domingo, 8 de septiembre de 2013

Dos formas de extrañamiento



“Extrañamiento” es un término que usamos los filósofos para describir un modelo de subjetividad no egocéntrica, lejos de la idea agustiniano- cartesiana de un sujeto hecho de una conciencia solipsista. Extrañamiento es lo que produce que el sujeto se encuentre con el Otro, con los otros, se distancie de sí y se convierta en una persona en un mundo común compartido con otras personas.  Carlos Thiebaut ha trabajado mucho sobre este proceso de conformación de la subjetividad humana. Él me ha despertado el interés por el problema filosófico de entender cómo el yo termina siendo el resultado de muchas interacciones con un tú, con un nosotros, con un ellos.  Encuentro en la filosofía contemporánea dos modos de acercarse al extrañamiento como condición de subjetividad. El primero es un modelo que llamaré "generalizador", el segundo, un modelo "experiencial" (para quienes deseen más información, citaría los nombres de G.H. Mead y Levinas, en la concepción generalizadora, y Sartre, en la experiencial).

Estoy en la cola del supermercado y, distraído, me encuentro con el rostro de la cajera que atiende a la persona que está delante. Aquél rostro se presenta como una parte del mundo que ya no puede ser concebida como objeto ni instrumento. Aparece como una demanda de atención, de reconocimiento. Ya no veo a una cajera indeterminada, sino a esa persona, mujer, obrera, cansada. Deja de ser un componente más del espacio que me rodea y se convierte en una pregunta. Intento ponerme en su lugar. Mi mente se resiste en la imaginación, pero no emocionalmente.  Siento el frío de su trabajo mecánico, de su obligada sonrisa y saludo, de la constante atención a la pantalla de la caja. Dejo fluir la emoción y me doy cuenta de que mi relación adecuada no puede ser la compasión. Hay en su rostro abstraído una demanda de justicia. Una demanda por la injusticia de la situación: yo privilegiado, ella explotada en su trabajo. Deja de ser una cajera, esta cajera y se convierte en una persona que comparte el mundo conmigo y con los demás. Éste es el modelo de extrañamiento “generalizador”. El otro se presenta como un rostro primero concreto, un “otro concreto” que demanda reconocimiento, pero que no podrá lograrlo mientras no sea convertido en un “otro generalizado” que lo convierta en un ser igual a mí.

En ese momento la cajera levanta la cabeza y me mira. Una leve inquietud me revela la vergüenza que siento. La vergüenza es una extraña emoción que surge solamente ante la presencia del otro, es la reacción afectiva que muestra la vulnerabilidad de nuestra posición ante la mirada ajena. ¿Por qué la vergüenza? Siento la mirada de un modo al que no puedo acceder. Me ve como el cliente siguiente, como un nuevo objeto de su trabajo. De un modo que está alejado de mi acceso. No puedo verme así, desde fuera. Y este ser objeto del espacio de la mirada del otro lo revela como una presencia no puramente cognitiva. Produce a la vez mi extrañamiento ante un ser que soy pero que no puedo conocer como lo hace su mirada, y mi extrañamiento ante una presencia que no puedo evitar, que no desaparece porque yo baje los ojos o me esconda. Pero al mismo tiempo esa presencia es objeto de mi mirada y aparece como una persona que puedo describir conceptualmente, pero cuya experiencia me está velada. Se crea así un círculo de asimetrías en el que consiste lo común que tenemos las personas. La experiencia de la mirada ajena es ahora la condición de que pueda considerarme un yo separado del mundo que no se resigna a ser lo que es, bajo la mirada del otro, aun sabiendo que se es bajo los ojos objetivizadores del otro. Éste es el modelo experiencial. Aquí, no es mi mirada ni mi capacidad empática para ponerme en el lugar del otro, las que producen el extrañamiento, sino la mirada del otro, que revela una presencia que cambia mi subjetividad y la escinde entre lo que el otro ve y lo que yo creo ser. Miedo, vergüenza, vanidad. Son emociones que son despertadas por la mirada del otro y que nos extrañan del mundo interior.


No es sencillo acercar los dos modelos y no es posible prescindir de lo que cada uno quiere hacernos entender. Nos hablan de dos experiencias necesarias para tener experiencia, para llegar a conformar una subjetividad sin la que nuestra mirada no sería para los otros distinta a la ciega presencia de una cámara. 

3 comentarios:

  1. Excelente descripción psicológica y antropológica de la complejidad de la subjetividad yoica desde dos interpretaciones. Considero que es posible una mayor multiplicidad y diversidad valorativa acerca de la estructura consciente subjetiva.

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  2. Jose Manuel: no te quepa la menor duda. No hay nada más variado y subjetivo que buscar las razones de la subjetividad.

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  3. Me gusta la idea de considerar la imposibilidad de conocer como el fundamento del conocimiento. Se habla del sentimiento de vergüenza, de vanidad, pero también el conocimiento de lo que creo o quiero ser se forma a partir de esa escisión entre mi ser objetivado (que no puedo conocer) y mi yo (accesible solo a mi mirada). Quizá, en este sentido, cabría interpretar que la facultad imaginativa no sólo se dispara ante la necesidad de darnos un ser, sino de representarnos un ser (representación que es siempre ante la mirada del otro) Lo que me pregunto es, ¿cómo llegamos a estar ciertos de que es otro, diferente e independiente de mí, el que me mira?, ¿no presupone dicha creencia la creencia de que soy, y de que soy distinto e independiente del otro?, ¿pero cómo puedo creer que soy distinto de ti sin antes considerarte como un ser distinto e independiente de mí...?, ¿no caemos en un círculo sin posibilidad de principio ni fin...? Saludos

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