En décadas anteriores hemos asistido a la difusión de ideas
sobre la “construcción” social o cultural del mundo, y no hay nada equivocado
en ello, pues ciertamente el mundo en tanto que entorno significante de lo
humano ⎼de lo vivo en
general⎼ es también una
construcción de los modos en que los humanos lo habitan, organizados
socialmente y formados por la cultura. Este “también” entraña, en la dirección
opuesta, que hay “también” una geofísica de la sociedad y la cultura. Pablo
Neruda escribe en Canto General
Como la copa de la arcilla era
la raza mineral, el hombre
hecho de piedras y de atmósfera,
limpio como los cántaros, sonoro.
Totalizar nuestro pensamiento sobre el mundo nos lleva a los
minerales, a la energía telúrica que los forma y mueve, a la luz del sol y a
las plantas que fotosintetizan nutrientes y a las culturas que extraen,
despedazan y metamorfosean. La geofísica de la cultura y la sociedad se
extiende a los confines del universo cuando el Big Bang formó los átomos
primigenios, a las galaxias y estrellas cuyas cenizas formaron los minerales, a
las derivas continentales y erosiones que conformaron los estratos y a la
violencia de volcanes y terremotos, a los que se suman los no menos violentos,
vertiginosos procesos de extracción y transformación del planeta por la
civilización industrial. Un metabolismo interminable de minerales e ideas, de
nutrientes y sentimientos, de tiempos largos y de acontecimientos.
La cultura y sociedad humana está hecha de tiempo en
diversas escalas: el trabajo de producción y reproducción de las generaciones y
sociedades, los procesos de difusión y ósmosis entre culturas. En las
sociedades sin escritura, estos procesos están sostenidos por la conversación,
la imitación y los rituales. En sociedades con documentaciones y memorias,
emerge la temporalidad histórica, en la que la cultura evoluciona por sendas
que están entre la evolución biológica y la creación de nichos materiales
técnicos e irreversibilidades sociales que estabilizan los cambios de un modo
contingente. Los nichos bio-técnicos son entornos nuevos en la dinámica de la
Tierra, los materiales y artefactos crean condiciones nuevas de evolución y de
posibilidad y con ellas una temporalidad propia.
Emerge así una escala de tiempo larga en la que las culturas
se desarrollan en marcos amplios o civilizaciones, o eras, o como queramos
llamar a sus particiones. Una temporalidad que se inserta en escalas aun
mayores, las del tiempo profundo donde se constituyen las condiciones de
posibilidad de la existencia misma de la cultura humana. Dinámicas geológicas y
climáticas que producen las fuerzas endógenas y exógenas del planeta: energías
solares, telúricas, erosiones. Dinámicas en cuyos intersticios se crean los
nichos bio-técnicos explotados por las culturas.
Estos juegos de escala son necesarios para entender la
materia de lo humano, aunque siempre hay una escala sin la que todas las demás
dejan de tener sentido. La escala de lo cotidiano, lo ordinario, el tiempo de
la vida.
“Entre la cuna y la tumba”, “entre el suelo y el cielo” son
dichos que señalan las fronteras de las vidas humanas. Cada término recoge un
caudal propio de connotaciones. “Suelo”
es el término de la estabilidad, de la confianza, del asentamiento y la
habitación en el mundo. “Suelo” es lo que se pierde cuando se pierde el mundo
por traumas o catástrofes. “Suelo” es, sobre todo, la membrana donde se conecta
lo mineral y lo emocional, cognitivo, cultural.
Debemos al último Bruno Latour la reivindicación, y en
cierto modo redescubrimiento, de la potencia política y cultural de la idea de
la Zona Crítica. Nos informa Wikipedia acerca de lo que en Geología se denomina
Zona Crítica en estos términos: “La zona crítica de la Tierra es el
entorno heterogéneo, cercano a la superficie, en el que complejas interacciones
en las que intervienen roca, suelo, agua, aire y organismos vivos regulan el
hábitat natural y determinan la disponibilidad de recursos que sustentan la
vida. La zona crítica, entorno superficial y cercano a la superficie, sustenta
casi toda la vida terrestre. La zona crítica es un campo de investigación
interdisciplinar que explora las interacciones entre la superficie terrestre,
la vegetación y las masas de agua, y se extiende a través de la pedosfera (la
capa del suelo bajo la vegetal), la zona vadosa no saturada y la zona saturada
de aguas subterráneas. La ciencia de la zona crítica es la integración de los
procesos de la superficie terrestre (como la evolución del paisaje, la
meteorización, la hidrología, la geoquímica y la ecología) a múltiples escalas
espaciales y temporales y a través de gradientes antropogénicos. Estos procesos
influyen en el intercambio de masa y energía necesario para la productividad de
la biomasa, el ciclo químico y el almacenamiento de agua”[1]. Las
reacciones químicas, y los gradientes ambientales que resultan de la
interacción de las rocas con los fluidos de la superficie nutren la vida y la
preservan[2]. A cada
uno de los casi siete mil millones de humanos que habitamos ahora esta zona,
les correspondería aproximadamente 0,23 hectáreas, el doble si tenemos en
cuenta los cuenta los nutrientes para una vida saludable. La degradación del suelo y la
desertificación, junto al aumento de la población estresan la capacidad de la
zona crítica para sostener nuestra existencia[3].
Una buena metáfora de la zona crítica es la de un inmenso
reactor en el que se producen cambios continuos: rocas que se fracturan,
disuelven y son metabolizadas por los seres vivos que, a su vez, vuelven a la
tierra en forma de nutrientes; una suerte de motor movido por la energía solar.
Comprender estos movimientos entraña atravesar disciplinas que, por su parte,
atraviesan escalas de tiempos y espacios, del tiempo profundo a los ciclos
climáticos anuales, de los grandes espacios a los microscópicos donde tienen
lugar las reacciones de la vida.
De entre las múltiples escalas, nos fijamos en una
especialmente: la del tiempo de la historia y la vida de los humanos, en los
espacios que ocupan y en los movimientos a través de ellos. Y, de esta escala,
seleccionamos particularmente la del tiempo presente, cada vez más enfocado a
los futuros donde se guardan las profecías, promesas y amenazas. Desde el punto de vista, si tal cosa hubiera,
de la Tierra, de Gaia, o de cualquiera de sus otros fragmentos, esta escala no
tiene mayor privilegio que la deriva de las placas, los ciclos del carbono o la
evolución biológica. Pero a quienes miramos el mundo con los ojos humanos esta
escala sí es significativa. Es la escala de lo cotidiano, un estrato espacial y
un intervalo temporal que forma parte de la zona crítica y, a su vez, contiene
también su zona crítica de supervivencia creada por la cultura técnica, que ha
construido edificios, carreteras, automóviles, barcos y aeroplanos, cableado
los fondos marinos, extraído minerales y arado los suelos. Una creación que
introduce una dialéctica permanente entre la parte y el todo, un conflicto y,
ocasionalmente, una reparación y un cuidado de alguna de las partes más
dañadas.
[1]
https://en.wikipedia.org/wiki/Earth%27s_critical_zone
[2] Parsekian, A. D., K. Singha, B. J.
Minsley,W. S. Holbrook, and L. Slater (2015),Multiscale geophysical imaging of
thecritical zone, Rev. Geophys., 53, 1–26, doi:10.1002/2014RG000465 recuperado
en https://agupubs.onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1002/2014RG000465.
[3]
Brantley, Susan,Martin B. Goldhaber, K. Vala Ragnarsdottir (2007) “Crossing
Disciplines and Scales to Understand the Critical Zone” Elements: 3,
307-314
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