domingo, 25 de noviembre de 2018

La trampa de la polarización



La polarización de actitudes es un rasgo muy humano de las controversias acerca de los más variados asuntos. Es un fenómeno que ha observado y estudiado la psicología social desde hace décadas: cuando en un grupo se dividen las opiniones respecto a un cierto asunto, el hecho de que cualquiera de las personas implicadas observe la existencia de dos opiniones hace que se refuerce la propia mucho más, sin que haya más razones o evidencias para ello que el observar la división. El resultado es que el grupo se polariza en dos bandos, aún cuando inicialmente las posiciones estuviesen relativamente cerca e incluso intersectasen o tuviesen un alto grado de acuerdo inicial.

No está muy claro por qué nos polarizamos tan rápidamente, aunque la hipótesis más plausible es que el fenómeno tiene que ver con nuestro cerebro social. Tenemos un sesgo cognitivo y emocional muy activo hacia acogernos a un grupo que incluye un cierto horror vacui, un rechazo visceral a sentirnos en tierra de nadie, desprotegidos de la compañía de los otros. De ahí que, al sentir que hay un grupo que piensa más o menos como nosotros, el cerebro hiperactúe para aumentar las probabilidades de ser acogido y reconocido. Más o menos ésta es la explicación del mecanismo subyacente a la polarización.

La polarización ha sido una constante y una fuerza motora de la cultura. La historia del pensamiento y de la ciencia nos muestra la persistencia de controversias que polarizan a científicos, pensadores o artistas alrededor de ideas o programas en polémicas que en ocasiones se alargan por siglos. La polarización es, además, un mecanismo cultural muy productivo para producir atención. Pocos campos culturales se libran de la adicción a su uso. En la filosofía analítica, por ejemplo, (que es la que me resulta más cercana) la presión por el "publish or die" que afecta a la academia mundial genera una inercia hacia la polarización como estrategia para conseguir la publicación de papers. Así, los jóvenes investigadores aprenden muy pronto que la forma más rápida de que el editor admita su artículo es que éste comience por una distinción real o ficticia de posiciones que luego son discutidas con premiosidad en el texto. Uno, que está habituado a leerse cantidades ingentes de papers a lo largo del año, observa que la mayoría de las veces esas distinciones no obedecen a posiciones reales y muchas más veces ni siquiera a desarrollos sustanciales de un concepto, sino que son meros artilugios para que el editor elija el artículo porque aumentará la polémica en la comunidad académica.

Estas querellas son la ley de la historia de la cultura. La filosofía observó pronto su existencia y a veces desarrolló buenos métodos para controlar la expansión de la polarización y si fuera posible resolverla. La dialéctica aristotélica (no la platónica) comienza siempre por un análisis histórico en el que se establecen los polos de una discusión y en el desarrollo del discurso se expone una nueva posición que supera la división mediante una propuesta conceptual más compleja. La filosofía escolástica tomó esta metodología de Aristóteles y la convirtió en método pedagógico. El escolasticismo como vicio, sin embargo, consiste en partir de una división ficticia orientada solamente a construir el discurso subsiguiente. Podríamos reconstruir la historia de la filosofía académica reciente atendiendo a las enervadas batallas conceptuales que un día escindieron a las disciplinas y que al cabo de diez años se han olvidado: el realismo, el internismo, ..., en fin. Material para la industria editorial

Esta es la trampa de la polarización que no solamente impregna la cultura sino que se ha convertido en una estrategia sistémica de una alta rentabilidad mediática y política. En los tiempos en que el poder político tiene espacios de posibilidad de acción muy estrechos, debido sobre todo a que el poder real se encuentra en otros ámbitos, en la economía particularmente, y a veces en la cultura, es habitual producir polarización y encrespamiento para generar adhesiones que no se producirían si el electorado fuese consciente de las capacidades reales de acción de sus líderes. El odio y rencor que produce la polarización es increíblemente eficiente. En el seno de los propios partidos la polarización suele ser también un mecanismo rentable para ascender y conquistar posiciones de poder internas. Especialmente en la tradición leninista, que lleva en su ADN la adicción a la agitprop, la producción de polarizaciones ha sido siempre un mecanismo de escala al poder interno. En el caso del troskismo esta adicción ha sido enfermiza, pero en el leninismo más ortodoxo ha sido también la regla. Una vez que un grupo leninista asciende al poder en un partido sólo hay que esperar un tiempo corto, a veces poco más de unos meses, para observar cómo se van desgranando facciones y fracciones de forma arborescente hasta que los dirigentes terminan observando que su grupo sólo les incluye a ellos. A gran escala, los medios de masas y las plataformas que sustentan las redes sociales han aprendido bien la lección y han convertido en un negocio la producción de polarización.

La polarización es un vicio epistémico que nos aqueja de la misma familia que otro grupo de fenómenos que calificamos como "posverdad". Son formas características del capitalismo cognitivo que convierte el espectáculo en industria. Porque lo dañino de la polarización es que genera una niebla o nube cognitiva que impide ver claramente los conflictos. De hecho la polarización suele originarse en algún conflicto subyacente que, sin embargo, es ocultado por la dinámica de la génesis de banderías. En la tradición dialéctica hegeliana y marxista se distingue bien entre conflictos y meras polarizaciones ficticias. Los conflictos obedecen a contradicciones reales, es decir a tensiones entre fuerzas históricas y subjetividades que nacen de asimetrías profundas en el poder que solamente pueden ser resueltos mediante transformaciones prácticas de la sociedad que superan los orígenes del conflicto. En las polarizaciones ficticias se suele desplazar el conflicto profundo hacia debates simbólicos que terminan olvidando cuáles eran las fuentes del daño.

La "aufhebung" hegeliana, encardinada en la tradición aristotélica era un momento de superación al tiempo que conservaba los polos de la división anterior. Tal superación solamente es posible, como observó muy bien Marx, cuando se dirige hacia contradicciones fundamentales y propone y genera una transformación práctica real. Marx mismo, sin embargo, y con él la tradición leninista, no acabó de entender bien las articulaciones de las contradicciones reales de la sociedad de su tiempo. Su análisis en El Capital se centró en el conflicto entre capital y trabajo en la forma industrial de producción y de acumulación capitalista de su momento. Olvidó sin embargo otras formas de acumulación primitiva que no desaparecieron sino que siguieron siendo una base sustancial del sistema capitalista: el trabajo femenino, por ejemplo, la explotación imperialista y feudal del trabajo semiesclavo de las colonias, la génesis de monopolios que no eran modos simples de extracción de plusvalías de los trabajadores, sino mecanismos de explotación complejos que implicaban la subordinación de empresas enteras. De hecho no pudo ser consciente de los modos de capitalismo mutados basados en la expropiación del espacio, más que el tiempo o en las técnicas científicas post industriales basadas en una ordenación flexible del trabajo. Pese a todo, la dialéctica sigue siendo válida como metodología para detectar por debajo de las polarizaciones cuáles son los conflictos reales y cuáles serían las exigencias prácticas de su superación. La dificultad es que estos análisis exigen muchas veces separarse de los grupos en controversia para observar cómo sus aparentes irreconciliables posiciones no lo son cuando se analiza con tranquilidad la arquitectura del conflicto originario, que a veces es él mismo un producto complejo de contradicciones reales que no se resuelven fácilmente en aislado.

En cualquier caso, es muy terapéutico observar cuándo la polarización es simple modo de explotar nuestros deseos de compañía y reclutarlos para intereses inconfesables de poder y cuándo la polarización refleja un conflicto no soluble de modo simple porque se apoya en una contradicción fundamental.




Ilustración By unbekannter mittelalterlicher Künstler - Dresdener Bilderhandschrift des Sachselspiegels, hrsg. v. Karl v. Amira, Leipzig 1902, Neudruck hrsg. v. Heinrich Lück, Graz 2002, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=12840412

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