viernes, 21 de marzo de 2014

Ironía y mala fe





Me pregunto si acaso  muchos de los malentendidos que suscita la filosofía, que llevaron a Wittgenstein a declararla una enfermedad del espíritu, no nacen del prominente lugar que ocupa la ironía en la lengua y la mente del filósofo. Friedrich Schlegel escribe en su conocido Aforismo 42 "La filosofía es el verdadero hogar de la ironía, que podría ser definida como belleza lógica". Y añade que la ironía es el modo obligado de hablar y escribir cuando el discurso no es enteramente sistemático. Considera Schlegel que es la forma de discurso en la que se muestra la distancia de sí, la descripción  y una cierta autocrítica, o quizá también la comparación entre la propia fragilidad frente a la infinitud y a lo sublime.

Que la ironía haya adquirido este estatus de norma del pensar tiene mucho que ver con la creación del canon filosófico, un invento que debemos al romanticismo berlinés, en donde Grecia deja de ser un tiempo y un lugar humanos y adquiere un aura utópica que comienza por situar la etimología en el lugar sagrado de la norma de significado y continúa hilando textos y discursos como si todo lo demás no fuese ya sino márgenes olvidables.  Y claro, la eironeia o disimulo socrático pasa de ser un recurso literario a un modo de estar en el lenguaje. "¿Cómo te atreves a cuestionar la paideia socrática, el modo más perfecto de autodescubrimiento, de creación de subjetividad?". Pues sí, tengo mis dudas sobre Sócrates. Yo siempre he sido mucho más de Protágoras. Tengo que confesar sin rubor que no me impresiona el diálogo socrático como forma de literatura. No veo tampoco sus virtudes pedagógicas: me resulta un modo autoritario de estar en el discurso, una suerte de engaño estructural en la conversación. Un supuesto maestro que sabe cosas hace preguntas capciosas al ingenuo contertulio para mostrarle o demostrarle que su primera respuesta intuitiva está equivocada, y que si acepta el juego de las preguntas llegará por sí mismo a descubrir la verdad. Vaya. Así terminan muchos filósofos creyendo que la verdad es una suerte de "desvelamiento" que ejercita una una mano poderosa levantando la tela que produce la opacidad mental. El maestro-partera. Como si el descubrir no fuese una empresa trágica que debe comenzar por el reconocimiento mutuo de ignorancias, de angustia ante un muro que nos resulta insalvable y de modestia para pedir auxilio al contertulio. Un juego de poder como cualquier otro. David Mamet exploró en Oleanna este juego tan académico entre maestro y discípulo (discípula en este caso). Lo cito como ejemplo dramático de lo que querría decir en pocas palabras.

Se aduce que el poder de la ironía es la distancia: distancia semántica entre lo dicho y lo significado; distancia mental entre el yo y la crítica del yo; distancia metafísica entre la fragilidad propia y lo trascendente de la realidad; distancia política entre la debilidad y la arrogancia del poder. Parecería que quien se atreve a criticar el imperio de la ironía es porque es un traidor a la sagrada empresa crítica de la filosofía y se pasa al lado oscuro de la fuerza, donde rige el lenguaje transparente que dice lo que quiere decir, o la mente transparente, que expresa lo que piensa. Horror, el pecado nefando que combina el cartesianismo y el naturalismo, como el cura que sodomizara a una monja violándola sobre el altar en el momento de la consagración, gritando blasfemias y transgrediendo toda posible norma sagrada.

Lo siento, pero es que la distancia también está sobrevalorada entre los filósofos. Porque hay muchas formas de distancia. Está, casi siempre, la distancia jesuítica, la que nos deja entrever el confesor que se confiesa más débil y pecaminoso que nosotros, para sutilmente sobreimponernos su juicio sumario. Me pasa estos días Israel Roncero unos increíbles poemas de Fray Luis de León en donde reina la auto-abyección y el auto-desprecio. No es difícil identificar esta actitud en la literatura filosófica edificante. Pero esta distancia habría sido identificada rápidamente como ejercicios de mala fe por ese fauno de la filosofía que fue Jean Paul Sartre. La distancia del que ejerce de débil para tramar la trampa arácnida en el lector ingenuo. La distancia de quien se cree maestro en el lenguaje y se sabe poseedor del significado literal y del significado realizativo.

Se dirá que sin distancia no hay posibilidad de resistencia. Que la resignificación, que el recolocamiento en el espacio social exigen la ironía. Pues no. Pues no necesariamente. Hay otras muchas formas de discurso. Está el discurso analítico escolástico, tan denostado, pero que comienza con preguntas que no son de mala fe, sino preguntas genuinas que implican al hablante y al oyente y exigen atención directa a las respuestas. Está el lenguaje trágico, que se sabe sumido en la aporía y en la indeterminación, que no sabe cómo salir de las tensiones reales de objetivos contradictorios a los que no sabemos ni queremos renunciar. Está el lenguaje cómico, que emplea el sarcasmo (no la ironía) para hacer sátira, para enfrentarse al poder sin disimulos, para atreverse a decir, para ejercer la parresía abiertamente. Está el lenguaje metafórico, que suspende el significado al igual que la ironía, pero toma al oyente como un igual que sabe explotar los recursos del lenguaje igual que uno. Está el lenguaje plano de la calle, donde los malentendidos siempre tienen consecuencias.

En fin, menos ironía y más parresía.


4 comentarios:

  1. La ironía, en cualquier construcción lógica y discursiva; a partir de los recursos lingüisticos, supone una ventana a la libertad en la construcción de cualquier argumentación. En fín la polisemia, el sistema metáfora metonimia, y otros recursos mas; proporcionan posibilidades que tanto Sócrates como Protágoras debieron de descubrir como herramientas para la construcción del pensamiento.

    Algunos expertos de la conducta han concluido, que la imposibilidad de interpretar construcciones irónicas y en general la falta de lo que se conoce como "sentido del humor", es un padecimiento que entra dentro de un estado alterado de conciencia denominado esquizofrenia.

    ...y yo me asombro...pues ¡cuantas dictaduras!, se ciñen a códigos de una lógica dicotómica que no admite matices y tanto menos metáforas u otros recursos.

    Ana la de la Carpetana.

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  2. Bueno, la ironía es sólo una figura retórica entre otras muchas (metonimias, metáforas, alegorías, y tantas otras que empleamos en el discurso) pero no sé por qué esta adquiere en filosofía un lugar tan paradigmático.
    Como toda suspensión del significado literal, una figura retórica es un instrumento (si es de libertad o no depende de la habilidad del hablante y la capacidad de comprensión del oyente, a veces el discurso literal es ya por sí mismo libre, y a veces el que trastoca el significado es simplemente un ejercicio de sinsentido como los poemas de adolescentes o los trabajos de los estudiantes de filosofía demasiado pagados de sí mismos)

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  3. Qué cosas son, el sentido del humor, la ironía, la risa como expresión de un estado emocional.

    A mi me aparecen como el resultado de la comprensión tras una momentanea incertidumbre o estado de asombro o perplejidad.

    Es encontrar la solución al enigma con haber variado el punto de vista. Cuando la comprensión de una situación llega a traves de una metáfora clarificadora; cuando encuentro la respuesta despues de el hallazgo de que uno de los términos tiene una carga polisémica que lo reubica en múltiples contextos.

    ....el terror también aparece de este modo.

    Ana la de la Carpetana

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  4. Alicia García Ruizsábado, 29 marzo, 2014

    Siempre encuentro alguna frase en este blog tuyo que me deja pensando un buen rato. Esta me impacta "Como si el descubrir no fuese una empresa trágica que debe comenzar por el reconocimiento mutuo de ignorancias"
    Saludos y gracias, Fernando

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