Cuando Blumenberg escribió Salidas de caverna estaba recobrando, quizá conscientemente, el tema barroco del mundo como teatro de sombras, producto platónico de la Contra-Reforma, necesitada de una urgente metáfora que equilibrase las potentes figuras del mundo-reloj, conciencia-mapa, etc. Algunas viejas metáforas envueltas en los viejos mitos quedaron apantalladas y eclipsadas por esta ola de ilusión, sueño y escepticismo. Una de ellas, a la que acabamos de dedicar un curso en el Círculo de Bellas Artes, bajo el título: De Orfeo a la música de las esferas, pertenece a una familia menor, pero no sin derechos de nobleza, que trató de mediar entre las dos culturas apolínea y dionisíaca, humanista y científica, racionalista y emocional. Es, claro, el mito del señor de las bestias que aplaca el griterío de las sirenas, mujeres-pájaro, con una inaudita armonía de nuevos órdenes donde lo matemático y lo emocional se tejen sin costuras. Aquél que baja a los infiernos por amor y vuelve sin su amada por no haber mantenido la mirada fuera del averno. Aquél que fue despedazado por las ménades que no consentían su poca entrega a Dionisos. Orfeo es la versión helenística del tema de David, músico, guerrero y profeta, y de Cristo, quien habría de completar la tarea que Orfeo dejó a medias, descendiendo a los infiernos para traer de ellos a los fantasmas condenados.Hemos discutido la figura órfica desde todas las posibles ventanas. Pero ahora, ya cansado y casi dormido por los cantos inaudibles de la noche de julio, se me ocurre que todo el problema estaba en los infiernos.
El infierno es el añadido teológico a la caverna. La caverna es un mito laico: la caverna es, nada más, nada menos, la cuarta pared de la cultura del espectáculo.
El infierno es la realidad. De la caverna hay salidas, del infierno no.
De ahí la incomodidad teológica con el infierno: si el Orfeo cristiano descendió a los infiernos, no pudo realizar su labor de traer de allí los cuerpos castigados sin hacer que los infiernos perdieran sentido. Si, por otra parte, el infierno no es sino el Hades, la isla de los muertos de donde nadie regresa si no es como fantasma, la vuelta, sea en forma de resurrección o de aparición, no será sino algo muy parecido a un sueño. Después de su vuelta, el resucitado no puede ser tocado. Ya no es lo que era. El infierno-hades es la irreversibilidad. Quien vuelve ya lo hace transformado.
Orfeo-tiempo. Todos somos Eurídice en el momento de desvanecernos cuando la persona querida quiere volver a donde no se puede: al pasado.
El infierno son los otros, dijo un ilustre cínico contemporáneo. El infierno no es sino lo que fuimos.
Hubo otros tiempos más esperanzados, cuando Marcuse todavía podía imaginar una salida del infierno, una sublimación no represiva. Y esto tiene que ver con el tiempo del infierno. La salida del infierno a través del tiempo: "Desde el mito de Orfeo hasta la novela de Proust, la felicidad y la libertad han sido ligadas con la idea de la recuperación del tiempo: el temps retrouvé". El tiempo que se reencuentra es el tiempo de la gratificación y la realización: "Eros, penetrado en la conciencia, es puesto en movimiento por el recuerdo"
ResponderEliminarEl infierno no está en nosotros ni en los otros, está en el presente.
Un abrazo ab inferos