domingo, 30 de diciembre de 2018

Lo que aprendimos de Atenas



Si el pasado siempre se hace presente en la forma de imaginarios que nos guían, identifican y casi siempre nos dividen, hay dos fragmentos de la historia que sin lugar a dudas son columnas vertebrales de los discursos políticos de todos los tiempos en la fracción occidental del Planeta. Me refiero a Roma, en sus dos periodos de la lucha por la república y la "caída del Imperio Romano", y a Atenas y sus vaivenes políticos y culturales. La historia, casi siempre escritas por los vencedores, ha glorificado a Roma y lamentado la caída de su imperio y ha denostado incansablemente la desorganización de la democracia ateniense de la que salva únicamente sus obras literarias, arquitectónicas y plásticas. Atenas ha tenido la desgracia de haber sido recordada por los críticos de su democracia. Para quienes cultivamos la filosofía, que incluye la lectura cuidadosa de Platón, es difícil sustraerse al rencor que habita en la larga tradición histórica que parece anclar el origen de la filosofía en el crimen de la democracia ateniense al condenar a Sócrates. El gran crítico de la democracia ateniense habría sido el gran padre de la filosofía y Atenas, su juez, un ejemplo de desorden demagogia y corrupción.

Fue un juicio, como tantos en los que se juega un principio básico social, nebuloso, lleno de rencores y malentendidos. Sócrates fue acusado de corromper a la juventud. La acusación incluía las múltiples críticas contra la democracia por no habilitar a los mejores en los cargos de poder. Estaba presente en la atmósfera que Sócrates, a pesar de su lealtad probada a Atenas, había sido amigo y protector de Alcibíades, promotor de una de las mayores catástrofes de Atenas, la expedición contra Sicilia, más tarde traidor a Atenas en su lucha contra Esparta y, posiblemente, su apoyo a la tiranía que sucedió a la derrota de la polis en las Guerras de Peloponeso. La historia ha tomado partido, sin embargo, por el Sócrates íntegro, pobre, educador de la humanidad y defensor de la verdad contra la demagogia. Desde Platón y Jenofonte, sus amantes discípulos, reiterativamente se ha extendido el mensaje de que Atenas era una ciudad ilustrada pero corrupta, frente al orden y la integridad de la Esparta militarizada. 300 de Frank Miller y la industria hollywoodense han recreado el mito de la superioridad moral, heroica, patriótica de espartanos frente a los débiles atenienses.

Como lector apasionado de Cornelius Castoriadis, siempre he discrepado de esta tradición, por más que considere que la sentencia de Sócrates fue uno de los grandes errores de la ekklesia (asamblea) ateniense. La democracia, la filosofía y la ciencia surgen en Grecia y se refuerzan mutuamente durante dos o tres siglos. No por casualidad: Atenas fue durante tres centurias un ejemplo de sociedad que compatibilizó la democracia con la eficiencia en los terrenos del conocimiento, el comercio, la diplomacia y la influencia estratégica, incluso contra grandes poderes e imperios. Sigue siendo, y ésta es la hipótesis, un ejemplo de cómo la democracia puede ser más eficiente que las sociedades jerárquicas y autoritarias no ya en el bienestar de los ciudadanos, que no hay mucha duda, sino también en la competición interestatal.

He tardado ocho años en conocer y leer el iluminador libro de Josiah Ober, Democracy and Knowledge. Innovation and Learning in Classical Athens (2010).  Ober es un historiador del mundo antiguo y un apasionado lector de teoría política que compara a Atenas con los casi dos centenares de poleis o ciudades-estado que componían el mundo helénico antes de la conquista por Macedonia y más tarde por Roma. Desde el 595 hasta aproximadamente el 322, Atenas destacó sobre sus rivales gracias a su capacidad de innovación institucional, técnica y educativa. Logró ser más eficaz en la solución de algunos problemas básicos de todas las sociedades, que se resumen en cómo movilizar a los ciudadanos para procurar el bien común o bien general por encima de los intereses particulares. Por supuesto, se dirá que subsistía sobre el trabajo de los esclavos y la exclusión de las mujeres de la política. Cierto. Es una práctica de la humanidad en todas las sociedades complejas del momento y aún sigue siendo un problema sin resolver (aunque la esclavitud tome ahora otras formas jurídicas). al margen de ello, Atenas emprendió una secuencia de reformas institucionales encaminadas a que el control político no estuviese siempre en manos de una élite de plutócratas: Se constituyó la asamblea (ekklesia), que en los momentos de mayor auge decidió pagar a los pertenecientes a ella para que no hubiese barreras de clase en la posibilidad de asistir a las sesiones (se componía de treinta y cincomil o más ciudadanos, y votaba las leyes y la participación en las guerras. Se constituyó el Consejo de los quinientos, la Bule, que gestionaba la administración cotidiana, también el tribunal popular de los Heliastos, con aproximadamente seis mil jueces que impartían justicia. El teatro, por otro lado, tenía funciones rituales a la vez que de comentario y crítica política.

Pero sobre todo -es la hipótesis de J. Ober- resolvió bastante bien el problema del conocimiento, que son en realidad varios problemas: el primero, el de conocer qué se conoce y qué saben los miembros de la sociedad y cómo movilizar esos conocimientos para asignarlos a las tareas pendientes de la ciudad. Las sociedades de expertos aparentemente resuelven bien el problema, pero de hecho agrupan solamente y distribuyen solamente una parte pequeña del conocimiento técnico y cotidiano total, y generalmente tienden a convertirse en burocracias que defienden sus intereses por encima de los comunes. El segundo problema es el llamado "problema de los comunes", a saber, el de cómo movilizar a los ciudadanos para que cuiden de los intereses y bienes comunes por encima de los propios. La democracia ateniense resolvió con bastante éxito muchos de los problemas comunes. No teniendo ejército profesional, era capaz de movilizar a los ciudadanos en tiempos de peligro y lo hizo generalmente con éxito. Se enfrentó al mayor imperio de los tiempos, el Persa, y logró derrotarlos, así como logró un predominio entre las ciudades de su entorno. Sin embargo, tras lo militar estaba una poderosa capacidad de movilización de conocimientos prácticos, desde cómo instituir y defender colonias lejanas a las técnicas de fabricación de bienes cotidianos. Por último, logró también resolver el problema de la estandarización de los conocimientos para medir su calidad y juzgar su eficiencia. En fin, la democracia ateniense fue en cierto modo una democracia cognitiva que logró resistir la tentación de la "epistocracia" o gobierno de los más sabios.

Cometió muchos errores, algunos de ellos catastróficos como la invasión de Beocia, la conquista de Sicilia, la gestión diplomática en la Guerra del Peloponeso, que perdió contra la liga espartana, el mismo juicio de Sócrates, ..., pero siempre hubo discusión, debate y, ocasionalmente, asignación de responsabilidades. Fue consciente de sus defectos, y el teatro, en particular el de Aristófanes, los representó ante los espectadores. De las muchas obras político-satíricas, desde mi punto de vista destaca una no muy conocida: Las asambleístas. Es una obra escrita en los momentos oscuros de derrota ateniense. Cuenta que las mujeres, hartas de la estupidez de sus maridos, se disfrazan de hombres y copan el voto de la asamblea instaurando un gobierno de mujeres que, a su vez, instaura un régimen de propiedad común. La obra discurre después hacia territorios de comedia sexual, sobre quién comparte qué y con quién, pero la idea de la obra muestra que Atenas era relativamente consciente de sus problemas. Influyó además poderosamente en otras ciudades estado que copiaron en parte sus métodos e instituciones.

De los muchos problemas que tienen las democracias a lo largo de la historia uno de los más complicados es combatir el prejuicio de que las sociedades jerárquicas y tecnocráticas lo hacen mejor que las democráticas en la provisión de bienes públicos y la movilización del conocimiento. Atenas muestra que no necesariamente es así. De hecho podemos encontrar muchos más ejemplos en la historia de cómo las sociedades democráticas pueden hacer que el conocimiento que poseen los ciudadanos, su creatividad y sus deseos de resolver problemas comunes circule y se distribuya con eficiencia y justicia. Lo contrario de la democracia no siempre son las dictaduras claras y prototípicas. A veces, las sociedades jerárquicas se esconden bajo formas aparentemente democráticas que esconden el dominio real de élites plutócratas o tecnócratas. Siempre los discursos que legitiman esta suerte de autoritarismos acuden al argumento de la mayor eficiencia de los "mejores", al predominio del consenso (aunque sea un consenso impuesto por la propaganda y los medios de comunicación) sobre el conflicto y el debate. Las tentaciones de "mirad cómo lo hacen los chinos" u otros ejemplos similares atraen cada vez más a las élites de los países, pero estos discursos son en realidad falsedades históricas.

Por otro lado, cuando leo filosofía política de los varios signos que predominan actualmente (la de origen rawlsiano, la deliberativa o la más popular hoy, la schimittiana) todas coinciden en olvidar que el problema del bien común, que desde Rousseau y los clásicos sabemos que es el problema de los fundamentos de la sociedad, es también y sobre todo un problema de conocimiento, el de cómo agregar los conocimientos particulares movilizándolos para resolver problemas colectivos. La propaganda neoliberal suele ofrecer la empresa como contraposición a la democracia (Franco solía usar el ejemplo de un cuartel como modelo de cómo gestionar adecuadamente una sociedad). Pero es precisamente en la empresa donde podemos encontrar que las formas que se aproximan a la democracia, que estimulan la cooperación y la movilidad del personal y que aborrecen de los CEOs autoritarios y depredadores son precisamente las que mejor lo hacen también en el terreno de los negocios. En estos tiempos oscuros, nos cabe a todos la responsabilidad de argumentar fehacientemente que la democracia no es el problema, es la solución en la mayoría de los problemas que nos aquejan.

NB: Ya sé que en la cabeza de muchos lectores estará la idea de que la democracia realmente existente es siempre una partitocracia (es una ley de hierro que ya fue enunciada por la sociología hace muchas décadas). No es cierto. Pequeñas innovaciones legales pueden hacer que le problema de la escala (que es lo que subyace a la representación mediante partidos organizados) pueda resolverse sin acudir a nuevas élites depredadoras, aunque se llamen a sí mismas partidos progresistas. Y aquí de nuevo la democracia es la solución. Innovaciones institucionales que hagan difícil la constitución de burocracias de partido y de élites político-económicas. Lo más inquietante es que aunque son reformas sencillas las tienen que tomar aquellas burocracias que estarían en peligro si se impusieran. Pero este círculo vicioso es también un problema que puede ser resuelto con más democracia.




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