domingo, 24 de noviembre de 2013

Últimos días en Babel




Acabo entusiasmado en el aeropuerto Eldorado de Bogotá, de vuelta a Madrid, La construcción de La Torre de Babel de Juan Benet y escribo a vuelapluma estas notas de urgencia mientras espero la llamada al abordaje. Encuentro en ella ciertas respuestas a la constelación de preguntas que me suscita el tema de la agencia colectiva, y en particular la agencia que se propone grandes transformaciones en la historia. Me preocupa la recursiva y paradójica experiencia de haber sido capaces de comenzar a caminar juntos para, a continuación, ser incapaces de dar dos pasos adelante sin retroceder otros tantos. 

En esta pequeña obra JB da un quiebro a la historia bíblica (como haría en varias otras ocasiones) para hablar sin decirlo de asuntos más contemporáneos. Trata aquí de responder a las preguntas que suscita la historia del Génesis. ¿Por qué se proponen construir una torre que llegue hasta el cielo? ¿Por qué se irrita Dios con el proyecto? ¿Por qué fracasa el proyecto y queda abandonado? El librito comienza con un comentario a una de las versiones de La construcción de La Torre de Babel de Brueghel, en donde despieza el cuadro con la mirada de un ingeniero. El pintor ha elegido, según JB, un momento particular de la obra, cuando la autoridad va a inspeccionarla sin notar aún la decadencia próxima y definitiva del proyecto. La mirada del ingeniero nos hace ver con precisión la ruina que se avecina y que el genio del pintor ha documentado con detalle. ¿Por qué esta ruina?, nos pregunta el autor. El mito no es explícito más allá de las dos razones del enfado del dios y del castigo de la disolución del lenguaje original.

Ninguna de las dos, ni aún la suma, son consideradas suficientes para disolver un trabajo que se encuentra en tan avanzado estado. La habilidad que han demostrado hasta ahora los técnicos y trabajadores no tendría que verse afectada, sostiene JB, por la confusión de lenguas. No es difícil encontrar obras que han sido realizadas por cuadrillas de múltiples orígenes y hablas. El problema debe haber radicado más arriba, en el plan, en la organización del trabajo, en defectos del proyecto. Observado con el mimo que JB tiene por los detalles, aparece una progresiva dejadez, un irreversible abandono, una manifiesta incoherencia en la fábrica y en la armonía de la construcción. 

Si JB tiene razón, no se explica entonces la ira divina, que debería haber notado que el proyecto iba a fenecer por su propio desenvolvimiento dañado. ¿Por qué estaba el dios en ese estado de furia que le lleva a destruir lo que había sido una de las características más perfectas de su obra creadora, la unidad de origen y lengua de la raza humana? El mito parece indicar que el deseo de llegar hasta el cielo es lo que habría suscitado quizá el miedo y luego la venganza. Pero es obvio que ni siquiera el relato primitivo podría haber creído que una torre puede llegar hasta el cielo. JB nos sugiere otra respuesta. Habría sido, por el contrario, el deseo de aquel pueblo de traer el cielo a la tierra lo que habría sido considerado como intención blasfema. El dios vengador no permite utopías y la Torre era sin duda una utopía manifiesta en una sociedad que se organizaba en armonía para llevar a cabo una transformación del mundo tan audaz como bella.

El mito de Babel, nos sugiere JB, son en realidad tres mitos: el mito de un lenguaje único originario, el mito de un proyecto técnico extraordinario y, en tercer lugar, el mito de la cólera de un dios que decide una segunda expulsión del paraíso y el castigo de la diversidad a causa de haber buscado la utopía. Los tres mitos son independientes, afirma JB, y tienen diferentes orígenes.


Pero el pintor ya sabe mucho sobre cómo ha discurrido la historia posterior y ha decidido hacer su propia interpretación del mito. Las utopías no fracasan por la diversidad de razas, culturas, géneros o lenguas. Ni siquiera fracasan por la cólera de un dios (mucho menos por la ira de los tienen menos poder). Las utopías fracasan por falta de organización, de coherencia, de voluntad de unidad y armonía. No necesitamos dioses para explicar la estupidez humana. 

4 comentarios:

  1. Gracias por el bumerang, sin anestesia con el que cierras, esta semanas han sido de balances y realmente la frase de cierre podía pedírtela prestada para cerrar mas de uno de esos balances....pero quizás valga mejor atender a la lectura del texto que convocas, porque suena interesante la metodología, para desmontar la triada mitológica tramada en torno a la desgracia de ser diversos, limitados en nuestras posibilidad tecnológica y mortales, pareciera diagnostico de cualquier acción colectiva... Asi que me lanzó a buscar el texto...gracias por traernos al presente a babel, sus explicaciones, mitos trenzados, pero sobre todo por recordar que antes de tirar la onda, el bunerag o el mortero...una arma poderosa es la imagen especular, si podemos tener valor de mirarnos sin tanta anestesia, sin tanto narcótico, quizás y solo quizás se pueda producir otra manera de imaginar y producir realidades...

    ResponderEliminar
  2. umm, no estoy muy de acuerdo con el párrafo final: parece más bien que las utopías acaban autodestruyéndose por su obsesión por la unanimidad y la homegeneidad, por ese deseo de pureza que lleva (desde la religión o la ideología) a tratar de depurar todo aquello que suene a diferencia. En el éxito de ese proceso está su gran fracaso. Creo yo, vamos.

    Por cierto, parece interesantísimo este libro de Benet, gracias por esta entrada. saludos

    ResponderEliminar
  3. Es lógico que Benet, con sus ideas sobre la guerra cainita y otras más, eligiera el mito de Babel. Pero ¿no son más las veces en la historia en que las torres han caído no porque estuvieran mal construidas sino porque las sabotearon, las bombardearon, vendieron materiales en mal estado o los compraron baratos para beneficio ajeno?

    ResponderEliminar
  4. Desde mi punto de vista, la cólera de Dios proviene del intento de llegar al Cielo materialmente, lo cual es una estupidez... es, en ese sentido, similar a los países que se dedican a erigir grandes rascacielos cuando su propia gente no tiene para vivir decentemente... es en ese sentido en el que observo la ira de Dios como justa, y también en que admito no tener ninguna gana de pisar uno de esos armatostes que, para mí, no tienen ningún mérito, salvo mostrar la soberbia de unos gobernantes indecentes

    ResponderEliminar