Las tres características específicas de los humanos son el
lenguaje con gramáticas y semánticas combinatorias, la técnica que produce
artefactos materialmente heterogéneos y la socialidad que da lugar a lazos
sociales complejos, entre los que destacan los lazos familiares. Estas tres
características no evolucionaron de modo independiente, como tantas veces se ha
teorizado, sino en bucles permanentes de realimentación. Cada una de esas
habilidades corporales formaba algo así como un invernadero para que las otras
crecieran, pero el peso adaptativo más importante reside en la cultura
material. La prehistoria y la cultura material van juntas en la formación de un
relato de lo humano. Nuestra mente se formó siguiendo las erráticas sendas de
los homínidos, desde los australopitecos aunque sus características especiales
y culturas toman forma en las varias especies de homininos, desde Homo
habilis al Homo sapiens. En el Paleolítico no hay otros documentos
que los que componen la cultura material preservada por el tiempo, y en
particular las piedras, no por casualidad denominamos “paleo-lítico” a esta era
que geológicamente coincide con el Pleistoceno (2,59 millones de años hasta el
Holoceno (11.700 años). El otro material que acompañó las sendas del linaje de
los sapiens, ya de una forma mas tardía no es una roca sino una fibra
natural: la madera. Piedra y fuego edificaron una especie
Las rocas forman el asiento de la zona crítica. Forman la
corteza terrestre donde se desarrolló la vida. Son materiales sólidos, duros o
blandos, de diversos orígenes, formados en ciclos litológicos que dan contenido
al tiempo profundo, el tiempo geológico. Nacen de las profundidades del magma
sobre el que derivan los continentes. El magma y lava se enfría y solidifica
lentamente formando cristales en las rocas intrusivas, a veces rápidamente
formando vidrios como la obsidiana. Las diversas dinámicas que sufren las rocas
van determinando su variedad y clases: agentes químicos como el oxígeno y ácido
carbónico, presiones y temperaturas metamórficas, reacciones químicas,
erosiones por el agua y el clima. Las dinámicas ígneas, metamórficas o
sedimentarias van construyendo y modificando incansablemente el libro donde se
deposita la memoria del tiempo profundo, los estratos que marcan las eras, que
se fracturan y alzan en geosinclinales y anticlinales, que forman montañas,
valles, llanuras y desiertos. Cuatro mil seiscientos millones de años de
derivas continentales y procesos superficiales forman el tiempo geológico en el
que discurre la dinámica de la vida. Entre estas rocas, la elegida por los
homínidos que nos precedieron fue el pedernal.
El pedernal o sílex es una roca de composiciones variables
en las que predomina el cuarzo (sílice, SiO2), uno de los minerales más
abundantes en la superficie terrestre. Un material duro y resistente a la
erosión que encontramos en numerosísimas rocas y también, en lo que respecta a
la antropogénesis, en cantos rodados productos de la erosión en los lechos de
los ríos. Tienen la propiedad de desprender lascas al ser golpeados y producir
filos cortantes. Las especies de grandes simios que habitaron las praderas
captaron esta propiedad y la usaron para su alimentación. Las primeras culturas
líticas de Homo ergaster hace dos millones y medios de años han dejado
restos de cantos rodados que conservan un lado intacto adaptado a una mano
prensil y un lado cortante:
Producir estos artefactos no es difícil pero tampoco fácil: bastan dos o tres golpes precisos dados con otra piedra. El resultado es un instrumento útil para cortar la carne de los animales cazados en la sabana por otros depredadores, y ocasionalmente por los grupos de homínidos. En un entorno tan peligroso, la rapidez con que se podía despiezar una carcasa para poder transportarse a otros lugares resultó una ventaja oportuna frente a otros carroñeros como las hienas o los grandes depredadores. Y supuso el acceso a una nueva dieta rica en proteínas que, a su vez, contribuyó a un metabolismo exuberante necesario para el crecimiento del cerebro (posibilitado, a su vez, por el bipedismo, que dio lugar a una pelvis estrecha y con ella la neotenia o nacimiento pronto de las crías, y a una modificación del ángulo de inserción del cráneo en la columna vertebral. Transformaciones arquitectónicas que posibilitaron en crecimiento del cerebro y el crecimiento de la capa externa cortical). La mano, la velocidad en el transporte a hombros de piezas de carne y el cerebro están relacionadas con el sílex.
También las primeras organizaciones sociales. Estos grupos
de homínidos no consumían la carne donde la encontraban, sino en lugares
apartados donde se comenzaron a crear espacios propios en los que los lazos
sociales se fueron formando a través de las emociones y sus expresiones
corporales, entre ellas las expresiones lingüísticas. Los espacios propios
permitieron el cuidado de las crías y de los miembros más débiles del grupo.
En el Paleolítico medio (350 mil años – 300 mil años) a la
piedra se unió otro componente material central en la antropogénesis: la
madera, utilizada para varios fines pero especialmente para hacer fuego. Las
mentes que eran capaces de hacer fuego artificialmente eran lo suficientemente
complejas como para tallar también de nuevos modos los cantos rodados: fuego y
bifaces crearon el entorno más próximo para la especie humana:
La talla de una bifaz es tan difícil como encender fuego. Se
necesita una mente planeadora y un par de manos muy hábiles. Dar golpes
precisos encadenados en simetrías bilaterales; elegir una madera dura y un
pequeño tronco blando para frotarlos con fuerza, o saber golpear dos pedernales
en la cercanía de fibras combustibles. Las lascas que producían estos golpes se
usaron para otros muchos fines: cortes finos para la carne, raedores para las
pieles, filos cortadores para flechas. Piedra y madera se unieron en artefactos
cada vez más complejos.
En el Paleolítico superior (40 mil años), estas técnicas
se desarrollaron en una artesanía magistral de la piedra, la talla de huesos y
el uso de la madera:
Las secuencias de golpes obedecían a nuevas funciones cada
vez más articuladas, en una especie de gramática técnica que adaptaba la piedra
para incorporarse a hachas y flechas, a maderas talladas en arcos unidas sus
puntas por fibras vegetales o animales, a lanzaderas. Así el lenguaje, cada vez
más articulado, como las mismas herramientas. Un lenguaje que nació de las
tardes y noches alrededor de la hoguera, donde los relatos del día adquirían
una fuerza reguladora de la estabilidad de los lazos sociales, servían para
evitar la violencia y reforzar la solidaridad del grupo. Relatos que quizás,
como se ha sugerido, fueron primero cantados y bailados, pues el ritmo de los
golpes, las entonaciones de la voz y el acompasamiento de los cuerpos
constituyeron el cemento de las primeras sociedades.[1]
Las técnicas humanas y el lenguaje comparten una
estructura composicional. Las secuencias de golpes el orden puro de las
palabras no son suficientes. Necesitan una estructura. En el lenguaje, esa
estructura gramatical divide las palabras en términos que portan significados
(nombres, verbos, adjetivos, adverbios) y términos gramaticales (pronombres,
preposiciones, conjunciones) cuya función es ligar las palabras en enunciados y
construir con ellos mundos infinitos. Las técnicas adquieren también estructuras
internas que se organizan por la interacción de la intención, el gesto y el
material: cambiar la orientación de la piedra que sostiene la mano, mirar
atentamente el punto donde ha de golpear con otra piedra, cuerno o colmillo de
mamut, enervar los músculos y representarse en la mente cuál será el resultado
del golpe, y reaccionar a esa pequeña transformación con un nuevo golpe y así
seguir enlazando golpe a golpe. Quizás, aventura Steven Mithen, observado por
otros miembros de la tribu fascinados por el ritmo[2],
sincronizando sus cuerpos y voces en un canto colectivo que iba formando el
lenguaje al compás de la bifaz.
El ritmo de los cuerpos y las voces en golpes y tonos, técnica y prosodia, trabajo y danza, fueron dando origen a la técnica y al lenguaje. Y con ellos a los lazos sociales que se tejían al calor de la lumbre. Quién toma antes que quién una pieza ya asada en las brasas, quién hizo o no hizo aquello que tenía que hacer para espantar la caza hacia donde esperaban los cazadores, o no supo encontrar los frutos del bosque, o tal vez miró con deseo a quien no debía. La hoguera crea un espacio donde las risas, el relato y el canto regulan las emociones del día, las coordinan y tranquilizan o excitan[3]. Piedra y fuego, lo frío y lo cálido, lo crudo y lo cocido. Tiempos y espacios heterogéneos que se entrecruzan. Sílex, una roca sedimentaria formada por largos procesos de compactación, recristalización o cementación a temperaturas medias; madera, leña, hecha de fibras de celulosa unidas por las ligninas, los polímeros que crean las paredes celulares de los vegetales. Cuarzo y carbón, donde se entrecruzan los tiempos telúricos y los biológicos. También los espacios: recorridos largos rastreando la caza o los buitres que anuncian un cadáver, vuelta a los espacios seguros del grupo. Espacios de intimidad creados por el fuego donde el orden de los cuerpos indica las emociones básicas que ligan el grupo. Tiempos de celebración donde nacen los mitos que preservan los rituales de fiesta.
La domesticación del fuego hace un millón de años produjo
un cambio en la dieta, en el comportamiento y probablemente contribuyó como un
factor más a la evolución del cerebro. El forrajeo de animales semiquemados
tras los numerosos fuegos en la sabana probablemente dio paso a las técnicas
para producir artificialmente fuego y conservarlo. No es sencillo hacerlo como
muestran los numerosos vídeos de bushcraft que se han popularizado en
estos tiempos de imaginarios de supervivencia y preppers. En ausencia de
metales, hay que recolectar fibras secas, la yesca e iniciar en ellas una
llama. Los dos procedimientos usuales son la percusión y la fricción: el golpe
de pedernal para producir una chispa, algo nada fácil porque hay que elegir
otra roca con algún componente de hierro, o el frotamiento de una vara de madera
dura sobre una base de madera blanda, un ejercicio muy oneroso en energía y que
exige habilidades tan complejas como la talla de sílex. Después hay que
mantenerlo y cuidarlo, un trabajo que posiblemente incorpora ya una cierta
división del trabajo en el grupo. Algunos de los mitos de las sociedades de
cazadores y recolectores que estudió Levi Strauss en Brasil, en Mitológicas.
Lo crudo y lo cocido[4],
relatan tormentas que apagan las hogueras de la tribu y dan lugar a conflictos.
Esta domesticación supuso una transformación en la espacio-temporalidad de Homo
ergaster: contribuyó a la diferenciación del espacio de caza y forrajeo y
del espacio de cocina y habitación, de lo arriesgado y lo seguro, de lo extraño
y lo familiar. Permitió la ampliación del tiempo de reunión común a la noche,
un tiempo de intimidad, de cercanías corporales y espirituales y de
estrechamiento de los lazos emocionales.
[1]
Imágenes tomadas de Leroi-Gourhan, André (1965) El gesto y la palabra, trad.
Felipe Carrera, Caracas:
Universidad Central de Venezuela
[2] Mithen, Steven (2006) The
Singing Neanderthals. Origins or Music, Language, Mind and Body, Cambridge
Mass.: Harvard University Press p 196
[3] Dunbar, Robin (1996) Grooming,
Gossip, and the Evolution of Language, Londres: Faber & Faber
[4]
Levi Strauss, Claude (1964), Mitológicas. Lo crudo y lo cocido, México:
FCE
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