domingo, 6 de agosto de 2017

Teoría de la piel




Leo poesía con asiduidad para no olvidar las verdades profundas de la porosidad de la piel. En el poema se negocia lo interior y exterior al modo de un caleidoscopio. El sentido nace de la yuxtaposición de fragmentos de realidad que no distinguen lo objetivo de lo subjetivo, que no distinguen el cuerpo del paisaje ni la enfermedad de la historia. Francis Bacon estaba obsesionado también por esta idea de la delicuescencia de la piel, de su capacidad para atraer la humedad del aire y liquidarse lentamente. Thomas Mann en La montaña mágica o en La muerte en Venecia, de la misma manera, emborrona las fronteras entre un cuerpo y una sociedad enferma. En el arte, uno aprende que la piel no separa sino que establece convenciones entre dos afueras.

Escucho distraído continuas conversaciones sobre enfermedades, dolores, alergias, peligros supuestos de alimentos, estrategias para no engordar, quejas de la seguridad social, sé que están hablando de la historia, de cómo dar sentido a lo que no se acaba de entender, que el cuerpo es un signo de lo que nos pasa. Leo textos de jóvenes discutiendo sobre geopolítica, sospecho que hablan de sus miedos y del frío del amanecer. Escucho las quejas de los lacanianos sobre el sujeto de la historia, sus imaginarios, objetos, realidades, presumo que tras sus palabras difíciles de entender está su experiencia del sinsentido de las cosas, su desesperado afán de ordenar el caleidoscopio.

En muchas ocasiones, los textos de filosofía se me hacen extraños. Hace tiempo que la filosofía olvidó que también los conceptos no son sino frágiles acuerdos para que la experiencia sea expresable. Exploramos palabras cuando las palabras ya han sido heridas por la historia. Exploramos la historia, las grandes escenografías donde se confrontan las fuerzas suprahumanas y olvidamos la fragilidad de las palabras y el cómo cada término elegido deja transparentar sin que lo sepamos nuestras incertidumbres y la vulnerabilidad de nuestra existencia. A veces trato de leer la filosofía entre líneas, asomándome al muro de palabras que se ha levantado para dejar fuera la experiencia. Infinito desamparo que, como el sudor de la piel, se destila por las fronteras de las frases. Leer la Crítica de la razón pura como un grito de angustia, a Quine como el llanto del nativo que no quiere ser entendido por el antropólogo colonizador.

Teoría de la piel como lugar osmótico que transmuta los sentidos: hace de la opresión enfermedad o depresión; de los disturbios emocionales augurios de la historia,  de los conceptos metáforas y de las palabras quejidos. En ese territorio incierto, los mapas confunden sus significados y simbolizan lo contrario. Allí un eccema es un signo político y una reacción alérgica una forma en que la historia manifiesta su sentido.

Enseñar a leer la historia y la sociedad en la cartografía de la piel, a entender el lenguaje del cuerpo para no confundir las cosas. Cuenta la psiquiatra Françoise Sironi, especialista en psicopatología de los traumas producidos por la violencia, que una forma habitual de tortura es colgar a la víctima por los pies. Al cabo de un tiempo la víctima experimenta a su cuerpo como el enemigo: su estómago, su hígado, le impiden respirar. Su interior le traiciona y termina odiando su propio cuerpo. Es lo que pretende el verdugo. Es lo que hace también la historia con nuestro cuerpo: nos cuelga de pies para que confundamos los sentidos. Recordar de nuevo la verdad olvidada del abrazo y la caricia: que compartir la piel es construir una frontera contra el miedo, un muro de cuerpos contra la opresión.



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