domingo, 10 de febrero de 2019

Encerrados en la burbuja



El cerebro humano fue configurado bajo fuerzas evolutivas contradictorias y el resultado ha sido un frágil equilibrio negociado entre diversas exigencias: la autonomía frente a la dependencia de otros, las emociones frente al razonamiento frío, la audacia frente al miedo, la convicción frente a la duda, la curiosidad frente a la tradición, y, así, otras muchas similares. Por otro lado, desde Freud, la psicología experimental ha comprobado sobradamente que nuestra vida mental consiste en gran medida en un esfuerzo continuo por reducir la ansiedad que produce la vida misma en todas sus manifestaciones. La disonancia cognitiva (que así se llama este fenómeno) rige nuestra cabeza en prácticamente todas las circunstancias de la vida. Una de sus manifestaciones y productos es el efecto de "burbujas epistémicas" que, a su vez, explica otro fenómeno mucho más peligroso y de orden social que es el denominado "cámaras de eco".

Sostenía el filósofo americano Charles S. Peirce, en un clásico trabajo titulado "La fijación de la creencia", que el razonamiento humano estaba ordenado a reducir la ansiedad que produce un estado de duda, de curiosidad o de reconocida ignorancia. Esta ansiedad impulsa el deseo de conocer, algo característico del cerebro humano. Ahora bien, el deseo de conocer pasa por el estado de creer, que es lo que produce un razonamiento: tenemos ciertas evidencias que nos llevan a creer algo. Una mente perfecta, por ejemplo la que hubiese sido diseñada inteligentemente por Dios, sabría que el estado de creencia es efímero, es solo un paso porque no es lo mismo creer que saber, y el cerebro debería reaccionar planteándose la posibilidad de estar equivocado, y por tanto de buscar más información y contrastar las creencias propias con las ajenas. Pero nuestra mente no ha sido diseñada por ningún ser inteligente. Desgraciadamente, la distancia entre creer y saber provoca más ansiedad y el mecanismo reductor de ella nos lleva a confundir sistematicamente creer que se sabe algo con saber algo. A este fenómeno de encerrarse en una creencia para no tener que buscar más se denomina "burbuja epistémica".

No es un fenómeno particularmente peligroso porque suele ser muy efímero gracias a que somos muy dependientes unos de otros y en general tendemos a cambiar de opinión cuando otros cuestionan nuestras ideas y nos proporcionan nuevos datos. La institución de la enseñanza se basa en un juego inteligente entre el asentamiento de convicciones y la dependencia de las enseñanzas docentes. Pero, de nuevo, esta fragilidad y vulnerabilidad humana abre un enorme espacio de negocio económico y político cuando se crean mecanismos industriales informacionales ordenados a la explotación sistémica del deseo de reducir la ansiedad. Uno de los más dañinos es la creación de "cámaras de eco", acompañadas generalmente por herramientas de "filtros de burbuja". Son muchos los trabajos que empiezan a hacernos conscientes de lo peligrosos que se han vuelto estos dispositivos. C. Nguyen explica muy bien por qué:

Una cámara de eco es un sistema socialmente organizado que está ordenado a que se desacrediten todas las voces que pudieran contradecir una cierta opinión, que, a su vez, pudiera poner en crisis nuestras creencias. Es un sistema activo y organizado para limitar nuestra dependencia de otros a aquellos que nos son afines. Las cámaras de eco suelen usar los filtros burbuja, que son mecanismos diseñados para que solo nos lleguen ciertas ideas. Los recientes algoritmos de FaceBook y Google son productores de filtros burbuja que, a su vez, permiten la construcción de cámaras de eco. El filósofo del derecho Cass R. Sustein, consejero de Obama para asuntos de información, ha escrito numerosos libros alertando del gravísimo daño a la democracia que están produciendo las cámaras de eco y los filtros burbuja.

En la medida en que el mundo se ha complicado mucho y nos es difícil saber a quién creer y qué creer, la industria de la polarización se ha desarrollado de una manera espectacular hasta constituir un elemento sustancial del sistema geoestratégico económico y político. Cuando Steve Bannon llega a Europa con la intención de enseñar a manejar estos instrumentos a los nuevos partidos ultraderechistas no es porque le interesen mucho esos partidos en sí, que sabe bien perecederos y con estrategias bastante vulnerables. Le interesa mucho más la estrategia secundaria de crear fenómenos de cámaras de eco de manera que la fracción conservadora de la sociedad y los partidos de centro y derecha se polaricen cada vez más hacia ciertas convicciones que a él le interesan (en su caso, la convicción de que la Unión Europea es inútil y dañina para los estados-nación). Lo iremos viendo en los próximos meses, pero el instrumento está muy bien diseñado y produce efectos espectaculares.

No solo la derecha ha creado cámaras de eco. La izquierda, y en particular los nuevos partidos, especialmente Podemos, más cercanos a la sociedad digital y al uso de redes han hecho un uso frecuente del mecanismo. Hay una diferencia, sin embargo, con el uso que ha hecho la derecha, formada en las escuelas de la Fox, el Wall Street Journal y medios semejantes: mientras que las cámaras de eco de estos enormes complejos informacionales siempre han tenido un objetivo estratégico: desacreditar ciertas opiniones para encrespar y crear hegemonía neoliberal, la izquierda, generalmente pobre en sus audacias, los ha empleado simplemente para desacreditar a la fracción de grupo que no coincidía y amenazaba bien sus convicciones, bien sus puestos de trabajo burocráticos. El caso es que mientras las cámaras de eco producen en la derecha hegemonía en la izquierda producen desaliento.

Uno podría concluir que lo que debemos hacer es lo mismo que la derecha solo que en dirección contraria. No. El problema de estos instrumentos es que degradan la mente de los ciudadanos y nos convierten en masas dóciles. Una democracia avanzada, deliberativa, tensa, plural, radical, debe dotarse de instrumentos para disolver las cámaras de eco, abrir ventanas informacionales y debilitar las burbujas epistémicas en las que se encierran a los ciudadanos. Se dirá que es imposible, que la democracia exige el partidismo, la polarización. Bueno: la afiliación, el estar de un lado u otro puede ser un hecho natural sin que ello conlleve degradación de la lucidez y explotación de la ansiedad de la disonancia cognitiva. Hay medidas para ello. El primero es el cambio de las prácticas autoritarias hacia prácticas que promuevan mentes abiertas y críticas. Los partidos suelen blindarse frente a la diversidad interna y las críticas a la dirección. En una especie de New Speak, las comisiones internas de garantías están ordenadas a garantizar solo el dominio de las burocracias de la élite. Pero esas prácticas pueden ser corregidas legalmente mediante la proliferación de sistemas públicos de garantías frente a todas esas formas de autoritarismo que hacen crecer al final las burbujas epistémicas. Hay muchas medidas legales que pueden arbolarse para mantener una razonable ansiedad epistémica en la ciudadanía sin la que no funciona la democracia: negociar siempre la necesidad de depender de otros con una duda permanente en los otros y sobre todo en nosotros mismos.










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