Lo cotidiano no es la mochila de supervivencia en los
tiempos de catástrofe cultural, cuando el mundo de los grandes espacios
políticos y económicos se ha dislocado y los discursos ideológicos no sirven
para navegar en las aguas turbulentas de la comprensión histórica. Tampoco es
el lugar de retiro apacible, refugio contra las tormentas de miedo y
desesperanza. Pues lo cotidiano está atravesado por todas las fuerzas y
tensiones que fracturan la fábrica de lo social en un mundo sometido a cambios rápidos
sin un sentido aparentes.
De la materia de la que está hecha lo cotidiano están hechas
también las grandes estructuras de la sociedad globalizada, y lo que ocurre en
los grandes espacios no es ajeno a lo que ocurre en los microespacios. Así, por
ejemplo, el consumo diario es un elemento constituyente de lo cotidiano, pero
agregado es el cimiento de la economía. La clase media o pensionista con
posibilidades se aficiona al viaje corto o largo con intenciones de turista. Es
uno de los recursos para sobrellevar el tedio de la vida cotidiana, pero ese
acto particular transforma el urbanismo del planeta y las formas y precios de
la vivienda. La ciudad y los parques y playas protegidas se organizan al
servicio del turista y se cuidan y embellecen al tiempo que se descuidan y
degradan los paisajes de quienes habitan en los espacios periféricos que están
al servicio de la polis turistizada. Poseer una vivienda puede ser una base
necesaria para los más fundamentales proyectos de vida o puede ser el sustituto
de las inversiones en valores o en empresas lejanas, transformando la vivienda en
la cosmópolis en el sucedáneo del oro y las joyas como recurso y contrafuerte
de valor en las crisis económicas. Las emociones cálidas que dan contenido a la
vida cotidiana son las mismas que agregadas y transformadas por los medios
sociales sirven como recursos políticos para la obtención y reproducción del
poder. Los afectos y el deseo son las sustancias que tejen los hilos de la
socialidad, pero también los elementos con los que se fabrica el poder político
y económico.
Lo cotidiano no es lo residual sino el presente vivo, una
experiencia resistente a las categorías y aún más a los límites y delimitaciones,
un pantano de aguas turbias de lo no decible y preconceptual sobre el que flotan
categorías y conceptos que dan nombre a las prácticas y rituales que constituyen
lo estable de la vida diaria.
Es un espacio de ambivalencia donde nacen las fuentes de la
vida diaria y en don de residen las causas de la alienación, inautenticidad y
mala fe que acompañan los relatos que articulan las biografías e historias
colectivas.
La novela realista del XIX, en pleno cambio a lo que Rancière
ha llamado el “régimen estético del arte”, en el que ningún tema ya será ajeno al
tratamiento artístico cambió el rumbo de la novela de sentimientos hacia la
descripción de la cotidianeidad urbana y las diferencias de vida entre clases sociales
enfrentadas. Fue una contribución paralela al desarrollo de las nuevas técnicas
del Estado de conocer estadísticamente los diversos elementos de la vida de los
ciudadanos. Pero queda la sospecha de que el objetivismo del relato realista o
del informe estadístico dejen escapar entre los huecos de la red aquello que es
más sustancial de la vida diaria, lo que no es expresable, la experiencia vivida
subjetivamente en los momentos y ritmos de la vida.
La temporalidad de lo cotidiano no es menos ambigua y
ambivalente. El tiempo de lo cotidiano abarca escalas muy distintas: los
momentos en que ocurren las situaciones diarias, los tiempos de los ritmos que
articulan la vida y el trabajo, la temporalidad de los planes largos e incluso
la conciencia creciente con la edad que la vida es limitada y efímera. Esta
temporalidad no encaja bien con la partición griega de los tiempos del aión, el
cronos y kairós. No hay en la vida cotidiana “acontecimiento” en el sentido que
tanto ha teorizado la filosofía contemporánea, no hay epifanías de lo sagrado a
pesar de que los intentos de las religiones y política de provocar grandes
mutaciones como la conversión o la creación del hombre nuevo sean un elemento
permanente de sus pretensiones culturales.
Resulta también difícil
de delimitar la espacialidad de lo cotidiano. Georges Perec, en todos sus
libros, especialmente en Especies de espacios y Tentativa de agotar
un lugar parisino, recorrió la heterogeneidad de los espacios: la cama, la
habitación, el apartamento, el inmueble, la calle, el barrio, la ciudad, el
campo, el país, el mundo, … Una discontinuidad rompe las transiciones de los
espacios cotidianos creando entornos de vida que tienen sus propios ritmos,
emociones, expectativas y conflictos. El espacio cartesiano, métrico, no útil
para delimitar las extensiones de lo diario. Tampoco los espacios ordenados de
los mapas, ajenos a la fenomenología de cada componente en la que reina la variedad
y la diferencia.
Lo cotidiano es a la vez lo estable y el teatro de los
cambios y metamorfosis: crecemos y maduramos en los entornos cotidianos, en
ellos las irrupciones de gadgets y aparatos tecnológicos transforma las formas
de vida, las actividades diarias, la configuración de los espacios y los ritmos
sin perder su carácter de estructura de referencia en nuestras vidas, centro de
gravedad que permite el orden de los valores y las topografías del sentido.
Es a la vez fuente y sumidero de los conflictos que
atraviesan todas las escalas de la construcción de la ciudad. Las injurias de
clase, género, etnia, afectividad, cultura, se producen en las tramas de
relación de lo cotidiano. El dominio, la opresión, la exclusión y cualquier
otra forma de poder no sería posible sin la fusión de las fuerzas
extraordinarias con las tensiones ordinarias. La opresión penetra en lo cotidiano
por los mismos hilos que tejen su trama. Y al tiempo es el lugar de
resistencia, de tácticas de resignificación y supervivencia, de recreación de
lazos que en sus fuerzas débiles resisten las olas de las energías del poder.
La historia de la filosofía de lo ordinario, desde la novela
realista a las utopías socialistas, desde Nietzsche y Freud a la antropología,
desde Heidegger a Wittgenstein, desde Gramsci a Brecht y Benjamin, desde la
crítica ácida de la Escuela de Frankfurt a Lefebvre y Certeau, es la historia
de las tensiones, ambivalencias, ambigüedades y anfibología de lo cotidiano.
Carlos Alonso "La censura”, 1969. Acrílico y collage sobre tela, 200 x 200 cm. Foto: Magdalena Audap Soubie
No hay comentarios:
Publicar un comentario