sabía, era su forma de encantarnos.
Al leer una historia, novela, cuento o lo que sea, al ver una película, un cuadro, una foto, uno puede hacerlo con la distancia crítica de hacerse preguntas:¿quién habla?, ¿a quién?, ¿quién aparece?,¿qué ocurre?, etc... Las preguntas que nos aconsejan los críticos. Pero también puede estar allí como platónico y pensar en qué ideas están en confrontación, en qué conceptos chocan. Y a la inversa, cuando uno lee un sesudo artículo, se puede uno preguntar ¿quién habla?, ¿a quién?, ¿qué personajes entran?, ¿por qué?, etc. Un libro abstruso se convierte entonces en una interesantísima historia que nos habla de nuestra cultura, de cómo se organizan las prácticas literarias para conseguir cosas. Un amigo (Bruno Maltrás) me enseñó a leer así los artículos científicos: probad a leer un artículo científico como un acto retórico de asegurarle a alguien (¿a quién?) algo.
Estos caminos de ida y vuelta que uno tiene como lector compulsivo maleducado me salvan del encantamiento platónico, me permiten ver los más aburridos temas como apasionantes historias de aventuras y las historias de aventuras como confrontaciones de ideas.
Ellos se lo pierden (¿quiénes?)

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