domingo, 13 de enero de 2019

La educación en la era FaceBook




No es un secreto para nadie que las grandes plataformas han mutado de lo cuantitativo a lo cualitativo. Por citar datos referidos solamente a España, Facebook poseía en 2017 sobre  23 millones de usuarios, Instagram, su nueva "competidora", alcanza los 13 millones y Twitter 4,9 millones. Las plataformas son medios de pro-sumidores, es decir, sus usuarios son a la vez productores y consumidores de contenido y, por encima de todo, mediadores en la dispersión y divulgación de contenidos.  No es tampoco un secreto la creciente dependencia de los medios de comunicación de toda índole, de las empresas de publicidad, de los partidos políticos y de cualquier otra institución que viva de la comunicación de contenidos respecto a las plataformas. Ni es secreto tampoco que las grandes plataformas extienden sus influencias hasta convertirse en oligopolios de la información (FaceBook, WhatsApp, Instagram), (Google, Youtube), la creciente ampliación de Amazon hacia la producción de contenidos audiovisuales, la transformación que está produciendo Spotify en la industria musical... etc.

Todo esto pertenece ya a la descripción de una sociedad en la que las grandes plataformas han dejado de ser simples medios de conectividad para transformarse en mediaciones activas de datos, información, conocimientos, programas, pasiones e intereses. Es más difícil sin embargo intuir qué debemos hacer, como reaccionar y como convivir crítica y reflexivamente en este entorno. No son pocas las personas que deciden abstenerse de las redes, no participar, cerrar sus cuentas, volver a la relación "directa" con los medios de comunicación clásicos, con la prensa-papel, la radio o la televisión. No sabemos aún cuán activo es ese movimiento ni cuál es el precio ni cuál sea su impacto, pero me atrevo a sospechar que ese paso a la sociedad analógica no tiene demasiada influencia real en la vida cultural y política. Pensando solamente en España, porque de ella son los datos más a mi alcance, y si no se equivoca la socióloga Belén Barreiro (La sociedad que seremos: analógicos, digitales acomodados y empobrecidos, 2017), la parte analógica compone más o menos la mitad de la población pero no es la más activa y está bastante sesgada hacia las edades mayores, estadísticamente más cercanas a las "clases pasivas" cultural y políticamente.

Esta transformación coincide en el tiempo y sospecho que está relacionada causalmente con la transformación radical que están sufriendo los sistemas educativos, que han mutado de ser instituciones básicamente centradas en la formación y educación a ser instituciones de servicios múltiples en las que la formación y educación es ya una parte, cada vez con menor peso: la acogida a los niños y adolescentes, la creación de lazos sociales y capital social, la oferta de actividades deportivas y, sobre todo, el monopolio de los títulos oficiales, quizás ya la principal función y modus vivendi de las instituciones educativas.

La vieja función educativa y formativa nunca ha sido monopolio del sistema educativo, que siempre compitió en esta tarea con la prensa en el siglo XIX y con los poderosos medios en el siglo XX (los grandes grupos de comunicación del siglo pasado se han concebido a sí mismos como enormes complejos de instituciones educativas en todos los aspectos de la vida de la ciudadanía: sus gustos, sus ideas, su tiempo libre,...). Ciertamente, hasta ahora, el conocimiento experto sí había sido monopolio del sistema educativo reglado: la formación científica, técnica y humanística así como la acreditación profesional. Es posible que en poco tiempo veamos que incluso este monopolio es disputado por la nueva economía de la era digital. Hace unos días tuve la oportunidad de participar en una cena con una decena de personas jóvenes e innovadores de éxito internacional (de ambos sexos) en la casa de un empresario del mundo digital convocados por iniciativa del director de COTEC. Se trataba de contar las experiencias propias en la innovación y la nueva economía en el mundo digital. La opinión generalizada era que el sistema educativo tradicional, el terciario en este caso, la universidad, aunque proporcionaba conocimientos, su función de títulos ya era cada vez menos importante. Es más, las empresas más poderosas, se decía, cada vez estaban menos interesadas en la oficialidad de los títulos, y más en si pertenecían a nuevas instituciones más fiables e integradas en la nueva economía digital. Me lo apunté y es el motivo por el que escribo estas líneas precisamente en un medio digital como es Google.

Es difícil adivinar el futuro de los sistemas educativos, en especial los públicos, en el tiempo por venir, pero no es tan difícil extraer ya algunas lecciones del breve tiempo en el que el sistema educativo ha competido con otros sistemas en la sociedad digital. Mi impresión, posiblemente equivocada, pero apostaría por que no lo es demasiado, es que la ordenación del sistema a una burocracia de títulos y acreditaciones es una política equivocada que degradará aún más el sistema educativo. Los que vivimos en y del sistema educativo hemos visto crecer un complejo barroco de instituciones de control y acreditación ordenadas en apariencia a fomentar la calidad de la educación pero de hecho con la función de hacerle girar hacia una empresa de venta de títulos nominales presuntamente adaptados a las necesidades del mercado.

El problema es que el mercado, más en la era digital, no tiene necesidades sino intereses. Uno de ellos, tal vez de creciente intensidad, es ampliar su espacio hacia la modelación de las conciencias y la formación de los futuros prosumidores. No hay mayor error que haber creado una especie de imaginario del mercado para adaptar el sistema educativo a este presunto espacio cuando era la adaptación, es decir, la venta de títulos, en lo que consistía realmente el nuevo interés del mercado. Rápidamente crecerán nuevas instituciones mucho más fiables y plásticas cuyos títulos serán mejor acogidos por las nuevas empresas digitales. El horizonte próximo es el de una carrera loca para satisfacer intereses. Una carrera en la que el sistema público está condenado a perder porque la formalización de títulos es algo que se puede hacer mucho más económica y productivamente fuera de la academia.

Por suerte aún hay tiempo para corregir estos errores. Ganar tiempo, ganar el tiempo y no hacérselo perder al alumnado. La apropiación pública del tiempo de formación, que cada vez se extenderá más a lo largo de toda la vida, no puede ser una carrera en competencia con las nuevas empresas y plataformas del mundo digital, tiene que ser otra cosa. Tiene que ser la apropiación y el monopolio del tiempo de formación y educación en el sentido más profundo. Mientras que el acceso a la información cada vez lleva menos tiempo, la formación y la educación, como la amistad y el amor, llevan tiempo. Es un tiempo ganado, no perdido. Es un tiempo empleado en hacer crecer las capacidades de comprensión y las capacidades de examen reflexivo y crítico. Competir en la educación reglada para que los alumnos aprendan "competencias" y rutinas que pueden obtenerse en vídeos de YouTube es tiempo perdido. Por el contrario, enseñar a comprender los varios lenguajes del mundo, también el matemático; enseñar a articular conceptos por debajo de las palabras; aprender conjuntamente a elaborar el conocimiento de la forma que siempre fue realizado, como actos mínimos de polinización epistémica, todo eso lleva tiempo y es recuperar el espacio y tiempo público en el ámbito de la educación y la formación.

Hay razones aún para la esperanza. Si en el mundo digital aún sigue siendo posible Wikipedia, para mí la gran realización del mundo digital, comparable si no superior a lo que fue L'Encyclopédie en la Ilustración, no es imposible que orientemos los sistemas educativos de otro modo. Wilhelm von Humboldt logró convencer al mundo burgués del siglo XIX que una educación abierta que reflejase las nuevas redes conceptuales de las ciencias y humanidades era su mejor opción para la hegemonía del mundo en que se estaba entrado. En los países avanzados desaparecieron o se adaptaron las viejas universidades medievales a un modelo que hoy el mercado de títulos está destruyendo. Es el momento de repensar aquella revolución y adaptarla al nuevo espacio digital.



















La imagen pertenece a Semana: https://www.semana.com/vida-moderna/articulo/el-celular-la-obsesion-que-causa/437001-3

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