sábado, 4 de abril de 2009

La nostalgia en la balanza

Hoy me reúno con viej@s compañer@s de los años grises: militantes de un mismo grupo que deciden verse al cabo de décadas y comprobar que siguen vivos. No todos ya, algunos hemos permanecido en contacto, otros no. No sé si es un ejercicio de nostalgia. Nuestro presidente afirmaba hace unos días en el congreso de la UGT, en ese tono enfático, esdrújulo, espasmódico, con el que suele estucar sus carencias léxicas, retóricas e ideológicas, y que ha infectado a todo el Gobierno y a la mitad de su partido: "Entre la nostalgia y la esperanza, me quedo con la esperanza". Vaya, sí, política y mediáticamente correcto. Escucho una y otra vez a los tertulianos sarcasmos contra los progres de los años de la dictadura, les oigo definirlos con estereotipos como las barbas, las panas, los posters, las carreras y los vinos en el bar de la facultad. Cuánto está por escribir de aquellos años. Nada en mi experiencia tiene que ver con esos brochazos. O muy poco, no me reconozco ni a ningun@ de l@s compañer@s. El trabajo militante de aquellos años, el que de verdad se hacía, llevaba mucho tiempo y era de otro jaez: organizar en las asociaciones de los barrios cursos para quienes no podían acceder a la universidad, lecturas de poesía, teatro, excursiones, campamentos (!cuántas vacaciones se fueron en trabajos que ahora llaman de ong!), encuestas que te permitían hablar con las familias y conocer sus problemas, reuniones de vecinos para pensar en cómo llevar el barrio, el pueblo,..., montar asociaciones profesionales, buscar unas pesetas para organizar actividades, en fin, un rollo pesado y complicado.
Los militantes de los grupos hacían de asistentes sociales, de maestros, de consejeros sentimentales. Sólo ocasionalmente conseguías una protesta, una manifestación, una carta,... La mayoría del tiempo se parecía mucho más a un largo, tedioso, esforzado trabajo de educación. Comprobabas a veces como una trabajadora de una fábrica de zapatillas, con problemas de autoestima y soledad, en dos años cambiaba psíquica y físicamente. De ponerse colorada cuando alguien le preguntaba algo, era capaz de asistir a una asamblea de varios cientos en una facultad o un barrio, levantarse y desarrollar un discurso ante los sofisticados estudiantes con complejos razonamientos en los que aparecían citas de los libros que había leído, sí, pero también el orgullo de quien se ha hecho cargo de su vida y empuja la de los otros. Dos años de fines de semana trabajando libros, encuestas, hablando con lenta y cuidadosa aproximación a la experiencia personal de gente diversísima, producían a veces lo que los románticos llamaban bildung, formación, capacidad para relatar la vida propia. Eso era la militancia contra la dictadura. Lo otro, las noches en blanco con la vietnamita, las buzonadas, los saltos ante la social, las carreras del uno de mayo eran puro deporte y dosis de adrenalina. Y también las interminables reuniones discutiendo el sexo de los ángeles (exactamente como ahora en los claustros y departamentos: confusiones de la lucha de Clases con la lucha de clase). Eso era lo adjetivo.
No había progres. Yo no me acuerdo de ellos. En la clase conocías a los tres o cuatro que estaban organizados y cuya vida era igualmente complicada que la tuya, entre el estudio y lo otro, el resto, varios cientos, no, el resto llevaba su vida y su trabajo, no perdían el tiempo como uno, avanzaban en la vida y te la perdonaban con distancia.
No sé si perdí la juventud en oscuros locales de barrios. En la transición, luego, me cansé de discusiones tontas y además necesitaba ya centrarme en el estudio. Veo ahora a la gente de entonces con un cariño infinito. No sé si es nostalgia. En cualquier caso no renuncio a ella. Además, aunque nuestro presidente crea lo contrario, ni siquiera veo nostalgia en los ojos amigos, la nostalgia es aún una emoción de optimistas: los que creen que aquél pasado fue mejor. Ni siquiera llamaría nostalgia lo que siento: lo que queda tras la nostalgia es melancolía, ese sentimiento que suscita el saber que las cosas podrían haber ido de otra forma y no lo fueron. En el 77 teníamos democracia, es cierto, pero no lo es menos que todos los partidos se esforzaron cuidadosamente por destejer las redes sociales de asociaciones, grupos, etc. Se distribuyó droga abundantemente, se organizaron movidas, se instauró un país de nuevos ricos. Tuvimos democracia, pero una generación se perdió por senderos del bosque.
Entre la nostalgia y la esperanza: no quiero elegir, señor presidente. Tengo una razón para no hacerlo.

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