sábado, 8 de febrero de 2025

El tiempo de los estados

 



El tiempo de la historia

La historia es según Hegel la historia de los estados. Los pueblos sin estado serían pueblos literalmente sin historia. Este relato eurocentrista une varios tiempos: el de la ciudad, el estado y la escritura. Durante miles de años una parte enorme de la humanidad vivió sin los tres componentes, sin que ello fuera óbice para que no desarrollaran estructuras culturales muy complejas y modos de vida social no menos complejos, tal como ha dado cuenta de ello la antropología y cada vez más la arqueología. Y sin embargo parece que la emergencia de los estados sobre las ciudades, apoyado en la memoria colectiva transmitida por la escritura fue un punto de inflexión en la historia en tanto que modificó radicalmente la propia condición humana.

Las condiciones que hicieron posible los estados son diferentes en su naturaleza ontológica. Varias de ellas tienen que ver con la cultura material, desde lo más básico de los materiales que permiten transformar a gran escala el mundo a las herramientas, espacios y prácticas que permiten estas manipulaciones. En este proceso, no determinista ni lineal, fueron centrales el sedentarismo, la domesticación del fuego, plantas y animales, la construcción de aldeas estables, la emergencia de las ciudades y la escritura. La convergencia de estos procesos crea temporalidades unidas a los registros físicos y externalizados en la escritura, modificando con ello las artes de la memoria y las proyecciones del futuro. Otras tienen que ver con el ascenso de grupos violentos que imponen su regla a la sociedad y crean jefaturas militares, monarquías e imperios.

En las afueras de estos relatos, la idea de que hay pueblos sin historia ha calado profundamente en el sentido común contemporáneo. La partición entre lo que aparece en las noticias y lo que aparece en documentales podría ser un índice de qué pueblos siguen aún en el lado de la historia no escrita, de la no historia y en las barranqueras de la clasificación de estados fracasados. El cuento determinista une el origen del estado con los asentamientos estables en ciudades, la agricultura y ganadería que permite alimentar a grandes multitudes hacinadas en espacios contraídos y la superioridad cognitiva que proporcionó la escritura, que hizo posible las leyes estables y las todavía más estables religiones de la palabra. Fuera de estos márgenes el tiempo es un tiempo sin relato ni medida, como si los pueblos que quedan empantanados en esos espacios sufran una suerte de presente continuo, condenados a ciclos sin sentido de pasado ni futuro. Las controversias sobre el origen del estado en el sedentarismo y la agricultura, en sus versiones del materialismo histórico determinista o en las no menos deterministas del culturalismo liberal, se extienden desde la historiografía a la filosofía política del presente. La forma estado en todas sus variantes parece ocupar el espacio completo de la sociedad y la cultura, incluso o sobre todo en las pretensiones neoliberales que prometen menos estado y más mercado, como si no encomendasen en la práctica a un estado cada vez más poderoso el lugar dominante del mercado en la sociedad y en la conversión de espacios de valor de uso en valor de cambio.

La emergencia de la forma estado en relación con las bases materiales de una sociedad con excedentes de producción plantea muchas cuestiones sobre la necesidad, la contingencia y la irreversibilidad de los cambios sociales. Relatos populares con pretensiones omniabarcantes como los de Yuval Harari, Steven Pinker o Jared Diamond han contribuido a reforzar el determinismo histórico, dejando a los azares del clima o las invasiones las únicas vibraciones de una historia conducida por el presunto éxito de los humanos en el conocimiento, la técnica y la moral. Para el materialismo histórico clásico de Marx y Engels, tal como lo presenta en su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, este sería un hecho contingente y no necesario, pero derivado de la formación de núcleos de poder que controlaron los excedentes de producción generados por el desarrollo técnico de la agricultura. La contingencia aquí está matizada por un cierto determinismo tecnológico del que ni Marx ni Engels lograron desprenderse.

Qué difícil es navegar los peligrosos estrechos de la memoria histórica, mucho más turbulentos en las aguas oscuras del pasado lejano

 La domesticación de humanos, plantas y ganado: el domus.

El domus, sostiene Scott (Contra el estado cap 2) es un auténtico nicho ecológico creado por la ingeniería del entorno humana que transforma a todos sus moradores, incluidos los humanos. Es, afirma, una concentración de plantas en campos cultivados, de corrales, de almacenes de grano y semillas, de personas y animales que coevolucionan en interacción inacabable. A este ecosistema acuden comensales no invitados como los gorriones y urracas, ratas y ratones, junto con los parásitos que traen consigo los otros animales: pulgas, piojos, garrapatas, ácaros, mosquitos. Se modifica radicalmente el entorno suprimiendo los competidores y depredadores de los seres domesticados, haciendo por ello que estos dependan en delante de los cuidados agrícolas y ganaderos. Se modifican las conductas: los animales fácilmente domesticables, que ya eran de por sí gregarios, ahora se amansan y pierden capacidades de supervivencia. Los humanos, por su parte, transforman sus cuerpos a través de nuevas rutinas de trabajo que modifican y especializan sus sistemas motores, su percepción, su sensibilidad.

Con su estilo característico, lúcido casi siempre, con algunos tópicos también, Lewis Mumford[1] escribe sobre los orígenes de la ciudad. Asocia la aldea a una concurrencia de técnicas que él califica de femeninas, asociadas a lo sedentario, al cuidado, a la construcción de recipientes, frente a las herramientas móviles de cazadores y recolectores. Sin duda con tanta fantasía como erudición considera que la ciudad nace de la aldea, básicamente de dominio femenino, cuando se mezclan las artes masculinas del poder y la violencia con los entornos conservativos de la aldea.

En la aldea es tan importante lo ritual como lo instrumental y funcional. Están en germen, afirma, todas las instituciones de la ciudad: los centros sagrados y los alrededores profanos, el dentro y el fuera, los nuevos ritmos y trabajos que impone el sedentarismo y la agricultura y ganadería.  Pero no hay un camino único de la aldea a la ciudad ni de esta a los estados jerárquicos.

La ciudad es algo más que una aldea extendida. Significó una reestructuración de los espacios y tiempos, espacios públicos del poder político, militar y religioso, murallas que definen el espacio de seguridad, calles, plazas y zonas comerciales y de producción artesana, caminos de comunicación con otras ciudades y puertos, aparición de la división social del trabajo.

La controversia sobre el origen del estado y el determinismo,

De entre las diversas formas sociales que se producen en el Neolítico, en la transición de cazadores recolectores a agricultores y ganaderos sedentarios (una transición zigzagueante, con idas y venidas, rectas y revueltas), una de las que se convirtió en la trayectoria ideológicamente dominante de la historia fue la del estado, muy relacionada, aunque no en forma determinista, con la posesión privada de bienes, tierras y ganado. La construcción de espacios arquitectónicos permanentes permitió el control del futuro mediante la acumulación, la deuda y otras formas en que se manifestó el poder. Friedrich Engels en su (1884) El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado se apoya en las investigaciones de Lewis H. Morgan (La sociedad primitiva) para enlazar estas tres formas sociales en un proceso de realimentación. En este tema se trata de examinar la hipótesis bastante determinista que une las condiciones materiales del sedentarismo, la domesticación de vegetales y animales (agricultura) y el origen de las primeras ciudades en el Neolítico con la emergencia de estos tres elementos tan centrales en la historia humana que, por otro lado, están en profunda relación con el origen de la escritura, la religión y la ciencia y, en general de la cultura escrita. Según Engels, el patriarcalismo sucede al matriarcado en las sociedades primitivas, la propiedad a las formas de bienes en común y el estado a la organización de clanes. ¿Cuáles son las condiciones materiales que hicieron posible la emergencia de los estados?, ¿fue un proceso necesario o, por el contrario, una de las posibles trayectorias históricas?

El sociólogo Charles Tilly[2] une los procesos de urbanización, las dinámicas de acción colectiva y la formación de los estados en un mismo proceso: “Desde hace más de cinco mil años, los Estados son las organizaciones más grandes y poderosas del mundo. Definamos los Estados como organizaciones coercitivas
que se distinguen de los hogares y los grupos de parentesco y ejercen una clara prioridad en algunos aspectos sobre todas las demás organizaciones dentro de
territorios sustanciales. El término incluye, por tanto, las ciudades-estado, los imperios, las teocracias y los estados y muchas otras formas de gobierno, pero excluye tribus, linajes, empresas e iglesias como tales.” (p. 1). Son formas sociales cuyas actividades incluyen la violencia y la guerra contra sus rivales de dentro de su territorio o los enemigos externos, la expropiación de los medios que permiten esta violencia, la instauración de formas de ordenen la distribución de recursos y bienes a los miembros de la población y el control de la producción de bienes y servicios.

La controversia sobre el origen de los estados tiene una dimensión histórica pero también filosófica y política: ¿fue un proceso político necesario?, ¿fue voluntario o producto de la violencia de clase?, ¿fue un proceso cultural determinado por la domesticación de vegetales y animales, el sedentarismo y la agrupación de grandes cantidades de personas en un mismo territorio bajo la forma ciudad?, ¿estuvo relacionado con otras técnicas junto a la domesticación y selección, como el dominio de la arquitectura del barro y la construcción con mortero, la alfarería y la cerámica. Es una controversia en la que se entrecruzan varios temas y procesos: (1) el tipo de suelo del territorio donde se asientan los estados, bueno para el cultivo de cereales pero no tan generoso que permita que la población mantenga un régimen de cazadores, recolectores y ocasionales granjeros y ganaderos, no interesada en mejorar las plantas y animales, o tan poco generoso que obligue a un nomadismo permanente y a un control cuidadoso del tamaño de la población. (2) ¿Cómo llegó a preferirse la acumulación de gentes en el escaso terreno de una ciudad frente a la vivienda dispersa? Parece una cuestión de balance entre el miedo a invasiones de enemigos o miedo a las epidemias y enfermedades que conllevan las ciudades abarrotadas. (3) La invención de la escritura (ideográfica o alfabética), que registra eventos y nombres del poder y permite contabilizar deudas y granos almacenados o anticipaciones de cambios estacionales. (4) Surgimiento de una primitiva división social del trabajo en sectores primario, secundario y terciario.

La concepción tradicional es que estos fenómenos están relacionados por alguna suerte de necesidad histórica. Frente a esta concepción, James C. Scott y David Graeber[3] argumentan a favor de la contingencia histórica en la formación de estados. Razonan que los estados primeros fueron frágiles y efímeros a causa de las epidemias y enfermedades derivadas de la superpoblación, que se sostienen solo sobre la obligación de pertenencia basada en la violencia sobre los súbditos y que su base material es la agricultura cerealística, que permite la conversión del grano en una mercancía susceptible de ser usada para imponer impuestos y generar deudas estructurales en la población. Scott argumenta que el sedentarismo y la domesticación no fueron necesariamente juntos, sino que hubo asentamientos sin domesticación. Por su parte, Graeber y Wengrow critican también la concepción lineal y de progreso en la historia, tal como la defienden autores tan populares como Francis Fukuyama, Jared Diamond, Steven Pinker y Yuval Noah Harari, y afirma que el registro arqueológico permite observar que muchos asentamientos y formas sociales basadas en la ciudad no condujeron a la forma estado, como por ejemplo las sociedades olmeca, inca, maya, China en la dinastía Shang o el Egipto antiguo, entendiendo que el estado es el monopolio de la violencia, la burocracia y la información y la legitimidad de la autoridad.

La controversia se extiende desde la formación de los estados, una cuestión principalmente política, o sobre el lugar de la política en la historia, a la civilización, o el lugar de la cultura, especialmente de la cultura material en el desarrollo histórico de la humanidad.



[1] Mumford, Lewis (1961) La ciudad en la historia. Trad. Enrique L. Revol, Logroño: Pepitas de Calabaza

[2] Tilly, Charles (1992) Coertion, Capital, and the European States 990-1992, Oxford: Blackwell.

[3] Scott, James C. (2022) Contra el estado.  Una historia de las civilizaciones del Oriente Próximo antiguo, trad Antonio Cabo, José Riello, Ricardo Dorado,  Madrid: Trotta; Graeber, David, Wengrow, David (2021) El amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad, trad. Joan Andreano, Barcelona: Planeta, Wengrow, David (2020) What Makes Civilization? The Ancient Near East and the Future of  the West, Oxford: Oxford University Press.


sábado, 1 de febrero de 2025

Filosofía del presente

 



Casi todos los problemas filosóficos (casi todos los problemas humanos) contienen el tiempo en su núcleo interior. Hay tiempo porque la realidad es dinámica, como el río de Heráclito, porque hay cambio y transformación continua. El tiempo es el producto de estos cambios: hay tiempo porque hay mutación y causas y efectos. El tiempo es lo que nos indica la velocidad de estos cambios y su longitud. La heterogeneidad de los tiempos, su topología diversa es lo que convierte al presente en un tiempo denso. 

Hace trece mil quinientos millones de años empezó todo esto, el universo en que vivimos. Hace cuatro mil quinientos millones de años, el polvo de las estrellas construyó nuestra casa, el planeta Tierra, cerca de una estrella de mediana magnitud y media vida. Hace tres mil quinientos millones de años, la química del carbono construyó moléculas complejas, los aminoácidos, que se unieron en cadenas autorreproductivas y autocatalíticas, y crearon membranas para aislarse parcialmente del exterior. Así apareció la vida en las formas elementales de las arqueobacterias. Comenzó la larga historia del árbol de la vida en la zona crítica de la litosfera, respirando la nueva atmósfera de oxígeno que habían producido las bacterias anaerobias. 

Hace un millón y medio de años, en el Pleistoceno, el Homo ergaster, dotado de un cuerpo capaz de caminar erguido, con un cerebro mayor que otros homininos de los que descendía y escindido bicameralmente para que el lado izquierdo prestase atención a los detalles y su lado derecho comprendiese la trama de las cosas, talló bifaces con un trabajo cuidadoso y planificado, domesticó el fuego que aterrorizaba a los demas animales y creó espacios de intimidad a su alrededor, haciendo posible la explotación cultural de tres habilidades: la técnica, los lazos sociales y la comunicación compleja. Hace ciento cincuenta mil años Homo sapiens comenzó a colonizar el Planeta, dotado ya de técnicas de segundo orden (instrumentos para hacer instrumentos), estructuras de socialidad complejas (parentesco) y lenguaje articulado. Hace cuarenta y cinco mil años los grupos humanos crearon los símbolos externos: imágenes y signos que acumularon materialmente en las cuevas y las pieles la memoria del grupo.

 Hace catorce mil años domesticaron animales y plantas y comenzaron a intervenir activamente en la selección natural como nuevos agentes, modificando las especies y el suelo que las alimentaba. Hace cuatro mil años levantaron ciudades, escribieron leyes, constituyeron estados y establecieron clases, castas y violencia dominadora de hombres y mujeres. Hace trescientos años desarrollaron las tecnologías complejas del control de la energía fósil y de la producción de metales, especialmente acero, aglomerantes como el cemento y establecieron nuevos estratos geológicos en el Planeta en formas de ciudades, campos cultivados y redes de comunicación. 

Hace cien años modificaron el ciclo estable del carbono y sus emisiones comenzaron a producir un cambio en la temperatura media de la superficie terrestre. Hace cincuenta años desarrollaron el control de los campos electromagnéticos y crearon las memorias y los procesamientos electrónicos. 

Para decirlo rápidamente: el presente es tiempo congelado. Nuestros cuerpos, la carne y la mente, son depósitos de tiempo, documentos de naturaleza y de cultura, de evolución y de barbarie. Nuestro cuerpo es un documento de todos esos cambios. Contiene toda la sabiduría de la humanidad y todas las cicatrices de su violencia irracional. El tiempo de vida de la especie es finito, limitado, corto comparado con la vida de los árboles, largo comparado con otras especies animales, suficiente para crear estructuras estables autorreproductivas como los valores, las costumbres, los rituales, las instituciones. 

Y el poder. El poder es la capacidad de emplear el tiempo de los otros para los propios beneficios. Aprovechar sus ciclos de trabajo y descanso para producir mercancías convertibles en esa forma abstracta de poder que es el capital. Aprovechar los tiempos de sus sentimientos para inducir el miedo continuo a la violencia y crear la sumisión. 

Y la fe. La fe es la fuerza de la resistencia. El poder del presente donde se hace el pasado testimonio y el futuro objeto de proyectos e imaginaciones. Es el poder del cuerpo y la mente, en conjunción con otros cuerpos y mentes, con sus confabulaciones (relatos en común) y conspiraciones (respirando en común) y sus valore y compromisos compartidos, que se hace fuerza transformadora que crea tiempos de libertad. 

lunes, 20 de enero de 2025

Homeostasis. O la continuidad de naturaleza y cultura

 



La homeostasis es la base organizativa de la vida, lo que realmente introduce complejidad cualitativa en la inmensa cantidad de procesos que la constituyen. La homeostasis es la acción que producen redes de sistemas de control en forma de realimentación negativa (la mayor parte de las veces) y ocasionalmente positiva. Los procesos de realimentación dan una nueva consistencia al tiempo lineal, pues si tomamos la noción de tiempo leibniziana como “el orden de lo sucesivo”, un proceso de realimentación (o retroalimentación, o de feedback, pues son homónimos usuales) la causalidad parece ser retroactiva, dado que una parte del efecto de la acción de un sistema se emplea para reintroducirse como estímulo y corregir el posible error. Los sistemas de homeostasis han sido diseñados por la evolución para mantener ciertas sustancias o propiedades del sistema entre los límites cuantitativos que hacen posible el funcionamiento general. En el organismo, las redes encargadas de la homeostasis controlan la temperatura del cuerpo mediante realimentaciones positivas cuando el cuerpo está frío o enfermo (la fiebre, que lleva el cuerpo al límite para que no sobrevivan las bacterias, pero sí las células) o negativas, cuando el cuerpo necesita disipar el calor producido por el esfuerzo. Algunos otros sistemas de homeostasis son, por ejemplo: el control de glucosa en sangre, mediante secreción de insulina; el control de los niveles de hierro, de cobre, de gases en la sangre (CO2, O2); los niveles de calcio, la concentración de sodio y potasio, el balance de fluidos (el mecanismo de la sed), el pH de la sangre la presión arterial, el fluido cerebro-espinal que distribuye las sustancias que alimentan el cerebro, el sistema neuroendocrino que controla el funcionamiento de los músculos, el sistema de neurotransmisores que modula los procesos cerebrales, los procesos de control genético que permiten la expresión oportuna de los genes o, en general, el balance de energía que produce el apetito para reparar el gasto metabólico.

Estos procesos son muy dispares en sus bases físicoquímicas y en los órganos implicados en el mantenimiento, pero se ha buscado un esquema abstracto que pudiera encontrar analogías formales, e incluso isomorfismos entre los procesos fisiológicos y los mecánicos, en lo que en los años cincuenta se llamó cibernética o teoría del control (cybernetes, en griego era el piloto de la nave). El modelo más simple es el esquema general de flujo que forma la estructura abstracta de un sistema de feedback o realimentación.

Un mecanismo de realimentación es un subsistema acoplado a otro sistema que tiene entradas y salidas. El control se ejerce mediante un dispositivo de medición de una cierta cantidad o propiedad presente en la salida del sistema, una comparación o medida de distancia con respecto a un punto de adecuación, de modo que esa distancia se establece por exceso o por defecto, un controlador que establece qué curso de acción debe ponerse en marcha y un efector que actúa (retroactúa) modificando la entrada del sistema de modo que así se modificará la futura salida

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Fig.: Fuente: Wikipedia “Feedback” CCO

La realimentación negativa establece una decisión del grado de error del sistema y en la realimentación reduce el flujo de entrada. En la realimentación positiva, la discrepancia se considera positiva y por ello la realimentación refuerza la entrada. Los sistemas de aprendizaje por error o por refuerzo y sus asincronías son ejemplos de estas dos modalidades de control, que formalizan de un modo abstracto el funcionamiento de un mecanismo de homeostasis:

 

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Fig 2 JackPWarrick, CC BY-SA 4.0. Fuente Wikipedia, “Feedback”

 

 

 

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Fig 3  JackPWarrick, CC BY-SA 4.0. Fuente Wikipedia, “Feedback”

 

La homeostasis es el fundamento de la autoorganización de los sistemas vivos, lo que le concede la apariencia de objetos teleológicos, como si hubieran sido diseñados para algún fin, aunque solo son sistemas complejos que producen orden a partir del caos.

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La importancia creciente que tuvo la exploración de los procesos de homeostasis en la medicina de comienzos del siglo XX sugirió a posibilidad de una metafísica abstracta de los procesos dinámicos que Karl Ludwig von Bertalanffy (1901-1972) enunció como Teoría General de Sistemas (TGS) que se presentó con la promesa de ser una metateoría universal de toda la realidad, especialmente la biológica, que se unió a la promesa de la cibernética, creada por  Norbert Wiener, en el contexto de los laboratorios del MIT, donde se desarrollaban las ideas de computación que había introducido von Neumann y sus diseños de sistemas de realimentación entre rádares y cañones navales al final de la II Guerra Mundial. La TGS, explotaba la analogía abstracta entre sistemas de control por realimentación y homeostasis para ofrecer la promesa de una suerte de vida e inteligencia artificial, de máquinas inteligentes y, en otros órdenes de la organización humana, de sistemas sociales que se autorregulan, desde el cuerpo a las instituciones sociales básicas.

La importancia metafísica de la homeostasis es que ha resucitado en el último siglo una suerte de reacción romántica contra el seco mecanicismo que rigió la ciencia y la tecnología en las décadas de la Segunda Revolución Industrial. ¿Cuántos restos quedan en pie del concepto romántico de Naturaleza, que construyeron los Goethe, Schelling, Hegel y seguidores científicos, inspirados por los embriólogos del XVIII. Su imaginario estaba armado con dos ideas-fuerza: la de la unidad de todas las formas de energía de la naturaleza, unidad sobre la que se construye la misma idea de Naturaleza, en tanto que opuesta a Universo, o Cosmos, e incluso Mundo. En segundo lugar, la hipótesis de que esta unidad se despliega en un proceso de formación de seres y sistemas cada vez más complejos, desde lo inerte a lo autoconsciente, desde lo simplemente reactivo a los agentes autónomos. En cierta forma el Romanticismo fue la ideología de la revolución burguesa en su aspiración a reconciliar la unidad de lo natural y lo espiritual con una rígida ley del progreso desde lo bajo a lo alto hasta alcanzar los grados de complejidad del Estado y su identidad cultural, es decir, la Naturaleza una regida por los caminos de hierro del progreso.

La teoría darwiniana y los conflictos sociales, cada uno por su lado, supusieron un desafío mortal al romanticismo científico y social. El darwinismo entrelazaba la necesidad y el azar en la evolución de los seres vivos y esta invasión de lo indeterminado amenazaba a las pretensiones románticas de una jerarquía del ser y a sus pretensiones explicativas. Pues la inversión darwiniana de la explicación histórica de la vida era que no eran los fuertes o los más adaptados los que sobrevivían sino que los fuertes o más adaptados eran los que, por causas y azares, habían sobrevivido por las erráticas sendas de la evolución. El romanticismo tendría que verse obligado a dejar caer la idea de unidad de la naturaleza o bien la idea de progreso. ¿Cómo puede hacerse compatible el orden que observamos en las leyes básicas del mundo y sus regularidades adaptativas en los organismos con la irrupción permanente de lo inesperado, lo contingente, lo perturbador?, ¿cómo fue posible el orden biológico a partir del físico y el orden en general a partir del caos?, y ¿cómo sobrevivir al mito del progreso sin resbalar hacia el mito de la caída original, de la tesis rousseauniana de que el orden primitivo fue corrompido por la maldad moderna?

La aparición de múltiples sistemas de realimentación en el entorno técnico en la electrónica y la automática de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado estimuló la cibernética como base de la Teoría General de Sistemas, como si los seres vivos, los humanos, sus máquinas y sus sociedades fuesen todos ejemplificaciones de sistemas estabilizados por sistemas de realimentación análogos. La conjetura más amplia de todo aquel movimiento neorromántico fue sin duda la hipótesis Gaia formulada por James Lovelock en 1979, en donde se consideraba la biosfera como un sistema autorregulado y en equilibrio en sus ciclos básicos. Este resurgir del romanticismo de la unidad de la naturaleza tuvo y tiene aún muchos seguidores pues esconde, al igual que en la primera era de esta concepción, un componente cuasi-religioso de confianza, en aquel caso en el progreso, en esta nueva reedición en la estabilidad y el orden, en una suerte de nuevo naturalismo que respira una cierta atmósfera de misticismo. Pero la idea peligrosa de Darwin, la idea que parece disolverlo todo pende peligrosamente sobre todo intento de pretender que el holismo y el optimismo naturalista pueden ir juntos. Las expresiones de “la naturaleza es sabia” y otras similares se unen en un mismo coro con complejísimos modelos mentales, a veces incluso matemáticos, que tal vez ya no tienen el color del progresismo decimonónico, todo lo contrario, ahora se presentan como una patente demostración de que los humanos han roto las homeostasis del Planeta y son una suerte de metástasis que amenazan el sistema completo. Todo sería estabilidad hasta la llegada del ángel caído que destruyó la apacibilidad del Paraíso Terrenal.

En el lado conservador y liberal, se ha desarrollado una mirada no menos tendente a la continuidad de todos los procesos naturales. Me refiero al neodarwinismo que extiende el proceso de selección desde las bacterias a Bach, desde las acumulaciones de células al mercado de capitales. La fusión del primer darwinismo con la genética de poblaciones dio lugar al empleo de nuevos instrumentos matemáticos que trataron de modelar la selección natural, en particular, el intento de explicar la aparición de rasgos aparentemente poco adaptativos como, por ejemplo, las muestras de altruismo en muchas especies animales, que parecerían ir contra la ley de hierro del egoísmo reproductivo. La teoría de juegos, nacida en la economía para explicar la conducta racionalmente irracional de los agentes económicos, dio alas a un modelo general según el cual tanto la selección natural como el mercado, en ausencia de influencias externas, tienden a estados de equilibrio (en el sentido de Pareto de que cualquier cambio hace que una parte salga perdiendo). Si en la Teoría General de Sistemas los mecanismo de homeostasis se presentan como “mecanismos”, como especie de estructuras fijas que preservan el orden, en una suerte de temporalidad congelada y abstracta, en el neodarwinismo ortodoxo es el tiempo el que produce una suerte de homeostasis generalizada calificada como equilibrio. Hay aquí también una cierta mística de la homeostasis, ahora en la forma de selección tendente al equilibrio.

Las ideas de mecanismos de homeostasis y de selección por adaptación son ideas tan poderosas como peligrosas. En la lúcida metáfora de Dennett, disolventes universales que amenazan con disolver el contenedor que las acoge. ¿Es posible encontrar ruta de navegación en aguas que amenazan con hundirnos en la necesidad o la pura contingencia, entre el sistemismo y el historicismo, entre el orden y el caos, la estabilidad y el conflicto, la repetición y la diferencia, el sentido y el sinsentido?

En 1987 iniciamos una serie de seminarios un grupo de gente interesada en estos temas desde la filosofía de la técnica que, entonces, no era casi nada practicada en España: Miguel A. Quintanilla lo había promovido y a su alrededor nos unimos Javier Aracil, un ingeniero de talla internacional que había introducido en España el interés por la Dinámica de sistemas (no confundir con la Teoría General de Sistemas), Margarita Vázquez y Manuel Liz, profesores de La Laguna, muy interesados en la simulación de sistemas y en las lógicas temporales, Jesús Vega y Bruno Maltrás, doctorandos entonces e interesados por los saberes técnicos y yo mismo, muy implicado en la idea de diseño como forma de racionalidad en tecnología. En el desarrollo de las múltiples conversaciones en esos años Javier Aracil nos convenció a todos de las limitaciones intrínsecas de la Teoría General de Sistemas, e incluso de cualquier teoría de sistemas, como la que entonces profesábamos casi todos basados en nuestra admiración por la filosofía de Mario Bunge. Los mecanismos de realimentación, nos sugería, están al albur de múltiples irrupciones del caos en la forma de retardos que generan ciclos poco funcionales, como ejemplifica la experiencia que tantas veces hemos tenido en el baño de girar demasiado el mando del agua caliente, y quemarnos, para, a continuación helarnos porque no hemos calibrado bien el mando del agua fría. El control de la velocidad de los flujos, de la temporalidad contingente por tanto, es una trama básica en el funcionamiento de la realimentación. Hay otros muchos ejemplos que nos hablan de la vulnerabilidad de los sistemas de control por más estables que parezcan. He dado muchas vueltas desde entonces a la idea de fragilidad de los sistemas, probablemente porque la edad te confiere la gracia de experimentarla diariamente en propia carne. En La escala de las cosas introduje la idea de abandonar las metáforas asociadas con el modelo de organismo y adoptar, por el contrario la idea de holobionte, una asociación frágil, contingente, muy vulnerable y con una temporalidad limitada de órganos, redes de sistemas de homeostasis y una innumerable biota, unido todo a la proximidad de todos los otros organismos de los que depende uno, sea para los cuidados, sea para la alimentación. Es parte de este proyecto de navegación en aguas metafísicas turbulentas, donde los sistemas de homeostasis son parte de las cuadernas de la nave, una nave siempre en peligro y en reconstrucción constante.