domingo, 30 de agosto de 2009

Fingir ser uno mismo

En "Animal Crakers" (El conflicto de los Marx) dice Groucho a Chico, que representa el papel de Enmanuel Ravelli: "Usted me recuerda a Enmanuel Ravelli", "¡pero es que yo soy Enmanuel Ravelli!" -responde Chico- , "bueno, entonces no es extraño que se parezca a él". Gary Grant (Archibald Leach) dijo una vez en una entrevista: "todo el mundo quiere ser Gary Grant, incluso yo querría ser Gary Grant".
Tomo estas anécdotas del divertido libro de Wendy Doniger, The Woman Who Pretended to be Who She was: Myths of the Self-imitation", Oxford University Press, 2005 (La mujer que fingió ser quien era: mitos de la autoimitación). Trata del tópico de "pasar por uno mismo" en la literatura y el cine: la autocita es un chiste divertido en cine y en publicidad, en la literatura fue un tema unido a conflictos de pareja: juegos de adulterio con la propia esposa, etc. Un tema de muy larga tradición en la literatura, y muy socorrido en el teatro moderno (Shakespeare, Un cuento de invierno, donde una estatua finge ser la misma esposa del celoso rey; Las bizarrías de Belisa, de Lope; en fin, el tema da para una interesante lista de referencias: si alguien recuerda alguna, y la comparte, gracias).
Lo que me interesa de este tema no es tanto el ocasional uso como argumento ingenioso sino todo lo contrario: lo central que es en la configuración de nuestra personalidad. En la entrada anterior hablaba de los estados de ignorancia acerca de las propias cualidades y estados, pero ahora querría equilibrar la balanza con lo opuesto: cuántas veces nos esforzamos por parecernos a nosotros mismos.
"Hacerse un personaje" es una de las trayectorias vitales que uno aprende en la adolescencia y que termina siendo uno de los hábitos más o menos conscientes: amoldar la propia conducta al retrato interno que uno se hace de sí, como si el verdadero yo fuese esa figura escondida que uno cree ser y que interpreta con el esfuerzo de un actor entregado.
Ser lo que uno cree que es. Una paradoja de la identidad que constituye uno de los rasgos sorprendentes de la subjetividad.
Ocurre en la vida como en el cine, que a veces se sobreactúa. Es divertido ver a algunas personas esforzándose en imitarse a sí mismas, como si de esta manera diesen más realismo a su papel; cuando lo que consiguen, y ahí está la gracia, es mostrar una caricatura de sí mismos y dejar ver las entretelas de su imaginario.
En ámbitos de la vida en los que la "actuación", en el sentido agonístico y teatral, es la norma, por ejemplo en círculos de actores o académicos, en contextos de seducción, etc, es decir, en situaciones donde la apariencia es lo que cuenta, la imitación de sí es la manera de presentarse en sociedad. Curioso.
Algunos aún creen en la autenticidad de las personas: que tengan buena actuación, "¡mucha mierda!", como se dice en teatro.

5 comentarios:

  1. No sé en qué libro viene, pero lo he encontrado en wikiquote:

    "Revolucionario será aquel que pueda revolucionarse a sí mismo"
    L Wittgenstein

    Pues va a tener razón...

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  2. Saludos Fernando:

    "Esforzarse por ser uno mismo": ¡como si hubiese otra alternativa que ser uno mismo!

    Se me ocurre una referencia de Borges: "El impostor inverosímil Tom Castro". Me parece que ilustra una idea platónica: la identidad fingida requiere un aval de autenticidad.

    Otra referencia que se me ocurre es de la sartriana Iris Murdoch, "El mar, el mar". Aquí me parece que ilustra la idea de construir la propia identidad a costa de los demás, de manipular la identidad de los otros en aras de la propia. Quizás esto esté relacionado con la noción de mala fe de Sartre, pero no conozco gran cosa de Sartre para poder asegurarlo.

    También se me ocurre un ejemplo. En una reunión de amigos, por ejemplo, se habla del último avance científico de turno que aparece en los medios o sobre las ventajas e inconvenientes del uso de la energía nuclear, por ejemplo otra vez. Cada cual expone su opinión según lo primero que se le ocurre decir y sin preocuparse por argumentar mucho, lo habitual en estas reuniones. Uno de los presentes es científico y se apresura a hacerse ver por los demás como una autoridad en la materia, al menos, por comparación con el resto de los presentes: "alto ahí todos, se supone que el único que puede hablar con conocimiento aquí soy yo, ¿no?". Crea un sesgo a favor de sus opiniones en dicha conversación y reafirma su propio papel en el grupo como un profesional de tal o cual tipo. ¿No es un ejemplo de imitarse a sí mismo? ¿Qué necesidad tiene el científico de apelar a su profesión en la conversación? Podría haber argumentado todo lo científicamente que quisiera sin tener que apelar al hecho de que él es científico.

    De momento eso es todo lo que se me ocurre.

    Un saludo.

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  3. Pero la mismidad no será el rol de turno que uno representa, tendrá que ser algo más profundo, algo metafísico y para mí vacío e inexistente.
    Yo recuerdo cuando el profe de Fª de BUP disertaba sobre el adagio "conócete a tí mismo" que por ser la primera vez que lo oía me resultó emocionante, dije vaya hay por los confines de tu alma un yo, un Mario que aún no conoces y que debes esforzarte en buscar para chocarle los cinco cuando lo halles pero va, como que es puro subterfugio, todo son emulaciones, no hay mismidad.
    Por cierto el comienzo de tu entrada me ha hecho soltar la risa desmesuradamente. Me recordó mi lectura hace mucho del libro de Groucho, "Groucho y yo", que es mejor que cualquier libro de autoayuda..
    un saludo.

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  4. Dale, ahí va una de Galeano.

    La vida profesional /2

    Tienen el mismo nombre, el mismo apellido. Ocupan la misma casa y calzan los mismos zapatos.
    Duermen en la misma almohada, junto a la misma mujer. Cada mañana, el espejo le devuelve la misma cara.
    Pero él y él son la misma persona:
    - Y yo, ¿qué tengo que ver? -dice él, hablando de él, mientras se encoge de hombros.
    - Yo cumplo órdenes -dice o dice:
    - Para eso me pagan.
    O dice:
    - Si no lo hago yo, lo hace otro.
    Que es como decir:
    - Yo soy otro.
    Ante el odio de la víctima, el verdugo siente estupor, y hasta una cierta sensación de injusticia: al fin y al cabo, él es un funcionario, un simple funcionario que cumple su horario y su tarea. Terminada la agotadora jornada
    de trabajo, el torturador se lava las manos. Ahmadou Gherab, que peleó por la independencia de
    Argelia, me lo contó.
    Ahmadou fue torturado por un oficial francés durante varios meses. Y cada día, a las seis en punto de la tarde, el torturador se secaba el sudor de la frente,
    desenchufaba la picana eléctrica y guardaba los demás instrumentos de trabajo.
    Entonces se sentaba junto al torturado y le hablaba de sus problemas familiares y del ascenso que no llega y lo cara que está la vida. El torturador hablaba de su
    mujer insufrible y del hijo recién nacido, que no lo había dejado pegar un ojo toda la noche: hablaba contra Orán, esta ciudad de mierda. y contra el hijo de puta del coronel que…
    Ahmadou, ensangrentado, temblando de dolor, ardiendo en fiebres, no decía nada.

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  5. No sé si es demasiado absurdo contestar a entradas antiguas. He encontrado el blog buscando el libro de Wendy Doninger. ¿Sabes si existe en español?

    Enhorabuena, el blog pinta muy bien.

    Fascinante la escena de tortura que ha descrito Ricardo.

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