domingo, 8 de mayo de 2016

El extraño caso del Homo naledi





La otra ciencia que comparte con la física teórica el interés popular es la paleoantropología, es decir, la rama de la paleontología que se ordena a la evolución de la especie humana. Son ciencias que se orientan a la comprensión de los orígenes (del universo, de los humanos) y que no tienen utilidad directa por sí mismas sino, en todo caso, por los beneficios colaterales que pudiesen generar. Estos meses, los paleoantropólogos están revueltos por el descubrimiento de una aparente nueva especie del género Homo (que agrupa a las especies que incluye la especie humana y a otras como Homo ergaster, Homo antecessor,  Homo habilis,  Homo neanderthatlensis). En septiembre de 2015, un equipo de espeleólogas organizado por el antropólogo Lee Berger, entró en la cueva Rising Star cerca de Johanesburgo y extrajo en unos días más de mil quinientos huesos que a lo largo de dos años fueron clasificados como pertenecientes a una presunta nueva especie Homo naledi.

Todo lo que ha rodeado este caso ha sido relatado magistralmente por Kate Wong y se puede leer en el último número de Investigación y Ciencia. Para comenzar, la forma en la que se produjo el conocimiento. Que fueran espeleólogas no se debe a las convicciones feministas de Berger sino a la forma de la cueva. Para llegar a la cámara de los fósiles hay que atravesar dos pasadizos de menos de veinte centímetros de altura, uno de ellos en descenso de cerca de veinte metros. Siento escalofríos al pensar en las condiciones en las que se desenvolvió la exploración. El caso es que en dos expediciones de unas pocas semanas las investigadoras pudieron extraer numerosos fósiles de varios individuos, adultos e infantiles, pero no datar la edad del yacimiento, lo que habría exigido mucho tiempo y medios técnicos apropiados.




En segundo lugar, la clasificación de los huesos permitió reconstruir un espécimen que tendría que ser clasificado casi como un "monstruo" biológico, es decir, como un ser que muestra rasgos de difícil explicación evolutiva. Así, la nueva especie combina rasgos de los australopitecinos (que agrupa a las especies de homininos que precedieron al género Homo) y de homínidos (homininos) más avanzados que estarían ya próximos a la especie humana: mientras su muñeca y palma son muy moderna, los dedos tienen una curvatura que sugiere que trepaba a los árboles (conclusión que también apoya la forma del hombro); mientras su pie es muy moderno también, su fémur le aproxima a los australopitecos; sus dientes son pequeños y se parecen a los de especies muy posteriores. Lo que es más misterioso es que, mientras que el tamaño de su cráneo permitía alojar un cerebro muy pequeño, de unos 450 centímetros cúbicos, la acumulación de los huesos sugiere, al igual que en la Sima de los Huesos de Atapuerca, una suerte de enterramiento ritual, algo que parecería indicar ya un pensamiento casi simbólico que probablemente tuvieron especies muy modernas.

El debate ha sido tan acalorado como el que ocurrió cuando el grupo de Atapuerca anunció el descubrimiento de una nueva especie, el Homo antecessor (todavía no admitida universalmente). En este caso, se plantean muchas dificultades para entenderlo: no sabemos aún la edad de datación y es muy arduo admitir esta mezcla de rasgos biológicos y conductuales. La evolución, en la teoría admitida, trabaja parsimoniosamente, acumulando pequeñas variaciones pero no dando saltos que hagan aparecer características de etapas muy distintas. Son muchísimas las preguntas que suscitan estos huesos. Si se prueba definitivamente que es una especie de los humanos habrá que modificar mucho el relato de nuestros orígenes (primero el abandono de los árboles, segundo la posición erecta, tercero las herramientas, cuarto, el pensamiento simbólico en un cerebro grande y consumidor de mucha energía). Pero, lo que es más serio, habrá que plantear preguntas nuevas sobre la evolución, pues sería un caso al que no aplicaríamos el cambio parsimonioso. Algo así como los monstruos prometedores de los que hablaba el disidente S. Jay Gould.

La Teoría de la Evolución ha dividido a la humanidad entre creacionistas y evolucionistas (la Iglesia Católica, por ejemplo, se declaró compatibilista y luego abandonó de nuevo la armonía entre fe y evolución), pero, dentro de los evolucionistas, desde los años ochenta del siglo pasado se ha desarrollado una intensísima controversia entre los darwinianos puros y quienes sostenían una teoría de mecanismos evolutivos más "dialéctica" donde se podrían producir cambios en el proceso de ontogénesis de los individuos. Se alinearon así muchos científicos y aficionados entre una supuesta derecha "neoliberal" y una izquierda dialéctica. Pues es cierto que mucha ideología neoliberal se sostiene sobre un uso extendido e irrestricto del pensamiento darwiniano aplicado a esa nueva entidad evolutiva que llaman el "mercado".  En el otro lado, estarían quienes se oponen a "naturalizar" rasgos y diferencias humanas que serían debidas a la influencia social y no a rasgos biológicamente heredados. El feminismo, por ejemplo, ha disputado mucho sobre las supuestas diferencias que dividirían los géneros.

Si es cierta la historia de Homo nadeli muchos de estos debates tomarán nuevos rumbos y se abrirán nuevas ramas en la controversia. Lo que me lleva de nuevo a algo que me preocupaba en la anterior entrada y me sigue preocupando: la necesidad de las ciencias inútiles orientadas únicamente a la comprensión de la estructura y orígenes del universo o de lo humano. Las derivas que siga la controversia de la Teoría de la Evolución afectan a todas las ciencias biológicas, pero mucho más a las ciencias que se ocupan de los humanos y a las humanidades. De nuevo, cuando parece que todo el pescado está vendido y que ya no hay ningún misterio por desvelar, y que por ello el mercado puede pasar a la etapa del "fin de la ciencia" y al ascenso de las ingenierías de lo útil, volvemos a comprobar que el conocimiento inútil disputa de nuevo el territorio de las políticas de investigación. La lucha contra la estupidez humana es y será interminable.

2 comentarios:

  1. Casi podría decirse que sólo la ciencia "inútil"es la única ciencia real. Los ejemplos citados son ilustrativos: cosmología, antropología, evolución... ¿Hay algo más aparentemente "inútil" que partirse los sesos, como hizo A.Wiles, con el teorema de Fermat?
    El problema lo tenemos en que las políticas e investigación son corto-placistas y utilitarias y no hacen caso al viejo consejo de Kornberg (premio Nobel y padre de otro Nobel): el mejor proyecto es no tenerlo. Así nos va.
    La carga burocrática que tienen que soportar los jóvenes investigadores es abrumadora y alienante: sólo es factible para ellos iniciarse en líneas "productivas" y mantenerse en ellas. Los mejores años de creatividad son quemados.
    Y, por si fuera poco, tenemos toda la parafernalia de un periodismo científico, cuando no puro márketing, que ve en la ciencia en el "mejor" de los casos un espectáculo, como ocurrió con las ondas gravitacionales, y en el peor la reiterada insistencia en la promesa salvífica: el gen cuyo descubrimiento permitiría (siempre en condicional, no vaya a ser) la cura de un cáncer o una terapia personalizada y demás exageraciones simplistas.
    Estamos muy, muy lejos, del fin de la ciencia... si lo hay, pues es muy discutible esa completitud en ninguno de sus campos. No la hay en Matemáticas... ¿vamos a pensar que se dé en Biología cuando la única vida que conocemos además es local, planetaria?
    Como bien dices, "la lucha contra la estupidez humana es y será interminable". El problema es que el contexto es uniforme y asfixiante.

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  2. La ciencia responde a paradigmas (Kuhn), pero igual los rompe, siempre existirán quienes ven de otro modo la realidad y luchan por objetivar sus mirada... El ser humano ha dejado sus huellas, aquí algunas.

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