martes, 21 de agosto de 2012

Habitación, asepsia, revolución

Habito durante la parte del verano en que puedo refugiarme para leer y escribir estratégicamente en mi casa de Salamanca. Es mi tierra de nacimiento, el lugar del que he emigrado y la ciudad que he visto degenerar bajo las políticas de asepsia que han conformado la distribución de espacios de los tiempos recientes. He visto convertir esta ciudad de provincias, provinciana y al tiempo rica en tejidos sociales donde discurrían múltiples corrientes, algunas subterráneas otras superficiales, que hacían de ella un territorio de tensiones culturales, políticas y sociales no ejemplar pero al menos interesante, en un parque urbano temático destinado al turismo accidental. Los viejos barrios sucios, malolientes y llenos de vida del centro se han restaurado: sus calles y espacios se han enlosado de granito, los edificios que antes formaban una ruina multicolor  se han transfigurado en fachadas homogéneas, de apariencia antigua como eran de apariencia antigua las mesas de los mesones de los años sesenta, barnizados de nogal y de imaginarios imperiales. Aníbal Núñez, el poeta más universal de su generación, desde su provincianismo militante, le dedicó un libro profético a lo que estaba ocurriendo (Alzado de la ruina) . Décadas después, ya no es reversible la transformación. Las franquicias han arrasado las viejas y maravillosas tiendas de barrio y una multitud de sillas y mesas ha irrumpido para prohibir el paseo y la compañía. La asepsia urbanística ha vencido.




No tengo nostalgia. La asepsia produce incrementos sustanciales del PIB, "capitales de cultura" y lo que sea. Es un signo de los tiempos que está convirtiendo Europa en un inmenso EuroDisney. Me quejo, con mi admirado Michel de Certeau (La invención de lo cotidiano), de que las políticas de asepsia extirpan todo lo que de vida cotidiana tienen las ciudades para re-exponerlo en una máscara-museo de fachadas e imaginarios.
En realidad mi comentario no es sobre Salamanca sino sobre Michel de Certeau. Fue un jesuita francés que había escrito maravillosos ensayos sobre el misticismo pero que en mayo del 68 sintió la fuerza del evento y transformó sus escritos para dar cuenta de lo que ocurría. A diferencia de otros muchos no creyó que el mayo del 68 significase una transformación radical de nada. Fue muy prudente en las valoraciones, de hecho le horrorizaba la visión de la utopía como una transformación radical de todo. Pensaba la utopía como la resistencia última que ofrece lo inefable de la vida cotidiana, llena de tácticas de resistencia que son capaces de abrir hilos de agua en las paredes del poder.
Pensaba de Certeau que lo más importante de mayo del 68 era que la gente había tomado la palabra y que esta irrupción en el espacio público transformaría la historia mucho más allá de lo que quienes participaron en los dos lados de las barricadas eran capaces de imaginar.
No dejo de leerle y no dejo de pensar en su sabiduría para leer la historia. Lo he recordado estos días, en los que pienso y escribo sobre las formas de hacer y habitar y sobre cómo recreamos (a veces revolucionariamente) los espacios, porque algunas recientes polémicas en los ámbitos del 15M me han hecho repensar cuáles son y cuáles fueron las fracturas que este y estos movimientos han causado en los muros secos de la sociedad contemporánea.
Como de Certeau, me ha ilusionado el modo de hacer y de reinventar lo cotidiano en lo que se había convertido en aséptico y tópico. De toda la indignación, la más interesante de las aportaciones del 15 M fue estética, en el sentido de una redistribución de la experiencia. Significó la irrupción de la trama de la vida en la dureza del granito y del ladrillo.





Estos días, cuando El Caballero oscuro, renace la leyenda, estigmatiza los movimientos recientes amenazando con un apocalipsis de destrucción, y cuando Zizek (http://www.egs.edu/faculty/slavoj-zizek/articles/the-dark-knight-rises/) comenta la película sin denunciar que estos estereotipos han sido quizá inspirados por su idea folklórica de la revolución como si todo fuera exceso y destrucción, he recordado estas reinvenciones de lo cotidiano en el espacio de lo aséptico y, como de Certeau, lo he hecho creyendo que los cambios que vendrán no están escritos en los oráculos mediáticos sino en la experiencia irreversible de la gente que decidió llenar de vida el asfalto y el granito.




2 comentarios:

  1. Es largo y antiguo, pero igual pudiera interesarte:

    http://es.scribd.com/doc/75183548/Jonatham-F-Moriche-2002-De-ordenanzas-municipales-y-libertad-de-expresion-en-Salamanca

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  2. esteban santanderviernes, 24 agosto, 2012

    Magnífica entrada, Fernando. Por su combinación de lo universal y lo particular. Lo que dices de nuestra vivida Salamanca lo reconocemos, como indicas, en Berlín, París o Londres: buscamos la vida y encontramos el parque temático. Y lúcida la identificación de cotidianeidad y utopía.

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