domingo, 14 de febrero de 2016

Los conceptos perdidos




No podré asistir por mis múltiples clases de este cuatrimestre al seminario de filosofía y literatura que desde hace años llevamos un grupo de colegas de varias universidades. Había propuesto yo para la próxima sesión, dentro de unos días, leer Henry y Cato, de la filósofa y novelista irlandesa, profesora en Oxford, Iris Murdoch, así que me siento un poco como el Capitán Araña, que embarcó a los piratas y se quedó en tierra. De modo que, para compensar, escribo aquí unos rápidos apuntes sobre la novela de Iris Murdoch.

Murdoch pertenece, como filósofa, a una tradición en la que yo incluiría sin duda a Simone Weil, Albert Camus, Stanley Cavell y, tal vez, a Wittgenstein. Gente para quienes la filosofía es algo que interpela a sus vidas y escriben como respuesta a esa interpelación. El tema central de los escritos de Murdoch es la pérdida de los conceptos: vivimos en el lenguaje, lo usamos para representar nuestras vidas, e intentar parecernos a esos retratos que hemos hecho con palabras, Pero los conceptos, como los dioses, se han ido y han dejado sumidos a nuestros relatos, razones e imágenes en un vacío de autoengaños e incertidumbres. Como en los cuadros de Max Beckman (y la pintura de Beckman es un clave muy importante de la novela), las personas se han convertido en personajes-máscaras, casi guiñoles en manos de sus destinos absurdos.

Hay pocos autores que se muevan a la vez en la filosofía y en la literatura. Platón fue uno (y, de nuevo, Platón siempre está presente en la obra de Murdoch), Diderot, Rousseau, Unamuno, Camus, Murdoch, me vienen ahora a la cabeza. Por ello son inapreciables para pensar sobre las complicadas relaciones de la filosofía y la literatura. El caso de Murdoch es muy especial porque ella pensó mucho sobre estas relaciones y sobre cómo construían su propia obra. Ella niega una y otra vez que sus novelas ejemplifiquen ideas filosóficas o que sus personajes representen conceptos. Y tiene razón en parte: sus novelas ponen a jugar en la vida las ideas morales que ella elabora como filósofa: la atención, la persona, el bien. Y en los contextos particulares nos descubre a personajes descaminados, extraviados y desorientados para los que las palabras solamente son recursos inútiles, como las promesas que se hace a sí mismo el jugador dostoievskiano: "no volveré a jugar", sabiendo que esa frase no significa nada en su vida.

La novela, para Murdoch, no puede ser una novela de "tesis", por el contrario, nos sume en la perplejidad de las vidas complejas y nos deja en un pantano de ironías, sarcasmos e incapacidad de juzgar las vidas ajenas que estamos contemplando. Su biografía muestra esta misma complejidad que adscribe a sus personajes: seria y platónica como intelectual, su vida es apasionante como negación de lo que escribe: comunista militante durante muchos años, siempre dentro y fuera del catolicismo irlandés, promiscua sexualmente y siempre llena de ironía kierkegaardiana. Así sus personajes. Han perdido la fe y los conceptos, si es que podemos distinguir las dos cosas. Se han ido los dioses y con ellos los sentidos.

Su esritura es engañosamente realista al estilo dickensiano. Por el contrario, sus alambicadas tramas tienen mucho de oníricas. No se me ocurre mejor imagen para leer sus novelas que contemplar un cuadro de Max Beckmann. O quizá las comedias de Shakespeare. Hay mucho, mucho Shakespeare en Murdoch: sus tramas son teatrales. Como en Shakespeare, los objetos que aparecen están dotados de ciertas propiedades mágicas. Como el puñal en  Macbeth, en Henry y Cato aparecen objetos: un revólver, un cuchillo, un tapiz flamenco, ...., donde se depositan los puntos de inflexión de la peripecia. Como en Shakespeare, al final hay falsas reconciliaciones y arreglos artificiosos que pretenden tranquilizar al público pero claramente tienen el efecto de inquietarle más. También en Henry y Cato las cosas parecen volver a su cauce, cuando está claro que el cauce se ha desbordado y ya no es posible recoger las aguas de la desesperación.

Quizás a muchos lectores no les atraigan los relatos de pérdida de fe religiosa --Henry y Cato es uno de ellos-- pero sería superficial leer a Murdoch como una escritora existencialista preocupada por la fe. La comunista perpleja que hay en ella es mucho más poderosa y cuando habla de la fe está sin duda pensando en las muchas fes que han desaparecido en el desierto de lo real. La fe en la historia, por citar una. Central en el argumento de Henry y Cato. Es muy curioso, en este sentido, como maneja Murdoch las claves de la ironía. A pesar de que el relato discurre a través de argumentos teológicos y morales, el marco es decididamente la lucha de clases. Sus personajes principales Henry Marshalson y Cato Forbes pertenecen a la clase dominante: uno a la aristocracia terrateniente y otro a la intelectual. Ambos tienen un buen concepto de sí mismos e intentan ser buenos. Pero se embarcan en imposibles aventuras sexuales con personas del proletariado a las que no entienden ni quieren entender: Stephanie Whitehouse, mujer de la limpieza  que fingió ser la mantenida del hermano de Henry, y Joe el Guapo, un pequeño delincuente que desmonta los discursos morales del Cato el cura enamorado de él. Este conflicto es el que desvela los autoengaños de ambos personajes. Especulares, especularmente fracasados.

La magnífica entrada de Wikipedia para Henry y Cato en inglés tiene un largo spoiler que informará al lector interesado de la trama. Hay muchas formas de leer esta novela. A mí me ha recordado siempre el relato El Sur de Manolo Vázquez Montalbán: un experimento moral sobre burgueses que se asoman a la suciedad del proletariado y descubren las frágiles mimbres con las que han construido sus yoes. No hay moral ni moralina en la historia. No hay tesis filosófica a menos que mostrar el conflicto y la tragedia lo consideremos una forma de exploración filosófica. Hya una obvia metáfora detrás de la novela: la caverna platónica. Los dos personajes quieren salir de la caverna, pero el sol daña sus ojos. la realidad les vuelve ciegos. La platónica Murdoch se ríe aquí de sí misma con sarcasmo.

Me interesa mucho de la novela un personaje secundario, un viejo cura escéptico Brendan Craddock, amigo y consejero de Cato. Es, de todos los personajes, el más descreído y el que deja claras las cosas a los demás. Dejo aquí una de sus intervenciones, la que, me parece, da la clave de esta imprescindible novela para quienes les interese la relación entre filosofía y literatura:

"Vives en un estado ilusorio. La conciencia humana común es un velo ilusorio. Nuestra ilusión principal reside en el concepto que tenemos de nosotros mismos, de nuestra importancia, que no ha de ser violada. De nuestra dignidad, que no debe ser escarnecida. De esta ilusión mana todo nuestro resentimiento, todo nuestro deseo de violencia. Nuestro deseo de vengar las ofensas, de afirmarnos a nosotros mismos. Todos hemos sido escarnecidos. Cristo fue escarnecido. Nada puede haber más importante que eso. Somo un absurdo, caracteres cómicos en una vida de sueño. Y esto es la verdad, aunque nos toque morir en un campo de conceptración, aunque nos toque morir en la criz. En realidad, no hay ofensas proque no hay nadie a quien ofender. Y cuando dices "ahí no hay nadie" tal vez te encuentres al borde de una verdad importante (...) Dices que no hay nadie ahí, pero la clave que ha de captarse es que no hay nadie aquí. Dices que la persona ha desaparecido, pero ¿es que la eliminación de la persona no ha sido siempre una meta de tu propia disciplina?" 

Tendría que haber dicho más cosas, que, por ejemplo, los conceptos, piensa Murdoch, no pueden rescatarse mediante más palabras, que, por lo mismo, la filosofía "analítica" es impotente en sus utópicos análisis de las condiciones necesarias e insuficientes, que lo que hay que lograr es rescatar la vida para que las palabras vuelvan a ser portadoras de sentido. Pero lo dejaremos para otra vez.

2 comentarios:

  1. La vida parece un concepto más... Quizás recuperar modos de vivir, en los gestos "vivos" alejçandose de las palabras que buscan qué sujeción. No sería silencio, quizá disonancia, balbuceo del lenguaje en los filos sin parapeto. No parece imposibilidad, desesperación, ni vacío, ningún hacia nada, parece dejar ir, caerse finalmente en la pérdida y entremezclarse. Ningún significado que sujete, podría ser ritmo, relación como sentido. No habría nadie, estar algo borrándose en el gesto de estar cada vez. Gracias

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  2. Me quedé invitada a leer a esta filósofa... Gracias!

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