domingo, 13 de abril de 2025

La vida humana en la zona crítica

 






En décadas anteriores hemos asistido a la difusión de ideas sobre la “construcción” social o cultural del mundo, y no hay nada equivocado en ello, pues ciertamente el mundo en tanto que entorno significante de lo humano de lo vivo en general es también una construcción de los modos en que los humanos lo habitan, organizados socialmente y formados por la cultura. Este “también” entraña, en la dirección opuesta, que hay “también” una geofísica de la sociedad y la cultura. Pablo Neruda escribe en Canto General

Como la copa de la arcilla era
la raza mineral, el hombre
hecho de piedras y de atmósfera,
limpio como los cántaros, sonoro.

Totalizar nuestro pensamiento sobre el mundo nos lleva a los minerales, a la energía telúrica que los forma y mueve, a la luz del sol y a las plantas que fotosintetizan nutrientes y a las culturas que extraen, despedazan y metamorfosean. La geofísica de la cultura y la sociedad se extiende a los confines del universo cuando el Big Bang formó los átomos primigenios, a las galaxias y estrellas cuyas cenizas formaron los minerales, a las derivas continentales y erosiones que conformaron los estratos y a la violencia de volcanes y terremotos, a los que se suman los no menos violentos, vertiginosos procesos de extracción y transformación del planeta por la civilización industrial. Un metabolismo interminable de minerales e ideas, de nutrientes y sentimientos, de tiempos largos y de acontecimientos.

La cultura y sociedad humana está hecha de tiempo en diversas escalas: el trabajo de producción y reproducción de las generaciones y sociedades, los procesos de difusión y ósmosis entre culturas. En las sociedades sin escritura, estos procesos están sostenidos por la conversación, la imitación y los rituales. En sociedades con documentaciones y memorias, emerge la temporalidad histórica, en la que la cultura evoluciona por sendas que están entre la evolución biológica y la creación de nichos materiales técnicos e irreversibilidades sociales que estabilizan los cambios de un modo contingente. Los nichos bio-técnicos son entornos nuevos en la dinámica de la Tierra, los materiales y artefactos crean condiciones nuevas de evolución y de posibilidad y con ellas una temporalidad propia.

Emerge así una escala de tiempo larga en la que las culturas se desarrollan en marcos amplios o civilizaciones, o eras, o como queramos llamar a sus particiones. Una temporalidad que se inserta en escalas aun mayores, las del tiempo profundo donde se constituyen las condiciones de posibilidad de la existencia misma de la cultura humana. Dinámicas geológicas y climáticas que producen las fuerzas endógenas y exógenas del planeta: energías solares, telúricas, erosiones. Dinámicas en cuyos intersticios se crean los nichos bio-técnicos explotados por las culturas.

Estos juegos de escala son necesarios para entender la materia de lo humano, aunque siempre hay una escala sin la que todas las demás dejan de tener sentido. La escala de lo cotidiano, lo ordinario, el tiempo de la vida.

“Entre la cuna y la tumba”, “entre el suelo y el cielo” son dichos que señalan las fronteras de las vidas humanas. Cada término recoge un caudal propio de connotaciones.  “Suelo” es el término de la estabilidad, de la confianza, del asentamiento y la habitación en el mundo. “Suelo” es lo que se pierde cuando se pierde el mundo por traumas o catástrofes. “Suelo” es, sobre todo, la membrana donde se conecta lo mineral y lo emocional, cognitivo, cultural.

Debemos al último Bruno Latour la reivindicación, y en cierto modo redescubrimiento, de la potencia política y cultural de la idea de la Zona Crítica. Nos informa Wikipedia acerca de lo que en Geología se denomina Zona Crítica en estos términos: “La zona crítica de la Tierra es el entorno heterogéneo, cercano a la superficie, en el que complejas interacciones en las que intervienen roca, suelo, agua, aire y organismos vivos regulan el hábitat natural y determinan la disponibilidad de recursos que sustentan la vida. La zona crítica, entorno superficial y cercano a la superficie, sustenta casi toda la vida terrestre. La zona crítica es un campo de investigación interdisciplinar que explora las interacciones entre la superficie terrestre, la vegetación y las masas de agua, y se extiende a través de la pedosfera (la capa del suelo bajo la vegetal), la zona vadosa no saturada y la zona saturada de aguas subterráneas. La ciencia de la zona crítica es la integración de los procesos de la superficie terrestre (como la evolución del paisaje, la meteorización, la hidrología, la geoquímica y la ecología) a múltiples escalas espaciales y temporales y a través de gradientes antropogénicos. Estos procesos influyen en el intercambio de masa y energía necesario para la productividad de la biomasa, el ciclo químico y el almacenamiento de agua”[1]. Las reacciones químicas, y los gradientes ambientales que resultan de la interacción de las rocas con los fluidos de la superficie nutren la vida y la preservan[2]. A cada uno de los casi siete mil millones de humanos que habitamos ahora esta zona, les correspondería aproximadamente 0,23 hectáreas, el doble si tenemos en cuenta los cuenta los nutrientes para una vida saludable.  La degradación del suelo y la desertificación, junto al aumento de la población estresan la capacidad de la zona crítica para sostener nuestra existencia[3].  

Una buena metáfora de la zona crítica es la de un inmenso reactor en el que se producen cambios continuos: rocas que se fracturan, disuelven y son metabolizadas por los seres vivos que, a su vez, vuelven a la tierra en forma de nutrientes; una suerte de motor movido por la energía solar. Comprender estos movimientos entraña atravesar disciplinas que, por su parte, atraviesan escalas de tiempos y espacios, del tiempo profundo a los ciclos climáticos anuales, de los grandes espacios a los microscópicos donde tienen lugar las reacciones de la vida.

De entre las múltiples escalas, nos fijamos en una especialmente: la del tiempo de la historia y la vida de los humanos, en los espacios que ocupan y en los movimientos a través de ellos. Y, de esta escala, seleccionamos particularmente la del tiempo presente, cada vez más enfocado a los futuros donde se guardan las profecías, promesas y amenazas.  Desde el punto de vista, si tal cosa hubiera, de la Tierra, de Gaia, o de cualquiera de sus otros fragmentos, esta escala no tiene mayor privilegio que la deriva de las placas, los ciclos del carbono o la evolución biológica. Pero a quienes miramos el mundo con los ojos humanos esta escala sí es significativa. Es la escala de lo cotidiano, un estrato espacial y un intervalo temporal que forma parte de la zona crítica y, a su vez, contiene también su zona crítica de supervivencia creada por la cultura técnica, que ha construido edificios, carreteras, automóviles, barcos y aeroplanos, cableado los fondos marinos, extraído minerales y arado los suelos. Una creación que introduce una dialéctica permanente entre la parte y el todo, un conflicto y, ocasionalmente, una reparación y un cuidado de alguna de las partes más dañadas.



[1] https://en.wikipedia.org/wiki/Earth%27s_critical_zone

[2] Parsekian, A. D., K. Singha, B. J. Minsley,W. S. Holbrook, and L. Slater (2015),Multiscale geophysical imaging of thecritical zone, Rev. Geophys., 53, 1–26, doi:10.1002/2014RG000465 recuperado en https://agupubs.onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1002/2014RG000465.

[3]  Brantley, Susan,Martin B. Goldhaber, K. Vala Ragnarsdottir (2007) “Crossing Disciplines and Scales to Understand the Critical Zone” Elements: 3, 307-314


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