sábado, 9 de enero de 2021

Entre los restos de humanismo




 


Supervivientes

El término que usa Linda M. Alcoff para referirse a las mujeres que han tenido experiencias de violencia sexual es “supervivientes”.  En su libro Violación y resistencia desarrolla las ventajas de este concepto frente al mucho más ambiguo de “víctima”, que, si bien describe objetivamente el daño recibido, construye un calificativo que posiblemente pueda ser estigmatizante para quienes sobreviven con ese daño. “Supervivientes” es, por el contrario, un término de futuro y de resistencia. Alcoff rechaza que las supervivientes tuvieran que constituir algo así como un “partido de las violadas” y sin embargo el término da cuenta de las sororidades que hacen posible que quienes han sufrido la violencia puedan reconstruir planes de vida e identidades sociales.

El concepto puede extenderse a otras formas de opresión, que comparten la dialéctica de la opresión y la resistencia. La literatura popular postapocalíptica, entre la que encontramos un espectro de calidades amplio, desde The Road de Cormac Mccarthy hasta los géneros cinematográficos Mad Max o zombis,  ha reflejado un imaginario del desastre que distingue ideológicamente entre los prepers o nuevos robinsones que acumulan armas y alimentos y consideran a los vecinos como enemigos y los nuevos utopismos de comunidades de resistencia que con más o menos ingenuidad tratan de reconstruir lazos sociales bajo un paisaje de ruina y derrota. No es tan interesante el valor de todos estos géneros como el que sean un signo claro de los espacios conceptuales con los que se elabora la experiencia histórica en el tiempo contemporáneo.

Si es cierto que estos componentes forman parte del imaginario, cabe hablar del potencial político de la propuesta de Alcoff referido interseccionalmente a las diversas formas de opresión. En la violencia sexual hay una presencia de lo personal: el violador, los violadores y quienes la sufren, hay también un daño colectivo a las comunidades y familias de estas personas; hay también un elemento estructural que proviene del patriarcalismo, de la educación que ha formado a los varones y de la insensibilidad social al problema. En otras formas de opresión el componente estructural adquiere más peso que el personal: el patriarcalismo, el supremacismo racial y el capitalismo forman parte de la fábrica social y son máquinas de producir desigualdad, explotación, discriminación y opresión estructurales.

El concepto de víctima no es erróneo. Ciertamente, es muy útil para calificar a quienes padecen la desigualdad y la injustica, pero mantiene connotaciones demasiado asociadas a lo jurídico y encaminadas a buscar culpabilidades personales, pero sobre todo no describe el potencial histórico de la estructura de opresión. Por esa razón Marx ya desde los Manuscritos (y con Engels en el Manifiesto) no usa el lenguaje de víctimas sino el de clase entendido como un concepto de agencia colectiva que representa intereses globales. En La situación de la clase obrera en Inglaterra, Engels había hecho un recorrido por la miseria material y moral que producía el capitalismo industrial en el proletariado. Su texto, juvenil, pertenecía aún al género de los informes de pobres que llevaban ante la opinión pública situaciones que quedaban ocultas a los ojos de quienes vivían en espacios y estratos sociales confortables. La transformación posterior conceptual de Marx y Engels es trascender lo que sería una apelación a la compasión o la empatía para desarrollar análisis conceptuales que explicasen cuál era el potencial histórico del asociacionismo obrero que por los mismos tiempos comenzaba a surgir en la forma de cartismo, aún ingenua, pero que en pocos años se convertiría en el potente movimiento obrero internacional. Las mismas transformaciones podemos encontrar en el feminismo histórico que surge del sufragismo y en el movimiento decolonial que encuentra insuficientes las simples independencias nacionales o las leyes de igualdad superficial.

Ruinas de humanismo y supervivencia

Las críticas al humanismo que hemos visto en muchas tradiciones culturales tanto debidas al pensamiento filosófico en la tradición nietzscheana como surgidas en los movimientos sociales feministas y decoloniales (El contrato sexual de Carol Pateman, El contrato racial, de Charles Mills y tantísimos testimonios contra quienes hablan desde el “punto de vista de la humanidad”), así como las fracturas conceptuales de la noción de clase tal como se concibe a veces imaginariamente desde los estereotipos del capitalismo industrial, parecen haber arruinado uno de los elementos sustanciales de la actitud humanista.

El humanismo histórico suministraba argumentos a los movimientos sociales que cíclicamente surgían en las distintas formaciones sociales promoviendo la idea utópica de una educación de la humanidad. Los muchos movimientos sociales campesinos o urbanos del siglo XVII, muchas veces con una base religiosa se presentaban como movimientos emancipatorios mesiánicos que anunciaban un nuevo mundo. Uno o dos siglos antes las ciudades de la Lombardía italiana resistían la violencia feudal del imperio en nombre de la libertad y de la cultura clásica. Siglos después, las revoluciones americana y francesa adoptaban también este lenguaje humanista y, más tarde, la Internacional seguía fiel a esta memoria:

Agrupémonos todos

en la lucha final.

El género humano

es la internacional

Walter Benjamin había reparado en este potencial trascendente y su filosofía mesiánica historia consideraba que era la clase obrera la que estaba destinada a cumplir la historia, al modo en que Marx consideraba que la revolución será el comienzo real de la historia humana.

Es difícil mantener este lenguaje épico en un marco interseccional de críticas a los olvidos y cegueras del humanismo y al mismo tiempo es difícil mantener la legitimación social de los movimientos sin apelar a un espacio transversal más amplio que el del movimiento en cuestión. No es casual que Frantz Fanon en Los condenados de la Tierra  y Piel negra, máscaras blancas  acuda al humanismo existencialista como marco teórico para el pensamiento crítico de raza y el anticolonialismo en el que se insertaba su trabajo teórico y práctico.  No es casual porque en el fondo del problema está el concepto de sujeto histórico. En todos los movimientos sociales hay un germen de universalidad sin el que no es posible legitimar la agencia y sin el que el movimiento permanece en un estadio de lo que la filósofa política y feminista Wendy Brown llama estados del agravio. Superar esta fase implica una apelación al resto de la sociedad para solidarizarse con las reivindicaciones.

En esta línea, una parte del feminismo teórico representado por Judith Butler, Donna Haraway, Rosi Braidotti ha sido muy consciente de esta dialéctica entre la ruina del humanismo y la necesidad de trascendencia reivindicativa. En un paso inclusivo reivindican las fuerzas de la vida, la solidaridad de especies y la alteridad. La inclusividad en este caso es la forma que adopta en la época contemporánea un humanismo abierto, interseccional, suspicaz consigo mismo, que no define los límites de lo humano, que se niega a pensar en esencias y adopta un humanismo relacional.

Es entre estas ruinas entre las que cabe hablar de supervivientes del capitalismo, supervivientes del patriarcalismo, supervivientes del supremacismo como los horizontes agenciales y los conceptos que nos permiten hablar de los nuevos sujetos históricos que caminan entre las ruinas del humanismo.


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