domingo, 19 de enero de 2020

Lecturas difíciles




He tardado un tiempo en leer Lectura fácil de Cristina Morales, ya después de haberle concedido el premio Herralde en 2018 y el Nacional en 2019.  Había leído suyo Malas palabras (2015), en donde se atreve a escribir como Teresa de Jesús y Los combatientes (2013), en muchos sentidos una novela que anticipa en el tono y lenguaje Lectura fácil. Los dos premios y las declaraciones que suscitaron tanto escándalo en quienes se escandalizan fácilmente la han convertido en un icono de la rebeldía posterior al ciclo del 15M, ya cerrado en ilusiones y esperanzas hace dos o tres años. Me imagino que, como yo, mucha gente se preguntaba por qué sucedería a la cultura entre indignada y celebratoria de aquellos años. Aunque por edad Cristina Morales pertenece a quienes vivieron e hicieron el 15M, por sensibilidad y lenguaje literario está más cerca de la generación Z y de lo que definiría la estructura de sentimiento de quienes ya se sienten marginados por los milenials.

La novela ha sido muy comentada por el tema, las voces narrativas y las interpelaciones políticas que contiene, mucho menos por su forma literaria, por ello, aunque son estos contenidos los que me interesa comentar, me atrevo a introducirme en un territorio en el que soy poco más que un turista, el de la crítica literaria, porque en este caso, como en todos, la forma no puede desprenderse de lo que cuenta el relato y del alzado que levanta de nuestras ciudades ahora, ejemplificadas en la Barcelona de la Colau, los ácratas okupas y las instituciones socialmente bienintencionadas.

Las obras que he leído suyas me permiten concluir que Cristina Morales es una novelista que sabe lo que hace y que sabe de qué habla cuando escribe. Lectura fácil es una obra madurada en donde las buenas obras literarias maduran: en la vida y en los libros. Hay detrás mucha experiencia, mucho oído y muchas lecturas poco fáciles. La elección del punto de vista del narrador, la trama y el dominio del lenguaje lo prueban. En Lectura fácil adopta un registro narrativo de una larga tradición y de difícil manejo: el narrador poco fiable. Aquí tenemos cuatro narradoras, cuatro mujeres calificadas con un déficit mental suficiente para que la Administración las haya convertido en tuteladas y que, escapando de dos malas experiencias de internados en el sur, recalan en un piso, también tutelado, en Barcelona, donde son asistidas por varias mujeres entre indepes y cuperas, que intentan ejercer un control blando sobre ellas.

Narrador poco fiable es el exfuncionario de Memorias del subsuelo de Dostoyevski, o el autista hijo de una familia en declive en El ruido y la furia de Faulkner. Después se ha generalizado en la novela posmoderna, pero sigue siendo una opción arriesgada en por cuanto el lector espera que el narrador, o narradoras en este caso, desvelen una verdad en su inconsistente discurso que un narrador estándar no podría debido a sus múltiples cegueras y autoengaños.  Cristina Morales nos invita a tomar partido por quiénes son los discapacitados de este relato, si las cuatro mujeres o el entorno de servicios sociales impregnados de los tópicos de la sociedad del bienestar y la corrección política. La trama se articula alrededor de las declaraciones que las protagonistas hacen ante una jueza que tiene que decidir si esterilizará a Marga, una de ellas, que les escandaliza por su libido y promiscuidad sexual.

Como bien nos enseñó Walter Benjamin en El narrador, la sociedad moderna ha perdido la capacidad de transmitir la experiencia histórica en primera persona de unas generaciones a otras y debemos confiarnos al papel iluminador de la ficción y la literatura, pues el ensayo siempre llega tarde y generalmente nos hace perder la experiencia entre el concepto. Por eso en filosofía no podemos abandonar la literatura, el teatro, el cine como modos narrativos de dar testimonio de la experiencia de un momento. En el caso de esta novela, la elección de voces del margen como testigos de un momento es una elección acertada. Las protagonistas cubre un cierto espectro de marginalidades. Ángeles, rebautizada Angels en la tierra indepe, es la que tiene un menor coeficiente de discapacidad. De hecho ha urdido la escapada de las cuatro a Barcelona y mantiene como puede el orden en el piso. Es tartamuda y ha tenido una infancia de abandono y descuido, por lo que no ha aprendido a leer y, sin embargo quiere ser escritora a través del método de "lectura fácil". Va dando cuenta como puede de lo que ocurre a través de una novela en WhatsApp. La Nati es una bailarina que, a causa de un accidente, sufre un síndrome extraño, por el que cuando siente alguna injusticia a su alrededor se embarca en una discusión sin fin (se le cierran las compuertas) hasta que la dinámica de la conversación la cansa o lleva a otro tema. Es la principal voz narradora y la más activa en los varios avatares del grupo. Marga, prima de la Nati, es, como ya hemos dicho una mujer concentrada, de pocas palabras y una gran necesidad de dar afecto y recibirlo, practicante asidua de una incansable actividad sexual. Patricia, medio hermana de Angels es la más "retrasada" y sufre de accesos de logorrea que la llevan como Nati a larguísimos discursos.

Que sean discapacitadas es bastante discutible. Más bien, Cristina Morales quiere llevarnos a la conclusión de que discapacitadas somos todas y ellas más bien son como el niño del traje del emperador. Constantino Bértolo afirmaba en una entrevista en 2014 que ya estaba bien de novelas sociales blanditas y tranquilizadoras, que lo que se hacía necesario eran novelas políticas. Aquí tenemos una. Políticamente incorrecta. Por ella van desfilando las hipócritas instituciones del estado del bienestar, el peso de las recomendaciones políticas en todos los puestos de gestión, el mundo de los márgenes políticos representados aquí por los okupas ácratas que se reúnen en inacabables asambleas. Las actas de estas asambleas, desternillantes, deberían estudiarse en las clases de ciencia política académica. Más allá de estas bienintencionadas personas no hay más que "machas" y fascistas, categorías en la que no es difícil que caigamos cualquiera. Nati lo explica bien.

La pospolítica, el posfeminismo y la real experiencia de la precariedad, de la búsqueda de comida en los contenedores y el miedo constante de vivir de okupa conforman la atmósfera del relato. Ahora que la izquierda ha accedido al gobierno (está por ver que al poder) esta novela debe ser leída con cuidado literario, filosófico y político. Es una novela generacional que seguramente irritará a cierta parte de la generación milenial y al resto de generaciones mayores nos asoma a una de las pasiones políticas más interesantes: el desprecio.


















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