viernes, 3 de septiembre de 2010

Cada vez que decimos adiós


Abro el correo:

De: COMUNICACION INSTITUCIONAL UC3M <comunicacion.institucional@uc3m.es>
Fecha: 3 de septiembre de 2010 14:56
Asunto: [todos] Fallecimiento del profesor José Luis Brea Cobo
Para: todos@listserv.uc3m.es



Lamentamos comunicar el fallecimiento de nuestro compañero, el profesor del Departamento Humanidades: Historia, Geografía y Arte, José Luis Brea Cobo.

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COMUNICACION INSTITUCIONAL UC3M
Por favor, no responda a este mensaje

Así llegan a veces las noticias, con esta frialdad de los comunicados.
Aún en SalonKritik (http://salonkritik.net/10-11/2010/08/los_ultimos_dias_jose_luis_bre.php#more) una entrada profética del 31 de agosto dejaba sus palabras.
Durante los últimos años estuvo olvidándose de su destino y olvidando lo que podía ocurrir. Planificamos mucho, él quizá sabiendo que era un brindis a la vida, yo sabiendo que también.
Si la filosofía es aprender a morir, decía Montaigne, ningún maestro como José Luis: esperó su final de pie como los guerreros de entonces.

Que la tierra te sea leve.

De sus últimas palabras, ya heridas, os dejo este diagnóstico de nuestro tiempo:

Mudas piedras derrumbadas, ciegas calles sin salida, dónde está la memoria de aquel fragor de banderas, la efervescencia de aquellos entusiasmos callejeros, la electricidad que cada grito de libertad exhalado por millares de gargantas ha hecho correr, como la sangre, a raudales, hacia ninguna parte.

Sueños desvanecidos, memorias vanas, qué queda ahora de aquellos entusiasmos sino la más tibia conmiseración, el arrepentimiento más lúgubre, la más penosa expiación quizás. Un torpe silencio enmudecido que pareciera pretender hacerse perdonar el haber apostado a límite, el haberlo intentado todo. Y la cínica entronización de la indiferencia, de la medianía, de esta feroz nueva barbarie del “nuevo orden”, de la tremenda pobreza que, además, soporta silenciada toda la sublevación que en los corazones salvajes despertara otrora su contemplación.

Y ahora, esa tenue pátina equilibrada que borra todo horizonte de riesgo, que liquida toda tentación transformadora en nombre de una razonabilidad mermada, como si la oferta de lo que hay, del mundo escindido, colmara toda expectativa legítima, como si de pronto lo ilegítimo fuera reclamar algo más, un más allá, un final -y, en él, un comienzo.

Y es entonces entre terrores entre lo que tenemos que elegir: el de soñar contra el de aceptar la villanía de lo real en su insuficiencia, el de experimentar en los límites contra el que nos produce el recuerdo terrible de las formas totalitarias de consolidación edificante en que la puesta en escena de tal soñar, tantas veces, ha desembocado.

Pero en esto se nota que amamos nuestro siglo, su profunda histeria: antes nos entregamos al vértigo de la inagotabilidad de sus sueños imposibles -explorándolos precisamente allí donde no se pretenden resolutivos, salvíficos- que cederíamos a la tentación de contentarnos con el tibio bienestar que de su renuncia y apartamiento se suceden.

Pues en ello, en estos últimos días, el silencioso fragor del sufrimiento sigue golpeando nuestros oídos por debajo de la conspiración de silencio que pretende cerrar el mundo en la modulación de un orden aparente. Pues a ese orden le sabemos cruel, aún más sanguinario y terrible en su implacable realidad que podría serlo cualquier experimento en el legítimo ejercicio del intento de revocarlo. De tal lado estamos. Y sí: mísero aquél proyecto que olvide que está aún muy lejos el horizonte que le legitima. Aquél remoto horizonte en que conoceríamos “la dicha que, semejante al sol de la tarde, hará don incesante de su riqueza inagotable para verterla en el mar, y que, como él, no se sentirá plenamente rico sino cuando el más pobre pescador reme con remos de oro. Esa dicha divina se llamaría entonces: humanidad

5 comentarios:

  1. Aún no lo puedo creer. Hace un par de horas que una compañera de la universidad me lo ha contado al cobijo de unas cañas.

    Ayer mismo, con otra compañera, nos preguntamos por él, por si habría conseguido superar este reto -que ahora sabemos, era insuperable-, y hace un par de horas he sentido como la lengua me quemaba por ello, como si el hecho de verbalizarlo hubiese desencadenado este injusto acontecimento.

    Las calificaiones numéricas sirven para poco más que alimentar el ego de aquellos que necesitan ser reconocidos. Aun así, siempre llevé con orgullo ser de los pocos que conozco a los que Brea calificó su asignatura con un sobresaliente. Esta asignatura, y aquel pequeño ensayo de Walter Benjamin que escribí, supusieron para mí entrar en la adultez intelectual.
    Quizás, fue el primer trabajo que hice con verdadera responsabilidad y conciencia de mí mismo; el primer intento de huir de la medianía, de proponer un horizonte desperezándome del temor a ser tachado de ingenuo.

    Si Brea fue un maestro en aprender a morir, como alumno, yo tuve el placer de comenzar a aprender con él lo que era vivir.

    Por ello, después de recordarle, y con el "culín" de cerveza que nos quedaba en el vaso, hemos brindado por él.


    (Disculpad por esta exaltación de sentimientos, seguramente no sea ni el momento ni el lugar, pero no he podido evitarlo).

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  2. Los buenos no se pierden, tan sólo pasan a otro plano. Además, en su generosidad, dejan hijos que nos acompañan y de los que aprendemos. Feliz viaje, profesor Brea

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  3. "La era de la e-image. Nuevos regímenes escópicos".

    Conferencia de José Luis Brea en el marco del Taller-Simposio Internacional Interactivos?08: Juegos de la visión (del 30 de mayo al 14 de junio de 2008)

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  4. El fue mi profesor de estética y crítica del arte, brillante téorico cuando becado desde Peru viaje a España a estudiar en la Universidad castilla la Mancha.
    Que Dios lo guarde en la gloria

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