domingo, 11 de noviembre de 2018

La fuerza de los lazos débiles: el resentimiento







Esta entrada complementa la de la anterior semana sobre la confianza y es mi comentario al reciente libro de mis compañeros Carlos Thiebaut y Antonio Gómez Ramos: Las razones de la amargura, un profundo ensayo sobre el resentimiento al que no harán justicia estas breves líneas,.

A diferencia de la confianza, cuyo nombre como emoción, sentimiento o largo afecto se remonta a la literatura más antigua, al resentimiento se le da nombre muy tardíamente y se teoriza sobre él aún mucho más tarde. En la introducción al libro que tengo como referencia se explica la contemporaneidad del término, básicamente en la obra de Nietzsche, quien lo usa como explicación de la subversión de los valores nobles a favor de la vida. Cuando el resentimiento se hace creativo, sostiene Nietzsche, nace la moral. La moral, nos cuenta en su genealogía, se origina en el sacerdote que lleva las cuentas de las deudas y humillaciones y promete un castigo eterno. Desde Nietzsche, que se consideraba a sí mismo psicólogo social antes que cualquier otra calificación, es corriente tomar el resentimiento como un afecto negativo, del que habría que salir o quizás curarse.

En estas breves líneas querría mostrar otra mirada. El resentimiento es, desde mi punto de vista, una forma de vínculo social tan complejo y poderoso como la confianza. Es, como aquélla, uno de los cementos básicos de la sociedad, entendida ahora como sociedad en permanente antagonismo y en un devenir histórico de daños, traiciones y opresión. Es el bajo continuo en la polifonía del poder.

Hay una incuestionable paradoja en la teoría de Nietzsche. Él, que aparentemente denuesta el resentimiento, lo ejercita con todos sus matices en sus aforismos, apotegmas y consideraciones intempestivas. Su escritura es una escritura resentida. Como lo es la de las grandes columnas sobre las que se alza la literatura contemporánea: Melville, Dostoievski, Kafka, Proust, Virginia Woolf, Samuel Beckett. El  modernismo es la reacción resentida contra la cultura burguesa decadente. Es la venganza literaria contra una sociedad que no se puede cambiar de otro modo que doblando su lenguaje.

Si la confianza es un lazo que nos une al futuro, se dice del resentimiento que nos ata al pasado. De ahí su simetría. La confianza nace en las expectativas y la imaginación, el resentimiento en la memoria. Es sorprendente que Kant, quien levanta la fábrica del pensamiento contemporáneo, por acción o reacción, diese tanta importancia a la imaginación y olvidase el lugar de la memoria. Como sabemos, la imaginación es, para Kant, un componente nuclear de la espontaneidad, que es lo que distingue la mente humana de una mente puramente reactiva y pasiva. Habla de ella en dos momentos centrales de su sistema: en la Crítica de la razón pura, afirma que la imaginación es lo que nos permite aplicar los conceptos al material de la sensibilidad. Sin ella, pues, no entenderíamos el mundo. En la Crítica de la razón práctica, la imaginación opera como la condición de posibilidad del pensamiento moral. Sin ella no podríamos ponernos en el lugar del otro y por tanto formular los imperativos morales. Sin embargo olvida la memoria, como si no fuese también un componente central de la espontaneidad junto a la imaginación. A diferencia de la Ilustración kantiana, y tal vez de la Ilustración en general, el Barroco fue, sin embargo, una era de pensamiento sobre la memoria. Nacida de fuentes agustinianas, la meditación sobre la memoria recorre la literatura y la filosofía barrocas. Por recordar solo una famosa cita cervantina a la que Borges le dedicó su ensayo más influyente (El Quijote de Pierre Menard): "la verdad, cuya madre es la historia..."

El resentimiento nace en la memoria y es por ello un modo cognitivo-afectivo de la espontaneidad, es decir, de nuestra capacidad de reacción participativa al mundo basada en la subjetividad y la identidad moral. El resentimiento construye sobre la memoria la experiencia del sufrimiento, el daño y la opresión. No se trata, como suele afirmarse, de un seguir atado al pasado. Por el contrario es una elaboración continua del presente que se origina en la experiencia y el saber de la parte débil en la relación humana de poder. Es, pues, una forma de experiencia humana que media y tranforma la memoria haciendo que preserve un juicio negativo sobre el mundo y la sociedad que han olvidado culpablemente el daño que hicieron o que siguen haciendo.

Suelen ponerse los escritos del austriaco Jean Améry como ejemplo de resentimiento (Más allá de la culpa y la expiación, Levantar la mano contra uno mismo). El propio nombre de Améry ya es un ejercicio de resentimiento: Hans Mayer, de padre judío y madre católica, resistente y torturado por las SS, deportado a Auschwitz, Buchenwald y liberado en Bergen-Belsen cambia su nombre con la intención de borrar su origen germánico. Pero tarda en escribir resentidamente. Sólo cuando observa que Europa está olvidando y que los viejos victimarios vuelven al poder en los años sesenta eleva su lamento y su reivindicación del resentimiento. Pues el resentimiento es el remedio contra la enfermedad del olvido. En las conocidas Tesis de filosofía de la historia Walter Benjamin advierte que si el fascismo triunfase serían los propios muertos los que estarían en peligro. Su visión de la historia como cadena de derrotas es sin duda la mejor definición del resentimiento como vínculo.

El resentimiento es el vínculo de los débiles. Raramente se expresa directamente. Siempre lo hace oblicuamente: mediante el artilugio de la escritura o mediante lo que Michel de Certeau llamaba las "tácticas" de los oprimidos: el comentario en voz baja, el pequeño hurto al amo. Ahora no recuerdo la autora del testimonio del trabajo que recordaba a una rebelde cuya forma de expresión era ampliar un minuto el tiempo que le daban para ir al baño o fumar un cigarrillo, y que a la vuelta era premiado con sonrisas cabizbajas por sus compañeras.

No es extraño que el resentimiento de los débiles sea la causa productiva de la imaginación torcida de los poderosos. Se ha estudiado cómo las imaginaciones pervertidas de los esclavistas blancos en el Sur estadounidense, su obsesivo miedo y terror a que sus esposas tuviesen alguna relación con un negro, tiene mucho que ver con el miedo al resentimiento del esclavo. la amplia literatura denigratoria de la Revolución Francesa, y de tantas otras revoluciones, que termina conformando todo un género expresa el profundo terror a la ira de las masas. Schiller, en sus influyentes Cartas sobre la educación estética de la humanidad califica de bárbaro el "sensorialismo" desatado del resentimiento que se ha expresado en la Revolución, incapaz de ser controlado por la razón. Su juicio se repite desde entonces tras cada revolución derrotada. Hanna Arendt continua la tradición al comparar positivamente la revolución americana con la francesa, olvidando quizás que la revolución americana instaura el derecho a la violencia individual como un punto de la Constitución. No es improbable  tampoco que en el imaginario patriarcal operen como fuerzas poderosas los miedos ancestrales al resentimiento femenino. En los chistes machistas eflorecen estas ansiedades. También en los sutiles, oblicuos y persistentes ataques al feminismo que colorean tantos discursos en la prensa contemporánea disfrazados de reflexiones maduras sobre la política. También en el nuevo doctrinario contra la emigración que conforma el fascismo contemporáneo. No es la emigración sino el miedo al resentimiento del débil lo que opera como el principal motor de la imaginación política contemporánea.

Si la confianza nos ata, también lo hace el resentimiento. La confianza reproduce los vínculos sociales. El resentimiento la memoria de los damnificados, la esperanza de futuro y la solidaridad de los de abajo.


La ilustración es de Odilón Redon: "La araña que llora"

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