martes, 9 de septiembre de 2008

La vida novelada

Hay preguntas filosóficas, abstractas, técnicas, escépticas en general, y hay preguntas que cualquiera le haría a un filósofo, quizá las que nunca se hace a sí mismo. Conviene a veces plantearle esas preguntas, especialmente al que se inicia en esa senda, pues es una especie de prueba del algodón de su limpieza de intenciones. Y me parece que no hay mejor ni más importante pregunta que la de por qué vivir. No una pregunta hecha desde la depresión o la angustia de vivir, qué más bien habría que hacerla en el diván del analista, sino la tranquila pregunta que ingenuamente uno hace en una tarde de café. Tampoco como pregunta escatológica, que asocie esa tranquila charla con las postrimerías, sino, más modestamente, con el deseo de saber que piensa esa persona que se considera filósofo. Haced la prueba. Para no ocultarme, por mi parte, y también en ese "quiet mood" de una relajada conversación, creo que respondería: para no interrumpir la vida, ¡es tan interesante! Como filósofo técnico se me ocurren valores, fines, dignidades, pero como persona que es contigentemente filósofo, lo que respondería es que la fuerza de la vida es la voluntad de saber. La gran pasión vital es la curiosidad, que a veces es sorpresa, entusiasmo y a veces ansiedad y miedo, pero siempre deseo de no interrumpir el flujo de lo que está ocurriendo: ¡me queda tanta gente por conocer y querer, tantas cosas nuevas por saber, tantos hechos por descubrir, tantos libros por leer! Imagino mis últimos días no jugando un ajedrez con la muerte, como en la película de Bergman, que me parece una figura angustiada y desesperanzada, sino como el que está leyendo una novela y le llaman para pasear: "espera un poco, anda, que ya estoy acabando el capítulo..." Supongo que la vejez espiritual, no la biológica (a la que uno ¡ay! se va acercando), consiste en un cansancio de la curiosidad, en una pérdida de interés por la vida, en un no querer saber más ya acerca de lo que hay: espero no sufrir nunca esa pérdida de aliento, que a veces (demasiadas) observo en gente que me rodea, muchas veces jóvenes. Y entiendo también esa frase que a veces se oye en las películas de acción: el cobarde muere mil veces, el valiente sólo una. La cobardía como dejarse perder la curiosidad por la ansiedad: la cobardía como renuncia y la renuncia como cobardía (la valentía y la cobardía es otra de las preguntas para hacer al filósofo, que los antiguos se hacían, pero no los modernos, tan intelectuales). No interrumpir, vivir la vida como se vive una novela, con el deseo de comprender, de saber qué va a pasar, con el recuerdo permanente de lo que ha sido. En fin, no es muy defendible en un congreso de filosofía técnica, pero en una charla de café, ..., es lo que hay.

4 comentarios:

  1. Qué delicia pensar que cuando llegue el desánimo aún seguiremos con ganas de vivir por y en las razones que tienen los demás para seguir viviendo, para seguirnos viviendo. Es un enredo estupendo, que el miedo que nos llega y es de otros, de nosotros, sea el latido de la vida con su pulso de kilómetros y tiempos y cielos y promesas. Gracias por el "quiet mood". Se agradece tanto.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, sí, lo más interesante de la vida son los personajes del enredo, esos que están ahí y saldrán más tarde o más pronto y te sorprenderan, como si fuéramos David Copperfield atravesando el tiempo y las sendas de la gente

    ResponderEliminar
  3. Fernando, fue un placer encontrarte de nuevo (http://tonigalano.blogspot.com/)

    ResponderEliminar
  4. Hola wolldamm, nos tomaremos una ídem un día de éstos.

    ResponderEliminar