domingo, 12 de septiembre de 2021

Normas para el parque humano

 



Hace poco más de veinte años que Sloterdijk se sumaba con una inteligente conferencia a la corriente transhumanista que estaba en sus primeras manifestaciones a comienzos de este siglo. Normas para el parque humano se convirtió en el origen de una polémica en la prensa provocada por Habermas y alguna gente cercana a él que acusaron a Sloterdijk de estar defendiendo la eugenesia al haber sostenido en un párrafo que quizá la biotecnología podría arreglar lo que el humanismo no puede: la “domesticación” de bestia salvaje humana.

Sloterdijk era entonces un filósofo mediático y probablemente Habermas aprovechó la ocasión para iniciar una polémica contra los posibles usos de las ya entonces amenazantes promesas de algunas técnicas bioingenieriles. Ciertamente era tomar el rábano por las hojas, porque era una afirmación marginal y lo menos interesante de la conferencia que había sido escrita para un congreso sobre humanismo en el que Sloterdijk pretendía simplemente hacer de niño malo y revolver un poco las aguas desde su línea de nietzcheanismo posmoderno.

Leída veinte años después, la conferencia sigue siendo tan inteligente y divertida como filosóficamente confusa y posiblemente incoherente en sus afirmaciones.  Fue escrita en un tiempo en que el todopoderoso Derrida había vuelto a poner de moda la crítica de Heidegger al humanismo, en su Carta sobre el humanismo, en la que acusa al humanismo de haber olvidado la pregunta por el ser y ocuparse de lo superficial. El gran retórico que es Sloterdijk tomó la idea de la “Carta” como pie forzado y comenzó su intervención con el sarcasmo de que el humanismo no es otra cosa que una práctica de escribir cartas a los amigos con el imaginario sueño de que así se podría educar a la humanidad.

Sloterdijk aludía a la carta que Heidegger escribía a su alumno Jean Beaufret, un oscuro filósofo francés filólogo del alemán cuyo mayor mérito había sido criticar a Sartre por haber malentendido completamente a Heidegger en Ser y tiempo. Muy posiblemente, como ya se ha sospechado, el zorro de Heidegger pretendía dividir a los intelectuales franceses y hacerse con un cierto grupo de apoyo en un momento en que la peligrosa desnazificación pendía sobre su futuro, y precisamente dependía de la autoridad política francesa en su zona de ocupación. Sloterdijk desprecia esa interpretación y simplemente toma a Heidegger como una escalera para subir a su posición y luego tirarla. Al generalizar y sostener que humanismo y cartas van juntos, se refiere a una bien conocida tradición de textos entre los que están la Carta sobre la educación de la humanidad de Schiller, las muchas cartas que Erasmo y Tomás Moro y otros humanistas intercambiaron, y las cartas de Cicerón, todas ellas parte de un programa de confrontación con la barbarie y el salvajismo.

Con una fina retórica, Sloterdijk afirma que esto de las cartas en realidad es parte de una confrontación histórica dentro del estado entre dos formas de domesticación y apaciguamiento del salvajismo: de un lado, la educación en el nuevo medio de la escritura, por la que se transmitiría todo el saber de los clásicos y se formaría primero a una élite y más tarde al pueblo; de otro lado, los medios de distracción y entretenimiento de masas. Sloterdijk recuerda que en la República romana competían el circo y las carreras con la educación literaria de las élites, para buscar la analogía de la tensión actual entre la educación humanística y el potente aparato de los medios de masas.

El comienzo es impecable y brillante desde las reglas de la retórica. Nos presenta una exposición de hechos que toda persona afectada de humanismo siente como la gran tragedia: cultura o pan y circos, cultura o anarquía, tal como había propuesto el conservador y eficaz crítico de la cultura Matthew Arnold más de un siglo antes. Hay comienzos tan luminosos como un fogonazo que ya es difícil continuar a su altura. La novela, dramaturgia y cine están llenos de grandes comienzos que desinflan el resto de la obra. Y, desgraciadamente, esto es lo que le sucede al texto de Sloterdijk. Comienza con una gran tragedia que va descendiendo poco a poco a la trivialidad de un culebrón para élites académicas enteradas.

La potentísima afirmación del comienzo es que el humanismo es parte de una lucha histórica entre medios: escritura frente a entretenimiento de masas. Enunciado así, Sloterdijk lo tenía fácil si quería soliviantar a su audiencia de humanistas, afirmando que el humanismo había fracasado en su pretensión domesticadora frente a la arrolladora fuerza del circo mediático. No toma ese camino tan fácil para él (aunque no se le oculta al oyente o lector que está frente a un personaje de los medios, que es más conocido por la pantalla que por sus complicados escritos). De haberlo hecho habría dado la razón al humanismo cultural que desde Erasmo y Schiller a Raymond Williams sostiene que la lucha cultural es parte del recurrente conflicto del poder. Sloterdijk no sigue esta senda. Habría sido como el delantero-cartero que teorizaba Jorge Valdano, el que le quita la pelota al adversario y recorre todo el campo para volver a entregársela.

El segundo camino por el que podría haber optado Sloterdijk hubiera sido un discurso foucaultiano, que afirmase que escuelas y circos son parte constitutiva del  estado y dos poderosos aparatos ideológicos suyos. Tampoco opta por este camino Sloterdijk. Seguramente Althusser y Foucault estaban ya en la cabeza de su auditorio pues eran parte del catecismo antihumanista del momento. Sloterdijk da un salto y opta por otra estrategia aparentemente más efectiva: presenta a Heidegger como superador definitivo del humanismo y, en segundo lugar, presenta a Heidegger como un escritor de cartas más, parte también del humanismo, tan incapaz como los demás de domesticar a la bestia.

La tesis de Heidegger es bien conocida tanto por la carta como por la popularización que hizo de ella Derrida, insertando su crítica al humanismo en el ADN del posmodernismo. El humanismo sería pura metafísica que en su aparente preocupación por el ser humano olvida lo principal: la pregunta por el ser, lo que realmente caracterizaría la autenticidad humana, el situarse en el lenguaje, casa del ser a la escucha, como forma suprema de ser en el mundo. Pues, afirma Heidegger, el humano tiene mundo a diferencia del animan que está escaso de mundo y del resto de la materia que carece de él.

Una vez aquí, Sloterdijk no se limita a repetir un discurso ya conocido y necesita dar algún paso más. Como brillante retórico quiere confrontar a Nietzsche contra Heidegger y llevar al auditorio a su campo. Así, la conferencia de Sloterdijk camina entre la admiración por la solución pseudo orientalista de Heidegger de permanecer a la escucha del ser, como si la solución fuese convertirse en confucianos (no es extraña la admiración que suscitó por entonces Heidegger en Japón) o, el sarcasmo por una vocación mística que un filósofo energético y mediático como Sloterdijk no podía admitir. El texto no lo afirma explícitamente, pero no deja de inclinarse hacia esta última opción.

Lo que a Sloterdijk le importa son sus metáforas resplandecientes y hacia esto lleva su conferencia: lo realmente sustancial de toda la historia estaba en la “domesticación” de la bestia. El ser humano, afirma, es un domesticador domesticado, un hacedor de corrales de bestias entre las que el mismo habita auto-domesticándose. Pero la bestia sigue aquí por más que encerrada en un zoo humano. Solo la transición a un nuevo ser, de cuya aurora fue profeta Nietzche, podrá arreglar lo inarreglable, la domesticación de lo salvaje. La conferencia termina en un oscuro tejido de párrafos en los que ensalza lo energético y la superioridad de una cierta actitud estética. Todo muy posmoderno.

Veinte años después, la conferencia solo suscita preguntas: ¿es domesticable el ser humano o no? Quiero decir, ¿es posible o no un programa de educación cultural contra los comportamientos bárbaros? Sloterdijk no se atreve a decir explícitamente que no, como harán más tarde los transhumanistas. ¿Es el ideal huir de la parte bestial del ser humano y transcender su naturaleza en una nueva forma de existencia? Tal es el programa transhumanista, que parece apoyar en ese momento Sloterdijk. Nietzsche no estaba en ese vagón por más que Sloterdijk quiera situarlo allí. Poca filosofía ha ensalzado tanto la fuerza de la vida como él. Al final, el texto de Sloterdijk, veinte años después, cae en una de las malas laderas del antropocentrismo que a veces ha aquejado al humanismo (no siempre), el denostar nuestra naturaleza animal. Sloterdijk inconsistentemente reivindica la anomalía humana que es su neotenia, el no nacer ya animales sino seres inmaduros que son formados en el corral. Pero de eso trataba el humanismo.


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