domingo, 21 de diciembre de 2014

Las razones de Ismene



Ismene rehúsa ayudar a Antígona en el prohibido entierro de su hermano Polinices. Ismene tiene sus razones que Antígona no quiere aceptar: hay que continuar viviendo. Es cierto que Creonte es un dictador y también que hay que enfrentarse a él, pero hay otras formas que el enfrentamiento directo que conducirá al sacrificio de la propia vida. Ismene opta por una de las dos alternativas del conocido ejemplo de Sartre: irse con la Resistencia o quedarse a cuidar a la madre. Si Antígona representa históricamente la figura comprometida, Ismene representa lo contrario, la figura de la falta de compromiso. ¿Cómo juzgar a Ismene? ¿Quiénes somos nosotros para juzgarla? ¿Es racional su actitud? Sófocles parece plantearnos estas preguntas que tienen difícil respuesta.

En la mayoría de nuestras acciones no nos planteamos problemas de racionalidad. No tiene mucho sentido hacerlo porque son acciones cotidianas que no presentan dificultades de deliberación. Los filósofos de la acción suelen elegir estas acciones poco conflictivas como ejemplos de acción humana racional. Por un lado le quitan fuerza dramática y emotividad y nos permiten un análisis más frío de los elementos de la agencia humana, pero también, por esta misma razón, el término "racional" pierde mucho de su capacidad iluminadora. Las acciones humanas adquieren sentido en el marco de planes más o menos largos, "planes de vida" podríamos llamarlos, que, a su vez, tienen sentido en el marco de "formas de vida", que, a su vez, se entienden en el marco de contextos históricos y culturales. Una acción, al final, nos remite a un entorno del que no deberíamos prescindir para entender sus razones. Los conflictos de racionalidad nos llevan generalmente a bifurcaciones en nuestra identidad personal o colectiva en el horizonte de situaciones que nos exceden.

En estos amplios escenarios, todo es nebuloso y las acciones no siempre se entienden claramente ni, mucho menos, se justifican racional, moral o políticamente. Por eso volvemos a Sófocles una y otra vez para encontrar iluminación en los rincones oscuros de la acción humana (mi compañera, Rocío Orsi, dedicó su tesis y su primer libro El saber del error. Pensamiento y tragedia en Sófocles a la teoría de la acción de este autor. Sirva esta entrada de lamento por su pérdida). Sófocles nos deja decidir a nosotros. Y no sabemos hacerlo. Por un lado, Ismene parece irse al lado de las mayorías silenciosas que con su silencio permiten la continuidad de las injusticias. Por otro lado, la Ismene de Sófocles no es cobarde pues cuando su hermana es condenada ella pide unirse a ella en el castigo, declarando así su apoyo a la conspiración contra Creonte y tiene sus razones para defender la necesidad de continuar en lo cotidiano. Prefiere la vida al sacrificio. Sófocles no nos da un contexto histórico (su público seguramente captaba bien cuál era la referencia oblicua de la obra, pero a nosotros nos queda oculto, tenemos que referir la obra a nuestros propios marcos de referencia).

Viene esta entrada a cuento de que siempre me he sentido perteneciente a una generación intelectual de ismenes. Estoy leyendo con tanta fruición como distancia El cura y los mandarines de Gregorio Morán, que cuenta la historia de la aristocracia intelectual que constituyó la cultura justificativa de la Transición española y es inevitable preguntarse por las propias responsabilidades en la justificación de un modelo social que actualmente vemos en una irremisible crisis. Una generación que realizó sus estudios universitarios en el tiempo histórico del final del franquismo y que se incorporó a la investigación y docencia universitarias en la Transición. Una parte de esta generación accedió al poder político, otra parte quedó en un camino oscuro de autodestrucción (fueron los tiempos de la droga, que dejó en la cuneta a muchos), otra tercera parte, mayoritaria, se dedicó (nos dedicamos) a la profesión y abandonó sus anteriores actividades de resistencia política organizada, en caso de que las hubieran tenido. A la sombra de los intelectuales de la Transición, se desenvolvió (nos desenvolvimos) una generación sin brillo histórico, en una existencia nada heroica, más o menos funcionarial, que dio origen a la actual universidad con sus luces y sombras.

La pregunta que ha reactivado el libro de Morán ha persistido desde aquellos años en los que uno decidió dedicarse a estudiar y dejar la protesta para ocasiones esporádicas o charlas de café. En cada decisión tienes que aceptar las responsabilidades que adquieres al tomarla. Eso es lo que hace racional las decisiones. Pero las otras alternativas siguen actuando como posibilidades perdidas que te perseguirán el resto de tus días. Las antígonas de mi generación han sido ya olvidadas. Perdidas en los márgenes, a veces objeto de irrisión, se sumieron en la oscuridad en un tiempo de fuertes luces que iluminaban otros senderos más acomodaticios.

Durante años tuvimos que oír muchas veces la pregunta "¿dónde están los intelectuales?", a la que contestábamos en la voz interna: "ya pasó el tiempo de los intelectuales y mandarines. Ahora hay que estudiar y dedicarse lo mejor que se pueda a las tareas por las que uno cobra su salario". No sé si nos convencía mucho la respuesta, como no sé si le convencía a Ismene su réplica a Antígona. ¿Convencen las razones cuando uno toma decisiones en marcos confusos y contradictorios? También en estos días, algunos mandarines y aristócratas intelectuales de la generación anterior han levantado su voz airada contra una universidad que califican de mediocre, de haber abandonado su función de élite cultural que ilumina la senda de la sociedad. Es otra de las interpelaciones con las que tenemos que cargar. También de difícil respuesta. Uno podría decir que la generación anterior deslumbraba sin alumbrar, y que era necesario un tiempo de trabajar más en las aulas y bibliotecas, Pero tampoco sé si convencen mucho las razones de esta respuesta.

Ya sé que no tiene mucha fuerza explicativa el concepto de "generación", que cada cual es cada quién y que hubo de todo, que no tiene sentido meter en el mismo saco comportamientos que en la realidad eran muy diferentes. Y sin embargo, algo hay de común en quienes toman sus decisiones y forman sus planes de vida en el mismo contexto histórico y cultural. Está llegando el tiempo en el que habremos de ser juzgados, en el que una nueva generación se preguntará por los resultados de aquellas decisiones. Una generación de ismenes a la que se preguntará por qué no fuisteis antígonas cuando veíais claramente lo que estaba ocurriendo. Y a lo que será difícil responder o quizá ser convincente en las respuestas,

1 comentario:

  1. Ismene intenta proteger a su hermana que se enfrenta al mismo sistema que su hermano y, entonces, puede correr la misma suerte que él. En la tragedia el argumento de la vida cotidiana no resulta creíble, igual que no lo es el de la cobardía, quizá sí el abandono por la desesperación o, todo lo contrario, el de la perseverante esperanza de un futuro distinto; en ambos casos, la razón del que sabe que el poder es un coloso sosteniéndose impunemente ante el silencio de los que intentan sobrevivir, pero, que sólo le permite acorazarse la voz de los que lo acompañan. Si fuera así, ella, en el oculto duelo, quiere mantener a Antígona viva, son dos caras de la misma moneda cayendo versátil en un mundo, cada vez desde más puntos de vista, arruinado.
    “/alúmbrame con tu vela/de barco velero/de lobo de mar/no de gran leviatán/ “
    Marisa

    ResponderEliminar