sábado, 11 de octubre de 2014

(Post)Humanismo femenino





El nuevo siglo comenzó como un siglo anti-humanista. Se impuso Heidegger sobre Sartre y con él todos los pensadores que consideraron venenoso el humanismo: estructuralistas, postestructuralistas, deconstruccionistas et alii. Y en cierto sentido este antihumanismo del siglo pasado estaba justificado. El humanismo viejo, que viene desde la oposición renacentista a los racionalistas aristotélicos, que contrapone la sequedad del conocimiento abstracto a la humedad del intelecto culturalista, basada en el "cultivo" de las grandes obras sagradas de la cultura, en un sueño de "hombre" como categoría moral, en la exclusión de lo que no se acomodaba a la imagen ideal de "hombre": lo femenino, bárbaro, lo salvaje, lo abyecto, lo animal; en la separación radical del cuerpo y el espíritu. Ese humanismo quedó enterrado en tantas fosas comunes del pasado siglo o evaporado en los crematorios de la historia. Después de Auschwitz e Hiroshima el viejo humanismo ha muerto de inanición. 

También es cierto que el antihumanismo ha sido -perdón por las generalizaciones- una construcción en buena parte masculina. Capacidad crítica, ingenio para comprender las razones del fracaso del humanismo pero también, me parece, ceguera ante las posibilidades de reconceptualización de lo que llamamos humano como suelo de nuestro fondo común. Por el contrario, en la reivindicación de nuevas formas de humanismo, después de los apocalipsis en los que nos ha sumido el mundo contemporáneo, han sido -también en general- mujeres filósofas y pensadoras (tendría que recordar a las escritoras, Virginia Woolf, Iris Murdoch, Clarice Lispector, a las artistas plásticas como Louise Bourgeois, pero me centro en las filósofas) quienes han realizado las aportaciones más profundas y originales. Muy en esbozo, para adaptarme al formato de entrada de blog, subrayaré lo que para mí son las aportaciones fundamentales al humanismo nuevo y a las nuevas humanidades.

El humanismo es muchas cosas, pero lo que me parece cardinal de su trayectoria es recordar cuál es la escala desde la que debemos y podemos pensar nuestro lugar en el universo, la historia, la sociedad, la cultura o la fábrica de lo mental. Mi acusación básica contra el antihumanismo viene de las voces antiguas de los sofistas griegos (tan denostados, tan incomprendidos) y especialmente de Protágoras: "el hombre es la medida de todas la cosas. De las que existen porque son, de las que no existen porque no son"; del pasado y del futuro, en tanto que el tiempo tiene también una escala humana, como la tiene el espacio cuando lo pensamos como lugar en el que habitamos. Las varias formas de antihumanismo contemporáneo son esencialmente pérdidas de escala. La experiencia humana, la relación que tenemos con el mundo y que puede ser elaborada en forma de significado, de transformación propia y colectiva, se disuelve en espacios abstractos que no importa cuál sea su naturaleza: el universo, la historia, la sociedad, la cultura, el lenguaje,...La experiencia no excluye por abajo a todas las formas de vida que se relacionan con el mundo compartiendo con los humanos la capacidad de sufrir ni la esperanza del placer. No excluye tampoco, por arriba, la capacidad colectiva para aprender de los errores y modificar la historia. La aportación femenina a la metafísica contemporánea ha sido el recordar cuáles son las facetas de la experiencia humana que no pueden ser disueltas en las escalas cósmicas de los grandes pensadores.

La primera es Simone Weil. Ella nos lleva hacia la centralidad de la atención y a la conciencia del sufrimiento como realizadores de la existencia humana. La atención, a diferencia de las formas tradicionales de dicotomías como cuerpo-mente, representación-voluntad, razón-emoción, interno-externo, es una movilización completa de todos los recursos para establecer y mantener una relación de intercambio con el mundo. La experiencia humana tiene sus fuentes en la atención que le prestamos al mundo, a los otros, a nosotros como cuerpomente. Y especialmente está hecha de la conciencia del sufrimiento. Mientras que los intelectuales solemos pensar el mundo de los otros como se piensa desde una mesa de escritorio, Simone Weil decidió entrar en una fábrica, en una cadena de montaje, para saber qué se siente cuando tienes que levantar el dedo para ir a hacer pis, o cuando cuentas las horas que te quedan de pie en minutos interminables. Eso es la escala de la experiencia. 


La segunda es Hanna Arendt, quien reivindicó contra la metafísica de la mortalidad y el nihilismo heredado de sus maestros el principio de natalidad. La biografía de Hanna Arendt es casi un resumen de la experiencia humana de nuestra época, pero su pensamiento es sin duda uno de los más lúcidos de todas las épocas. Contra el nihilismo sobre el que se construyen los pesimismos contemporáneos funda la existencia en la idea de que lo humano, esencialmente humano, consiste en comenzar y el comenzar es lo que define la acción: transformación del mundo desde su inicio. El comienzo es lo que define lo humano y en el universo hay comienzos porque hay humanos que inician nuevas cadenas causales. 


La tercera es Rossi Braidotti, quien representa los entrecruces que tienen las identidades contemporáneas. Su propuesta de identidades nomades (no meramente nómadas) es una forma de recoger las múltiples fracturas y rupturas de las dicotomías que han regido nuestras categorías. Tiene la idea del nomadismo metafísico una particular virtud de la que carecen otras formas de expresar nuestra peculiar forma de existencia (rizomas, ciborgs, ...). Combina, como los nómadas, una peculiar experiencia del espacio y el tiempo, de lo cultural y transcultural. El nómada habita por forma de vida en diferentes lugares y tiempos y es su existencia viajera la que cualifica su punto de vista sobre lo real. El nómada no es ni el viajero romántico ni el turista posmoderno. Pero tampoco es el peregrino. Tampoco el ulises que regresa al hogar ancestrar ni el moisés de la tierra prometida. 



La cuarta es Judith Butler, una de las filósofas más estigmatizadas de la historia por sus múltiples compromisos (a veces por filósofas que tienen, también ellas, un estatus de "casta" como Martha Nussbaum). Butler comenzó reivindicando un feminismo más allá de las sexualidades heteronormativas sobre las que se han asentado muchos puntos ciegos del feminismo e igualitarismo contemporáneos. Pero, después del 11-M y de las reacciones que han transformado al mundo, se pregunta qué es ella, judia, pero anti-autoritarismo israelí, newyorkina, pero contra la ceguera norteamericana sobre las víctimas de sus guerras imperiales, mujer, pero distante de los feminismos de buen tono, reivindicativa de lo otro, lo "queer", que está más allá del debate igualdad/diferencia. Su aportación ha sido una reivindicación de la vulnerabilidad humana y del derecho al duelo de todas las víctimas, y no sólo de las nuestras, de la necesidad de que nuestros mundos personales sean interpretados por los relatos ajenos. 


La quinta es Bonnie Honnig, una filósofa política recientemente llegada al debate. Su reivindicación de un humanismo agonista y una política de (la) emergencia es una posición renovadora frente al punto de vista, aún escindido, entre lo corporal, el zoe, y lo politizado, el bios. La gran mayoría de los filósofos (en masculino) recientes, en la izquierda del pensamiento, hablar de una recuperación de lo corporal en una suerte de biopolítica (de Foucault a Agamben o a Negri). En su discusión de Antígona y en sus obras sobre la emergencia, Honnig propone una vieja idea del feminismo olvidada en los nuevos lectores de Spinoza: lo corporal se hace político en una transformación del espacio público (y no simplemente a la inversa, como sostienen los infinitos defensores de los mecanismos y dispositivos biopolíticos).

No están todas: ni las mujeres ni las ideas que nos han enseñado a pensar. Pero, después de ellas ya podemos decir que el humanismo del futuro será femenino o no será. 

3 comentarios:

  1. Gran post, pero aunque no puedan estar todas definitivamente creo que hoy faltaría añadir a esta lista a la gran Karen Barad....

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  2. ¡Ojalá!, Fernando, que así fuera. Pero no puedo olvidarme de aquel doloroso grito de que después de Auschwitz no es ya posible la poesía, ni de aquel otro grito airado, más cercano, del 11M, de que ya no es posible una vida sin sospecha. ¿No podríamos soñar con que el humanismo del futuro fuera un humanismo humano?

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  3. El problema del feminismo “de casta” es que siempre estuvo reñido con “lo femenino”, demasiadas veces buscan la igualdad proponiendo un modelo de ser mujer que se identifica con la cultura del género masculino, sí, ese feminismo que contabiliza paridades parlamentarias, porcentajes de directivas, presidentas o primeras ministras con mano de hierro, vicepresidentas que presumen de acortar sus permisos de maternidad, intelectuales en contra de la imposición paterna del velo islámico pero a favor de la prohibición del Estado a llevarlo, como si eso no fuera una prolongación del patriarcado, como si atentar contra la libertad no tuviera en lo público y en lo cívico el reflejo de lo privado y lo doméstico, como si juzgar la disfuncionalidad del hiyab y no la de los tacones de aguja o la falda tubo no fuera hablar de imperialismo y etnocentrismo y machismo, ese que nos dice qué es lo correcto, lo adecuado, la condición de la libertad para poder ir al centro de enseñanza a aprender no sé si una cultura liberadora, no sé…
    Ser mujer no es pertenecer a una minoría, a una raza, a una cultura, o a una tendencia sexual, ser mujer es en sí mismo el problema del humanismo, su cara oculta, su gran olvido. Establecer una actitud políticamente correcta para ser mujer es pretender un nuevo sinónimo para el universal “ser humano” o “el hombre”. Desde ahí reivindicar lo femenino no es ser mujer o ser hombre, es reivindicar lo cercano, lo sensible, la acción concreta frente a la idea.
    A excepción de la filosofía de Arendt (y su biografía) conozco poco o nada la de las otras filósofas que nombras y ahora tengo curiosidad por algunas cosas que mencionas; pero lo que sí creo es que ese humanismo olvidado se expresa mejor a través de la poesía, en ella está más el pensamiento como carne, como lo femenino. Foucault veía en el poeta el autor verdaderamente transgresor, Agamben se plantea hasta qué punto la prosa filosófica cae en lo banal y cita a Wittgenstein cuando dice “la filosofía debería ser poetizada”, pero el poema , lo femenino, lo expresa por ejemplo Pizarnik (aunque Foucault y Derrida lo analicen). Hay tantas citas de ella que se me ocurren en relación a esto…por ejemplo cuando le dice a Cortázar que ella es la Maga, que la poesía, igual que el humor y el amor… es un acto subversivo, mientras parece ser que ella le mecanografiaba la Rayuela; o cuando dice que tener la desgracia de ser mujer, o negro, o judío no es la cuestión, la cuestión es qué haces con tus desgracias, o cuando habla de ser mujer como “aquellas que hacen de la vida un rincón sensible, luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero”.
    (La semana pasada pensé que quizá me estoy pasando al escribir tanto aquí, no me sentí bien, la verdad, pararé un poco)
    Marisa

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