viernes, 29 de agosto de 2025

Cincuenta sombras del giro emocional

 


El giro emocional se hizo popular en 1995 cuando el periodista y psicólogo Daniel Goleman subió a la cúspide del éxito de superventas con su libro Inteligencia emocional. En el libro recogía numerosas investigaciones en neurociencia que se habían llevado a cabo en la década anterior y que señalaban las estrechas conexiones que existían entre el sistema límbico, el sistema más importante de modulación de emociones, con los sistemas cognitivos encargados del razonamiento en los lóbulos de la corteza prefrontal. Desde los años sesenta, además, se venía estudiando, categorizando y señalando la centralidad de los neurotransmisores en el funcionamiento general del sistema nervioso, unas sustancias producidas principalmente en neuronas especializadas, también en las zonas del sistema límbico.

Se escribieron numerosos libros de psicología y filosofía señalando la importancia de las experiencias emocionales y se criticó la tradicional preeminencia de la “racionalidad” sobre las emociones. En 1990, cuando llegué a la universidad de Brown, una de sus profesoras del Departamento de Filosofía, Martha Nussbaum, la encargada de filosofía antigua, acababa de publicar Love's Knowledge: Essays on Philosophy and Literature, que llegó a ser un éxito si no tan grande como el de Goleman en lo que se refiere a ventas, sí mucho más influyente en filosofía, pues popularizó tanto el estudio de las emociones como el uso de la literatura en el análisis filosófico. Paradójicamente, Nussbaum era partidaria de la filosofía estoica que siempre fue suspicaz y controladora de las emociones. Pero la marea había cambiado y su libro se interpretó como un modelo de estudio de las emociones. Mucho más influyente y mejor armado teóricamente fue el libro del neurocientífico Antonio Damásio Descartes' Error: Emotion, Reason, and the Human Brain, 1994 que explicó muy didácticamente la interacción entre emociones y cognición. El libro de Damásio contribuyó a dar un fundamento científico al espinosismo que era una corriente de creciente popularidad en la filosofía continental a través de la obra de Deleuze. A pesar de que Deleuze no había teorizado mucho sobre las emociones, algo más sobre el deseo, su obra influyó notablemente en muchas autoras feministas[1].

A la altura ya del segundo cuarto del siglo XXI el giro emocional se ha convertido en parte de la estructura de sentimiento en todas caras del poliedro de la cultura, desde el más académico al más cultural. Este texto del último libro de Antonio Damásio El extraño orden de las cosas  (2024), donde sostiene que fueron los sentimientos la fuerza principal en la antropogénesis, indica cuán profundamente se ha extendido el giro emocional a los más diversos rincones de la ciencia y la cultura:

Así, la idea sencilla a la que me refiero es que los sentimientos de dolor y placer, desde el bienestar hasta el malestar y la enfermedad, habrían sido los catalizadores de los procesos que llevaron al ser humano a interrogarse acerca del mundo y a tratar de comprender y resolver problemas, es decir, a aquello que distingue con mayor claridad la mente humana de la mente de otras especies vivas. Al interrogarse y tratar de comprender y resolver problemas, el ser humano habría podido desarrollar soluciones interesantes para los dilemas de su vida y dotarse de los medios necesarios para promover su prosperidad. Habría perfeccionado maneras de alimentarse, vestirse y cobijarse, y de cuidar de sus heridas físicas, dando lugar así a lo que se convertiría en la medicina. Cuando la causa del dolor y el sufrimiento eran los demás (sus sentimientos hacia los demás y su percepción de los sentimientos de los demás hacia ellos) o la reflexión sobre sus propias condiciones de vida (como el hecho de la inevitabilidad de la muerte), el ser humano habría utilizado sus crecientes recursos individuales y colectivos para crear una diversidad de respuestas a estas preguntas que abarcarían desde preceptos morales y principios de justicia hasta formas de organización y gobierno social, manifestaciones artísticas y creencias religiosas. (El extraño orden de las cosas )

El giro emocional se ha extendido desde el plano histórico, en el que se reconoce el peso de las emociones en todos los intersticios de la historia, al plano constitutivo, desde el interés científico en el funcionamiento de los afectos en la vida corporal y mental, al interés cultural en la formación emocional de la identidad y la subjetividad.  En este plano del presente cultural, me viene a la cabeza cómo parte de mi generación comenzó a sentir que las cosas cambiaban en las estructuras de sentimiento a partir tanto de transformaciones en la vida cotidiana, como la nueva fuerza del feminismo, la aparición pública de gais y lesbianas que salían del armario y reivindicaban nuevas formas de sentir. El 1976, Manuel Puig publicaba El beso de la mujer araña. La novela cuenta la relación entre dos personas presas que conviven en la misma celda, una es un preso político, Valentín, y la otra una disidente sexual definida como «loca» y se autopercibe como mujer, aunque registrada como hombre, Molina. A lo largo de las semanas que pasan confinados en la celda, Molina cuenta películas a Valentín, que las interpreta desde su propia perspectiva. Además, conversan sobre sus vidas afectivas y sus idearios, claramente contrapuestos, algo que modificará radicalmente la perspectiva sobre la vida de Valentín. Es un Bildungsroman en el que uno de los personajes transforma sus sentimientos en el espacio confinado de una celda. Podemos imaginar cuán significativo fue su aparición en el escenario cultural por el hecho de que la editora de Gallimard, Ugné Karvelis, rechazó su publicación porque mostraba a un revolucionario convirtiéndose en un ser débil y sentimental, lo contrario que ordenaba el leninismo del tiempo. Varias editoriales europeas le siguieron en su ejemplo. El éxito que tuvo el libro es un indicativo de que algo ocurría ya en las estructuras de sentimiento. Comenzaba entonces una transformación, que ahora se cuestiona en la cruel guerra cultural que sufrimos. Pero tardó tiempo. Incluso las mujeres comprometidas de los años sesenta y setenta se esforzaban por ser más duras que los varones, incluso los intelectuales "disidentes", entonces nietzscheanos, que reivindicaban el deseo (Azúa, Savater, etc.) se esforzaban en la ironía y el cinismo, nunca en parecer sentimentales. No solo Manuel Puig, muchas otras obras, muchas otras prácticas, comenzaron a educarnos en una sensibilidad que hasta entonces se había considerado despreciativamente femenina. No a todos, no a todas, no irreversiblemente. En algunas regiones intelectuales (ciencias sociales, economía, ... ¡ay! también filosofía) el intelectualismo y el estilo despreciativo continuó y continúa en el estilo y la forma. En realidad, el giro emocional no fue solo un giro, más bien una ascensión con muchos giros a derecha y a izquierda, con mucha pendiente, como un Col du Tourmalet cultural, en el que quizás estemos y, ojalá no estemos ya bajando la cuesta.

La reivindicación de sentimientos que tradicionalmente se habían considerado femeninos es solo uno de los aspectos del giro emocional. Otra de las facetas que conforman el giro emocional es la transformación en las nociones de agencia, subjetividad e identidad. Probablemente alguien aduzca que ese mediterráneo ya estaba descubierto desde Hume y mucho más desde Freud y el psicoanálisis. Freud había situado la energía de los impulsos, los drives, die Triebe, como la fuerza constructora de la mente en sus estratos y en su dinámica. Hay mucha verdad en esta objeción, y en cierto modo el freudomarxismo de Marcuse y Wilhelm Recih fue pionero en el giro emocional del siglo XX, así como lo ha sido la importancia de las tesis lacanianas en la política posfundacionalista del siglo XXI, otro signo del giro emocional. Cierto, pero también lo es que, como puso de manifiesto la obra del psicólogo Silvan Tomkins (1911-1991), que dio origen al programa de la Teoría del Afecto, el concepto de impulso es poco productivo para una teoría de los afectos y sentimientos. Los impulsos freudianos son fuerzas ciegas cuya descarga produce los afectos, que son reprimidos y aparecen en la forma de las representaciones afectivas y emocionales. La hipótesis psicoanalítica es correcta en lo que respecta al carácter de energía de los impulsos, pues al fin y al cabo los afectos tienen que ver con el funcionamiento del sistema nervioso, que es una red de osciladores eléctricos conectados químicamente por los neurotransmisores, (crítica del reduccionismo y de la confusión entre agresión, placer y las valencias y las variedades de los afectos), pero es poco explicativa para una teoría del espectro afectivo.

No está claro de qué hablamos cuando hablamos de emociones, depende bastante de la escuela académica de la que estemos tratando. En la teoría jamesiana, descendiente de Darwin, así como en la teoría de Antonio Damásio, las emociones son reacciones viscerales a afecciones del entorno que preparan el cuerpo para reacciones con alguna función. Lo que usualmente llamamos emociones son para Damásio sentimientos, sentidos conscientes de lo que está pasando en el cuerpo. Para la teoría del afecto es lo contrario, los afectos son preconscientes, reacciones viscerales, mientras que las emociones son representaciones de alto nivel cognitivo y cultural. Es una disputa que en buena medida es terminológica y en otra, menor, realmente teórica. Lo que comparten ambas líneas, también con otras escuelas como la más cognitiva de orientación aristotélica, es la idea de que hay una división entre las reacciones del cuerpo y las elaboraciones más complejas que tienen un alto grado de plasticidad cultural. Todas las concepciones de lo afectivo coinciden, por otra parte, en que las reacciones viscerales son ya en sus momentos básicos más organizadas que los dos tipos de impulsos de muerte y placer, aunque quizás lo que Freud estaba tratando de captar es lo que consideramos como “valencia” de los afectos, es decir, que contienen un elemento de valoración positivo o negativo de lo que le está ocurriendo al cuerpo, y que se puede manifestar de formas muy distintas desde el binario placer/ dolor a otras formas más complejas como la exaltación, la ansiedad y otras similares.

En lo que respecta a esta segunda mirada al giro emocional, a la potencia constructiva de lo afectivo, independientemente de la escuela que sigamos,  podríamos distinguir tres componentes: el entorno, y en general todo lo relacionado con el objeto del afecto, el organismo y todos sus cambios en diversos niveles químicos y fisiológicos y, en tercer lugar, la subjetivación del afecto en un sentido amplio, que puede incluir desde lo no claramente consciente a lo consciente no conceptual pero experiencial hasta la representación conceptual que nombra lo que está ocurriendo en primera persona, o es nombrado (muchas más veces) en segunda o tercera persona en tanto que se interpreta lingüísticamente bien lo que ocurre en el propio cuerpo o lo que expresa desde la mirada del otro.

Estos tres componentes están implicados tanto en lo que es la afección como en la reacción agente y, en la medida en que se entrelazan el cuerpo, la mente, el lenguaje y la cultura con el mundo, en la progresiva constitución del carácter, la personalidad y, ya en niveles sociales, las identidades. Desde esta perspectiva compleja no tiene mucho sentido la disputa sobre si hay emociones universales e innatas, como sostiene la perspectiva más biologicista (Ekman) o son todas constituciones culturales. Es una disputa que sigue siendo también superficial y terminológica. Por ejemplo, parece universal sentir dolor, pero no lo es en absoluto el dolor en sí atendiendo a las múltiples situaciones donde se implica el organismo, el mundo, la sociedad y la sensibilidad personal. Los factores culturales modelan poderosamente no solo el espectro afectivo sino toda la corporalidad, pero, al tiempo, una de las cosas más positivas que ha tenido el giro emocional ha sido reconocer todos los factores animales, orgánicos, que están implicados en la cultura y sus cambios y variedades.

Si el giro emocional ha tenido efectos positivos en la esfera cultural, sus efectos en las esferas política, económica y cotidiana distan mucho de ser tan positivas. En el plano político también ha habido un giro emocional de las varias formas de poder, que se ha transformado en prácticas y dispositivos orientados al control de la conducta a través del control de las emociones. Tradicionalmente, el poder (lo distingo aquí ahora de la autoridad, aunque sea como hipótesis) se ha basado siempre en la producción de temor o directamente miedo. Las nuevas formas de política emocional se traducen en regímenes emocionales mucho más caleidoscópicos, orientados a manejar políticamente la exaltación tanto como el miedo, la confianza ciega tanto como la expectativa de castigo, productores de polarización política y de formas de identidad que, en un giro real, muchas veces excluyen la valoración epistémica de los datos. En lo que respecta a la esfera económica, el neoliberalismo y sus formas totalitarias actuales neoconservadoras, es una cultura y orden que gravita sobre la función económica de las emociones. El control de la atención, la gestión del deseo y de la aspiración a la felicidad, la formación de utopías de vida de éxito, todo ello sería imposible si el capitalismo no hubiese invertido enormes esfuerzos en crear mecanismos de producción emocional a través de la mediación cultural. No es sorprendente que pueda denominarse a la fase neoliberal del capitalismo como “capitalismo emocional”.

La esfera de lo cotidiano no ha sido tampoco inmune al giro emocional. Por el contrario, la estructura de sentimiento que lo articula ha sufrido conmociones que tienen que ver con las iluminaciones y cegueras que ha traído el nuevo peso de las emociones en la configuración de las identidades. Los conflictos interseccionales que atraviesan la guerra cultural en que está sumido el mundo desde la emergencia tanto del neoliberalismo como las varias formas de resistencia se traducen en conflictos que se internalizan en forma emocional. En algunos aspectos podríamos calificar el tiempo presente como una era de la ansiedad, en otros, como un tiempo de melancolía, en otros, por último, como una época de resentimiento. El mundo cotidiano es entendido generalizadamente como un mundo amenazado por diversas fuerzas de también variado orden: político, cultural y, sobre todo, ecológico. Un mundo donde el miedo y la ansiedad se han extendido como lo hizo el COVID-19, donde las reacciones a la sensación de que falta futuro estimula tormentas emocionales que, a su vez, terminan creando reacciones políticas agresivas y violentas.

El giro emocional, en definitiva, es parte de una transformación en la modernidad que se desarrolla en dinámicas interactivas de los planos cultural, social, económico y político. Ha abierto posibilidades epistémicas y prácticas que estaban ocluidas por el intelectualismo ilustrado pero también ha generado otras que profundizan las formas de dominación, de cegueras y de opresión colectivas y personales. Es una tarea pendiente de la teoría crítica de la cultura ir desbrozando estos espacios de posibilidad muchas veces confusos y llenos de maleza ideológica.



[1] Entre las autoras feministas que escribieron inspiradas por la filosofía de Spinoza y de Deleuze, destacan especialmente Rosi Braidotti, autora de obras como Patterns of Dissonance: A Study of Women in Contemporary Philosophy (1991) y Metamorphoses: Towards a Materialist Theory of Becoming (2002), donde desarrolla una filosofía feminista influida por el pensamiento deleuziano y el monismo de Spinoza. Elizabeth Grosz exploró la corporeidad y el deseo desde una perspectiva feminista, dialogando críticamente con ambos filósofos, en Becoming Undone: Darwinian Reflections on Life, Politics, and Art (2011). Moira Gatens en Imaginary BodiesEthics, Power and Corporeality (1996), Collective Imaginings: Spinoza, Past and Present (con Genevieve Lloyd) (1999) propuso que la ontología de Spinoza pudiera ser una base fértil para el pensamiento feminista.  Su recolección de textos Feminist Interpretations of Benedict Spinoza (2009) incluye algunas otras grandes autoras feministas partidarias de Spinoza, como Aurelia Armstrong, Sarah Donovan, Paola Grassi, Luce Irigaray, Susan James, Genevieve Lloyd, Heidi Ravven, Amelie Rorty. Por su parte, Judith Butler ha reconocido en varios ensayos la influencia de Deleuze en su análisis sobre el cuerpo, el deseo y la performatividad. En la transición al siglo XXI, una de las autoras más influyentes ha sido Sara Ahmed son su obra The Cultural Politics of Emotion (2004), quien había comenzado a desarrollar sus trabajos sobre emociones y afectos en la década de los noventa, especialmente en artículos y colaboraciones previas; Eve Kosofsky Sedgwick, con su libro Tendencies (1993), y más adelante Touching Feeling: Affect, Pedagogy, Performativity (2003), fue pionera en introducir la teoría del afecto y la importancia de los sentimientos en los estudios culturales y queer; Teresa Brennan, cuya obra The Transmission of Affect (2004) explora cómo los afectos y emociones se transmiten y circulan socialmente; Elspeth Probyn, en Sexing the Self: Gendered Positions in Cultural Studies (1993), analizó cómo el deseo y las emociones configuran la identidad de género desde una perspectiva feminista;  Carolyn Steedman, en Strange Dislocations: Childhood and the Idea of Human Interiority, 1780–1930 (1995), examinó la construcción histórica de las emociones y la interioridad desde una óptica feminista y cultural. Son solo algunos ejemplos de una provechoza cooperación del feminismo y de la nueva valoración de las emociones.

sábado, 16 de agosto de 2025

Una ciudad no es un árbol

 



¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades. Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles. Se habla hoy con la misma insistencia tanto de la destrucción del entorno natural como de la fragilidad de los grandes sistemas tecnológicos que pueden producir perjuicios en cadena, paralizando metrópolis enteras. La crisis de la ciudad demasiado grande es la otra cara de la crisis de la naturaleza. La imagen de la «megalópolis», la ciudad continua, uniforme, que va cubriendo el mundo, domina también mi libro. Pero libros que profetizan catástrofes y apocalipsis hay muchos; escribir otro sería pleonástico, y sobre todo, no se aviene a mi temperamento. Lo que le importa a mi Marco Polo es descubrir las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en las ciudades, razones que puedan valer más allá de todas las crisis. Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. (Italo Calvino Las ciudades invisibles)

 

Dialéctica de la ciudad

“Una ciudad no es un árbol” sostiene el conocido arquitecto y pensador Christopher Alexander. Árbol en el sentido metafórico y formal que a lo largo de la historia ha servido para representar gráficamente jerarquías: el árbol de las ciencias, el árbol de la vida, … Cada nodo se abre y acoge otros de nivel inferior, que, a su vez se subdividen en otros inferiores. No hay comunicación entre las ramas si no es a través del punto de escisión. Es un orden estructurado desde intereses superiores sean estos económicos, funcionales o simbólicos (como la Brasilia de Lucio Costa y Óscar Newmeyer)

“Una ciudad no es una obra de arte” proclama la urbanista y polímata Jane Jacobs, alzando su voz contra las destrucciones del tejido social en nombre de la estética, o de la estetización de la ciudad.

“Una ciudad no es una computadora” afirma Shannon Mattern. La ciudad inteligente conecta muchos sistemas funcionales, pero sigue dependiendo de uno o varios árboles de decisiones. Menos aun una consola como parecen creer los gestores desde las complejas salas de control

Aunque las metáforas biológicas son más lúcidas, la ciudad tampoco es un organismo, no al menos en el sentido romántico de morfogénesis de instrucciones codificadas jerárquicamente. De ser, en todo caso, podríamos considerarla un holobionte. Una totalidad de seres vivos que ocupan un lugar arquitectónicamente preparado para interactuar con ellos.

Y pese a todo la ciudad es un artefacto, un ensamblamiento de cuerpos y dispositivos producto de trillones de acciones a lo largo del tiempo. Acciones intencionales que no estaban orientadas a un ordenamiento planificado y agencias mínimas materiales híbridas, o animales, una producción de innumerables interacciones que solo puede ser pensada como una totalidad dinámica, conducida por conjuntos de procesos en los que intervienen fuerzas de signo a veces contrario y a veces convergente, a veces fuertes y a veces débiles, que forman retículos de situaciones, de patrones o pequeñas totalidades sobre las que se hila la historia.

La ciudad es un lugar donde se produce un espacio: físico, vivido, imaginado y representado. En tanto que lugar, ocupado también por no lugares, por no-ciudades como los espacios de anonimia, es parte de la geografía y se inserta en la capa geológica donde discurre la vida, una rugosidad entre otras, como los páramos o las sierras. En tanto que espacio, es el resultado de las dinámicas sociales que se producen en esos lugares que llamamos ciudades, en relaciones con otros lugares habitados o no habitados por humanos.

La geografía es siempre dinámica, sostiene David Harvey, no hay que pensarla como un factor fijo que decida el destino de las civilizaciones, tal como han sostenido varios autores de éxito reciente como Jared Diamond[1]. Por el contrario, lo que nos muestra la historia son las grandes transformaciones del hábitat humano (incluyendo en esta época del Antropoceno el hábitat común de todos los seres vivos). En el centro de estas transformaciones ha estado la ciudad como forma contingente y a la vez poderosa de asentamiento humano. La revolución neolítica que llevó a la forma ciudad fue tan transformadora como la domesticación de plantas y animales. Quizás, como parte de la arqueología ha supuesto, en un ciclo de realimentación positiva. Lo mismo podemos afirmar con respecto a la relación entre la ciudad y el nacimiento de los estados, en sus diversas formas políticas.

Es cierto que la ciudad no fue la única forma de asentamiento. De hecho, hasta la más avanzada modernidad, la gran mayoría de la población residía en otras formas de hábitat, fuera este sedentario o nómada. Pero también lo es que en la modernidad no es posible pensar ya la identidad sin la mediación de la ciudad así como del capitalismo, que en su destrucción creativa transforma aceleradamente el hábitat produciendo una urbanización general del mundo. No solo por la aparición de enormes metrópolis (China aspira a construir una ciudad de 130 millones de habitantes y Turquía planifica un Estambul de 45 millones).

La ciudad es a un tiempo un artefacto técnico, producto de ilimitados cambios y acciones de construcción y destrucción y un entorno de cultura material que define marcos sociales y culturales, así como regímenes sensoriales, afectivos e intelectuales. Las diversas ciencias sociales como la sociología de comienzos del siglo pasado, la geografía y la antropología, así como los estudios culturales, dan testimonio de esta centralidad de la ciudad en la cultura de la modernidad. La historia, por otra parte, nos muestra también la centralidad de la ciudad en los movimientos revolucionarios o resistentes. Los estudios urbanos y suburbanos y la antropología dan cuenta de la diversidad y de las culturas que nacen continuamente en los barrios. Desde el punto de vista de la cultura material, la ciudad es el espacio privilegiado en el que analizar el modo en que la cultura y las identidades.

La ciudad es un espacio singular en el que circulan muchas dialécticas: la primera es la que crea el entorno físico y el entorno vivo. Edificios de toda índole: habitacionales, administrativos, empresas y factorías, comercios, franquicias y centros comerciales; infraestructuras subterráneas que llevan agua potable y se llevan las aguas grises, líneas de energía de gas y electricidad, cables de comunicaciones, antenas de repetición de señales telefónicas; calles, autovías, aceras; espacios públicos de esparcimiento y zonas verdes. Pensado como un artefacto, se trata de una red complejísima por la que circulan artefactos,  materiales, energía e información en una inmensa trama de interacciones en todos los niveles ontológicos. En el otro polo de la dialéctica, la ciudad es un nicho ecológico de organismos unicelulares y pluricelulares, de plantas y animales en una también extensa variedad y en intensas modalidades de interacción y dependencia. Y, claro, entre los animales, destacan los humanos en todas sus variedades de personalidad, edad, género, raza y condición. Recuerdo un proyecto patrocinado por Matadero de Madrid que invitaba a un turismo sorprendente: un grupo de personas acompañados por expertos recorría las calles de Lavapiés recogiendo de charcos de acera y alcantarillas diatomeas, para estudiar después en el laboratorio la variedad de especímenes simbiontes del barrio. La dialéctica de entorno técnico y vida es la modalidad esencial de la dinámica de la ciudad, la que más han señalado y estudiado los grandes especialistas en la teoría de la ciudad.

La base primera de las contradicciones se aclara si comenzamos a pensar la ciudad geológicamente, como una estructura hecha de materiales heterogéneos, básicamente hormigón, acero, asfalto, vidrios, polímeros variados, metales y rocas transformadas, que se han superpuesto y horadado la base geológica primitiva. Por sus superficies, huecos y túneles circula diariamente materia, energía e información. No es un organismo, sino el nicho ecológico de miríadas de organismos, entre ellos los humanos, responsables todos de la suma de metabolismos y transformaciones que hacen de esta selva de cemento uno de los ecosistemas más extraños y dinámicos del planeta.

Isaac Asimov describió Trántor, la ciudad imperial que ahora parece una anticipación de las megalópolis contemporáneas:

TRÁNTOR — … Al comienzo del decimotercer milenio, esta tendencia alcanzó su punto culminante. Como centro del Gobierno imperial durante ininterrumpidos centenares de generaciones, y localizado, como estaba, en las regiones centrales de la Galaxia,  entre  los mundos más densamente poblados e industrialmente avanzados del sistema, no pudo dejar de ser el grupo humano más denso y rico que la raza había visto jamás. Su urbanización, en progreso continuo, había alcanzado el punto máximo. Toda la superficie de Trántor, 1.200 millones de kilómetros cuadrados de extensión, era una sola ciudad. La población, en su punto máximo, sobrepasaba los cuarenta mil millones.  Esta enorme población se dedicaba casi enteramente a las necesidades administrativas del imperio, y eran pocos para las complicaciones de dicha tarea. (Debe recordarse que la imposibilidad de una administración adecuada del imperio galáctico bajo la poca inspirada dirección de los últimos emperadores fue un considerable factor en la Caída.) Diariamente, flotas de decenas de miles de naves llevaban el producto de veinte mundos agrícolas a las mesas de Trántor… Su dependencia de los mundos exteriores en cuanto a alimentos, y, en realidad, todas las necesidades de la vida,  hicieron  a Trántor cada vez más vulnerable a la conquista por el bloqueo. Durante el último milenio del imperio, las numerosas y hasta monótonas, revueltas hicieron conscientes de ello a un emperador tras otro, y la política imperial se convirtió en poco más que la protección de la delicada yugular de Trántor… 
(Enciclopedia Galáctica)
Isaac Asimov- Fundación

Si fuera posible levantar un mapa desde el espacio del campo electromagnético de una de las megalópolis del Planeta podría hacerse visible la asombrosa dinámica de señales en todas las frecuencias, las que corresponden a los flujos de información y las que indican otros flujos de energía. Un mapa que abarcase también los flujos de combustible gases y productos petroquímicos, de los materiales comestibles, de los productos industriales y comerciales. Estos mapas reflejarían las estructuras básicas del ecosistema donde conviven e interactúan los organismos ciudadanos. Los que tienen ciudadanía y los que no la tienen, algunos humanos y otros, muchos más, de otras especies animales, vegetales y microbianas. Ya no es de mucha utilidad la visión antropocéntrica del urbanista, el promotor, el gerente, que planifican y construyen. Este inmenso metabolismo que cambia y transforma el entorno y los habitantes es el centro de gravedad de todas las demás contradicciones y dialécticas. Desaparecen los mosquitos y otros insectos y el aire se llena de palomas, gaviotas y otras aves cacófagas. El juego de las especies, de las cadenas tróficas, de las movilidades y asentamientos sería una de las primeras conclusiones que nos permitirían esas topografías metropolitanas.

La ville y la cité, la ciudad construida y la ciudad habitada. Es otra de las dialécticas fundantes de la ciudad. Los poderes ordenan la ciudad, elevan la ville, eligen y dibujan sus planos de espacios imaginados. La ciudad desborda esos planes, los metamorfosea, ocupa y reocupa lugares designados y los renombra y reutiliza. Los urbanistas deciden abrir canales al tráfico rodado y la gente se apropia de las aceras. Los comerciantes construyen enormes centros comerciales y los emigrantes, papás con niños, parejas o grupos de adolescentes los ocupan huyendo del frío y la lluvia invernales o los calores veraniegos.

Centro y periferia. Fuerzas centrífugas y centrípetas continuas. Haussmann abre los bulevares para echar fuera del centro a los proletarios y evitar que levanten barricadas; Moses construye puentes para que lleguen a Manhattan los obreros que necesitan las clases pudientes; los nuevos planes suburbanos crean banlieues que se degradarán tan rápidamente como se levantan. Un poco más lejos, en el otro punto cardinal, se asientan los suburbios de la clases privilegiadas.

 Revolutionary Road (Richard Yates, 1961) es una de las novelas que desvela la cara oculta del sueño norteamericano tras la Segunda Guerra Mundial. Una pareja que representa a la generación que hizo la guerra y que soñó con una vida nueva, se traslada a una nueva vivienda donde deposita todos esas promesas que parecían flotar en el aire en los cincuenta. La tristísima historia está enmarcada en ese espacio que mira a la urbanización de los ricos que se está construyendo arriba en la colina, al final de la Via Revolucionaria:

La señora Givings había comprendido al instante que la pareja quería algo fuera de lo común —una cochera o granero reformados, o quizá una vieja casita de huéspedes, algo que tuviera encanto— y le dio mucha pena tener que decirles que de esas cosas ya no quedaba nada. Pero les rogó que no se desanimaran: sabía de una casa que seguramente iba a gustarles.
—Bueno, por supuesto que esta zona no es la más atractiva —explicó, mirando alternativamente con ojos de pájaro a la calzada y a sus agradables rostros atentos mientras se desviaba de la Ruta Doce —. Como pueden ver, casi todo son casas de hormigón para operarios: lampistas, carpinteros, gente de esa clase. Pero el final — dirigió la rígida pistola de su dedo índice hacia el parabrisas a modo de advertencia, haciendo que un conjunto de pulseras tintineara y chocara con el volante—, el final de la calle va a dar a una urbanización nueva y absolutamente espantosa que se llama Revolutionary Hill Estates. Enormes pisos a desnivel, todo en los más nauseabundos tonos pastel, y encima carísimos, no sé yo por qué. Pero no, el sitio que quiero enseñarles no tiene nada que ver con eso. Uno de nuestros amables contratistas hizo construir esa casa
recién terminada la guerra, antes de que empezara el boom de la construcción. Es una casita preciosa de verdad, y el sitio también es encantador. De líneas sencillas, buen jardín, maravillosa para los niños. Está al doblar la próxima curva, y ya ven que aquí arriba la carretera es mucho más bonita. En seguida la verán... Ahí está. ¿La ven? ¿Esa pequeña? Una monada, ¿verdad? Se la ve tan airosa en lo alto de su cuestecita...

Richard Yates (1961) Revolutionary Road  (trad. Luis Murillo, 1989)

En El pisito (Marco Ferreri, 1958) o en Rocco y sus hermanos (Visconti, 1960) se representan las penurias habitacionales del Madrid o el Milán respectivamente de los cincuenta, las nuevas ciudades centrípetas que llevan millones de personas del campo a los sueños de una nueva ville llena de promesas de ascenso social. Al otro extremo del relato, la merecidamente famosa serie The Wire relata la destrucción moral y física de los barrios y las vida en las esquinas, representada en el Baltimore de la transición de siglos.

Uptown/ Dawtown es la principal dialéctica de las gentes que habitan la ciudad. Arriba y abajo, el barrio y las calles de las clases altas. Billy Joel cantaba en 1983 Uptown Girl los sueños del chico de barrio que desea a una chica por encima de sus posibilidades.

Uptown girl
She's been living in her uptown world
I bet she's never had a backstreet guy
I bet her momma never told her why
I'm gonna try for an
Uptown girl (uptown girl)
She's been living in her white bread world (white bread world)
As long as anyone with hot blood can (hot blood can)
And now she's looking for a downtown man (downtown man)
That's what I am
And when she knows what she wants
From her time (from her time)
And when she wakes up
And makes up her mind
She'll see I'm not so tough
Just because I'm in love with an
Uptown girl (uptown girl)
You know I've seen her in her uptown world (uptown world)
She's getting tired of her high class toys (high class toys)
And all the presents from her uptown boys (uptown boys)
She's got a choice
Uptown girl
You know I can't afford to buy her pearls
But maybe someday, when my ship comes in
She'll understand what kind of guy I've been (I've been)
And then I'll win
And when she's walking
She's looking so fine
And when she's talking
She'll say that she's mine
She'll say I'm not so tough (she'll say)
Just because I'm in love with an (she knows)
Uptown girl
She's been living in her white bread world
As long as anyone with hot blood can
And now she's looking for a downtown man
That's what I am
https://www.youtube.com/watch?v=hCuMWrfXG4E

El Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa (Juan Marse, 1966) trata de todos lo manolos que una vez quisieron flirtear con las niñas pijas de los barrios bien. Fiebre del sábado noche  (John Badham, 1977) describe los espacios de sueños de los travoltas repartidores y mozos de almacén que en la discoteca de la noche del fin de semana aspiran a una vida respetada que se desvanecerá el lunes por la mañana. La dialéctica de arriba y abajo en el espacio social y urbano se encarna en los cuerpos de quienes se mueven en esta dialéctica, la de los ganadores y los perdedores de la ciudad moderna que comenzó a relatar John Dos Pasos en 1925 en Manhattan Transfer.

 Hay otras muchas dialécticas que convierten la ciudad en nudos de tensiones: las dialécticas de la diversidad, de la piel y los afectos, las dialécticas de los habitantes y los bárbaros turistas, las dialécticas de la paz y la guerra, de la destrucción y la reconstrucción.

 



[1] Diamond, Jared (1997) Armas, gérmenes y acero, Barcelona, Debate, 2006


lunes, 4 de agosto de 2025

Anfibología de lo cotidiano

 



Lo cotidiano no es la mochila de supervivencia en los tiempos de catástrofe cultural, cuando el mundo de los grandes espacios políticos y económicos se ha dislocado y los discursos ideológicos no sirven para navegar en las aguas turbulentas de la comprensión histórica. Tampoco es el lugar de retiro apacible, refugio contra las tormentas de miedo y desesperanza. Pues lo cotidiano está atravesado por todas las fuerzas y tensiones que fracturan la fábrica de lo social en un mundo sometido a cambios rápidos sin un sentido aparentes.

De la materia de la que está hecha lo cotidiano están hechas también las grandes estructuras de la sociedad globalizada, y lo que ocurre en los grandes espacios no es ajeno a lo que ocurre en los microespacios. Así, por ejemplo, el consumo diario es un elemento constituyente de lo cotidiano, pero agregado es el cimiento de la economía. La clase media o pensionista con posibilidades se aficiona al viaje corto o largo con intenciones de turista. Es uno de los recursos para sobrellevar el tedio de la vida cotidiana, pero ese acto particular transforma el urbanismo del planeta y las formas y precios de la vivienda. La ciudad y los parques y playas protegidas se organizan al servicio del turista y se cuidan y embellecen al tiempo que se descuidan y degradan los paisajes de quienes habitan en los espacios periféricos que están al servicio de la polis turistizada. Poseer una vivienda puede ser una base necesaria para los más fundamentales proyectos de vida o puede ser el sustituto de las inversiones en valores o en empresas lejanas, transformando la vivienda en la cosmópolis en el sucedáneo del oro y las joyas como recurso y contrafuerte de valor en las crisis económicas. Las emociones cálidas que dan contenido a la vida cotidiana son las mismas que agregadas y transformadas por los medios sociales sirven como recursos políticos para la obtención y reproducción del poder. Los afectos y el deseo son las sustancias que tejen los hilos de la socialidad, pero también los elementos con los que se fabrica el poder político y económico.

Lo cotidiano no es lo residual sino el presente vivo, una experiencia resistente a las categorías y aún más a los límites y delimitaciones, un pantano de aguas turbias de lo no decible y preconceptual sobre el que flotan categorías y conceptos que dan nombre a las prácticas y rituales que constituyen lo estable de la vida diaria.

Es un espacio de ambivalencia donde nacen las fuentes de la vida diaria y en don de residen las causas de la alienación, inautenticidad y mala fe que acompañan los relatos que articulan las biografías e historias colectivas.

La novela realista del XIX, en pleno cambio a lo que Rancière ha llamado el “régimen estético del arte”, en el que ningún tema ya será ajeno al tratamiento artístico cambió el rumbo de la novela de sentimientos hacia la descripción de la cotidianeidad urbana y las diferencias de vida entre clases sociales enfrentadas. Fue una contribución paralela al desarrollo de las nuevas técnicas del Estado de conocer estadísticamente los diversos elementos de la vida de los ciudadanos. Pero queda la sospecha de que el objetivismo del relato realista o del informe estadístico dejen escapar entre los huecos de la red aquello que es más sustancial de la vida diaria, lo que no es expresable, la experiencia vivida subjetivamente en los momentos y ritmos de la vida.

La temporalidad de lo cotidiano no es menos ambigua y ambivalente. El tiempo de lo cotidiano abarca escalas muy distintas: los momentos en que ocurren las situaciones diarias, los tiempos de los ritmos que articulan la vida y el trabajo, la temporalidad de los planes largos e incluso la conciencia creciente con la edad que la vida es limitada y efímera. Esta temporalidad no encaja bien con la partición griega de los tiempos del aión, el cronos y kairós. No hay en la vida cotidiana “acontecimiento” en el sentido que tanto ha teorizado la filosofía contemporánea, no hay epifanías de lo sagrado a pesar de que los intentos de las religiones y política de provocar grandes mutaciones como la conversión o la creación del hombre nuevo sean un elemento permanente de sus pretensiones culturales.  

 Resulta también difícil de delimitar la espacialidad de lo cotidiano. Georges Perec, en todos sus libros, especialmente en Especies de espacios y Tentativa de agotar un lugar parisino, recorrió la heterogeneidad de los espacios: la cama, la habitación, el apartamento, el inmueble, la calle, el barrio, la ciudad, el campo, el país, el mundo, … Una discontinuidad rompe las transiciones de los espacios cotidianos creando entornos de vida que tienen sus propios ritmos, emociones, expectativas y conflictos. El espacio cartesiano, métrico, no útil para delimitar las extensiones de lo diario. Tampoco los espacios ordenados de los mapas, ajenos a la fenomenología de cada componente en la que reina la variedad y la diferencia.

Lo cotidiano es a la vez lo estable y el teatro de los cambios y metamorfosis: crecemos y maduramos en los entornos cotidianos, en ellos las irrupciones de gadgets y aparatos tecnológicos transforma las formas de vida, las actividades diarias, la configuración de los espacios y los ritmos sin perder su carácter de estructura de referencia en nuestras vidas, centro de gravedad que permite el orden de los valores y las topografías del sentido.

Es a la vez fuente y sumidero de los conflictos que atraviesan todas las escalas de la construcción de la ciudad. Las injurias de clase, género, etnia, afectividad, cultura, se producen en las tramas de relación de lo cotidiano. El dominio, la opresión, la exclusión y cualquier otra forma de poder no sería posible sin la fusión de las fuerzas extraordinarias con las tensiones ordinarias. La opresión penetra en lo cotidiano por los mismos hilos que tejen su trama. Y al tiempo es el lugar de resistencia, de tácticas de resignificación y supervivencia, de recreación de lazos que en sus fuerzas débiles resisten las olas de las energías del poder.

La historia de la filosofía de lo ordinario, desde la novela realista a las utopías socialistas, desde Nietzsche y Freud a la antropología, desde Heidegger a Wittgenstein, desde Gramsci a Brecht y Benjamin, desde la crítica ácida de la Escuela de Frankfurt a Lefebvre y Certeau, es la historia de las tensiones, ambivalencias, ambigüedades y anfibología de lo cotidiano.



Carlos Alonso  "La censura”, 1969. Acrílico y collage sobre tela, 200 x 200 cm. Foto: Magdalena Audap Soubie