domingo, 8 de julio de 2018

¡No es la economía, es el conocimiento, estúpido!



La gran revolución metafísico-científica de las últimas décadas ha sido el descubrimiento de la complejidad como trama básica de lo real. Por vez primera en la historia de la humanidad y de su conocimiento del mundo, sabemos que el mundo en el que vivimos está organizado como un ecosistema en el que los procesos físicos, biológicos, humanos, económicos y sociales son interdependientes y el funcionamiento de unas partes depende del funcionamiento y las consecuencias de lo que ocurre en otras partes. Como ha ocurrido tantas veces en la historia, el descubrimiento no se produce un día en la mente de una persona, sino que resulta de la convergencia de múltiples procesos teóricos y prácticos. Podríamos referirnos a textos proféticos, como La primavera silenciosa de Rachel Carson, escrito en 1962, cuando el mundo se vanagloriaba de la revolución verde y ella se atrevió a decir que los pesticidas estaban dañando el medio ambiente de formas irreversibles, o al científico mexicano Mario J. Molina, que comenzó a avisar sobre el daño que los compuestos de clorofluorocarbonos y otros componentes estaban dañando la capa de ozono que permite la existencia de la fotosíntesis y de la vida tal como la conocemos sobre la Tierra. Pero han sido millones de pequeñas aportaciones en todas las ciencias y, sobre todo, una conciencia generalizada, fruto del activismo de tantas multitudes, lo que nos ha hecho conscientes de la interdependencia. Desde la escala planetaria a la corporal, desde la biología a la economía, hoy somos conscientes del difícil equilibrio de los sistemas, de su fragilidad y de las irreversibilidades que inducen las consecuencias no queridas de algunos procesos y acciones.

La gran revolución socio-económica de las últimas décadas ha sido la transformación del modo de producción industrial en un nuevo modo de producción que ha sido denominado capitalismo cognitivo. Aunque ha sido descrito de múltiples formas, sin duda ha sido el economista francés Moulier Boutang quien ha elaborado una descripción más completa. Se ha pensado nuestra sociedad de múltiples formas. Por ejemplo, como sociedad de la información, tal como lo ha teorizado Manuel Castells en su gran obra homónima (La sociedad de la información 3 vols). También se ha pensado como globalización y, desde una perspectiva más económica, como globalización financiera o financiarización. Todas estas descripciones son correctas y definen aspectos indudablemente centrales de nuestro mundo pero, sostiene Moulier Boutang, algunos como la globalización ya se han dado otras veces a lo largo de la historia, también la financiarización, que  otrora se produjo como reacción capitalista a las transformaciones industriales de comienzos del siglo pasado, y que condujo a la conocida crisis del 29. La financiarización actual, que une la globalización con las tecnologías informáticas, y que produce enormes capitales que se mueven por el mundo como bandas de estorninos en busca de nichos de beneficios, es, sostiene también Boutang, un resultado o producto de la transformación del modo de producción, pero no su componente principal. La sociedad de la información, del mismo modo, sería un componente básico del capitalismo cognitivo, el situar los flujos de información en un lugar central, como lo fue la energía en el capitalismo industrial, pero no es tampoco la característica fundamental del nuevo modo de producción.

La transformación ha sido la modificación de la forma del trabajo productivo y la centralidad del conocimiento en la nueva forma de trabajo. Si comparamos el cambio con el estadio industrial del capitalismo podremos entender mejor la naturaleza de la metamorfosis. La estructura básica del capitalismo industrial era el trabajo organizado alrededor de la predominancia de la máquina. Había una clara división del trabajo entre técnicos y gerentes y trabajadores manuales, cuyo conocimiento era el mínimo necesario para servir como apéndice de un sistema de máquinas acopladas. El trabajo se organizaba científicamente como una maquinización del cuerpo, de sus tiempos y movimientos. Era la forma de trabajo que llamamos "fordismo", cuyo espacio paradigmático era la fábrica organizada sobre cadenas de montaje. En la sociedad del conocimiento esta forma de trabajo sigue existiendo, por supuesto, pero ha comenzado a ser marginal en la dinámica de los procesos económicos.

Sostiene Moulier Boutang que la situación es análoga a la que ocurrió a mitad del siglo XIX cuando el capitalismo mercantil se estaba convirtiendo en capitalismo industrial. Marx y Engels se dieron cuenta de este cambio y, en vez de estudiar a los millones de sirvientes, campesinos o marineros que componían las clases trabajadoras Inglaterra, se pusieron a observar a los 250000 obreros de Manchester y otras ciudades industriales. Se dieron cuenta de que era una nueva forma de economía que, a pesar de convivir con otros modos de producción, estaba transformando el mundo. En el caso actual la transformación del trabajo ha sido la aparición de una nueva forma de trabajo, entendido como transformación productiva y reproductiva de la sociedad, que se manifiesta en multitudes interconectadas entre sí y, a su vez, interconectadas con múltiples dispositivos de función cognitiva: ordenadores, por supuesto, pero también una inmensa variedad de dispositivos procesadores de información. Esta noosfera se ha convertido en el componente central que ha movilizado todos los cambios y adaptaciones de la economía.

La burguesía, afirmaban Marx y Engels en El manifiesto comunista, está condenada a revolucionar continuamente el mundo. Nada es sagrado, todo lo sólido se desvanece en su potencia transformadora. Así, en los años 70 del siglo pasado, se transformaron los sistemas educativos y una parte sustancial de la población, por necesidades económicas y por impulso de movilidad social, accedió a la educación superior. En los años 90 se extendió la interconectividad digital y la popularización de los dispositivos informáticos. La mezcla originó la gran transformación. El conocimiento como fuerza productiva es ahora producido colectivamente, en la forma de redes heterogéneas que no son ya espejo de las articulaciones disciplinares de la sociedad industrial. Se disuelven fronteras entre lo ingenieril, lo científico y lo humanístico, entre lo lúdico y lo productivo, entre la institución formal y la red informal, entre el trabajo productivo y el creativo, entre el trabajo manual y el intelectual.

Las nuevas formas de trabajo se hacen a menudo invisibles. ¿Qué diferencia existe entre unas zapatillas de paseo compradas en una gran superficie, de marca blanca y unas Nike-Air de último modelo? Pues no demasiado. Ambas han sido fabricadas con trabajo semiesclavo en un modo industrial, pero la diferencia de precio esconde toda una cadena invisible de trabajo de nuevo formato que se expresa en el modo que llamamos "branding", que tiene que ver con una mezcla de arte de diseño y de seducción publicitaria. Esa pequeña diferencia es la que se aprovecha para la nueva forma de acumulación.

Pero la sociedad del conocimiento no es un paraíso maravilloso de creatividad y liberación del esfuerzo y el sudor. Al contrario, la transformación en el trabajo productivo y reproductivo ha sido real, pero también lo ha sido la apropiación capitalista de este trabajo de la humanidad, de sus redes y de sus conexiones. A la apropiación de la fuerza que se producía en el capitalismo industrial le corresponde la apropiación de la atención, de los afectos y vínculos emocionales, del entusiasmo y de la fuerza creativa que forma el núcleo esencial de la naturaleza humana. La apropiación o expropiación se produce de múltiples maneras, pero la más efectiva ha sido mediante la externalización de la mano de obra, mediante la creación de nuevas redes que se apropian de las redes creativas en la forma de subcontratas, trabajo en precario, subordinación darwiniana en una carrera competitiva por la supervivencia, esta vez real; expropiando la esperanza de futuro y centrando la vida en la leve esperanza de que algún día las cosas mejorarán; en la creación de la metáfora de la crisis para ocultar un nuevo cambio en el modo de producción.

Ahora podemos conectar las dos revoluciones, la metafísica y la económica: la interdependencia entre la biosfera y la noosfera hace de la Tierra un sistema interconectado, pero también frágil y expuesto a las irreversibilidades. La forma neoliberal del capitalismo ha sido el modo de reacción a la transformación en la forma del trabajo humano productivo y reproductivo. Ha generado un nuevo modo de producción y de acumulación, pero también, por su propia naturaleza, pone en peligro la base sobre la que se sostiene. A medida que explota las nuevas formas de creación en red, multitudinarias e híbridas entre mentes e inteligencias artificiales, también pone en peligro los lazos débiles sobre las que se asientan y, a su vez, el sistema entero, pone en peligro el macrosistema que forman la biosfera y la noosfera.

De nuevo, con perspicacia, Boutang propone una metáfora para dar cuenta de la nueva forma de trabajo social cognitivo: la polinización. No es una metáfora ingenua puesto que ya Marx había usado la metáfora del panal para distinguir el trabajo animal y humano. Los dos fabrican estructuras, pero el humano lo hace intencionalmente. En el caso de la sociedad del conocimiento, la polinización cognitiva es una inmensa red de interacciones: educativas, sugestivas, de imitación, de colaboración, de flujo de conocimientos, de aportaciones y pequeños descubrimientos que van generando el cúmulo de conocimientos por los que nuestra sociedad se reproduce. El pensamiento neoliberal es el pesticida de la sociedad del conocimiento. Su modelo darwiniano, individualista y competitivo, ciega y daña irreversiblemente el trabajo cooperativo, la nueva articulación de lo manual y lo intelectual, de lo natural y artificial, de lo emocional y lo cognitivo. Y daña al macrosistema en una loca carrera por la producción de mercancías que no se orientan a la reproducción del sistema sino a la producción de beneficios.

Nunca, desde el Neolítico, las posibilidades de la humanidad como forma intencional de la vida fueron tan grandes pero también nunca, desde el cuello de botella que produjo la revolución del Neolítico, las amenazas a la misma existencia de la humanidad han sido tan grandes. Es el tiempo que nos toca vivir. ¡No es la economía, es el conocimiento, estúpido!
















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