domingo, 20 de septiembre de 2015

Las fuerzas (de los) débiles






















Aunque no he acabado aún de leer completamente Fuerzas de flaqueza de Germán Cano, encuentro en su libro dos ideas luminosas que merecen ser trabajadas con cuidado. Son aportaciones a la teoría política que tienen un alcance mucho mayor que el de la particular coyuntura española y llegan como nuevas formas de pensar la acción política en el mundo globalizado en que vivimos.

La primera es también la primera del libro. Germán comienza recordando El ángel exterminador de Luis Buñuel, cuando, al final de la fiesta, los huéspedes se encuentran atrapados e incapaces de hallar una salida. Es una metáfora inquietante en la que deposita un diagnóstico certero sobre lo que ocurrió en España y en el mundo con los muchos movimientos indignados, que aquí tuvieron su expresión en el 15M. A lo largo de dos años, sistemáticamente, las plazas y calles se llenaron de multitudes que expresaban no solo su desesperación ante la podredumbre de un régimen político asentado sobre el trapicheo y la falta de transparencia, sobre la insolencia y la desigualdad, sino también los deseos de otra vida y otra sociedad. Fueron tiempos de lo que la filosofía política francesa, de resonancias heideggerianas llamaría "evento"o tiempos instituyentes. El caso es que la aparente fuerza que aparecía intermitentemente en las calles en las voces múltiples (en varios sentidos del adjetivo) de las multitudes, chocaba sistemáticamente contra un muro de impasibilidad (o contra muros policiales) que desvelaba los límites reales de la política de la manifestación. Al cabo de dos años, al final de la fiesta, se extendía el mismo sentimiento que los invitados de don Edmundo Nóbile en la película. Cada semana las mareas convocaban una nueva manifestación, que, también cada semana, perdía asistentes y fuerza en los gritos.

Recordaba, leyendo estas páginas, la historia del guardián en El proceso de Kafka, cuando alguien perece de agotamiento ante la puerta protegida por un guardia que impide la entrada. Al final de su vida, el personaje pregunta cómo tendría que haber hecho para entrar, a lo que el guardia le responde: "esta puerta te estaba destinada, sólo tenías que pedir la entrada".  Efectivamente, en las situaciones sin salida, cuando lo viejo muere y lo nuevo no acaba de nacer, basta a veces con dar un paso y pedir la entrada. Es un paso extraño, que es difícil identificar con los imaginarios instituyentes en los que a veces sueña la filosofía radical, una continuación de la política de la manifestación que acabaría en una toma de los palacios de invierno. A veces es simplemente agruparse y decir "vamos a cambiar". Situaciones así se dieron y se han dado múltiples veces en los tiempos más recientes, y los poderes dominantes reaccionan con tanto temor como ira. Implican puntos de inflexión en las grandes estrategias geopolíticas. Ocurrió en el sur de Europa y el fantasma de una posible infección movilizó las grandes fuerzas económicas que dejaron claro su carácter de fuerzas (fuertes) políticas. Había que cortar la infección de raíz a base de castigos ejemplares. Había ocurrido también, antes, en el sur del mundo, en latinoamérica, con mejor suerte a veces, pero también con una nueva estrategia aséptica mundial a la que se prestaron, como siempre, no solo las fuerzas más extremas sino las que mostraban una cara progresista. Felipe González, declarando en Chile que la dictadura de Pinochet hizo menos daño que el populismo venezolano, es un claro ejemplo de la nueva movilización. Los enormes esfuerzos desatados por lo que aparentemente eran pequeños movimientos, desde la escala global, las estrategias represivas, como castigar a un país entero por haber tenido la osadía de prestar oídos a quienes deseaban cambiar las cosas, las estrategias miméticas, como acomodar y enmascarar las viejas políticas rejuveneciendo las caras e imitando falsamente las nuevas gramáticas políticas, señalan claramente que la salida estaba ahí. Pero que no es fácil atravesar la puerta.

La segunda idea, para mí tan importante o más que la anterior, es el reconocimiento de la debilidad y de la fuerza de la debilidad. Recuerda Germán el dicho de Vázquez Montalbán que la lucha contra el franquismo no era una unión de fuerzas sino una unión de debilidades. Reconocer la debilidad es una de las más cosas más difíciles por parte de los sujetos. Los psicólogos y neurocientíficos hablan de un cierto dispositivo, que en inglés denominan "metacognition" que permite al sujeto diagnosticarse los problemas que está teniendo en su contacto con la realidad. En las degeneraciones graves del sistema nervioso (alzheimer, demencia senil, síndrome de korsakoff,...) es uno de los primeros dispositivos que falla y el paciente es incapaz de reconocer que algo anda mal en sus transacciones con lo real. Encuentra siempre estrategias de bypass, tranquilizadoras, recurre a trucos verbales para que el otro no repare, por ejemplo, en que ha perdido la memoria inmediata.

Pero reconocer la debilidad es, paradójicamente, uno de los recursos de mayor potencial político. Desvelar que muchas reacciones son solamente estrategias de autoengaño es poner en primer plano que lo que tienen los débiles no son más que fuerzas débiles y que tienen que hacer de la necesidad virtud. La sociología formal ha trabajado mucho sobre la idea de las fuerzas y lazos débiles, sobre cómo se generan masas críticas y cómo allí donde parece que solo hay impotencia de hecho se gesta una nueva forma de resistencia que no es visible en la superficie.

Vivo en un país de comentaristas, donde los periodistas de lo inmediato se han adueñado del poder cultural, como los nuevos intelectuales orgánicos, generando sistemáticos climas de histeria donde el diagnóstico del día, el comentario de la última encuesta, la difusión del rumor, la estrategia de la "intuición" que acompaña al momento, se convierten en nuevas pantallas que sustituyen a las viejas formas de ideología que desarrollaban los intelectuales que Gramsci estudiaba. Esta ceguera colectiva que produce el adormecer la capacidad crítica mediante dosis masivas de "información" es una de las estrategias más efectivas en la represión de los cambios. Ahora bien, si uno logra distanciarse unos pasos atrás de lo inmediato (y la gente metida en política o acodada en la barra en un bar tienen muchos problemas para conseguirlo), no es difícil ver los resultados y las ondas de largo alcance que producen las formaciones de nuevas redes de lazos débiles. He tenido el privilegio de asistir a dos o tres cambios históricos profundos en mi ya (demasiado) larga vida. En todos ellos el cambio fue negado, estigmatizado, ironizado. El primero, en el que nací a la conciencia política, se ha intentado calmar llamándolo "mayo del 68" y cosas así. Fue la gran transformación de la vida cotidiana, cuando lo personal se hizo político. El segundo, también estigmatizado de múltiples formas, fue la conciencia de la pluralidad del antagonismo, la emergencia de nuevos orgullos de género, etnia, cultura, orientaciones afectivas, modos de vivir en general. El tercero se está produciendo en los últimos años. No le pido a la vida más que un poco más de tiempo para contemplar y entender lo que está ocurriendo en el mundo, pero siento que una nueva esperanza discurre por debajo de tanto discurso de desencanto y cinismo. Tiene que ver con lo que Germán diagnostica y llama con maravillosa expresión "fuerzas de flaqueza"

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